Artículo publicado en La República, domingo 28 de octubre de 2012
Lo visto en Lima en estos días no es nada nuevo. Recordemos rápidamente algunos antecedentes que vienen al caso.
Marzo 2012, Madre de Dios: protestas de mineros informales en contra de iniciativas de formalización terminan con tres muertos y actos vandálicos. Mayo 2011, Juliaca y Puno: movilización en contra de diversos proyectos y actividades mineras termina en saqueos y vandalismo, acciones en las que operan intereses vinculados al contrabando (se atacan locales de SUNAT y aduanas). Marzo 2010, Piura: desalojo de comerciantes informales del mercado Modelo termina con cinco muertos, y saqueos en la ciudad. Enero 2009, Ferreñafe: desalojo de invasores del Boque de Pomac termina con dos policías asesinados y otros más heridos de bala. Junio 2008, Moquegua: empresas contratistas y sus trabajadores temen perder oportunidades de trabajo por la reducción de los altísimos montos recibidos por canon, bloquean la carretera panamericana, toman el puente Montalvo, se enfrentan a la policía, y secuestran al general a cargo del operativo de desalojo.
La lista podría seguir y completarse. Estamos ante la resistencia de actores ilegales o paralegales, o que obtienen beneficios desmedidos por diversas actividades, que recurren a formas de protesta extremadamente violentas (que implican la contratación de “expertos” en enfrentarse a la policía y en acciones vandálicas); que utilizan retóricas de otras acciones de contenidos más convencionales, pero igualmente disruptivas (defensa del trabajo o de actividades tradicionales, reivindicación de la dignidad popular, alusiones a que “correrá sangre” y a que “solo muertos saldremos de aquí”). Enfrentamientos con la policía en los que ésta es víctima y victimaria, con muertos y heridos de las fuerzas del orden, de quienes protestan, así como de inocentes que nada tenían que ver. Acciones represivas con serios problemas de diseño e implementación, que evidencian las limitaciones del trabajo de inteligencia, el mal equipamiento de nuestra policía. Iniciativas que traslucen también las escasas capacidades de operación política de los actores políticos.
Lo nuevo es que esto ocurre a unas cuadras de Palacio de Gobierno, y que la resistencia es contra un gobierno progresista, cuyos simpatizantes descubren que la ocurrencia de muertes en acciones de protesta no es consecuencia del carácter antipopular, neoliberal o reaccionario del gobierno, sino de razones mucho más de fondo: la precariedad de nuestros actores políticos y de nuestras instituciones; la fortaleza de los intereses asociados a actividades ilegales o paralegales; la instalación de una cultura política en la que “todo vale”; el escaso respeto a la autoridad y a la ley. Todo esto impacta porque percibimos de alguna manera que está en juego el propio contrato social, el fundamento que permite la vida civilizada: el respeto a reglas elementales de convivencia. En esto nuestra alcaldesa no puede retroceder ni fallar.
domingo, 28 de octubre de 2012
lunes, 22 de octubre de 2012
Los legados autoritarios
Artículo publicado en La República, domingo 21 de octubre de 2012
La semana pasada comentaba sobre algunos escenarios probables para el futuro de Venezuela, parte de una preocupación más grande por los legados que dejan regímenes autoritarios. Decía que lo más probable es que, después de Chávez, el régimen imperante caiga y Venezuela se democratice en lo político, y que en el nuevo escenario el Partido Socialista Unido de Venezuela tienda a desaparecer, ambas cosas como consecuencia del personalismo extremo del presidente Chávez.
