Artículo publicado en Perú 21, martes 16 de enero de 2007 En estos días se discute sobre la racionalidad del Presidente; encuentro dos extremos en estos debates. De un lado están quienes sostienen la tesis de la irracionalidad: García sería un político megalómano y paranoico, descontrolado. Esto habría sido decisivo para el fracaso de su primer gobierno, y acecha ahora preocupantemente. García no habría cambiado: en cualquier momento la careta se caerá, y aflorarán las pulsiones subterráneas que lo dominan. Valdría más la sicología que la ciencia política para dar cuenta de esto.
En el otro extremo está la tesis de un García que sigue fríamente una racionalidad estratégica. Sus vaivenes y supuestos devaneos no serían sino cortinas de humo astutamente urdidas para encubrir intenciones y agendas protervas. En los últimos días se ha hablado de pactos secretos con el fujimorismo, de maniobras que buscan finalmente retirar al Perú de la competencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, para así librarse de posibles condenas.
Como puede verse, se trata de diagnósticos incompatibles, pero se suelen usar de manera indistinta por los comentaristas políticos. En realidad, pienso, el tema del descontrol no se explica tanto por variables sicológicas, sino que es consecuencia de la ausencia de oposición y de contrapesos sustantivos dentro de su partido. De otro lado, desconfío de las explicaciones que enfatizan en demasía la racionalidad estratégica: por lo general, nuestra política (la política en general, a decir verdad) se entiende mejor si partimos del supuesto de actores reactivos, cortoplacistas, primarios, poco elaborados en sus acciones.
¿Entonces? Yo creo que podemos ver a García como un actor racional, pero es necesario tener claros sus objetivos, y el diagnóstico a partir del cual toma decisiones. A manera de hipótesis, propongo estos principios rectores: primero, es necesario mantener lo más alto posible el nivel de aprobación popular a la gestión, y para ello, es muy rentable enarbolar la enseña del orden. No es solamente egolatría: la presidencia de Toledo mostró lo precario que puede ser un gobierno sin respaldo popular, percibido como débil y vacilante. Segundo, si no tengo elementos sustantivos con los cuales construir legitimidad (y hasta ahora no los hay), tengo que usar lo que tenga a la mano: la pena de muerte es perfecta para eso. Tercero, en la duda entre seguir el camino de la izquierda o el de la derecha, optar resueltamente por el segundo. Los votos que lo llevaron a la presidencia vienen de allí, y en la izquierda no se puede confiar: considerar la experiencia de Toledo con ministros y funcionarios que hoy lo critican. Cuarto, la presidencia dura cinco largos años, mientras que los ministros son reemplazables; no se sorprendan de un presidente contradiciendo a sus ministros, si es que con ello se gana el favor popular. Quinto, los conflictos dentro del APRA son buenos, en la medida en que siga siendo García quien los dirime. Divide y vencerás.
7 comentarios:
Comparto, en muchos aspectos, su punto de vista. El presidente no esta "loco". Hacerse el loco es parte de su juego politico. AGP es un actor consumado, un bailarin que apela a la desmesura y al histrionismo, en otras palabras, se trata de un curioso animal politico que siente la politica, valga la redundancia, como un ejercicio ludico del poder. En su primer gobierno AGP se comporto como un adolescente con coche nuevo. Un chico que acabo, finalmente, estrellando un pais. Ahora sabe Alan que no puede cometer dos veces el mismo error. Seria liquidar el partido fundado por Haya de La Torre. No tiene otra salida que conducir el pais con prudencia aunque tengamos que tragarnos, de vez en cuando, sus desmesuras y exabruptos.
¿ver a García como un actor racional implica que no sea "un político megalómano y paranoico"? ¿son hipótesis necesariamente incompatibles?
no quiero dejarme llevar por la superficialidad de la imagen pero -si bien los principios rectores propuestos sí explican sus acciones políticas recientes- fotografías como la adjunta así como muchas de sus declaraciones destempladas evidencian un descontrol personal preocupante.
