lunes, 26 de diciembre de 2016

La vida sin dueño

Artículo publicado en La República, domingo 25 de diciembre de 2016

Está en librerías el fascinante libro de memorias del pintor Fernando de Szyszlo (Lima, Alfaguara, 2016, con la colaboración de Fietta Jarque) testimonio del desarrollo de la cultura, las artes y de la política del siglo XX peruano, y también del XXI. En sus páginas leeremos evocaciones de Abraham Valdelomar (tío del pintor), recuerdos lejanos del golpe de Sánchez Cerro y la caída de Augusto B. Leguía, de los estudios universitarios con Adolfo Winternitz, de la peña Pancho Fierro y de la Agrupación Espacio; de la amistad del autor con José María Arguedas, Emilio Adolfo Westphalen, Sebastián Salazar Bondy, y Luis Miró Quesada; de su estancia en París con Blanca Valera, del descubrimiento de América Latina y del mundo a través de escritores como Octavio Paz, Pablo Neruda, Julio Cortázar, y de pintores como Rufino Tamayo, Roberto Matta y Wilfredo Lam; de la vida como pintor, la obsesión por el círculo, el hombre-máquina y el hombre-ave, las habitaciones o lugares extraños, y los signos de puntuación, reconocibles en muchas de sus obras. De su gran amistad con Mario Vargas Losa y de su relación con la política, su participación en el Movimiento Libertad, y de “los almuerzos de los jueves” que empezaron hace treinta años y al que últimamente se ha integrado el expresidente Alan García. De su vida personal, opiniones, en fin, 284 páginas en las que cada una tiene algo interesante, que reflejan un vida rica e intensa. El credo de Szyszlo sigue la frase de Rilke, según la cual para pintar, al igual que para escribir un poema, “hay que haber amado, hay que haber odiado, hay que haber sufrido, hay que haber gozado, hay que haber visto morir”.

Leyendo el libro me pregunto sobre las diferencias entre el quehacer cultural, artístico y político que muestra el libro y el que nos ha tocado vivir a las nuevas generaciones. Lima era más pequeña, y era más fácil que personajes dedicados a diferentes ocupaciones tuvieran relación entre sí, y que las actividades de unos repercutieran en los otros. Yo trabajo en el Instituto de Estudios Peruanos, cuya fundación y carácter no se entendería sin la Peña Pancho Fierro, la Agrupación Espacio y el Movimiento Social Progresista. Esas experiencias hicieron que se juntaran José Matos, José María Arguedas, Sebastían y Augusto Salazar Bondy, todos cercanos a Szyszlo. Luego, la experiencia parisina significó para Szyszlo, y los de su generación, descubrir el mundo, pero también las raíces latinoamericanas; hoy escritores como Jorge Volpi han decretado la muerte de América Latina como imaginario de identidad colectiva. Y para esa generación el compromiso político y una noción trascendente de su actividad era central, mientras que ahora el quehacer profesional y el individualismo parecen ser lo distintivo. En cuanto a las artes, Szyszlo señala que no considera arte buena parte de lo que sucede con el arte contemporáneo, “[el] pop art, el conceptual, las performances, las instalaciones, etc… esta clase de arte no trata de suprimir el arte [como en el dadaísmo] sino solamente quitarle todo contenido, banalizarlo hasta que se convierta en un producto vacío de interés y de atractivo”.

Las maneras en las que se relacionan arte, cultura y política han ciertamente cambiado, para bien y para mal. Han desaparecido algunas viejas taras, pero también algunas grandes virtudes. Leer el testimonio de la vida de Szyszlo permite a cada lector hacer un balance y, en lo que es posible en el mundo de hoy, plantea la tarea de recuperar aspectos valiosos de una tradición intelectual que no debemos perder.

domingo, 18 de diciembre de 2016

La censura y la confianza

Artículo publicado en La República, domingo 18 de diciembre de 2016 

El pasado martes 13, en su mensaje a la nación, el presidente Kuczynski lamentó el maltrato al ministro Saavedra, aseguró que no retrocederá “ni un milímetro” en la reforma educativa, anunció que no haría de la permanencia del ministro una cuestión de confianza de todo el Consejo de Ministros, que esperaba una actitud responsable en el Congreso, y convocó a un diálogo nacional. Creo que, en términos generales, el presidente hizo bien, y en realidad, no tenía margen para hacer nada muy diferente.

Algunas voces abogaron muy apasionadamente por el pedido de confianza, con la idea de que esa demostración de fuerza apaciguaría los ánimos levantiscos del fujimorismo. Sorprende la ingenuidad de esa postura, que demuestra que ninguna decisión importante debe ser tomada con la cabeza caliente. Primero, la cuestión de confianza hubiera implicado un escalamiento mayúsculo de la confrontación, en donde el matón dejaba de ser solo el fujimorismo y empezaba a serlo también el ejecutivo; más en un contexto en el que el, según IPSOS, el 42% de los encuestados piensa que el ministro fue interpelado por irregularidades en la compra de computadoras (otras respuestas muestran porcentajes mucho menores), y el 52% que debería ser reemplazado (frente a a un 32% que piensa que debería seguir en el cargo). Segundo, quienes creían que el pedido de confianza era una carta ganadora, se olvidan de que el Congreso no es manco: la mesa directiva podría haber argumentado que el pedido llegó tarde (después de la interpelación), o que no era un pedido procedente, porque los cuestionamientos caen sobre sobre la compra irregular de computadoras y el retraso en la organización de los juegos panamericanos responsabilidad de un ministro, no sobre la política general del gobierno. En todo caso, esto iba a ser materia de una interpretación por parte de la Comisión de Constitución, y luego, eventualmente, del Tribunal Constitucional. Así, censurado Saavedra, Zavala no habría sabido qué hacer. Mientras tanto, la opinión pública preocupada por la seguridad ciudadana, los casos de corrupción, la desaceleración económica, y mil problemas más, vería a una elite política enfrascada en una pelea incomprensible de sofisticada exégesis constitucional. Me parece que habría perdido el fujimorismo, pero también, y mucho, el gobierno. Quienes hubieran ganado serían otros que se presentan hoy como velando por los intereses del presidente.

Esto no significa por supuesto que para el gobierno no haya nada que hacer y que no haya en efecto riesgos en la relación con el fujimorismo. Lo importante es mantenerse firme, particularmente en cuanto a la continuidad de la reforma educativa y en la implementación de las iniciativas de la Comisión Presidencial de Integridad. Y si el fujimorismo ha optado por un camino obstruccionista y desestabilizador, pues lo que corresponde es dejarlo en evidencia. Según IPSOS la aprobación del presidente cayó de 51 a 48% entre noviembre y diciembre, pero la de Keiko Fujimori también, de 41 a 37%. Tal vez el Consejo de Ministros tenga necesidad, más adelante, de plantearle una moción de confianza al Congreso para asegurar la viabilidad del gobierno, pero ello debe ocurrir cuando la postura obstruccionista sea evidente para la ciudadanía; para ello la acción del gobierno es decisiva, no ocurrirá de por sí, como la experiencia de Saavedra demuestra. Solo entonces suscitará el respaldo masivo que la haría una herramienta útil. En suma, en la vida hay que saber qué batallas hay que dar, cuál es el momento para librarlas, y por supuesto, prepararse para ellas.

Diagnosis

Artículo publicado en La República, domingo 11 de diciembre de 2016

¿Qué pasó? Después de la confianza recibida por el Consejo de Ministros, la delegación de facultades y la aprobación del presupuesto por parte del Congreso, pareció establecerse una dinámica, por parte del fujimorismo, de crítica (muchas veces altisonante) sin caer en el obstruccionismo, y por parte del ejecutivo, de búsqueda de avances sustantivos evitando la confrontación gratuita. Era lo más razonable, y a decir verdad, el único camino posible para los intereses de ambos. El fujimorismo aspira a ejercer su papel de fuerza de oposición, pero no puede parecer como impidiéndole gobernar a Kuczynski a la mala. Y el gobierno debe durar cinco años, pero tampoco puede ser rehén de un fujimorismo bravucón. Además, en el fondo, lo que separa a PPK del fujimorismo no es tan sustancial como para justificar una guerra. La crispación es resultado de incidentes de la última etapa de la segunda vuelta de la campaña electoral, que muchos asumimos que a estas alturas estarían superados.

Pero esta crispación se ha mantenido latente, avivada tanto por sectores que consideran que el fujimorismo es esencial e inevitablemente autoritario y corrupto, como por el irredentismo fujimorista, para el cual no existen culpas que expiar, y las críticas que reciben se perciben como resultado exclusivo de la “manipulación mediática caviar”. Como es claro, ambas posturas se refuerzan a sí mismas, generan reacciones que confirman sus prejuicios, y generan una dinámica crecientemente confrontacional.

En este marco, el ministro Saavedra aparece como la víctima, un tanto accidental, de una variada constelación de intereses y circunstancias. A los enemigos de la reforma universitaria se suman los egos heridos de quienes buscan una satisfacción por las supuestas ofensas recibidas; está también la oportunidad de oro para, en cuanto a temas de corrupción, pasar por fin de ser acusados a ser acusadores, de poner en el banquillo a los representantes de la corrección política, para dar una muestra de fortaleza a quienes especulaban que estaban divididos.