Ciertamente no es un destino inevitable. Algunos regímenes altamente personalistas han sido capaces de sobrevivir a su líder fundacional: ello ocurre cuando existe una buena “segunda línea”, con la calidad, experiencia, ascendencia dentro de la organización, control del Estado, y capacidad de ponerse de acuerdo en un mecanismo de convivencia y sucesión. Varios regímenes de partido único ilustran esto, como el cubano, por lo menos hasta el momento. Ahora bien, es mucho más difícil para estos regímenes sobrevivir al pluralismo político que a la muerte de sus líderes fundadores. El Partido Comunista Soviético, por ejemplo, se desplomó con la democratización; de allí que ni en China ni en Cuba el pluralismo esté en agenda. Desde este ángulo, es notable la continuidad del PRI mexicano, capaz de sobrellevar tanto los desafíos de la sucesión, de la democratización y de la alternancia en el poder. Es que el reto aquí es no solamente mantener el partido unido, también mantener el atractivo político y electoral para los ciudadanos en general. En ocasiones, ambos objetivos están relacionados, en tanto puede ocurrir que los dos dependan del mantenimiento de las redes clientelares y de patronazgo tradicionales.
De otro lado, ¿qué pasa con la democratización posterior a estos regímenes autoritarios? Sabemos que después de contextos dictatoriales, cuando los sistemas de partidos previos eran fuertes, los viejos actores partidarios previos reaparecen y retoman sus posiciones, como en Chile o Uruguay. Cuando no hay tradiciones partidarias fuertes, o las que había se debilitaron, pues de lo que se trata es de empezar de nuevo, como en Brasil o Ecuador, y como probablemente suceda en Venezuela.
Vistas las cosas desde este ángulo, el Perú aparece, para variar, como un caso enigmático. Caído el fujimorismo, envuelto en escándalos de corrupción, dividido el núcleo básico de poder que le dio sustento, parecía condenado a una lenta extinción. De otro lado, no teníamos partidos previos muy fuertes, de allí que el toledismo con Perú Posible haya aparecido como eje de la transición. Sin embargo, luego el APRA volvió al poder con García, después de haber estado minimizado, y después Keiko Fujimori revitalizó un fujimorismo en declive, y esos actores disputan el espacio con otros nuevos. Para variar, en Perú aparecen en simultáneo y coexistiendo caminos que en otros contextos aparecen como alternativos.
VER TAMBIÉN:
El futuro de Venezuela
La semana pasada comentaba sobre algunos escenarios probables para el futuro de Venezuela, parte de una preocupación más grande por los legados que dejan regímenes autoritarios. Decía que lo más probable es que, después de Chávez, el régimen imperante caiga y Venezuela se democratice en lo político, y que en el nuevo escenario el Partido Socialista Unido de Venezuela tienda a desaparecer, ambas cosas como consecuencia del personalismo extremo del presidente Chávez.
Ciertamente no es un destino inevitable. Algunos regímenes altamente personalistas han sido capaces de sobrevivir a su líder fundacional: ello ocurre cuando existe una buena “segunda línea”, con la calidad, experiencia, ascendencia dentro de la organización, control del Estado, y capacidad de ponerse de acuerdo en un mecanismo de convivencia y sucesión. Varios regímenes de partido único ilustran esto, como el cubano, por lo menos hasta el momento. Ahora bien, es mucho más difícil para estos regímenes sobrevivir al pluralismo político que a la muerte de sus líderes fundadores. El Partido Comunista Soviético, por ejemplo, se desplomó con la democratización; de allí que ni en China ni en Cuba el pluralismo esté en agenda. Desde este ángulo, es notable la continuidad del PRI mexicano, capaz de sobrellevar tanto los desafíos de la sucesión, de la democratización y de la alternancia en el poder. Es que el reto aquí es no solamente mantener el partido unido, también mantener el atractivo político y electoral para los ciudadanos en general. En ocasiones, ambos objetivos están relacionados, en tanto puede ocurrir que los dos dependan del mantenimiento de las redes clientelares y de patronazgo tradicionales.
De otro lado, ¿qué pasa con la democratización posterior a estos regímenes autoritarios? Sabemos que después de contextos dictatoriales, cuando los sistemas de partidos previos eran fuertes, los viejos actores partidarios previos reaparecen y retoman sus posiciones, como en Chile o Uruguay. Cuando no hay tradiciones partidarias fuertes, o las que había se debilitaron, pues de lo que se trata es de empezar de nuevo, como en Brasil o Ecuador, y como probablemente suceda en Venezuela.