¿hay un punto medio? ¿separamos -como se pretendió en el caso de Federico Danton- sus acciones personales de sus actos de gobierno?
Hola Martín,
Mi cordial discrepancia en: http://grancomboclub.blogspot.com/2007/01/el-juego-de-alan-garca.html
Saludos,
Sílvio
Es cierto que puede haber cierta racionalidad - que asocio más con cinismo - en la conducta de Alan García.
El tema más importante a dilucidar es el siguiente: ¿el juego político puede ser llevado hasta los límites del envilecimiento social?
¿A qué ha jugado el Presidente de la República en estas semanas? A pretender sacar réditos políticos de una sensación social que fue bien aprovechada - y, además, incrementada - por el fujimorismo: no importan los costos a pagar en la guerra antisubversiva o en la seguridad de las personas, entendiendo como "costos" las vidas humanas, no respetar los derechos humanos o no cumplir las sentencias internacionales.
Esa cultura perniciosa para la convivencia social es la que incentiva el Presidente, la del linchamiento a ladrones, la de la pena de muerte, la de hacerse los locos con la sentencia de la CIDH, la de la campaña contra "El Ojo que Llora" y la nueva ofensiva contra la Comisión de la Verdad.
Ese es el quid del asunto. García lleva a un sector de la población a aceptar que la salida autoritaria, que la muerte sin sentido y que dejar de lado al Derecho Internacional es la única manera de resolver nuestros problemas.
El peligro real y concreto es que el lenguaje y acciones de García se parecen cada vez más a las de Fujimori. He allí lo que se debe alertar y denunciar.
Si bien su esquema es acertado, es necesario complementarlo con los peligros que esta opcion - táctica o no - suponen para el país, para la democracia y para el respeto de los derechos fundamentales.
El mensaje subliminal que García envía a Santiago de Chile:
Miren en lo que ando con este asunto de la CIDH y lo del penal Castro Castro. Les doy todas las facilidades del caso para que inviertan y hagan negocios en mi país, aprovechen no sean zonzos. Ah, ¿las cuestiones de límites marítimos..? Engavétenlas, por mi lado no hay ningún problema. Sólo una atingencia: una mano lava a la otra. ¿Entienden..? No tengo otra alternativa, debo cuidarme el pescuezo así dé la apariencia que estoy protegiendo al señor Fujimori, aunque en el fondo es lo único que me queda. No tengo otra. Me gustaría que lo enviaran al Perú para que pague por sus fechorías; pero si eso ocurre me condeno así mismo. Por eso les pido racionalidad, comprensión y reciprocidad. No olviden que pueden abrir la puerta para que luego entren por mi, y nadie así mismo se pone la soga al cuello. Atentamente El roto García.
Saludos. Después de leer los comentarios, digo:
creo que, en extremo, son incompatibles los argumentos sicológicos y racionales. Tenemos que optar por uno o por otro. Después de eso, podríamos matizar el asunto incorporando otros elementos. Por ejemplo, yo pienso que para entender a García tenemos fundamentalmente que estudiar su racionalidad; diría después que es megalómano y paranoico, sí lo es, pero para entender cómo actúa esto es secundario.
Como diría mi amigo el politólogo colombiano Francisco Gutiérrez: los políticos son locos, pero casi siempre hacen lo que les conviene.
A silvio le dejo comentarios en su blog.
Muy bueno el punto de José. Debería escribir más adelante sobre los riesgos de la "racionalidad" presidencial, y sus posibilidades de "éxito".
Estimado Martin
Comparto su punto de vista, aunque creo que es preciso deterkinar con claridad la viabilidad del argumento que asocia la actitud del presidente con la eventuakidad de un presunto fallo que lo perjudique. Asimismo, el juego podrìa traerle consecuencias peligrosas en el mediano o largo plazo, enfatizo este punto en:
http://otra-orilla.blogspot.com/2007/01/discusiones-bizantinas-i-es-lamentable_17.html
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