Artículo publicado en La República, domingo 11 de diciembre de 2016
¿Qué pasó? Después de la confianza recibida por el Consejo de Ministros, la delegación de facultades y la aprobación del presupuesto por parte del Congreso, pareció establecerse una dinámica, por parte del fujimorismo, de crítica (muchas veces altisonante) sin caer en el obstruccionismo, y por parte del ejecutivo, de búsqueda de avances sustantivos evitando la confrontación gratuita. Era lo más razonable, y a decir verdad, el único camino posible para los intereses de ambos. El fujimorismo aspira a ejercer su papel de fuerza de oposición, pero no puede parecer como impidiéndole gobernar a Kuczynski a la mala. Y el gobierno debe durar cinco años, pero tampoco puede ser rehén de un fujimorismo bravucón. Además, en el fondo, lo que separa a PPK del fujimorismo no es tan sustancial como para justificar una guerra. La crispación es resultado de incidentes de la última etapa de la segunda vuelta de la campaña electoral, que muchos asumimos que a estas alturas estarían superados.
Pero esta crispación se ha mantenido latente, avivada tanto por sectores que consideran que el fujimorismo es esencial e inevitablemente autoritario y corrupto, como por el irredentismo fujimorista, para el cual no existen culpas que expiar, y las críticas que reciben se perciben como resultado exclusivo de la “manipulación mediática caviar”. Como es claro, ambas posturas se refuerzan a sí mismas, generan reacciones que confirman sus prejuicios, y generan una dinámica crecientemente confrontacional.
En este marco, el ministro Saavedra aparece como la víctima, un tanto accidental, de una variada constelación de intereses y circunstancias. A los enemigos de la reforma universitaria se suman los egos heridos de quienes buscan una satisfacción por las supuestas ofensas recibidas; está también la oportunidad de oro para, en cuanto a temas de corrupción, pasar por fin de ser acusados a ser acusadores, de poner en el banquillo a los representantes de la corrección política, para dar una muestra de fortaleza a quienes especulaban que estaban divididos.
Me parece entonces que es la sangre en el ojo la que explica la conducta destemplada de Fuerza Popular, antes que la implementación de un sofisticado y malévolo plan que termina con la vacancia del presidente. Esta línea de conducta es totalmente autodestructiva para ellos, no hace sino validar la peor imagen que construyen de ellos los antifujimoristas acérrimos, los aleja de potenciales apoyos y simpatías imprescindibles para salir de su ghetto. Si personas como Jaime de Althaus, Jorge Trelles, Aldo Mariátegui, César Nakazaki o César Luna Victoria se han pronunciado en contra de la censura, estamos ante un mensaje que Keiko Fujimori debería atender.
Frente a esto, ¿qué debería hacer el gobierno? Creo que mantenerse firme en la reforma de la educación, básica y superior, y en la propuesta de combate a la corrupción, para lo cual es clave implementar las propuestas del excelente informe de la Comisión Presidencial de Integridad. Mostrar claramente de qué lado está la razonabilidad y de qué lado la prepotencia, ganar la batalla ante la opinión pública, la única fuente de sostenimiento con la que cuenta. Quienes apelan a hacer de la permanencia de Saavedra una cuestión de confianza de todo el gabinete, me parecen que pecan de ingenuos. El Congreso cuenta con muchos recursos para evitar ser cerrado y al mismo tiempo hacerle imposible la vida al ejecutivo. La guerra entre poderes termina inevitablemente en la destrucción mutua. Quienes ganarían son algunos de los que estarían observando la batalla desde el balcón.
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