No existe una esencia profunda de la izquierda. No hay más que una metáfora espacial nacida por casualidad hace dos siglos, durante la celebración de la Asamblea Nacional de la Francia revolucionaria, y que ha conocido, en multitud de países y lenguas diferentes, un éxito que no parece dar signos de agotamiento.
Desde Izquierda Unida hasta Groenlinks, pasando por la New Left y los Democratici di Sinistra, un número innombrable de partidos y movimientos políticos reivindican aún hoy la expresión para designar al menos una parte de su identidad. A tenor de las fundaciones, escisiones, traducciones, fusiones y refundaciones, los límites de las doctrinas, posiciones, actitudes y agrupaciones calificadas ''de izquierdas'', no han dejado de fluctuar, a veces en la contradicción, a menudo en la confusión. De la nebulosa así formada emergen, mientras tanto, hechos diferenciales compartidos por un buen número de sus componentes. Refundar la izquierda al alba de su tercer siglo de vida es, para los que la reclaman, seleccionar simplemente una de estas características para definir la izquierda, en aquello que les resulte más relevante, sobre la base de nuevos valores y análisis al respecto. Ello significa, al mismo tiempo, relativizar, como accesorios puramente contingentes, esos hechos de los que la izquierda del futuro puede deshacerse sin complejos. Refundar la izquierda es, entonces, precisar sus límites, reformular el objetivo principal, y reordenar sus principios y preferencias. Con todo esto, entonces, ¿qué significa ser de izquierdas hoy en día?
Cinco interpretaciones
1. ¿Ser de izquierdas es, fundamentalmente, luchar contra el statu quo para promover el cambio? Absurdo. Desde el sufragio universal hasta el seguro obligatorio contra los accidentes de trabajo, desde el calor de las relaciones familiares a la tranquilidad de la vida en los pueblos, existen múltiples adquisiciones y múltiples vestigios que deben conservarse. Frente a las tentativas de desmantelamiento de las políticas sociales, como frente a la multiplicación de las autopistas urbanas, ser de izquierdas no es, para nada, ser progresista. Es ser conservador.
2. ¿Ser de izquierdas es, fundamentalmente, aceptar limitar la libertad para reducir las desigualdades? Aberrante. Es preciso que la izquierda no ceda a la derecha ni el monopolio ni la prioridad de la libertad. La libertad es un asunto de gran importancia. Tendría sentido decir que se es globalmente más libre bajo un régimen que bajo otro, pero eso no es de menos importancia que preguntarse cómo está repartida esa libertad. La izquierda no se distingue de la derecha por aceptar el sacrificio de la libertad en pro de la igualdad. Al contrario, es en razón de la extrema importancia que tiene la libertad -la libertad real, que abarca también los medios, y no solamente la libertad formal o el simple derecho- que la izquierda exige que ésta esté repartida de manera igualitaria, o al menos de tal manera que aquellos y aquellas que tienen menos, tengan tanto como sea posible (de una forma duradera).
3. ¿Ser de izquierdas es, fundamentalmente, promover el estado en detrimento del mercado? Para nada. Efectivamente, no es imaginable que el mercado pueda asegurar sin regulación estatal alguna, una asignación eficaz de los recursos materiales y humanos. Y es aún menos concebible que la interacción del mercado y del altruismo privado puedan, espontáneamente, engendrar una distribución mínimamente igualitaria de los recursos. Pero de ahí no se puede concluir que la izquierda deba identificarse con la idea de agigantar el estado en la vida económica y social, en detrimento del mercado. Los progresos de la izquierda no se miden por el número de empresarios, asalariados y voluntarios que hayan sido capaces de transformarse en funcionarios. El óptimo para la izquierda, que viene definido por la máxima libertad real para aquellos que tienen menos, es una combinación de trabajo asalariado, trabajo independiente, función pública y voluntariado. Una combinación en la que no podemos decir, a priori, si el mercado deberá jugar un rol más o menos extendido. Si ser socialista implica querer, por principio, un estado más fuerte, ser de izquierdas no implica, entonces, que uno sea socialista.