Vistas las cosas desde este ángulo, el Perú aparece, para variar, como un caso enigmático. Caído el fujimorismo, envuelto en escándalos de corrupción, dividido el núcleo básico de poder que le dio sustento, parecía condenado a una lenta extinción. De otro lado, no teníamos partidos previos muy fuertes, de allí que el toledismo con Perú Posible haya aparecido como eje de la transición. Sin embargo, luego el APRA volvió al poder con García, después de haber estado minimizado, y después Keiko Fujimori revitalizó un fujimorismo en declive, y esos actores disputan el espacio con otros nuevos. Para variar, en Perú aparecen en simultáneo y coexistiendo caminos que en otros contextos aparecen como alternativos.
VER TAMBIÉN:
El futuro de Venezuela
domingo, 14 de octubre de 2012
El futuro de Venezuela
Artículo publicado en La República, domingo 14 de octubre de 2012
¿Qué pasará en Venezuela en el futuro? Dado que es imposible prever el futuro, los politólogos esbozamos escenarios posibles basados en la información disponible y así evitamos la pura especulación.
¿Qué desafíos enfrenta Chávez? El principal, a mi juicio, es la falta de una propuesta orientada al futuro: después de todas las reelecciones anteriores Chávez gobernó sobre la base de una agenda de reformas que implicaban “profundizar” la revolución: primero nueva Constitución y un amplio conjunto de reformas institucionales; luego reforma agraria, expropiaciones de tierras y política de hidrocarburos; luego política de nacionalizaciones (telefonía, electricidad) entre otros. A pesar de todas estas reformas, y a pesar de los altos precios del petróleo, el sector público enfrenta un alto déficit, un alto nivel de endeudamiento, la economía muestra un tipo de cambio notoriamente sobrevaluado y una alta inflación. Así, más que “profundizar la revolución” lo que parece estar en agenda es la necesidad de hacer ajustes y poner la casa en orden. De hecho, gran parte de la campaña de Chávez buscó plantear una suerte de plebiscito entre la continuidad y el supuesto riesgo de un reestablecimiento del “viejo orden”, pero sin muchas ideas nuevas para el futuro.
Esto en el escenario de que la salud de Chávez sea buena, y pueda gobernar hasta completar su periodo en 2019. Si tuviera impedimentos físicos hasta el cuarto año de mandato, en 2017, el recién designado vicepresidente, Nicolás Maduro, estaría obligado a convocar a elecciones. Ellas podrían ser ganadas por Capriles, si fuera nuevamente el candidato de la oposición, considerando que dentro del oficialismo no hay nadie capaz de acercarse al liderazgo de Chávez. Para evitar ese escenario, y asegurar que el vicepresidente complete el periodo de gobierno, habría que cambiar la Constitución, para lo cual podría proponerse una enmienda o reforma constitucional que luego debería ser sometida a referéndum. Esto implica una aprobación de la Asamblea Nacional (Congreso), que inició sus funciones en enero de 2011 y llegará hasta diciembre de 2016; en la actualidad, el chavismo tiene mayoría en la asamblea, aunque no mayoría calificada.
Otra pregunta que se abre es qué pasará en Venezuela después de Chávez. El gran desafío de los regímenes políticos construidos sobre la base de liderazgos personalistas es sobrevivir la sucesión: Cuba parece estarlo logrando con Raúl Castro, pero el nivel de institucionalización política en ese país es muchísimo mayor que en Venezuela. Por lo general, desaparecido el líder, el movimiento tiende a declinar y disgregarse; ¿es posible evitarlo? De otro lado, ¿qué pasaría con el actual campo opositor? Lo mejor sería que la Mesa de la Unidad Democrática se consolide; el gran problema sería que la desarticulación del campo chavista lleve también a la desarticulación del actual campo opositor, lo que le auguraría a Venezuela un futuro de fragmentación e inestabilidad.
¿Qué pasará en Venezuela en el futuro? Dado que es imposible prever el futuro, los politólogos esbozamos escenarios posibles basados en la información disponible y así evitamos la pura especulación.