Me parece entonces que es la sangre en el ojo la que explica la conducta destemplada de Fuerza Popular, antes que la implementación de un sofisticado y malévolo plan que termina con la vacancia del presidente. Esta línea de conducta es totalmente autodestructiva para ellos, no hace sino validar la peor imagen que construyen de ellos los antifujimoristas acérrimos, los aleja de potenciales apoyos y simpatías imprescindibles para salir de su ghetto. Si personas como Jaime de Althaus, Jorge Trelles, Aldo Mariátegui, César Nakazaki o César Luna Victoria se han pronunciado en contra de la censura, estamos ante un mensaje que Keiko Fujimori debería atender.

Frente a esto, ¿qué debería hacer el gobierno? Creo que mantenerse firme en la reforma de la educación, básica y superior, y en la propuesta de combate a la corrupción, para lo cual es clave implementar las propuestas del excelente informe de la Comisión Presidencial de Integridad. Mostrar claramente de qué lado está la razonabilidad y de qué lado la prepotencia, ganar la batalla ante la opinión pública, la única fuente de sostenimiento con la que cuenta. Quienes apelan a hacer de la permanencia de Saavedra una cuestión de confianza de todo el gabinete, me parecen que pecan de ingenuos. El Congreso cuenta con muchos recursos para evitar ser cerrado y al mismo tiempo hacerle imposible la vida al ejecutivo. La guerra entre poderes termina inevitablemente en la destrucción mutua. Quienes ganarían son algunos de los que estarían observando la batalla desde el balcón.

Castro y Cuba

Artículo publicado en La República, domingo 4 de diciembre de 2014

La revolución de 1959 fue bienvenida de manera prácticamente unánime: se veía como una revolución democrática, nacionalista, popular, en contra de una dictadura represiva, excluyente, sometida a intereses extranjeros. A pesar de tempranas muestras de intolerancia, autoritarismo y de un personalismo excesivo, la equivocada respuesta de la oposición cubana y de los Estados Unidos dieron razones para justificar el giro hacia el comunismo, el acercamiento a la Unión Soviética y el establecimiento de una lógica de resistencia. Es justo recordar el golpe de Estado en contra del presidente Arbenz en Guatemala en 1954 y el intento de invasión en Playa Girón de 1961, ambos con apoyo estadounidense, así como la posterior invasión en 1965 de República Dominicana. La “amenaza imperialista” no era solo un discurso retórico.

Los primeros años, los únicos propiamente revolucionarios, los de la reforma agraria, la universalización del acceso a la educación y a la salud, los de los intentos de lograr también una revolución productiva, hicieron que, en medio de grandes contradicciones y dificultades, las condiciones de vida de los cubanos mejorara, lo que permitió que el nuevo régimen despertara una amplia simpatía y solidaridad internacional. Se estableció sin embargo un régimen de partido único que progresivamente se fue haciendo cada vez más personalista, excluyente y represivo. Aunque también es cierto que el autoritarismo se estaba extendiendo en toda América Latina en la década de los años setenta.

¿Podía al menos el autoritarismo político ser eficiente en lo económico? Recordemos que en China con Deng Xiaoping, desde finales de la década de los años setenta, se emprendieron reformas orientadas al mercado que explican la pujanza económica de ese país. En Cuba hubo intentos de liberalizar la economía en esos mismos años, con resultados mínimamente promisorios. Hasta inicios de los años ochenta el modelo cubano parecía sólido, a pesar de las continuas disidencias y de sucesos como el de los refugiados de El Mariel.

La tragedia para mí fue que, mientras que el mundo viró a lo largo de la década de los años ochenta hacia el liberalismo político y económico, en Cuba Castro impuso la política de “rectificación”, hacia formas más estatistas y controlistas, y una “depuración” en el poder que acrecentó aún más el personalismo. Mientras China apuraba sus reformas económicas, la URSS iniciaba la Glasnost y la Perestroika, mientras América Latina giraba hacia la democracia y la economía de mercado, Castro buscó aferrarse al poder a toda costa. En la década de los años noventa el pueblo cubano tuvo que pagar el precio, y se hizo evidente el fracaso del proyecto revolucionario: Cuba descubrió hasta qué punto había pasado de ser dependiente de los Estados Unidos a serlo de la Unión Soviética. El “periodo especial” reveló una economía colapsada, que revirtió buena parte de los logros del periodo revolucionario; se vivía, igual que antes de la revolución, una dictadura represiva, con un poder oligárquico (esta vez concentrado en la nomenklatura), y el otrora país orgulloso de haber desaparecido el turismo sexual y la prostitución tuvo que recurrir al jineterismo para evitar el colapso económico. Más adelante, la tragedia deviene en farsa, cuando Cuba sustituye la dependencia de la URSS por la del petróleo chavista.

Algunos rescatan como herencia valorable de Castro el idealismo y los sueños que despertó; yo pienso que ese es precisamente el tamaño de su fracaso y lo negativo de su legado: destrozar, dilapidar y tergiversar los sueños de varias generaciones.

“Posverdad” (2)

Artículo publicado en La República, domingo 27 de noviembre de 2016

La semana pasada comentaba sobre la creciente importancia de la “política de la posverdad”, fenómeno global por el que, en el debate público, los “hechos objetivos” pesan menos en la formación de la opinión pública que los llamados a la emoción o a las creencias personales. En nuestro caso, si bien los “hechos objetivos” han estado siempre en disputa por conflictos sociales y políticos, lo que ha ocurrido por lo general es que a unos hechos se han contrapuesto otros, por lo que tenemos conflictos de interpretaciones, antes que el puro desdén por la verdad, que es lo que ocurre ahora.

Decía que en los últimos años hemos sido avasallados por una avalancha de información fácilmente accesible a través de la web y de múltiples medios de comunicación “alternativos” a los tradicionales. En el pasado, la opinión de los “expertos”, la información proveniente de las fuentes con más “prestigio” definían la credibilidad y veracidad de los datos; el problema es que hoy la credibilidad de los expertos y de las fuentes tradicionales de conocimiento están en serio cuestionamiento, por lo que, para muchos, todas las versiones se equiparan, y cada quien termina teniendo “su verdad”. Si los expertos se equivocan, si las fuentes de conocimiento tradicionales resultan teniendo sesgos e intereses propios, entonces uno puede quedarse tranquilamente con sus prejuicios y convicciones.

Hay otro factor que me parece relevante: el tiempo en el debate público se ha acelerado radicalmente. El carácter prácticamente instantáneo de las comunicaciones y su llegada al espacio público hace que permanentemente tengamos que formarnos una opinión sobre sucesos de los que disponemos información preliminar, especulativa, o abiertamente falsa. Sin embargo, cuando días, semanas, meses o hasta años después se cuenta con los hechos y la posibilidad de formarse una opinión bien fundamentada, la atención está centrada en los escándalos o debates del día, y rara vez se revisan las posturas asumidas previamente. Las denuncias que movilizan nuestra indignación y refuerzan nuestros prejuicios ganan mucho espacio, los descargos, aclaraciones y explicaciones pasan después prácticamente desapercibidos. Y en tanto vivimos una sucesión incesante de denuncias, escándalos y demás, ocurre no solo que se limita la posibilidad de tener un debate mejor fundamentado, también ocurre que terminamos otorgando importancia a cuestiones triviales y enfrascados en debates improductivos. Al final, la búsqueda de la verdad, la confrontación de versiones diferentes, el recojo de información pertinente, se convierten en exquisiteces y se imponen y reproducen los intercambios basados en prejuicios.

¿Qué hacer? Ciertamente descalificar a los supuestos “ignorantes” que desdeñan la verdad no es el camino. Más bien, corresponde examinar de qué manera todos hemos contribuido al estado de cosas actual. Desde mi orilla, la de un académico, investigador, profesor universitario, creo que nuestro principal deber es no contribuir más al desprestigio de la opinión experta y especializada. Debemos participar en el debate público, pero llamando la atención sobre la importancia de basar nuestras opiniones en evidencia, en el análisis de los hechos. Y debemos separar muy escrupulosamente la presentación de los hechos y datos disponibles de nuestras preferencias, opiniones e interpretaciones. Muchos colegas, dejándose ganar por la pasión, opinan en efecto con el mismo desdén por la verdad que cualquier ciudadano. Si no hay diferencia, entonces pareciera que la verdad, en el fondo, no importara.

“Posverdad”

Artículo publicado en La República, domingo 20 de noviembre de 2016

Desde 2004 el diccionario de Oxford, en su versión inglesa y estadounidense, elige a “la palabra del año” en el idioma inglés, atendiendo su relevancia o significación cultural. En 2016 la palabra elegida en los dos lados del atlántico ha sido “posverdad”, un adjetivo que refiere a circunstancias en las que los “hechos objetivos” pesan menos en la formación de la opinión pública que llamados a la emoción o a las creencias personales. Según Oxford, su mayor uso ha estado relacionado con el referéndum en el Reino Unido sobre la salida de la Unión Europea, y a la elección presidencial de los Estados Unidos; este adjetivo aparece asociado al sustantivo “política”: así, se habla cada vez más de la “política de la posverdad”.

Hasta no hace mucho, un político percibido como mentiroso resultaba moralmente inaceptable; y aquel que por desconocimiento falseaba la verdad también era repudiable, debido a su ignorancia, falta de preparación. En los últimos años, sin embargo, la dificultad de buena parte de la ciudadanía para aceptar hechos que desafían sus sentidos comunes, prejuicios y convicciones, y el asentamiento de retóricas populistas resultan colocando a la “verdad” en un plano secundario. De este modo, la mayoría de votantes ingleses había optado por salir de la Comunidad Europea basados en información equivocada y expectativas sin fundamento; y buena parte de los votantes estadounidenses había votado por Donald Trump a pesar de que lanzó sistemáticamente sobre sus rivales acusaciones que distorsionaban groseramente la realidad, de que su campaña se basó en diagnósticos errados y en propuestas sin mayor fundamento. Lo peor de todo es que podría decirse que la política de la posverdad sería una característica de la política global cada vez más importante, que no nos resulta en absoluto ajena.

