Para calentar un poco el ambiente ante la visita de Vattimo, pego esta interesante entrevista del suplemento Ñ del diario El Clarín, de abril de 2006.
ENTREVISTA A GIANNI VATTIMO
"Necesitamos un nuevo Lutero"
El filósofo italiano, que llegará mañana al país (viene a inaugurar la Cátedra abierta sobre desarrollo, ética y cultura), habla en esta entrevista de su particular interpretación del pensamiento contemporáneo —el nihilismo, la crítica de la metafísica, la hermenéutica, la posmodernidad— como instancias singulares en el desarrollo del mensaje cristiano. Opina sobre las relaciones entre arte y política. Sobre la encíclica de Benedicto XVI: "Nadie puede leer allí una efectiva preferencia por la caridad". Y critica al Vaticano: "La identificación de la moral con el uso correcto de la sexualidad me parece, más que una herejía, una estupidez".
________________________________________
En enero, Gianni Vattimo cumplió setenta años, y lleva por lo menos cuarenta dedicándose —con notable éxito— a la filosofía. En lo que respecta a su oficio, esto quiere decir que Vattimo tiene escrita una obra original, significativa, y también que ha llegado a un momento de madurez en el cual se puede todavía esperar de él un escrito mayúsculo —proyecta una Ontología de la actualidad—: el texto que recupere la tarea de toda una vida y sume a ella, precisamente, la experiencia y la sabiduría vividas mientras se reflexionaba, se interpretaba, se escribía.
Vattimo se hizo conocido en el panorama intelectual de Occidente por la manera fecunda en que logró vincular los tres legados fundamentales de la filosofía contemporánea —el nihilismo de raíz nietzscheana, la crítica de Heidegger a la metafísica y las herramientas conceptuales de la hermenéutica— con el pensamiento católico y cristiano, para la conformación de una especie de nuevo humanismo que él llamó "pensamiento débil", no porque padezca alguna debilidad sino porque procura el "debilitamiento del ser". El "pensamiento débil", dice Vattimo, busca debilitar al ser, o sea dejar de atribuirle "características fuertes" (desde todo punto de vista) para reconocerlo, en cambio, "ligado al tiempo, a la vida y a la muerte". Sólo así —afirma Vattimo— será posible la "emancipación humana", la "progresiva reducción de la violencia y de los dogmatismos".
Aquí, en la convicción de que existe un vínculo entre la ontología y la consecución de la felicidad, se concentra la obra y la vida de Vattimo. La obra se encuentra en libros como El pensamiento débil (1983), El fin de la modernidad (1985) y Más allá de la interpretación (1994), en los que relee una o varias tradiciones filosóficas: el nihilismo, la posmodernidad —entendida como "pasaje de las unidades fuertes a las multiplicidades débiles, del dominio a la libertad, del autoritarismo a la democracia"—, la hermenéutica. En otros libros, como Creer que se cree (1996), Después de la cristiandad (2002), y El futuro de la religión (2005), Vattimo vincula sus lecturas filosóficas con el programa de "un cristianismo no religioso", un proyecto ligado con su vida y con su intensa actividad política y cívica.
Ha militado en el Partido Radical, en el Ulivo, con los Democratici di Sinistra (con quienes llegó a ser diputado en el Parlamento Europeo) y en el comunismo; ha sido candidato a intendente en un pueblo de Cosenza, integró agrupaciones que luchan por los derechos de los homosexuales, y es un prolífico líder de opinión. Se pronuncia habitualmente —en las páginas de los diarios La Stampa, Il Manifesto, El País, Clarín— en temas como el aborto, la eutanasia, el uso de células madre; en asuntos legislativos y universitarios; o para exhortar, desde los púlpitos más diversos, a la recuperación de la raíz neotestamentaria del catolicismo.
En ocasión de su cumpleaños, un periodista preguntaba a Vattimo si, como Bobbio, él también creía que los afectos valen más que los conceptos. Vattimo respondió allí que lo que a él lo entusiasman son los compromisos político-filosóficos (también dijo que, a diferencia de otros filósofos profesionales, él no tiene "otras cosas más importantes que hacer"). Sin embargo, dejó abierta la cuestión de si esos compromisos son afectos o conceptos. Con esta pregunta comienza la conversación telefónica que da lugar a esta entrevista.
