El doble compromiso
Militante, ideólogo, crítico, periodista, Juan Carlos Portantiero encarnaba al intelectual apegado a las ideas y a los proyectos políticos que creía justos, afirma Emilio De Ipola.
El Clarín, 18 de marzo de 2007
Me ligaba a Juan Carlos Portantiero una amistad estrecha (estrecha, no angosta). Lo conocí a comienzos de 1961. Entonces, Juan Carlos era mucho mayor que yo, cuatro años y medio: casi un cuarto de mi vida mayor que yo. Después el tiempo terminaría por anular esa diferencia. Habíamos concertado una cita: yo, infantil e impaciente, ya quería desertar de mi corta estancia en la Federación Juvenil Comunista y Juan Carlos, quien sólo sabía de mí que era alumno de filosofía, amistosamente y aceptando incluso en parte mis razones, me explicó que un gesto así, individual, carecía de toda pertinencia política. Que había otros que pensaban en el mismo sentido que yo, que tenían capacidad e inteligencia política y que crecían en número día a día: junto con ellos una ruptura era pensable.
Me impresionaron sus palabras y su actitud, su total carencia de gestos paternalistas y su lucidez. Allí intuí dos rasgos ya profundamente arraigados en quien todavía no era amigo mío: el estilo peculiar de su vocación política —que se caracterizaba por su disposicion a implicarse en la cosa política sin omitir a la vez preguntarse sobre el qué de la política, sobre su significación objetiva y subjetiva. Segundo rasgo: el modo sutil con que ese estilo se traslucía. Jamás pretendía imponer nada: uno advertía que escuchaba y respetaba tus opiniones... como si las compartiera.
Por entonces Portantiero era —además de estudioso y militante— periodista, primero de Clarín y luego de Prensa Latina. No era sólo un periodista: sus textos solían tener el mérito de realzar el lugar donde aparecían. Yo solía decirme: "este Portantiero piensa de otra manera, va más lejos que los demás... La revista es floja, pero Portantiero, por lo menos, piensa". En los años siguientes lo vi por los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras, cuyos pupitres le quedaban chicos (desde el punto de vista de la estatura intelectual). Siempre discretamente jovial.
En el 63 llegó a Buenos Aires una revista, y luego, una "cordobesada bochinchera" pero no ladina (Borges) capitaneada por un tal Pancho Aricó. Con Portantiero y Pancho de animadores, y con valiosos colaboradores, nació esa extraordinaria aventura intelectual que se llamó Pasado y Presente en su primera época (63-65) y luego en su segunda (73-74). Ahí, en el número 5, Juan Carlos pudo leer —entre carcajadas— mi primer artículo. Desde fines del 64 dejamos de vernos por diez años ya que, munido de una beca, me fui a estudiar afuera. De tanto en tanto, en París, me llegaban noticias suyas y también escritos. Recién en 1974, al iniciar sus actividades la FLACSO de Buenos Aires, comenzó en serio nuestra amistad: nos veíamos casi diariamente, conversábamos de política, de tangos o de fútbol (aprendí mucho, en esos tres importantes rubros, de nuestros encuentros). Dos años después nos reencontramos en la hospitalaria sede México de FLACSO. Consolidamos nuestras coincidencias ideológicas y políticas, compartimos proyectos, momentos tristes y gratos, creamos con otros el Grupo de Discusión Socialista, escribimos algún artículo juntos y dictamos muchas clases.
En 1970-71, llegaron a mis manos sus Estudios sobre los orígenes del peronismo, libro esencial y oportuno escrito con Miguel Murmis. Desde siempre el peronismo había sido, como decía Alain Touraine, la tarte de crème de los sociólogos argentinos. Pero desde el estudio inaugural de Germani, pocas e inconsistentes habían sido las tesis nuevas que se habían formulado sobre ese fenómeno. El libro de Murmis y Portantiero rompió con esa melancólica falta de ideas. Fue un quiebre constructivo en la investigación sociológica y politológica argentina, que aún hoy incita a investigar y pensar.
El brasileño Roberto Schwarz escribió que la referencia a conceptos forjados en otros contextos, con vistas al análisis de procesos sudamericanos es legítima pero problemática. Los fenómenos que se busca analizar son diferentes de los que dieron lugar a esos conceptos, pero están relacionados con ellos. Más aun, se inscriben en un espacio común, marcado por la lógica global del capitalismo. Se trata de mantener los dos polos de la tensión: la inclusión en una misma lógica global y la modalidad específica de esa inclusión. Es lícito entonces recurrir a los mismos conceptos, pero siempre que advierta también que no podían ser ya los "mismos" y que hay que unir imaginación y astucia para utilizarlos con provecho. Esa "malicia", esa astucia están presentes en los Estudios..., en particular, en el uso perspicaz del concepto de "alianza de clases", por la cual el espacio social argentino emerge como lugar de insólitas fragmentaciones, de conflictos, convergencias y pactos inesperados.
Hay un rasgo presente en todo lo que Portantiero escribió e hizo: la pasión por intervenir en el presente político. Lo hizo con sus escritos pero no sólo con ellos. También desde su militancia comunista, con su voluntad de implicarse en varios frentes, manteniendo su capacidad para descifrar el presente, sin temor, con decisión y con una desarmante indiferencia ante las críticas ineptas de que a veces era objeto. Su opción de vida fundamental lo inclinó siempre —quizás a veces a pesar suyo— a dejarse subyugar por los requerimientos del presente político, a embarcarse en decenas de proyectos que nos acercaran a una sociedad más justa, más igualitaria y más libre.
Fue un doble e irrenunciable compromiso: primero, el compromiso intelectual de adquirir y forjar las herramientas para mirar de frente, sin triunfalismo pero también sin autoengaños ni obligado pesimismo la realidad política presente. Y, segundo, el compromiso político de poner a disposición su capital intelectual y su vida toda al servicio de iniciativas que consideraba justas, realizables y dignas de apoyo. Su fidelidad a ese doble compromiso lo muestran la militancia en el PC, la experiencia de Pasado y Presente, la salida del PC y la búsqueda con Aricó de alternativas, la larga labor periodística, la fundación y dirección de revistas como Controversia y La Ciudad Futura, sus artículos en ellas y en muchas otras. Su papel protagónico en el Grupo de Discusión Socialista en México. Y, luego, ya en Buenos Aires, con la vuelta de la democracia, su participación decidida y fructífera en el grupo Esmeralda, en apoyo del proyecto democrático de Raúl Alfonsín; más tarde, su elección y reelección como decano de la Facultad de Ciencias Sociales, la fundación con Aricó y otros del Club de Cultura Socialista en 1984.
En fin, su amplia y valiosa obra en la que sobresalen los Estudios..., el minucioso y brillante análisis Los usos de Gramsci, La producción de un orden. Ensayos sobre la democracia entre el Estado y la sociedad, los textos de El tiempo de la política. El estudio sobre Juan B. Justo, su excelente homenaje a Norberto Bobbio.
http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2007/03/17/u-01381862.htm
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