En América Latina, hemos tenido tradicionalmente la vigencia de retóricas populistas; una política débilmente institucionalizada, una mayoría de la población excluída social y políticamente, con importantes expectativas de progreso y demandas de igualdad, explicarían la seducción de este tipo de discursos. El asunto es que, en tiempos recientes, a la subsistencia de estos rasgos tradicionales se une lo que se registra también en países desarrollados.

En los últimos tiempos se ha generado una avalancha de información accesible a través de la web y de múltiples medios de comunicación “alternativos” a los tradicionales; para muchos es cada vez más difícil discernir cuán confiables y creíbles son las fuentes. Un criterio es tomar como referencia a los medios más asentados, así como a la voz de los expertos, asociados a las fuentes tradicionales de conocimiento, como las universidades; en el fondo, la credibilidad ha estado asociada al prestigio y la reputación, para lo cual la percepción de las elites es fundamental. Pero, ¿qué pasa cuando la credibilidad de las elites es precisamente la que está en cuestión? En este marco, algunos recurren crecientemente a fuentes de información que más bien validan y refuerzan los propios prejuicios. Esto hace que haya tanta gente que crea en los platillos voladores, la medicina homeopática, múltiples teorías conspirativas, y en discursos políticos demagógicos, por ejemplo. Se suele decir en nuestro medio que tal o cual persona expresó “su verdad”, como si ésta estuviera en cada quien y no fuera de uno; un programa de televisión se llamaba “El valor de la verdad”, pero a ella no se llegaba pediante una investigación metódica, sino a través de un medio de valor bastante cuestionable. Seguiremos con el tema.

jueves, 17 de noviembre de 2016

EE.UU. en las Américas

Artículo publicado en La República, domingo 13 de noviembre de 2016

En términos generales, se suele pensar que a pesar de la cercanía geográfica, las distancias entre los Estados Unidos de Norteamérica y los países “al sur del río grande” son enormes, lo que nos haría cualitativamente diferentes. Por ser septentrional, desarrollado, angloparlante y protestante, Estados Unidos estaría más cerca de Europa que de México, centro y sudamérica, por así decirlo.

Sin embargo, se suele pasar por alto que todos estamos en las américas, que todos tuvimos población y culturas precolombinas muy importantes; que fuimos colonizados por europeos, que desplazaron y subordinaron a la población indígena; que en norteamérica la colonización española fue muy importante (Florida, Nuevo México, California, Texas); que todas las colonias importamos mano de obra de origen africano (y otras) en condiciones de esclavitud; que la gran mayoría de la población vivía de la explotación agrícola. Según Adam Przeworski y Carolina Curvale, el producto per cápita de los Estados Unidos y de los países latinoamericanos no era muy diferente hasta las primeras décadas del siglo XIX; las diferencias empiezan a darse muy rápidamente desde la segunda mitad de ese siglo, en tanto en los Estados Unidos el desarrollo industrial y la libertad de la mano de obra empiezan a ser el motor de la economía; mientras que América Latina se configura como exportador de materias primas, y se asientan órdenes oligárquicos, basados en la gran hacienda y el latifundio, y en la preservación de formas premodernas de explotación de los trabajadores. Los Estados Unidos se habrían seguido pareciendo mucho más a América Latina si el desenlace de su guerra civil hubiera sido otro. Recordemos que mientras Ramón Castilla abolió la esclavitud en nuestro país en 1854, en los Estados Unidos la cruenta guerra civil de 1861 pretendía mantenerla.

Desde la segunda mitad del siglo XIX entonces, las diferencias se hacen muy grandes, y en efecto, marcan diferencias sustanciales. Sin embargo, nuevamente, si miramos a los Estados Unidos en el contexto de la OCDE, este país es sistemáticamente uno de los que muestra más desigualdad, el que tiene más pobreza, y uno de los que tiene menor nivel de gasto social. En realidad, si bien EE.UU. está lejos de latinoamérica, lo está también del promedio de países de la OCDE.

Así, no deberíamos pensar que las diferencias entre Estados Unidos y América Latina son tan grandes que hacen inviables las comparaciones. Las encuestas de opinión del Latin American Public Opinion Project (LAPOP) tienen información de casi todos los páises de las américas, y ellas nos permiten tener una mirada hemisférica. Si bien en muchas cosas Canadá y los Estados Unidos se ven muy diferentes al conjunto (por ejemplo, en cuanto a la eficacia del funcionamiento institucional), en otras Estados Unidos se ve como un país latinoamericano más: en cuanto a la confianza en los partidos políticos, Estados Unidos está muy debajo de Uruguay y Costa Rica, y debajo incluso de Argentina, México y Chile (datos de 2014). Cuando se pregunta si se piensa que la corrupción está generalizada en el país, Estados Unidos aparece a mitad de tabla, un poco mejor que Paraguay y Guatemala, pero peor que Bolivia y Haití. Y cuando se pregunta si se piensa que el gobierno combate la corrupción, la respuesta es escéptica, por debajo de Bolivia y Guatemala, apenas mejor que Paraguay o México.

En este contexto, no debería sorprender tanto lo que algunos han llamado la “latinoamericanización” de los Estados Unidos, la vigencia del populismo, el descontento contra el establishment político.

ACTUALIZACIÓN

Después de entregado el artículo, Patricia Zárate me hizo llamar la atención sobre el dato acaso más potente de LAPOP 2014: respecto a la confianza en el Congreso, el país con el nivel más bajo es Perú, el antepenúltimo es Brasil, y el penúltimo es...¡Estados Unidos!


Todos para abajo

Artículo publicado en La República, domingo 6 de noviembre de 2016

Cosas que creíamos saber: PPK no tiene interés y no le resulta conveniente confrontar con el fujimorismo. Comparten muchas cosas, especialmente en lo económico (Kuczynski apoyó a K. Fujimori en 2011 frente a Humala), y el costo de confrontar gratuitamente es potencialmente catastrófico. Al mismo tiempo, hay distancias en lo institucional (Kuczynski fue ministro de Toledo), magnificadas por las circunstancias de la segunda vuelta, y no es bueno ahora mostrar debilidad ante un adversario, digamos, un tanto altanero. Lo que nos lleva a la orilla opuesta: en el fujimorismo saben que no deben aparecer como obstruccionistas, pero también apuestan a capitalizar el desgaste del gobierno como fuerza de oposición. Como puede verse, en esta relación hay mucho de ambigüedad, y riesgos de derrape y volcadura. Se pasó la prueba de la confianza al Consejo de Ministros y la delegación de facultades, pero el juego recién empieza.

Se eligió al Defensor del Pueblo, Walter Gutiérrez, propuesto por Acción Popular, y allí concordaron AP, Fuerza Popular, el APRA, y también PPK (votaron en contra FA y APP y algunos disidentes de PPK). Podría decirse que era un resultado hasta cierto punto inevitable, dados los candidatos propuestos y la correlación de fuerzas. Llama sí la atención que Gutiérrez haya sido propuesto por AP (¿en qué estaban pensando?), lo que en cierto modo evitó que FP o el APRA presentaran candidatos. ¿Existía la posibilidad de que FA, PPK, AP y APP hubieran podido presentar un mejor candidato, que al mismo tiempo resultara “aceptable” para la mayoría? Queda la duda.

En cuanto al BCR, la mayoría hizo una propuesta bifronte: Elmer Cuba, economista bastante respetado, ganó el respaldo de casi todas las bancadas, salvo las de FA y APP; pero propuso también a José Chlimper, bastante cuestionado por sucesos asociados a la campaña electoral, aprobado solo con los votos de FP y del APRA y el voto en contra de las demás bancadas. En este último caso, se trata de una suerte de “reivindicación” personal y grupal, que da cuenta de lo viva que sigue la herida de haber perdido las elecciones. ¿Hasta cuándo el fujimorismo actuará pensando la elección pasada en vez de las venideras? En este caso, la bancada de PPK votó en contra, pero luego el presidente Kuczynski minimizó la controversia generada por Chlimper. ¿Aflora el “fujimorismo económico” del presidente? Luego, FP decidió votar por el candidato propuesto por el APRA, Rafael Rey: llama allí la atención de que hayan propuesto a Rey y no a algún candidato más netamente partidario, que se haya optado por alguien con un perfil no solo tan poco calificado para el cargo, con un perfil tan confrontacional, y tan “afín” al fujimorismo. Hace bien en reclamar Enrique Cornejo para el APRA una profunda revisión de estrategia. ¿Qué puede ganar el APRA mimetizándose con el fujimorismo? ¿Después de la alianza como socio mayor con el PPC sigue la alianza como socio menor con el fujimorismo? No parece la mejor idea. Y el hecho de que FP haya votado por Rey profundiza la imagen de una mayoría que hace un despliegue de fuerza, desatendiendo su legitimidad política. Tampoco parece la mejor idea pensando en el futuro.

