martes, 23 de enero de 2007

Más sobre la racionalidad de Alan García


Artículo publicado en Perú 21, martes 23 de enero de 2007


Continúa el debate sobre cómo entender las acciones del presidente, así que sigo con algunas ideas que no pude desarrollar la semana pasada.

La estrategia general del presidente tiene como supuesto la confianza en que el crecimiento de la economía y un entorno internacional favorable serán la locomotora, y un "adecuado" manejo político los rieles por los que transitarán los vagones del país. La acción de la oposición política o social podría echar a perder este plan. Sin embargo, la primera está por ahora desactivada, más por limitaciones propias que por acción gubernamental; la segunda, aunque por ahora está relativamente quieta, es potencialmente peligrosa. Por ello, es muy importante el ejercicio del principio de autoridad y el tener arrinconados a los potenciales organizadores de las protestas. Y mientras llegan los beneficios del aumento de la inversión pública y privada, tenemos que tener entretenida a la gente.

¿Podrá tener 'éxito' esta estrategia? Puede ser. Pero el punto importante no es ese; la cuestión es si esta estrategia es conveniente para el país. Creo que no.

Hay un tema de análisis clave que tenemos que entender, empezando por el presidente: una cosa son los intereses políticos personales de Alan García, y otros los del país. Muchas veces se dice que "si al presidente le va bien, al país también". En realidad, no siempre es así. Es más, la primera presidencia de García es un ejemplo emblemático de lo contrapuestos que pueden ser estos intereses. Ejemplo: a García le convino evitar un ajuste económico verdaderamente estricto entre 1988 y 1990, para poder enfrentar las elecciones de 1990, y hacer que fuera el nuevo presidente el que tuviera que tomar la decisión, para después culparlo de sus costos sociales. Funcionó: el candidato del Apra obtuvo un respetable 22.6% de los votos, Hurtado Miller tuvo que lanzar el ajuste de agosto de 1990, y García aún en la campaña electoral del año pasado sostenía que los salarios durante su gobierno fueron los más altos de los últimos veinte años. Claro, todo esto a costa de dejar al país en una situación de hiperinflación, sin reservas internacionales y con un déficit fiscal gigantesco.

Afortunadamente, no estamos ahora ante una situación tan dramática. Sin embargo, lo que hemos visto en los últimos días revela que García sigue privilegiando su popularidad personal antes que cualquier otra consideración: lo que le conviene al país, a su gobierno y a su partido. Por ello ha pasado por encima del sentido común, de su presidente del Consejo de Ministros y de los principales líderes del Apra.

Controlar la agenda política con la pena de muerte, la satanización del orden jurídico internacional y nacional, la confrontación con los opositores, la manipulación de los miedos y prejuicios de la población, puede ser eficaz, pero ¿es lo que le conviene al país? ¿Para esto quiso García volver a la Presidencia? ¿Es así como quiere llegar a ser el Nicolás de Piérola del siglo XXI?

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