- —La filosofía había situado en esa distinción entre conceptos (racionales) y afectos (no racionales) el núcleo de la objetividad. Desde su punto de vista ¿cómo se vinculan y cómo se diferencian conceptos y afectos?
- —Estaba reflexionando que ésta es para mí una distinción muy difícil de aceptar porque si pienso en el único maestro filosófico que tengo, Heidegger, él no diferenciaría nunca conceptos de afectos. Cada concepto surge en un ambiente afectivo: mi órbita afectiva, mi universo de intereses, de existencia; por lo tanto, cuando hago filosofía ¿ejercito los afectos o los conceptos? Ambos. Si no tuviera afectos no me importarían en absoluto los conceptos (¿por qué me ocuparía de conceptos si no hubiera pasiones debajo?). Los conceptos viven solamente en un ambiente afectivo, el de las emociones, el de las relaciones conmigo, con los demás. No haría distinción entre ellos.
- —En algunos círculos filosóficos anglosajones se estudia hoy el papel de las emociones (la vergüenza, la repugnancia, la ira), y los afectos ligados a ellas, en los modos de argumentar, en las fundamentaciones jurídicas, legales, políticas.
- —Creo que no se pueden distinguir las emociones tan netamente porque, así, los conceptos deberían ser caracterizados desde una objetividad, pero yo no creo en absoluto en la objetividad, me parece un sueño científico.
- —En algunos de sus escritos recientes sobre estética me pareció encontrar una posición más escéptica sobre las posibilidades de un "arte político" que en - El fin de la modernidad- .
— Ya no me acuerdo cuál era mi posición sobre el arte y la política en El fin de la modernidad pero no creo ser muy escéptico. El arte es capaz de abrir mundos alternativos. Coincido, en este sentido, con la teoría de Bertolt Brecht: el arte nos hace ver lo que no existe en nuestro mundo, lo que no es conciliable con él, y suspende nuestra familiaridad con el mundo tal como es. Pero en cuanto a sus posibilidades de proyectar un mundo diverso, ahí es más complicado. Lo que leemos en las novelas o lo que vemos en un cuadro abstracto difícilmente inspiren un mundo distinto. Ni Les mademoiselles d''Avignon, de Picasso, podrían ser concebidas como el proyecto de una belleza femenina futura en contra de los nazis. Hoy hay una oposición estética al dominio de lo económico, como la hubo antes y seguirá habiéndola: artistas que no insisten tanto en producir obras sino en inspirar comportamientos. Quizás un buen modo de oponerse a la guerra de Irak sería que todas las mañanas ocurriera algo en la Quinta Avenida (no sé: que todos se tiraran al piso con cara de muertos). Lo estético impacta en la experiencia individual, suspende nuestra pacífica pertenencia al mundo tal como es, y puede anticipar una posición de resistencia. Pero no le pediría a los artistas que hicieran programas electorales. El concepto fundamental del arte es que el arte molesta. Un colega me recordaba, días atrás, que Kant decía que la peor de todas las artes es la música porque molesta a los vecinos. El arte molesta porque pone piedritas en el engranaje de la pura vida económica. Para decidir si un arte es verdadero o no basta ver que no corresponda demasiado con la economía. Como se ve, no se trata de una definición eterna del arte.
Cristianismo y religión
Desde hace una década, Vattimo se viene dedicando a mostrar cómo las mejores tradiciones de la filosofía contemporánea derivan o fueron anticipadas por el cristianismo. "La verdad del cristianismo es la disolución de las metanarraciones; el nihilismo posmoderno", escribió. Y también: "La hermenéutica, en su sentido más radical, no hace más que desenvolver la maduración del mensaje cristiano". En el útlimo de los ensayos de Vattimo publicados en español —"La edad de la interpretación", que forma parte del volumen El futuro de la religión (Paidós)— se lee: "Nuestra cultura no tendría sentido sin el cristianismo". Esta afirmación tiene, en la interpretación de Vattimo, el sentido contrario al que intentan extraer de ella algunos de los nuevos apologistas del ateísmo, para quienes la religión cristiana tiene la culpa de todos los males del mundo a lo largo de la historia. Michel Onfray, por ejemplo, denuncia: el colonialismo, la esclavitud, el nazismo, la insatisfacción, la discriminación. Pero acaso la afirmación que hace Vattimo sea tan amplia como la protesta desmesurada y vana de Onfray. ¿Qué significa la omnipresencia histórica y cultural del cristianismo? ¿Es algo más que el hecho de estar incluidos en una tradición de lecturas? ¿En qué consistiría, entonces, la fe?