Finalmente, en la misma línea de hundimiento, llama la atención el “rescate” del presidente Kuczynski del ex viceministro del fujimorismo Alfredo Jaililie, sentenciado en 2006 a cuatro años de prisión efectiva, precisamente cuando se discute sobre la imprescriptibilidad de los delitos de corrupción. No es de extrañar que las últimas encuestas muestran a toda la elite política en línea descendente.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Antologías del Pensamiento Social Latinoamericano y Caribeño


Acaba de ser publicada por CLACSO, en versión electrónica para descarga gratuita, la Antología del pensamiento crítico peruano contemporáneo (Buenos Aires, CLACSO, 2016), de la que fui editor. Este libro es parte de la colección "Antologías del Pensamiento Social Latinoamericano y Caribeño" de CLACSO, que comprenderá a todos los países de la región. Ya salieron publicadas las de Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Cuba, República Dominicana, México, Perú, Paraguay y Venezuela. Están ya anunciadas también las de Brasil, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua, Panamá, Perú, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay y Antillas Francesas y Holandesas. Todo con acceso electrónico gratuito.

Hacer esta antología fue una gran responsabilidad, y creo que no hay manera de hacer una selección de autores y textos que evite la pregunta de por qué no está tal o cual, o por qué está incluído tal o cual. En todo caso, en la introducción al volumen intento explicar la lógica que seguí en el proceso de selección. El texto sobre Perú se puede descargar aquí.

A continuación el índice:

Martín Tanaka
Introducción. Referentes del pensamiento social crítico en el Perú, 1964-2014

El Perú antes y con Velasco

José Matos Mar 
“Dominación, desarrollos desiguales y pluralismos en la sociedad y culturas peruanas”. En: José Matos Mar et. al., Perú problema: cinco ensayos. Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1968, p. 13-52. 

Julio Cotler 
“La mecánica de la dominación interna y del cambio social en el Perú”. En: José Matos Mar et. al., Perú problema: cinco ensayos. Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1968, p. 145-188. 

Fernando Fuenzalida 
“Poder, Raza y Etnia en el Perú Contemporáneo”. En: Fernando Fuenzalida et.al., El indio y el poder en el Perú. Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1970, p. 15-87. 
Augusto Salazar Bondy 
“La cultura de la dominación”. En: José Matos Mar et. al., Perú problema: cinco ensayos. Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1968, p. 53-77.

Heraclio Bonilla y Karen Spalding: “La Independencia en el Perú: las palabras y los hechos”. En: Heraclio Bonilla et.al., La independencia en el Perú. Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1972, p. 15-64. 

Gustavo Gutiérrez
Capítulo 2. “Liberación y desarrollo”. En: Teología de la liberación. Perspectivas (1971). Salamanca, Ed. Sígueme, 7ª ed., 1975, p. 43-69.

Guillermo Rochabrún 
“Apuntes para la comprensión del capitalismo en el Perú” (1978). En: Batallas por la teoría. En torno a Marx y el Perú. Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 2007, p. 96-124.

Auge y caída de la(s) izquierda(s)

Antonio Cornejo Polar 
“La literatura peruana: totalidad contradictoria” (1982). En: La formación de la tradición literaria en el Perú. Lima, CEP, 1989, p. 175-199. 

Roberto Miró Quesada 
“Innovaciones en políticas culturales y transformaciones en el campo cultural: el caso de Perú”. En: J.J. Brunner, et.al., ¿Hacia un nuevo orden estatal en América Latina? Vol. 7, Innovación cultural y actores socio-culturales. Buenos Aires, CLACSO, 1989, p. 241-289. 

Javier Iguíñiz 
“Perspectivas y opciones frente a la crisis” (1983). En: Sistema económico y estrategia de desarrollo peruano. Tres ensayos. Lima, Tarea, 1984.

Sinesio López 
“Capítulo III. Los cambiantes rostros políticos del pueblo en el Perú del siglo XX”. En: El dios mortal. Estado, sociedad y política en el Perú del siglo XX. Lima, IDS, 1991, p. 111-140.

Díaz Martínez, Antonio                                                             
“Capítulo VI: ensayo de conclusión”. En: Ayacucho: hambre y esperanza (1969). Lima, 2ª. ed., Mosca Azul eds., 1985, p. 177-200.

Alberto Flores Galindo
“El Perú hirviente de estos días”. En: Buscando un inca: identidad y utopía en los Andes. Lima, Instituto de Apoyo Agrario, 1987, p. 289-337.

Carlos Iván Degregori 
“Introducción. Sendero Luminoso. Un objeto de estudio opaco y elusivo”. En: Qué difícil es ser dios. El Partido Comunista del Perú – Sendero Luminoso y el conflicto armado interno en el Perú: 1980-1999. Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 2010, p. 23-85.

Debates recientes: crítica desde la sociedad

Guillermo Nugent 
“Capítulo 2: Peruano + 1, Peruano – 1. Uno”. En: El laberinto de la choledad. Lima, Fundación Friedrich Ebert, 1992, p. 69-132.

Cecilia Méndez 
“De indio a serrano: nociones de raza y geografía en el Perú (siglos XVIII-XXI)”. En:  Histórica, XXXV, 1, 2011, p. 53-102. 

Maruja Barrig 
Capítulo 2: “Hágase en mí según tu palabra: el servicio doméstico”. En: El mundo al revés. Imágenes de la mujer indígena. Buenos Aires, CLACSO, 2001, p. 33-45.

Hugo Neira 
“El hombre festivo”. En: Hacia la tercera mitad. Peru XVI-XX. Ensayos de relectura herética. Lima, SIDEA, 1996, p. 215-243.

Carlos Franco 
“Capítulo V. La renuncia al enfoque histórico-estructural, los procesos conformativos del régimen demoliberal en Europa Occidental y la acrítica importación de ese régimen en América Latina (I)”. En: Acerca del modo de pensar la democracia en América Latina. Lima, Fundación Friedrich Ebert, 1998, p. 107-152.
Aníbal Quijano 
“Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”. En: Lander, Edgardo, comp., La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas. Buenos Aires, CLACSO, 2000, p. 122-151.

Rodrigo Montoya
“Capítulo 1. El espejo roto del Perú: sus identidades y sus máscaras”. En: Al borde del naufragio (democracia, violencia y problema étnico en el Perú). Lima, Sur, 1992, p. 13-35.

Lecciones del final del fujimorismo, en línea


Acaba de ser puesto en línea para descarga gratuita el libro Lecciones del final del fujimorismo. La legitimidad presidencial y la acción política (Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 2001), que tiene un ensayo de Jane Marcus y otro mío,“¿Crónica de una muerte anunciada? Determinismo, voluntarismo, actores y poderes estructurales en el Perú, 1980-2000” (p. 57 – 112). Espero que sea de interés, saludos.

Cambio de régimen

Artículo publicado en La República, domingo 30 de octubre de 2016

Soy profesor de ciencia política, y en algunos cursos estudiamos los diferentes regímenes políticos (formas de organizar el poder) que existen en el mundo. Por lo general se trata de una discusión conceptual bastante académica, pero en los últimos tiempos estos asuntos han adquirido una inusitada relevancia práctica, en especial a partir del caso venezolano.

Hasta la década de los años setenta del siglo pasado, nuestros países eran asolados por dictaduras que actuaban de maneras muy claras: los militares intervenían en la arena política basados en la fuerza de las armas, cancelaban las elecciones, proscribían la actividad de los partidos políticos, etc. Desde la década de los años ochenta tuvimos el establecimiento de regímenes democráticos, y la única dictadura que quedó fue la cubana, con un régimen de partido único. México quedó como un “animal político” particular: no era una dictadura convencional (había elecciones, mínimo pluralismo político), pero un mismo partido, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) había gobernado el país desde 1930. En Japón, el Partido Liberal Democrático (PLD), ha gobernado prácticamente sin interrupciones desde 1955, y consideramos democrático a ese país; la clave está en cuánto se respetan los derechos de la oposición. En México claramente no, por lo menos hasta 1988, cuando ante la posibilidad del triunfo de Cuahutémoc Cárdenas, el organismo electoral simplemente suspendió el recuento de votos y declaró sin más presidente al candidato del PRI, Carlos Salinas. No se trataba de una dictadura convencional, pero claramente no era un régimen democrático.

Más adelante, el fujimorismo se sumó a esta forma de régimen: un presidente electo democráticamente, con importante respaldo popular, pero que actúa autoritariamente, al punto que deja de ser un régimen democrático. La oposición no tiene capacidad real de ejercer sus funciones de control, y la autonomía de los poderes del Estado desaparecen. Así, Fujimori encabezó después de 1992 un régimen autoritario con apariencia democrática, mientras que, por decir, en Colombia con Alvaro Uribe en la década siguiente, ese país siguió siendo democrático, a pesar del autoritarismo del presidente; el control instucional sigió funcionando, al punto que impidió una segunda reelección del presidente, a diferencia del Perú. Con el tiempo, Venezuela con Chávez y luego con Maduro encajan claramente dentro de esta categoría; Nicaragua con Daniel Ortega, quien seguramente será reelegido por segunda vez el próximo 6 de noviembre, también. A esto el colega Steven Levitsky llamó autoritarismo competitivo.

En los últimos días, en Venezuela, al cerrarse la posibilidad de seguir con el proceso del referendo revocatorio y la suspención de las elecciones regionales y municipales, el régimen simplemente dejó de ser “competitivo” para quedar simplemente como autoritario. Y en tanto ya ni se hace el esfuerzo de simular un mínimo de legitimidad constitucional, en tanto el Congreso es pasado totalmente por alto y se hace evidente que los demás poderes del Estado están al servicio del poder ejecutivo, el régimen se desliza hacia una dictadura como las del pasado.

Decía que esto no solo es una discusión académica: el efecto práctico es que la oposición venezolana ya no puede seguir jugando las reglas del régimen, y debe pasar a lógicas de resistencia pacífica; y la comunidad internacional debe presionar para retomar el hilo constitucional. El Secretario General de la OEA ya habló de la ruptura democrática en ese país, y las acciones consecuentes de ese diagnóstico deberían seguirse.