4. ¿Ser de izquierdas significa, fundamentalmente, querer convertir siempre nuestras sociedades en más democráticas? Tampoco. Es efectivamente difícil que pueda conseguirse, de manera duradera, una sociedad mínimamente equitativa sin un método democrático de decisión colectiva, en un sentido definido por tres características: sufragio universal, votaciones libres y regla de la mayoría. Por esta razón es legítimo esperar de la izquierda un apoyo resuelto a toda extensión del derecho de sufragio y del voto efectivo -a las mujeres, a los residentes extranjeros, a los menores de edad o a los excluidos- Pero de ahí no puede extraerse que la izquierda deba definirse por la tentativa de encaminar las decisiones públicas hacia la conformidad con la mayoría de los ciudadanos. Nada debe, por ejemplo, hacernos presumir que la izquierda deba apoyar, en principio, la democracia directa contra la democracia representativa, que deba preferir las listas abiertas a las listas cerradas, o que dude de la autonomía de las autoridades judiciales, científicas e incluso monetarias, a favor del poder político democráticamente elegido. Si se demostrase, tras un análisis, que un régimen más ''democrático'' en sus diversas dimensiones, tuviese un impacto negativo permanente sobre la libertad real de aquellos que tienen menos, entonces, poco importaría la democracia. Y si ser socialista significa trabajar por el máximo de democracia, entonces, desde ahí, ser de izquierdas no implicaría, para nada ser socialista.
5. ¿Ser de izquierdas es, fundamentalmente, combatir los privilegios de los afortunados para mejorar la situación de los menos favorecidos? Esto ya está mucho mejor, sobre todo si se interpreta la ''situación'' de los más desfavorecidos como su ''libertad real'', las posibilidades efectivas que tienen abiertas, y no solamente su poder de compra. Ser de izquierdas, desde esta perspectiva, es tomar en consideración los intereses de todos los miembros de una sociedad y poner de manera sistemática, incansablemente, en tela de juicio toda forma de privilegio. Quizás pueda esta ser también una interpretación de lo que es el socialismo. En la lucha contra el individualismo, considera como propiedad social todo aquello que puede ser fuente de ventajas o desventajas. No se deja limitar, en la caza de los privilegios, por los derechos de propiedad pretendidamente sagrados. Un proyecto ''ético''.
La izquierda y el socialismo, entendidos como sinónimos, no se dejan sin embargo reducir a un igualitarismo ciego: la lucha contra los privilegios de los afortunados debería legítimamente pararse en el momento en el que, al reducirlos aún más, se deteriorase a largo plazo la situación de los más desfavorecidos. Pero no tengamos miedo: ese punto a partir del cual la búsqueda de la igualdad deviene improductiva se sitúa mucho más allá del punto en el que los afortunados pretenden hacer creer que se encuentra, y aún mucho más allá del punto en el que nos encontramos hoy.
Vosotros, que me leéis, tenéis muchas posibilidades de formar parte, como yo mismo, de ese grupo de afortunados, si extendemos la ''sociedad'' de referencia a toda la humanidad. Hoy como siempre, el proyecto de la izquierda está en conflicto con el interés personal de algunos que se sienten apegados a la causa. Para ellos, este proyecto no puede tener otro sentido que el ''ético''. Pero también para el resto, hoy más que nunca, dicho proyecto tendrá más fuerza y más sentido si éste no está motivado solamente por los intereses, sino también por un ideal que puedan explicitar y defender ante el mundo, mostrando así la indignación que alienta sus reivindicaciones y debilitando la resistencia que oponen aquellos cuyos privilegios se ven amenazados.
Que la izquierda refundada deba ser resueltamente ética no implica que se deba convertir en moralizante. Efectivamente, una izquierda específicamente religiosa, trabajadora, o elitista, a menudo ha acompañado la ambición de mejorar la condición de los más desfavorecidos con la preocupación de regir su conducta conforme al ideal de virtud, al de trabajo o al de la cultura que pretende promover. Pero la izquierda realmente emancipadora que yo defiendo -la que se define por la ambición de aumentar la libertad real de aquellas y aquellos que menos tienen- no abarca nada de moralizante en ese sentido, sino que está definida y motivada por una concepción de lo que es una sociedad justa y, por lo mismo, fundamentalmente ética.
Que el proyecto de la izquierda sea un proyecto ético no implica para nada que deba reducirse a una cháchara angelical, animada por intenciones tan loables como inoperantes. Puede y debe ser al mismo tiempo marxista y maquiavélica. Marxista en el sentido de reconocer que el espacio de ''lo posible'' viene fuertemente obligado por la realidad económica -el ''nivel de desarrollo de las fuerzas productivas'' y las ''relaciones de producción''- y que una comprensión en profundidad (no exclusivamente marxista) de esa realidad se revela indispensable si quiere evitar darse de bruces con ella y fracasar. Maquiavélica en el sentido de que las instituciones políticas deben contribuir significativamente a moldear el campo de lo posible, y que un análisis en profundidad de su impacto -tomando a los ciudadanos como son y no como deberían ser- es crucial para su éxito final. Un proyecto ético no tiene ninguna necesidad de ser inocente. Puesto que la izquierda puede ser entendida como un proyecto ético, no es inocente creer que tiene por delante un bello futuro.
(*) Miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO.
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