Para Vattimo, el cristianismo nos define histórica y culturalmente, en gran medida, por su tradición literaria —las Escrituras— o, mejor, por el "mensaje" que las Escrituras contienen. La única verdad de las Escrituras, "que no puede ser objeto de desmitificación, no es enunciado experimental, lógico ni metafísico, sino apelación práctica, es la verdad de la caritas: el amor". En esta verdad, además, el cristianismo anticipa el final de la metafísica, ya que "el amor, como sentido último de la revelación, carece de verdadera ultimidad". La "educación cristiana" ha enseñado a la filosofía, por otra parte, a "no creer en el fundamento, en la causa primera, en la violencia implícita en toda ultimidad, en todo primer principio que acalle cualquier nueva pregunta". En cuanto a la fe, en el artículo "Hos mé. Heidegger y el cristianismo", Vattimo hace algunos intentos por definir la fe, o, al menos, por decifrar una concepción heideggeriana de la fe compatible con su propia visión de la cristiandad. Se trata de dos definiciones negativas, esbozadas a propósito de una lectura del curso sobre fenomenología de la religión que dictó Heidegger, en Friburgo, en 1920. La fe, dice Vattimo, "no es fe en la certeza de acontecimientos históricos acontecidos, que con su verificado carácter extraordinario habrían de fundamentar la creencia en el anuncio". Y un poco más adelante: la separación entre la fe de los primeros cristianos y el pensamiento representativo "señala la tarea de pensar una fe sin ''contenidos'' —tal vez, por tanto, sin dogmas y sin una teología como ciencia—".
Entrevista completa en:
http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2006/04/08/u-01173063.htm
ENTREVISTA A GIANNI VATTIMO
"Necesitamos un nuevo Lutero"
El filósofo italiano, que llegará mañana al país (viene a inaugurar la Cátedra abierta sobre desarrollo, ética y cultura), habla en esta entrevista de su particular interpretación del pensamiento contemporáneo —el nihilismo, la crítica de la metafísica, la hermenéutica, la posmodernidad— como instancias singulares en el desarrollo del mensaje cristiano. Opina sobre las relaciones entre arte y política. Sobre la encíclica de Benedicto XVI: "Nadie puede leer allí una efectiva preferencia por la caridad". Y critica al Vaticano: "La identificación de la moral con el uso correcto de la sexualidad me parece, más que una herejía, una estupidez".
________________________________________
En enero, Gianni Vattimo cumplió setenta años, y lleva por lo menos cuarenta dedicándose —con notable éxito— a la filosofía. En lo que respecta a su oficio, esto quiere decir que Vattimo tiene escrita una obra original, significativa, y también que ha llegado a un momento de madurez en el cual se puede todavía esperar de él un escrito mayúsculo —proyecta una Ontología de la actualidad—: el texto que recupere la tarea de toda una vida y sume a ella, precisamente, la experiencia y la sabiduría vividas mientras se reflexionaba, se interpretaba, se escribía.
Vattimo se hizo conocido en el panorama intelectual de Occidente por la manera fecunda en que logró vincular los tres legados fundamentales de la filosofía contemporánea —el nihilismo de raíz nietzscheana, la crítica de Heidegger a la metafísica y las herramientas conceptuales de la hermenéutica— con el pensamiento católico y cristiano, para la conformación de una especie de nuevo humanismo que él llamó "pensamiento débil", no porque padezca alguna debilidad sino porque procura el "debilitamiento del ser". El "pensamiento débil", dice Vattimo, busca debilitar al ser, o sea dejar de atribuirle "características fuertes" (desde todo punto de vista) para reconocerlo, en cambio, "ligado al tiempo, a la vida y a la muerte". Sólo así —afirma Vattimo— será posible la "emancipación humana", la "progresiva reducción de la violencia y de los dogmatismos".