Un río invisible

Artículo publicado en La República, domingo 23 de octubre de 2016

Recientemente tuve a mi cargo la elaboración de una antología del “pensamiento crítico peruano” para el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), que cubre el periodo 1964-2014. El libro ya está en proceso de publicación, pero de haber tenido ocasión de hacerlo, habría incluido entre los autores antologados al antropólogo Ramón Pajuelo. Pajuelo acaba de publicar Un río invisible. Ensayos sobre política, conflictos, memoria y movilización indígena en el Perú y los andes (Lima, Ríos profundos eds., 2016), libro en el que compila un conjunto amplio de trabajos (ensayos, ponencias, artículos) la mayoría de ellos inéditos o inéditos en nuestro medio.

Este libro podría considerarse el mejor exponente del “pensamiento crítico” peruano: es el libro de un autor que, desde las ciencias sociales, se propone explícitamente ser un intelectual orgánico al desarrollo de un proyecto político de izquierda, a la crítica al “discurso hegemónico neoliberal”. Pajuelo se sitúa en un espacio más allá de las lógicas universitarias y académicas, y reivindica “lugares donde nadie trabaje para que le concedan títulos o cátedras, sino para la transformación de la sociedad”. Si bien hay muchos otros que han realizado contribuciones relevantes en el mismo sentido, me parece que ninguno con la constancia, amplitud, pertinencia y calidad académica como la mostrada en este libro por Pajuelo. Los textos están agrupados en cuatro secciones: la primera dedicada a la crítica al neoliberalismo y a explorar la dinámica del conflicto armado interno, y las consecuencias que tuvo la manera en que se resolvió, instaurándose un “memoria salvadora” por la sectores conservadores se arrogan el mérito de la derrota de las organizaciones terroristas. La segunda parte está centrada en el análisis de los conflictos sociales ocurridos en el país en los últimos años; la tecera continúa y profundiza la segunda, y se ocupa de la organización y movilización campesina e indígena, actor central de la dinámica de protestas en contra de la “hegemonía neoliberal”. Finalmente, la cuarta parte ubica al Perú en el contexto de las movilizaciones indígenas en los países andinos, Ecuador y Bolivia en particular, y los mira como parte de un mismo proceso.

El río invisible al que alude el título del libro se refiere a las “luchas colectivas, en gran medida anónimas, rurales y de rostro indígena, que vienen emergiendo a pesar de la continuidad aparentemente incontestable de la hegemonía neoliberal”, “un río de luchas por el pan y la belleza de las utopías cotidianas”. Como intelectual orgánico, Pajuelo busca en la realidad las potencialidades que aparecen y que pueden constituir puntos sobre los cuales la voluntad política de izquierda podría incidir para convertir esas potencialidades en acciones y actores concretos. Así, el río que muestra un cauce vacío en realidad podría esconder un caudal invisible, “potente, indetenible”. La imagen del río invisible, que ilustra la “sequedad” de los movimientos sociales y de los proyectos de izquierda, pero también sus potencialidades, ilustra también, me parece, los méritos y limitaciones del libro de Pajuelo. Se entiende que el esfuerzo del autor está puesto en resaltar potencialidades, pero entonces cae en el error de fijarse solamente en las excepciones que parecen confirmar su apuesta política, dejando desatendida la realidad que la contradice. Esto es particularmente evidente al contrastar la lectura del autor de la vitalidad de los movimientos indígenas boliviano y ecuatoriano a la luz de los sucesos más recientes en esos países.

Peligro a la vista

Artículo publicado en La República, domingo 16 de octubre de 2016 

Los primeros dos meses del gobierno estuvieron marcados por definir los términos de la relación entre ejecutivo y legislativo y las medidas de política pública más urgentes, es decir, por el voto de confianza del Consejo de Ministros y la delegación de facultades legislativas por parte del Congreso. Pero en los últimos días se han agolpado en la agenda una serie de problemas asociados a cómo lidiar con algunas pesadas herencias dejadas por el gobierno anterior y al manejo de crisis específicas: y son estas contingencias, tanto o más que las grandes decisiones de Estado y de política pública, las que determinarán el rumbo del gobierno.

- Las herencias: en un contexto de menor crecimiento y de mucha suspicacia frente a la colusión entre Estado e intereses privados, es crucial evaluar la conveniencia de continuar proyectos como la realización en Lima de los juegos panamericanos, la modernización de la refinería de Talara, la construcción de la Línea 2 del Metro de Lima, del gasoducto del sur o del Museo Nacional de Arqueología en Pachacamac. Estos costosos proyectos podrían ser motivo de orgullo y un gran logro para el gobierno, pero también causa de su ruina. Nada ata al gobierno actual con el anterior, así que una evaluación muy fría debe imponerse.

- En los últimos días, la escandalosa actuación de Carlos Moreno, ex asesor en temas de salud, ha puesto la atención sobre algunos personajes muy cercanos al presidente. Por ejemplo, ¿qué papel juega Jorge Villacorta en la prevención y control de conflictos sociales, ahora que está el muy competente Rolando Luque como Jefe de la Oficina Nacional de Diálogo y Sostenibilidad? En la reciente negociación entre el Estado y las comunidades nativas del río Marañón afectadas por la contaminación petrolera, es claro que su participación no suma, sino que estorba. Lo mismo podría haberse dicho, antes del escándalo de los audios, del papel de Moreno respecto al de la muy competente Ministra de Salud, Patricia García. En los últimos días, también se ha cuestionado el papel desempeñado durante la campaña electoral por el ahora congresista Gilbert Violeta, con cargos que deben ser esclarecidos, y que podrían afectar a otro asesor presidencial, José Labán, asesor en temas regionales y municipales. El gran problema con todos estos asuntos no es que comprometan al gobierno, sino que apuntan directamente al Presidente de la República. Algunos han comparado la imagen del presidente Kuczynski con la del segundo gobierno del presidente Belaunde, llamando la atención sobre la proyección de una imagen paternal o de abuelo sobre los ciudadanos, o la de un presidente dedicado a tareas muy específicas, dejando el manejo general del gobierno al activismo de sus ministros. El riesgo ahora es que el presidente pueda empezar a ser percibido como fuente de problemas para el gobierno, por la intromisión de asesores y la cercanía de “amigos” que aprovechan el poder para buscar beneficios particulares.

- Finalmente, la semana termina con la pésima noticia del fallecimiento de uno de los manifestantes en una acción de protesta frente al proyecto minero Las Bambas en Apurímac, en circunstancias todavía poco claras. El Ministro del Interior, que tiene que lidiar con los serios problemas de la seguridad ciudadana y de la reorganización de la policía, puede terminar siendo complicado por un problema asociado con el manejo de conflictos. Este lamentable suceso debe servir para que el gobierno deje muy en claro cuál es su política de manejo de conflictos y de reestablecimiento del orden público en el marco de protestas sociales.

¿Hemos tocado el fondo?

Artículo publicado en La República, domingo 9 de octubre de 2016

Se usa la expresión “tocar fondo” para indicar que estamos muy mal, pero que afortunadamente en lo que viene solo queda mejorar. El Fondo Monetario Internacional acaba de publicar su boletín de perspectivas económicas para las américas, y sugiere que 2016 será el año más bajo, después de lo cual habrá mejoras; modestas, pero al menos no seguiríamos cayendo. Los precios de las materias primas que exportamos, por ejemplo, habrían detenido su caída, aunque no volveremos a los “super precios” del pasado reciente. Los países que peor la están pasado parece que, cuando menos, no se seguirán deteriorando; Brasil está empezando a ordenar sus finanzas, y en lo político el gobierno de Temer se ha estabilizado, pese a los cuestionamientos iniciales a su legitimidad. Acaba de realizarse la primera vuelta de las elecciones municipales, y tanto el PMDB como el PSDB, miembros de la actual coalición de gobierno, han obtenido más votos que hace cuatro años, en medio del desplome de la votación del PT, que perdió casi el 60% de los votos.

Venezuela sigue siendo un desastre económico, aunque en lo político las cosas sugieren que la “revolución bolivariana” está ya de salida, aunque seguirá siendo tortuosa. Si el referéndum revocatorio logra realizarse antes de enero de 2017, y como es previsible gana la oposición, podría haber nuevas elecciones; pero si ocurre después, y gana la oposición, el vicepresidente (Aristóbulo Istúriz) terminaría el periodo presidencial de Maduro, lo que implicaría elecciones a finales de 2018 y el traspaso del poder a inicios de 2019. La batalla por la fecha es crucial. Ecuador también parece haber tocado fondo en lo económico, y en lo político asistimos a los meses finales del correísmo. Las elecciones generales se realizarán en febrero del próximo año, y el exvicepresidente Lenín Moreno ya fue designado como candidato oficialista, y no es percibido como un mero títere de Correa. A diferencia de Venezuela, en la que la oposición ha logrado actuar de manera conjunta a través de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), la oposición ecuatoriana se muestra dispersa, por lo que las encuestas sugieren que Moreno podría ganar la primera vuelta de la elección presidencial.