¿Qué desafíos enfrenta Chávez? El principal, a mi juicio, es la falta de una propuesta orientada al futuro: después de todas las reelecciones anteriores Chávez gobernó sobre la base de una agenda de reformas que implicaban “profundizar” la revolución: primero nueva Constitución y un amplio conjunto de reformas institucionales; luego reforma agraria, expropiaciones de tierras y política de hidrocarburos; luego política de nacionalizaciones (telefonía, electricidad) entre otros. A pesar de todas estas reformas, y a pesar de los altos precios del petróleo, el sector público enfrenta un alto déficit, un alto nivel de endeudamiento, la economía muestra un tipo de cambio notoriamente sobrevaluado y una alta inflación. Así, más que “profundizar la revolución” lo que parece estar en agenda es la necesidad de hacer ajustes y poner la casa en orden. De hecho, gran parte de la campaña de Chávez buscó plantear una suerte de plebiscito entre la continuidad y el supuesto riesgo de un reestablecimiento del “viejo orden”, pero sin muchas ideas nuevas para el futuro.
Esto en el escenario de que la salud de Chávez sea buena, y pueda gobernar hasta completar su periodo en 2019. Si tuviera impedimentos físicos hasta el cuarto año de mandato, en 2017, el recién designado vicepresidente, Nicolás Maduro, estaría obligado a convocar a elecciones. Ellas podrían ser ganadas por Capriles, si fuera nuevamente el candidato de la oposición, considerando que dentro del oficialismo no hay nadie capaz de acercarse al liderazgo de Chávez. Para evitar ese escenario, y asegurar que el vicepresidente complete el periodo de gobierno, habría que cambiar la Constitución, para lo cual podría proponerse una enmienda o reforma constitucional que luego debería ser sometida a referéndum. Esto implica una aprobación de la Asamblea Nacional (Congreso), que inició sus funciones en enero de 2011 y llegará hasta diciembre de 2016; en la actualidad, el chavismo tiene mayoría en la asamblea, aunque no mayoría calificada.
Otra pregunta que se abre es qué pasará en Venezuela después de Chávez. El gran desafío de los regímenes políticos construidos sobre la base de liderazgos personalistas es sobrevivir la sucesión: Cuba parece estarlo logrando con Raúl Castro, pero el nivel de institucionalización política en ese país es muchísimo mayor que en Venezuela. Por lo general, desaparecido el líder, el movimiento tiende a declinar y disgregarse; ¿es posible evitarlo? De otro lado, ¿qué pasaría con el actual campo opositor? Lo mejor sería que la Mesa de la Unidad Democrática se consolide; el gran problema sería que la desarticulación del campo chavista lleve también a la desarticulación del actual campo opositor, lo que le auguraría a Venezuela un futuro de fragmentación e inestabilidad.
domingo, 7 de octubre de 2012
Debate
Artículo publicado en La República, el domingo 7 de octubre de 2012
La semana antepasada escribí un artículo con algunos “consejos” para la izquerda; los amigos Carlos Mejía, desde su blog “Bajada a bases” y Alberto Adrianzén desde su columna en La Primera tuvieron la generosidad de responderme de manera crítica e inteligente.
En mi artículo, tomando algunos ejemplos de la coyuntura reciente, decía que urgía cuestionar un esquema según el cual sectores de origen popular se identifican automáticamente con el “bien común”; en donde el “pueblo organizado” y sus dirigentes representan a quienes dicen representar; y en donde lo popular aparece como un mundo de intereses armónicos que se contrapone con el mundo de los “de arriba” también monocromáticamente excluyente. Tanto Mejía como Adrianzén sostienen que ese sentido común ya habría sido superado, y parecen reafirmarse en el camino de lograr la unidad o confluencia de los “hombres, mujeres, jóvenes, asalariados urbanos y rurales, independientes, estudiantes y demás ciudadanos que en colectivos, partidos y movimientos están trabajando por cambiar de verdad este país” (Mejía). Eso está muy bien, pero me pregunto si ese es el camino que llevará a representar el “mundo popular”. Recordemos que la simple sumatoria de los colectivos dispersos puede dar un resultado muy pequeño: quizá no tanto como la suma de los votos de Villarán, Diez Canseco y Moreno en 2006, pero nada sustancialmente diferente de ello.
