lunes, 23 de octubre de 2006

Mary Robinson, premio Príncipe de Asturias a las ciencias sociales


El pasado 20 de octubre se entregaron los premios Príncipe de Asturias, entre ellos el de las ciencias sociales. Deberíamos darle más importancia a este premio, que es nuestro "nobel" (a propósito, deberíamos pedir estar incluídos en el nobel, ¿por qué no?). La ganadora de este año fue Mary Robinson, ex presidenta de Irlanda y ex
Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Se une a una insigne lista de premiados, entre los que se encuentran Juan Linz, Giovanni Sartori, Anthony Giddens, Jürgen Habermas, entre muchos otros. Ver:

http://www.fundacionprincipedeasturias.org/esp/

Aquí su discurso de aceptación:

Majestad, Altezas, Excelentísimos Señoras y Señores.

Muchas gracias por estas cálidas palabras de bienvenida. Ha sido para mí muy gratificante viajar hasta Asturias -esta tierra verde junto al mar que me recuerda a la mía- para tener el honor de ser la primera mujer que recibe el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. Quisiera expresar mi profundo agradecimiento a los miembros del Jurado por este reconocimiento y reafirmar mi más sincero compromiso con los valores que representa.

Mi propio país -Irlanda- y España han tejido muchos lazos comunes a lo largo de los años. Durante mi vida he sido testigo de cambios extraordinarios en ambos países. Creo que la prosperidad de la que España e Irlanda disfrutan se puede atribuir directamente a la vitalidad de nuestras democracias, así como al camino emprendido por ambos países durante las últimas décadas para construir sociedades basadas en los principios de libertad y tolerancia.

Esto ha sido el resultado de luchas concretas que, entre otras cosas, han permitido por fin garantizar los derechos de las mujeres y así avanzar hacia el ejercicio pleno de la democracia en mi país. España ha vivido una extraordinaria transición hacia la madurez democrática de la que disfruta hoy en día, algo en lo que el buen hacer de la Corona ha desempeñado un papel fundamental. Nuestros países -ante los conflictos históricos que han de afrontar- han optado por avanzar hacia la paz mediante procesos de negociación.

Las libertades, arduamente conquistadas, deben protegerse frente a las amenazas y de la incertidumbre internacional. No veamos las leyes que las protegen como inconvenientes, sino como los logros que forman el marco en el que disfrutar de nuestros valores comunes.

Estoy también encantada de ostentar la Vicepresidencia del Club de Madrid, una organización de sesenta y siete ex-Jefes de Estado y de Gobierno dedicados a compartir sus experiencias como líderes democráticos, liderazgo que ha permitido logros históricos en nuestros países. Gracias a dichos logros democráticos, hemos pasado de ser países de emigración a ser países que atraen y reciben inmigrantes.

Este premio anima nuestra labor en Realizing Rights en pos de una globalización más humana. En ninguna otra área es este esfuerzo más necesario que en la inmigración. La inmigración es, al fin y al cabo, la cara humana de la globalización.

En España os habéis enfrentado a la dura realidad de ver cómo las personas pueden arriesgar su vida en alta mar para llegar a vuestras costas. Esto es parte de un fenómeno mundial en virtud del cual las fuerzas económicas generan flujos de personas en busca de una vida mejor. La globalización económica se traduce en el movimiento de bienes, servicios e información. Pero también supone que la gente se desplaza o es desplazada. La manifestación más alarmante de estos movimientos se encuentra en las redes de tráfico de personas, una forma de esclavitud del siglo veintiuno que afecta especialmente a las mujeres y los niños.

Aunque resulta evidente que los inmigrantes contribuyen positivamente a nuestras economías y a nuestras sociedades, a menudo se nos confunde con el miedo a los inmigrantes de culturas diferentes. De hecho la inmigración ha alcanzado proporciones épicas:
- Se estima que hay doscientos millones de inmigrantes en el mundo, lo que equivaldría a la población del quinto país más poblado;
- En dos mil cinco las remesas superaron los doscientos treinta y tres mil millones de dólares en todo el mundo, cifra que supera el Producto Interior Bruto de Irlanda;
- Hay aproximadamente entre treinta y cuarenta millones de inmigrantes indocumentados en todo el mundo; a menudo desprovistos de garantías y protecciones que estimamos como derechos humanos fundamentales;
- De estos inmigrantes indocumentados, entre siete y ocho millones están aquí, en Europa.

La comunidad internacional ha empezado a movilizarse para responder a estos retos. Quisiera destacar -entre otras iniciativas- la Comisión Global sobre Migración Internacional, a la que estoy orgullosa de haber pertenecido, y el Diálogo de Alto nivel sobre Migración y Desarrollo del mes pasado en Naciones Unidas. La cumbre de Rabat sobre migración y desarrollo del pasado mes de julio -liderada por Marruecos y España- debería dar como resultado una cooperación más eficaz a lo largo de las rutas migratorias.

Pero las conclusiones y recomendaciones -los planes de acción nacidos de estas iniciativas- necesitarán el firme compromiso de nuestros gobiernos y recursos significativos para generar resultados para los inmigrantes del mundo.

No podemos defraudar a estas personas. Nos encontramos con la cara humana de la globalización en nuestra vida diaria, en nuestras comunidades y entre los que arriesgan sus vidas dejando sus hogares para buscar más y mejores oportunidades. Reconocer nuestra humanidad común en los rostros de los inmigrantes nos debe inspirar para reafirmar nuestra dignidad común y construir sociedades plurales, diversas y democráticas en nuestros países, y asegurar un desarrollo equitativo más allá de nuestras fronteras.

En su último libro, mi amigo, Ian Gibson, celebra la trayectoria vital de uno de los grandes poetas españoles, Antonio Machado, cuya vida terminó poco después de dejar su casa y cruzar los Pirineos hacia el exilio. A medida que nos enfrentamos a los retos de la inmigración, deberíamos recordar que nosotros mismos, como aquellos que llegan a nuestras costas ligeros de equipaje, somos todos hijos de la mar.

Muchas gracias.

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