Un comentario especial sobre Colombia, con mejores perspectivas de crecimiento para los próximos años. A pesar del gran traspié que resultó el triunfo del “No” en el plebiscito respecto al acuerdo de paz con las FARC, las negociaciones siguen abiertas, y el reciente premio Nobel de la Paz otrogado al presidente Santos podría ayudar a llegar a un mejor acuerdo. En esta nueva negociación no solo habría que escuchar a voces como las de los expresidentes Uribe y Pastrana, también a organizaciones como Human Rights Watch, que también objetó el acuerdo inicial. Sobre el inesperado resultado a favor del “No”, parecen quedar claras algunas pistas: alta abstención entre votantes del “Sí”, y una movilización más comprometida entre los del “No”. Los primeros, acaso más concentrados entre los que han sufrido más la violencia en los últimos años, tienden a concentrarse en áreas rurales, menos significativas demográficamente y en donde la movilización para la votación es más dificil sin el funcionamiento de los aparatos partidarios tradicionales, relativamente desactivados y desarticulados en el plebiscito. Por el contrario, el voto por el “No”, más fuerte en áreas urbanas, menos golpeadas por la violencia en el último tiempo, con más peso demográfico y facilidad para movilizarse a votar, contó también con el apoyo de las estructuras vinculadas al uribismo y otros sectores.

Primer balance

Artículo publicado en La República, domingo 2 de octubre de 2016

Han pasado dos meses desde la instalación del nuevo gobierno y del nuevo Congreso, y se superaron los dos primeros escollos en la relación entre ambos, con el voto de confianza otorgado al Presidente del Consejo de Ministros y la reciente delegación de facultades legislativas. Afortunadamente no se dieron los escenarios de crisis de gobernabilidad que algunos avisoraban: mérito del gobierno, que supo combinar firmeza y negociación, y de una oposición fujimorista que colectivamente supo controlar tendencias a la confrontación gratuita y a la proliferación de iniciativas individualistas. Dentro de este panorama, creo que se puede esbozar un primer balance, muy preliminar.

- el Presidente. Muy bien en lo importante, pero cierta espontaneidad excesiva en sus declaraciones puede meter al gobierno en problemas serios más adelante.

- seguridad ciudadana. El Ministerio del Interior, como se esperaba, está en gran actividad, pero la gestión de Basombrío se ha complicado innecesariamente por no haber sabido elegir bien qué batallas dar, cómo manejar las expectativas, con quién aliarse y con quién no conceder. Sorprende en quien se pensaba era uno de los ministros más “políticos”. Todavía está a tiempo de afirmarse en el puesto más complicado de todos.

- economía. A diferencia del pasado, en los que el Ministro de Economía, desde las alturas tecnocráticas, podía tener tanto poder como el presidente del consejo de ministros o el propio presidente de la república, esta vez Thorne dialoga con otros dos economistas. En el campo económico, no parece haber unanimidad respecto a qué hacer en materia tributaria, informalidad, grandes proyectos de inversión pública… para elaborar los decretos legislativos en materia económica seguramente habrá mucha negociación y se tendrá que hilar muy fino. Si en vez de reactivar la economía ésta se paraliza y se hace crecer el déficit, el presidente se convertirá demasiado rápido en un lame duck.

- las respondonas. Un gobierno que enfrentará una economía complicada, y que probablemente no podrá exhibir grandes logros en política social, tiene sin embargo mucho margen para avanzar y construir legitimidad con una reforma de la salud, con la defensa de los derechos de la mujer, con una reforma de la justicia. En salud se declaró a Lima en emergencia sanitaria, un buen primer paso, pero se extraña más ambición en complicado Ministerio de Justicia y en el Ministerio de la Mujer.

- educación. Saavedra pasó demasiado rápido de ser el ministro estrella, el más consensual, a uno de los más cuestionados. Una cosa es tratar con el magisterio y la educación básica, otra con la educación técnica y superior, y sacar adelante los Juegos Panamericanos. Necesita oxígeno, y alguien en la bancada oficialista debería cumplir el papel que antes desempeñaba Daniel Mora.

- el fujimorismo. Pasó con éxito las pruebas de la confianza al Consejo de Ministros y la delegación de facultades, pero ahora deben presentarle al país su propia agenda legislativa. No basta con actuar a favor o en contra de lo que venga del ejecutivo.

- el Frente Amplio. Si su imagen queda consumida por sus líos internos y por definirse solo por ser oposición al gobierno y al fujimorismo, se desgastarán muy rápido. Tienen también que aspirar a marcar la agenda y las políticas públicas con temas propios, para lo cual deben entenderse mínimamente con el oficialismo y el fujimorismo. En la elección del Defensor del Pueblo, por ejemplo, cometieron el error de proponer un candidato propio (lo que hizo imposible su elección), en vez de buscar una mejor opción consensuada.

Fortalecer los grupos parlamentarios

Artículo publicado en La República, domingo 25 de setiembre de 2016

Esta semana la Comisión de Constitución y Reglamento del Congreso aprobó un proyecto que cambia tres artículos del Reglamento que busca “desincentivar la fragmentación de grupos parlamentarios y promover su fortalecimiento”. Los cambios hacen que quienes salgan del grupo parlamentario por el cual fueron elegidos, no puedan conformar un grupo nuevo ni adherirse a otros. Quedan como un eventual “grupo especial”. Al no pertenecer a ningún grupo parlamentario propiamente constituído, esos congresistas no pueden aspirar a un cargo en la Mesa Directiva o en Comisiones (ellos son consecuencia de una negociación entre grupos), o ser parte de la Comisión Permanente (elegida representando proporcionalmente a los grupos parlamentarios) o del Consejo Directivo (conformado por los miembros de la Mesa Directiva y por los portavoces de los grupos).

Si bien en el mundo ideal la reforma del funcionamiento de los partidos políticos y del Congreso debería ser parte de un conjunto integral de reformas coherentes, aquí y ahora considero que este proyecto es positivo y espero que sea aprobado por el pleno.

Cuando vamos a las urnas para elegir a los congresistas elegimos entre listas partidarias; secundariamente, elegimos representantes específicos dentro de las listas, si usamos el voto preferencial. Elegimos partidos, no personas; y según la cantidad de votos que obtiene cada lista, se asigna el número de escaños que le corresponde a cada partido. La configuración de fuerzas representadas en el Congreso refleja el respaldo relativo obtenido por cada partido, resultado del voto popular. Aceptar que una vez electo el Congreso puedan conformarse nuevos grupos parlamentarios es una estafa a la voluntad popular expresado en el voto.

El proyecto me parece bueno no solo porque ayuda a que la voluntad popular expresada en el voto se preserve, también porque la gobernabilidad democrática del Congreso se construye sobre la base de la consistencia de los grupos parlamentarios. Dejar la puerta abierta al transfuguismo, como hasta ahora, es ser extremadamente concesivos con el oportunismo y con la personalización extrema de la política, uno de nuestros males principales. Esa es la puerta que conduce al intercambio clientelar, favorece la acción de grupos de interés encubiertos, a la penetración de actores mafiosos. Los partidos tienen más que perder que los individualistas o aventureros políticos. En general, en América Latina, la percepción es que las reformas que buscaban democratizar la arena política favoreciendo la personalización del voto en los últimos años lo que han terminado haciendo es generando problemas de gobernabilidad.

Me resulta curioso que, en nuestros debates políticos, durante mucho tiempo hayamos criticado el transfuguismo, considerado a éste una práctica escandalosa, y llamado a fortalecer a los partidos, pero ahora nos opongamos o desconfiemos de una iniciativa encaminada a fortalecer los grupos parlamentarios. El debate parece estar distorsionado por el temor que despierta la mayoría fujimorista: para algunos, pareciera, lo que aparentemente favorece a los fujimoristas estaría mal por definición, y lo que los perjudica, bien. Yo creo que deberíamos hacer el esfuerzo de mirar las cosas más allá de la coyuntura inmediata. Además, bien visto, lo peor del fujimorismo surge cuando la miríada de sus intereses y particularismos aflora, no cuando se impone una lógica colectiva. Así deberíamos entender las tensiones y final sensatez impuesta en el proceso de delegación de facultades legislativas al poder ejecutivo, por ejemplo.

Justicia, impunidad y paz en Colombia

Artículo publicado en La República, domingo 18 de setiembre de 2016

El 24 de agosto el presidente Santos anunció la suscripción del “Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera” entre el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Este acuerdo será sometido a referéndum el próximo 2 de octubre. En contra del acuerdo están no solo sectores conservadores y “duros” de la derecha, representados emblemáticamente por el uribismo, también han sido muy críticas organizaciones vinculadas a la defensa de los derechos humanos, como por ejemplo Human Rights Watch. José Miguel Vivanco ha señalado que “se ha perdido una oportunidad para hacer justicia”, y hasta habló de una “piñata de impunidad”.

El Acuerdo es fruto de una larga y compleja negociación que tomó más de tres años y nueve meses. Desde la presidencia de Belisario Betancourt (1982-86) hubo reiterados intentos de llegar a algún acuerdo de paz con las FARC, y todos fracasaron. El acuerdo contempla un amplio conjunto de medidas, que implican desde una política de reforma agraria y desarrollo rural, sustitución de cultivos ilícitos y combate al narcotráfico, hasta los más específicos referidos a la desmovilización de las FARC y su conversión en un actor político legítimo. En esta línea, se establece por ejemplo la participación de las FARC como partido político en las próximas elecciones, y se le asegura un mínimo de cinco curules tanto en el senado como en la cámara de representantes, independientemente de los resultados de las elecciones de 2018 y 2022.

El gran punto controversial está en la inevitable tensión entre justicia, paz e impunidad. En el mundo ideal, todos los actores que cometieron crímenes y violaciones de derechos humanos deberían ser sancionados; pero una postura inflexiblemente principista sólo alcanzaría la paz mediante la derrota militar de las FARC, objetivo que todavía es lejano. ¿Estamos en nombre de la justicia dispuestos a continuir con el conflicto? De otro lado, las FARC han sido debilitadas y han aceptado negociar un acuerdo; dejan las armas a cambio de verdad y algún nivel de impunidad. Es decir, el acuerdo estable que si se dan confesiones sinceras, pedidos de perdón y ofrecimiento de reparaciones simbólicas, los criminales podrían evitar o minimizar condenas. Las condenas penales se aplicarían principalmente a quienes no confiesen sus crímenes. ¿Cuánta impunidad estamos dispuestos a tolerar por obtener verdad y en nombre de la paz?

