Artículo publicado en Perú21, martes 14 de noviembre
El pasado 5 de noviembre se celebraron elecciones en Nicaragua, que llevaron al poder nuevamente a Daniel Ortega, candidato del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), después de sus derrotas en 1996 y 2001; Ortega vuelve al poder después de haber sido jefe de la Junta de Gobierno entre 1979 y 1985, y presidente electo entre 1985 y 1990.
Para mi generación, que descubrió la política a finales de la década de los años setenta, creo que Nicaragua influyó en que muchos optáramos por posiciones de izquierda. La revolución sandinista era el resultado de la lucha del pueblo de Nicaragua en contra de la brutal dictadura de Somoza, y cuando el FSLN llegó al poder en 1979, llevaba implícitamente la promesa de evitar los errores de la revolución cubana; esta sí sería una revolución democrática. Esto sucedía paralelamente al avance de las fuerzas de izquierda en el Perú, expresado en la Asamblea Constituyente de 1978 y en la fundación de la Izquierda Unida en 1980.
Como en Cuba, la revolución tuvo que enfrentar la agresión del imperialismo, que financiaba a los contras (no olvidemos que los Estados Unidos vendían armas a Irán, en guerra contra Irak, para financiar las actividades de la contra nicaragüense), y tuvo que sortear toda serie de dificultades, que justificaron regímenes de excepción. En 1990, cuando se llevaron a cabo elecciones plenamente competitivas, el FSLN las perdió ante la Unión Nacional Opositora (UNO) de Violeta Chamorro; el FSLN cumplió con su promesa democrática, y Ortega entregó el poder a la nueva presidenta electa.
Sin embargo, una vez que los sandinistas dejaron el poder, empezaron a conocerse, en toda su dimensión, casos escandalosos de corrupción, niveles de represión extremos hacia la población miskita, y todo tipo de traiciones a los principios revolucionarios. Y desde 1990, Ortega intentó regresar al poder, para lo cual recurrió a todo tipo de maniobras. Una forma indulgente de verlo es que el FSLN ha sabido aceptar las reglas democráticas, y que se mueve según las reglas de la real politik; sin embargo, más acertado es pensar que, bajo el liderazgo de Ortega, cayó en el más burdo pragmatismo, dejando de lado los valores que inspiraron su acción política original. Hoy el FSLN aparece aliado a los ex contras y al partido liberal, sobre el que pesan graves denuncias de corrupción, con tal de asegurar el mantenimiento de parcelas de poder en el Estado. La realpolitik no tiene que estar reñida con la defensa de principios.
Para muchos de mi generación, la derrota electoral de los sandinistas en 1990, junto con la caída del muro de Berlín en 1989, y la división de la Izquierda Unida en el mismo año, fueron sucesos emblemáticos, que hacen que ahora veamos a la izquierda desde una perspectiva sumamente crítica. Hoy, al ver a Ortega nuevamente en el poder, no puedo sino lamentar que se trate de un regreso sin ilusiones.
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