Aquí, en la convicción de que existe un vínculo entre la ontología y la consecución de la felicidad, se concentra la obra y la vida de Vattimo. La obra se encuentra en libros como El pensamiento débil (1983), El fin de la modernidad (1985) y Más allá de la interpretación (1994), en los que relee una o varias tradiciones filosóficas: el nihilismo, la posmodernidad —entendida como "pasaje de las unidades fuertes a las multiplicidades débiles, del dominio a la libertad, del autoritarismo a la democracia"—, la hermenéutica. En otros libros, como Creer que se cree (1996), Después de la cristiandad (2002), y El futuro de la religión (2005), Vattimo vincula sus lecturas filosóficas con el programa de "un cristianismo no religioso", un proyecto ligado con su vida y con su intensa actividad política y cívica.
Ha militado en el Partido Radical, en el Ulivo, con los Democratici di Sinistra (con quienes llegó a ser diputado en el Parlamento Europeo) y en el comunismo; ha sido candidato a intendente en un pueblo de Cosenza, integró agrupaciones que luchan por los derechos de los homosexuales, y es un prolífico líder de opinión. Se pronuncia habitualmente —en las páginas de los diarios La Stampa, Il Manifesto, El País, Clarín— en temas como el aborto, la eutanasia, el uso de células madre; en asuntos legislativos y universitarios; o para exhortar, desde los púlpitos más diversos, a la recuperación de la raíz neotestamentaria del catolicismo.
En ocasión de su cumpleaños, un periodista preguntaba a Vattimo si, como Bobbio, él también creía que los afectos valen más que los conceptos. Vattimo respondió allí que lo que a él lo entusiasman son los compromisos político-filosóficos (también dijo que, a diferencia de otros filósofos profesionales, él no tiene "otras cosas más importantes que hacer"). Sin embargo, dejó abierta la cuestión de si esos compromisos son afectos o conceptos. Con esta pregunta comienza la conversación telefónica que da lugar a esta entrevista.
- —La filosofía había situado en esa distinción entre conceptos (racionales) y afectos (no racionales) el núcleo de la objetividad. Desde su punto de vista ¿cómo se vinculan y cómo se diferencian conceptos y afectos?
- —Estaba reflexionando que ésta es para mí una distinción muy difícil de aceptar porque si pienso en el único maestro filosófico que tengo, Heidegger, él no diferenciaría nunca conceptos de afectos. Cada concepto surge en un ambiente afectivo: mi órbita afectiva, mi universo de intereses, de existencia; por lo tanto, cuando hago filosofía ¿ejercito los afectos o los conceptos? Ambos. Si no tuviera afectos no me importarían en absoluto los conceptos (¿por qué me ocuparía de conceptos si no hubiera pasiones debajo?). Los conceptos viven solamente en un ambiente afectivo, el de las emociones, el de las relaciones conmigo, con los demás. No haría distinción entre ellos.
- —En algunos círculos filosóficos anglosajones se estudia hoy el papel de las emociones (la vergüenza, la repugnancia, la ira), y los afectos ligados a ellas, en los modos de argumentar, en las fundamentaciones jurídicas, legales, políticas.
- —Creo que no se pueden distinguir las emociones tan netamente porque, así, los conceptos deberían ser caracterizados desde una objetividad, pero yo no creo en absoluto en la objetividad, me parece un sueño científico.
- —En algunos de sus escritos recientes sobre estética me pareció encontrar una posición más escéptica sobre las posibilidades de un "arte político" que en - El fin de la modernidad- .
— Ya no me acuerdo cuál era mi posición sobre el arte y la política en El fin de la modernidad pero no creo ser muy escéptico. El arte es capaz de abrir mundos alternativos. Coincido, en este sentido, con la teoría de Bertolt Brecht: el arte nos hace ver lo que no existe en nuestro mundo, lo que no es conciliable con él, y suspende nuestra familiaridad con el mundo tal como es. Pero en cuanto a sus posibilidades de proyectar un mundo diverso, ahí es más complicado. Lo que leemos en las novelas o lo que vemos en un cuadro abstracto difícilmente inspiren un mundo distinto. Ni Les mademoiselles d''Avignon, de Picasso, podrían ser concebidas como el proyecto de una belleza femenina futura en contra de los nazis. Hoy hay una oposición estética al dominio de lo económico, como la hubo antes y seguirá habiéndola: artistas que no insisten tanto en producir obras sino en inspirar comportamientos. Quizás un buen modo de oponerse a la guerra de Irak sería que todas las mañanas ocurriera algo en la Quinta Avenida (no sé: que todos se tiraran al piso con cara de muertos). Lo estético impacta en la experiencia individual, suspende nuestra pacífica pertenencia al mundo tal como es, y puede anticipar una posición de resistencia. Pero no le pediría a los artistas que hicieran programas electorales. El concepto fundamental del arte es que el arte molesta. Un colega me recordaba, días atrás, que Kant decía que la peor de todas las artes es la música porque molesta a los vecinos. El arte molesta porque pone piedritas en el engranaje de la pura vida económica. Para decidir si un arte es verdadero o no basta ver que no corresponda demasiado con la economía. Como se ve, no se trata de una definición eterna del arte.