Se trata de dilemas angustiantes, que no tienen solución fácil y se pueden hacer argumentos persuasivos de los dos lados. Para lograr salir del laberinto de una discusión así, es necesario ubicarse en la situación concreta: ¿era posible obtener un mejor acuerdo que éste? ¿Podría obtenerse un mejor acuerdo en el futuro? ¿Es realista votar por el “No” y apostar por una derrota militar de las FARC con costos menores a los que este acuerdo establece? Vistas las cosas desde este ángulo, comparto la opinión de lo que parece ser la mayoría de colombianos, según las últimas encuestas: ojalá el “Sí” gane ampliamente el 2 de octubre.

Creo que en la política, así como en la vida, es indispensable entender que muy rara vez tenemos el privilegio de elegir entre algo bueno y algo malo: casi siempre se trata de elegir entre tipos de combinaciones de ambos, entre principios en conflicto, y muchas veces ocurre que de buenas intenciones surjen malos resultados, así como desenlaces inesperadamente positivos de condiciones indeseables. Como diría Max Weber, entender esto implica dejar de ser infantil en la política (y en la vida).

miércoles, 14 de septiembre de 2016

La izquierda sin norte

Artículo publicado en La República, domingo 11 de setiembre de 2016

Hasta hace muy poco, las izquierdas parecían estar a la ofensiva en el mundo. Después de la euforia neoliberal de las décadas de los años ochenta y noventa, la crisis del periodo 1997-2002 y luego la del 2007-2009 llamaron la atención sobre la vulnerabilidad de las economías a los excesos del capitalismo financiero, y sobre la necesidad de mayor regulación estatal.

En América Latina, desde la llegada al poder de Hugo Chávez en 1999, vivimos el llamado “giro a la izquierda”. En la mayoría de países de la región, organizaciones políticas de izquierda llegaron al poder o aumentaron significativamente sus votaciones. Así, tuvimos a Chávez y Maduro en Venezuela, a Morales en Bolivia, a Correa en Ecuador, a Ortega en Nicaragua, todos con retóricas bastante radicales; mientras que en Chile con los socialistas Lagos y Bachelet, en Argentina con los Kirchner, en Brasil con Lula y Rousseff, en Uruguay con Vásquez y Mujica, Paraguay con Lugo, El Salvador con Funes y Sánchez, Perú con Humala, tuvimos propuestas más moderadas. Y en México o Colombia las izquierdas no llegaron al poder, pero estuvieron cerca, o cuando menos aumentaron sus votaciones.

Dentro de esta “ola” hubo dos grandes tipos de izquierdas. La más radical cuestionó no solo al neoliberalismo, también al capitalismo: en Bolivia y Ecuador se habló del suma qamaña y del sumak kawsay (“buen vivir”), y en Venezuela de un modelo cooperativista como alternativas de desarrollo. También se cuestionó al régimen democrático-liberal: Correa por ejemplo dijo que la alternancia en el poder es una “tontería de la oligarquía”, y en general en Argentina, Bolivia y Venezuela se apeló a la noción de soberanía popular, encarnada en el líder, para pasar por encima de restricciones institucionales. Estas izquierdas mostraron rápidamente problemas: en lo económico se volvió en lo esencial al viejo modelo populista de control estatal de recursos naturales, y en lo político, las críticas a la democracia liberal encubrieron viejos caudillismo y hasta problemas de corrupción.

En la otra orilla izquierda, la izquierda revolucionaria había finalmente encontrado el camino de la socialdemocracia. Se asumieron plenamente las reglas del juego democrático, y no se trataba ya de acabar con el capitalismo, sino de controlar los excesos de los mercados. En Brasil, Uruguay y Chile, con gobiernos de izquierda, en democracia, hubo crecimiento económico, y reducción de la pobreza y de la desigualdad. Pero hoy vemos en Brasil que Rousseff acaba de ser destituída en medio de graves escándalos de corrupción que involucran directamente al PT, y en Chile, Bachelet tiene los niveles de aprobación ciudadana más bajos de los últimos quince años, pagando el precio de escándalos asociados a conflictos de interés y asociaciones indebidas entre poder político y financiamiento privado.

¿Qué hacer? Un sector hace una crítica a la izquierda desde la izquierda, denunciando la “traición” de Maduro, Correa o Morales (o Humala), planteando retomar el camino “original”, que ya tenía serias limitaciones. De otro lado, un camino interesante, pero todavía por construirse, es el apostar no solo por democracia y crecimiento con redistribución, sino también por incorporar una agenda de carácter “republicano”: revalorar el interés, el espacio y la ética pública, la transparencia y la participación, llamar la atención sobre el ejercicio de derechos, pero también en el cumplimiento de deberes. Se trata de una agenda cada vez más relevante para los ciudadanos, frente a la cual las izquierdas han tenido muy poco que decir, todavía.

La destitución de Rousseff

Artículo publicado en La República, domingo 4 de setiembre de 2016

En Brasil, el pasado miércoles la presidenta Dilma Rousseff fue destituída por el senado, por encontrársele responsabilidad política en el manejo de las cuentas fiscales, una operación que pretendía “maquillar” los niveles de déficit. Es claro que el Congreso decidió la destitución con una lógica política, y este fue el pretexto para consumarla. Se trata de una infracción administrativa, practicada por los presidentes anteriores y por la mayoría de gobernadores en ejercicio. No fue un golpe de Estado en sentido estricto porque los procedimientos fueron respetados en lo formal por el Congreso y avalados por la Corte Suprema de Justicia, pero es evidente que Rousseff es el chivo expiatorio que la oposición ofrece a la ciudadanía en medio de una de las crisis económicas más severas de la historia brasileña y de gravísimos escándalos de corrupción que afectan a todo el sistema político. Se trata de la desnaturalización de las reglas formales del régimen político como una salida ante el cambio en la composición de las alianzas en contextos de crisis. Esto ya ha pasado en nuestros países en los últimos años, en Ecuador o Paraguay, por ejemplo.

Desde los años de la presidencia de Cardoso, la construcción de coaliciones fue la solución al problema de tener un presidente sin mayoría en un Congreso fragmentado. Esto tenía por supuesto costos: cuotas partidarias en la designación de cargos públicos, afianzamiento de prácticas clientelísticas. Y esos costos fueron aumentando con el paso del tiempo. Durante el gobierno de Lula estalló el escándalo de un esquema de pagos mensuales de sobornos a un grupo de diputados para que aprueben las iniciativas legislativas gubernamentales. Es pertinente recordar que muchas de las inicitivas de este gobierno dieron a Brasil una gran prosperidad en el contexto del boom de los precios de nuestras materias primas, y que permitieron la implementación de políticas sociales que redujeron sustancialmente la pobreza. En tanto los escándalos no afectaron directamente el presidente, Lula continuó siendo popular y el Partido de los Trabajores logró la elección de Rousseff.

Pero los problemas siguieron: durante el gobierno de Rousseff estalló el escándalo que desnudó un esquema por el cual funcionarios de empresas públicas cobraban cupos a empresas privadas para ganar licitaciones y contratos; funcionarios que no solo obtenían beneficios personales, también eran parte de un esquema de financiación de sus partidos políticos y de sus redes clientelísticas. Estos esquemas dieron “viabilidad” a las coaliciones y permitieron que Rousseff lograra ser reelegida en 2014, estableciendo una continuidad de gobiernos del PT desde 2003. Pero la crisis internacional desde 2013 desnudó la vulnerabilidad de la política económica, y los escándalos de corrupción hicieron insostenible el esquema. Los opositores, marginados del poder por más de diez años, arrecieron sus críticas, y los aliados, sin mayores posibilidades de seguir obteniendo beneficios, se apartaron, dejando a la presidenta sola.

La situación actual es muy precaria, y lo que es peor, no se ven claras salidas en el futuro. ¿Significa que la construcción de coaliciones en contextos de fragmentación política fueron un error, o que intentar políticas redistributivas era una ilusión? En realidad, la respuesta que se necesita, que ojalá resulte estimulada por la misma gravedad de la crisis, es construir coaliciones sobre la base de programas, no prebendas, encaminadas a resolver las necesidades de la ciudadanía, no engordar los bolsillos de funcionarios y empresas mercantilistas.

Caminos inesperados

Artículo publicado en La República, domingo 28 de agosto de 2016

El gobierno del presidente Kuczynski cumple su primer mes, y algunos patrones parecen irse perfilando. Todo por supuesto es muy inicial y tentativo, pero conviene advertir problemas que pueden agravarse y registrar potencialidades que todavía no concitan la atención que merecerían.

La gestión de Kuczynski podría seguir un camino inesperado, como suele ocurrir en nuestro país. En los últimos años, ni Toledo resultó tan “institucionalista” como se esperaba, ni García tan populista o Humala tan de izquierda como se temía. En el camino intentaron labrar, con variado éxito, una nueva identidad. El atractivo de Toledo no estaba destinado a ser el del solemne presidente republicano, sino el de presentarse como el accesible hombre común; García no repitió al exaltado populista de su primer gobierno, e intentó presentarse como poco más que un eficiente constructor de obras; Humala dejó el “polo rojo”, y terminó siendo involuntariamente algo así como el impulsor de la institucionalidad social del Estado.

Por sus antecedentes, Kuczynski se anunciaba como un candidato claramente proempresarial; su eventual presidencia parecía encaminaba a “destrabar” inversiones, mejorar el clima de negocios. Se percibía con la experiencia, contactos, relaciones, necesarias para ello. Sin embargo, el enfrentamiento con el fujimorismo, con sus antecedentes autoritarios en lo político y su discurso populista en lo social, lo acercó a una orilla institucional y lo alejó un poco de su perfil empresarial. Y el tecnócrata con manejo y experiencia terminó apareciendo como el político con mejor buena estrella de los últimos tiempos, que llegó a la presidencia gracias a una sucesión de accidentes, antes que fruto de una cuidadosa planificación.

Una vez electo, la constatación de la rigidez de las restricciones presupuestales que enfrenta, los efectos de un entorno internacional desfavorable, la extrema cautela del sector privado, parecen determinar que, cuando menos en los primeros años, el nuevo presidente no podrá legitimarse por las buenas cifras macroeconómicas. E inesperadamente, en las primeras semanas de gobierno, los gestos más prometedores y que más entusiasmo despiertan provienen de ministros, o más precisamente ministras, convocadas en las semanas previas a la juramentación del 28 de julio: la lucha contra la violencia y la discriminación en contra de las mujeres, en el Ministerio de la Mujer; el derecho de estas al acceso público a la píldora del día siguiente en el Ministerio de Salud; el impulso a las procuradurías de Estado, la política de registro de personas desaparecidas en el Ministerio de Justicia, por ejemplo. Este podría terminar siendo un gobierno liberal, sí, pero no tanto por su connotación económica, sino por su impulso a la reivindicación de derechos ciudadanos básicos. Las ministras “respondonas” podrían ser una inesperada fuente de legitimidad y activos políticos fundamentales para el gobierno.

También creo que de manera inesperada, han aparecido fuentes potenciales de problemas y conflictos que conviene atender. El propio presidente ha incurrido en inesperados gazapos que por el momento han sido tomados con paciencia, pero que rápidamente pueden crear irritación y ser fuente de cuestionamientos más serios. Y ministros clave para el éxito del gobierno, como el de Interior, de quien se esperaba mostrara sensibilidad política para manejar las expectativas ciudadanas y saber elegir qué batallas vale la pena librar, ha salido innecesariamente magullado con la investigación sobre la existencia de un presunto “escuadrón de la muerte” en la policía.

Performance y emociones

Artículo publicado en La República, domingo 21 de agosto de 2016

Durante las más de veintiuna horas que duró el debate para que el presidente del Consejo de Ministros obtenga la confianza del Congreso, asistimos a una escenificación bastante significativa. Todas las bancadas tuvieron ocasión para expresarse, mostrar preocupación, señalar vacíos en el discurso de Fernando Zavala. Tanto Fuerza Popular como el Frente Amplio, las bancadas más grandes, debían presentarse con un perfil opositor: el fujimorismo debía expresar molestia por la posible “continuidad” con un desprestigiado humalismo, y la izquierda por la continuidad del modelo neoliberal. Pero al mismo tiempo, ninguno de los dos podía mostrarse como “obstruccionista” frente a un gobierno que recién empieza. Los congresistas de los diferentes departamentos intervinieron para presentar la agenda de sus regiones, por ello intervinieron en el debate 118 parlamentarios. Del lado del gobierno, el desempeño fue prolijo: el presidente Kuczynski con el Fernando Zavala armaron un gabinete cuya mejor y única defensa descansa en sus competencias profesionales y técnicas, en ampararse en el predominio del sentido común de centro derecha que vive el país desde la década de los años noventa. Zavala encarna muy bien ese espíritu conciliador: saludó a todos, escuchó a todos, respondió a todos. Marcó la necesidad de mantener una continuidad en la que todos han colaborado (Fujimori, Paniagua, Toledo, García, Humala), y llamó a la cooperación. Al final el resultado fue muy bueno para todos: 121 votos a favor, práctica unanimidad, cuando hace unas semanas algunos especulaban con escenarios catastrofistas de censuras ministeriales y de amenazas de cierre del Congreso. El gobierno fortalecido, la oposición satisfecha, el ejecutivo respaldado, el Congreso ejerciendo sus labores de control.

Alguno podría replicar que todo esto no ha sido más que una pérdida de tiempo, porque que la confianza se iba a otorgar de todos modos. Este comentario pierde de vista la importancia de los ritos y de las formalidades en la política, y su función catárquica. En la última campaña electoral se le reclamó a Alfredo Barnechea no comer chicharrón a pesar de no querer hacerlo, como una falta política inexcusable; manteniendo las proporciones, podría decirse que acá no se trató de empujarse un chicharrón, si no de engullirse con elegancia algunos sapos. Y atención que errores coreográficos pueden acabar con el guión, la intervención de algún cabeza caliente podría haber llevado a una votación más ajustada o a poner riesgo la confianza. En esta línea, las disculpas del ministro Basombrío y la aceptación de las mismas por la congresista Alcorta por incidentes ocurridos durante la campaña electoral son un buen ejemplo.

Por supuesto, el partido de cinco años recién empieza, pero al menos ha empezado bien. Confiamos en que este espíritu de colaboración alcance para la aprobación de la ley de presupuesto y el otorgamiento de facultades legislativas delegadas por el parlamento al ejecutivo en las próximas semanas. Por el momento, el riesgo de una confrontación extrema entre ejecutivo y legislativo parece controlado. También, aunque esto no está siendo resaltado suficientemente, el de potenciales conflictos con los gobiernos regionales, mediante pacientes negociaciones de obras y asignaciones presupuestales. Por ahora, la impaciencia o enojo de la calle se insinúa como el desafío principal para este gobierno, de cabeza fría y pericia tecnocrática, pero sin cuerpo, presencia y operadores en el terreno, en todo el territorio. Allí podrían estarse incubando las crisis futuras.

Fujimorismo al garete

Artículo publicado en La Repúbica, domingo 14 de agosto de 2016

Keiko Fujimori habría llegado a la conclusión, correcta a mi entender, de que perdió la elección de 2011 porque “la mochila” de la imagen de su padre, si bien era la base de su sustento, era también su límite. Esa elección se perdió por declaraciones de excolaboradores de su padre, intentando justificar algunas de las tropelías ocurridas en la década de los años noventa.

Inició entonces la construcción de un nuevo partido, Fuerza Popular, con bases distintas al simple agrupamiento de las organizaciones anteriores, bajo su conducción personal, buscando liderazgos “emergentes”, no provenientes de los noventa. Se formó un nuevo núcleo dirigencial, muy cercano a la lideresa. Más adelante, esto se confirmó con un cambio discursivo: más moderno, más tolerante, más convocante, marcando distancia con los “errores” del pasado (y con la injerencia de Alberto en las decisiones políticas).

La perspectiva del éxito electoral era el cemento que mantenía unida esa estrategia. Ella le permitió a K. Fujimori incluso poner a un lado a líderes “históricos” del peso de Martha Chávez, abiertamente en contra del pedido expreso y público de su padre. En la primera vuelta de 2016 Fuerza Popular logró 39.87% de los votos (frente al 23.57 de Fuerza 2011), y colocó 73 parlamentarios, frente a los 37 de cinco años atrás. Los resultados parecían legitimar ampliamente la nueva apuesta.

Sin embargo, la elección se perdió nuevamente, a mi juicio como consecuencia de dudas, incongruencias y errores en la segunda vuelta. En esta campaña K. Fujimori regresionó a posiciones más duras y conservadoras, lo que avivó el antifujimorismo (involución que se mantiene hasta ahora, con una injustificable intransigencia y malos modales ante el nuevo gobierno). A pesar de ello, apenas días antes de la elección las encuestas todavía ponían por delante a Fuerza Popular; nuevamente, errores clamorosos en la recta final cambiaron el resultado. El asunto es que esos errores fueron ahora responsabilidad del “renovado” entorno cercano: Ramírez, Chlimper, Figari. Llegó entonces el momento de la revancha: la elección se habría perdido por pretender “desalbertizar” el fujimorismo, o por la soberbia de los recién llegados. En todo caso, aquellos relegados o silenciados por el intento de reconversión recobraron protagonismo. La histórica Luz Salgado es la presidenta del Congreso, Martha Chávez y Luisa María Cuculiza vuelven al parlamento como asesoras, y pese a que el vocero de la bancada de Fuerza Popular es el recién llegado Luis Galarreta, mucho más protagonismo terminan teniendo personajes como Cecilia Chacón, Carlos Tubino o Héctor Becerril. El desafío al liderazgo de Keiko llegó incluso a plantear una movilización y pedido de indulto para su padre, movida encaminada directamente a debilitar aún más su liderazgo.

¿Qué pasará con el fujimorismo? El liderazgo de Keiko se mantiene porque no existe ninguna alternativa creíble, y porque todavía está la perspectiva razonable dentro de sus filas tanto de un buen desempeño en las elecciones regionales y municipales de 2018, como de un triunfo en 2021. Sin embargo, su margen de maniobra está ahora bastante acotado por una constelación muy heterogénea de intereses. Y en cuanto a la estrategia, la nave parece ir al garete, siguiendo la inercia de la lógica de confrontación de segunda vuelta. Parece que se apostara solamente a esperar el desgaste del gobierno y a no dejarle el liderazgo de la oposición al Frente Amplio. Se refuerzan así las inclinaciones al populismo antisistema más ramplón. La lógica de la renovación parece ahora enterrada.