Cristianismo y religión
Desde hace una década, Vattimo se viene dedicando a mostrar cómo las mejores tradiciones de la filosofía contemporánea derivan o fueron anticipadas por el cristianismo. "La verdad del cristianismo es la disolución de las metanarraciones; el nihilismo posmoderno", escribió. Y también: "La hermenéutica, en su sentido más radical, no hace más que desenvolver la maduración del mensaje cristiano". En el útlimo de los ensayos de Vattimo publicados en español —"La edad de la interpretación", que forma parte del volumen El futuro de la religión (Paidós)— se lee: "Nuestra cultura no tendría sentido sin el cristianismo". Esta afirmación tiene, en la interpretación de Vattimo, el sentido contrario al que intentan extraer de ella algunos de los nuevos apologistas del ateísmo, para quienes la religión cristiana tiene la culpa de todos los males del mundo a lo largo de la historia. Michel Onfray, por ejemplo, denuncia: el colonialismo, la esclavitud, el nazismo, la insatisfacción, la discriminación. Pero acaso la afirmación que hace Vattimo sea tan amplia como la protesta desmesurada y vana de Onfray. ¿Qué significa la omnipresencia histórica y cultural del cristianismo? ¿Es algo más que el hecho de estar incluidos en una tradición de lecturas? ¿En qué consistiría, entonces, la fe?
Para Vattimo, el cristianismo nos define histórica y culturalmente, en gran medida, por su tradición literaria —las Escrituras— o, mejor, por el "mensaje" que las Escrituras contienen. La única verdad de las Escrituras, "que no puede ser objeto de desmitificación, no es enunciado experimental, lógico ni metafísico, sino apelación práctica, es la verdad de la caritas: el amor". En esta verdad, además, el cristianismo anticipa el final de la metafísica, ya que "el amor, como sentido último de la revelación, carece de verdadera ultimidad". La "educación cristiana" ha enseñado a la filosofía, por otra parte, a "no creer en el fundamento, en la causa primera, en la violencia implícita en toda ultimidad, en todo primer principio que acalle cualquier nueva pregunta". En cuanto a la fe, en el artículo "Hos mé. Heidegger y el cristianismo", Vattimo hace algunos intentos por definir la fe, o, al menos, por decifrar una concepción heideggeriana de la fe compatible con su propia visión de la cristiandad. Se trata de dos definiciones negativas, esbozadas a propósito de una lectura del curso sobre fenomenología de la religión que dictó Heidegger, en Friburgo, en 1920. La fe, dice Vattimo, "no es fe en la certeza de acontecimientos históricos acontecidos, que con su verificado carácter extraordinario habrían de fundamentar la creencia en el anuncio". Y un poco más adelante: la separación entre la fe de los primeros cristianos y el pensamiento representativo "señala la tarea de pensar una fe sin ''contenidos'' —tal vez, por tanto, sin dogmas y sin una teología como ciencia—".
Entrevista completa en:
http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2006/04/08/u-01173063.htm
2 comentarios:
Martín,
he dado con tublog y me gusta mucho.
Me llamo Juan Carlos t escribo desde México.
Me gustaría invitarte a colaborar en una revista sobre política y cultura contemporánea.
Hay algún e mail a donde pudiera escribirte?
jc.reyna@florcanibal.com
Juan Carlos,
mi dirección electrónica la puedes encontrar en la página web del Instituto de Estudios Peruanos. La dirección del instituto es postmaster@iep.org.pe
Saludos
Publicar un comentario