Otro camino complementario es el de buscar la representación de las comunidades, sindicatos, organizaciones en conflicto, que expresarían los límites del “neoliberalismo”. Pero no veo porqué esa estrategia tendría éxito, cuando antes la intentaron Washington Román, Nelson Palomino, Alberto Pizango y otros. Ahora la “esperanza” estaría en Gregorio Santos o Marco Arana. Cabe preguntarse si la izquierda no tiene ninguna autocrítica que hacer a la manera en que esos líderes han conducido la protesta en Cajamarca, o la manera en que Patria Roja ha enfrentado la huelga del SUTEP, por ejemplo.
¿Por dónde lograr entonces la ansiada representación? Obviamente no pretendo tener la respuesta, pero una pista es cómo interpretar hoy el legado político de lo que José Matos llamó en 1984 el “desborde popular”. Carlos Iván Degregori, Nicolás Lynch y Cecilia Blondet, en Conquistadores de un nuevo mundo (1986) sugerían que ese “desborde” podría discurrir por cauces “democratizadores” e implícitamente sugerían que la izquierda debería intentar representar el mundo de organizaciones populares de barrio que describen en su libro. El tema es que por lo menos parte importante de ese mundo popular está siendo cada vez más de “clase media”, por lo menos en sus aspiraciones, y cada vez menos “ideológico” en sus concepciones del país; a ese mundo la izquierda tiene muy poco o nada que decirle, y para ese mundo la izquierda es vista como parte del “viejo orden”, no una alternativa novedosa y atractiva.
VER TAMBIÉN:
Lecciones para la izquierda
(23 de setiembre)
La semana antepasada escribí un artículo con algunos “consejos” para la izquerda; los amigos Carlos Mejía, desde su blog “Bajada a bases” y Alberto Adrianzén desde su columna en La Primera tuvieron la generosidad de responderme de manera crítica e inteligente.
En mi artículo, tomando algunos ejemplos de la coyuntura reciente, decía que urgía cuestionar un esquema según el cual sectores de origen popular se identifican automáticamente con el “bien común”; en donde el “pueblo organizado” y sus dirigentes representan a quienes dicen representar; y en donde lo popular aparece como un mundo de intereses armónicos que se contrapone con el mundo de los “de arriba” también monocromáticamente excluyente. Tanto Mejía como Adrianzén sostienen que ese sentido común ya habría sido superado, y parecen reafirmarse en el camino de lograr la unidad o confluencia de los “hombres, mujeres, jóvenes, asalariados urbanos y rurales, independientes, estudiantes y demás ciudadanos que en colectivos, partidos y movimientos están trabajando por cambiar de verdad este país” (Mejía). Eso está muy bien, pero me pregunto si ese es el camino que llevará a representar el “mundo popular”. Recordemos que la simple sumatoria de los colectivos dispersos puede dar un resultado muy pequeño: quizá no tanto como la suma de los votos de Villarán, Diez Canseco y Moreno en 2006, pero nada sustancialmente diferente de ello.
Otro camino complementario es el de buscar la representación de las comunidades, sindicatos, organizaciones en conflicto, que expresarían los límites del “neoliberalismo”. Pero no veo porqué esa estrategia tendría éxito, cuando antes la intentaron Washington Román, Nelson Palomino, Alberto Pizango y otros. Ahora la “esperanza” estaría en Gregorio Santos o Marco Arana. Cabe preguntarse si la izquierda no tiene ninguna autocrítica que hacer a la manera en que esos líderes han conducido la protesta en Cajamarca, o la manera en que Patria Roja ha enfrentado la huelga del SUTEP, por ejemplo.
¿Por dónde lograr entonces la ansiada representación? Obviamente no pretendo tener la respuesta, pero una pista es cómo interpretar hoy el legado político de lo que José Matos llamó en 1984 el “desborde popular”. Carlos Iván Degregori, Nicolás Lynch y Cecilia Blondet, en Conquistadores de un nuevo mundo (1986) sugerían que ese “desborde” podría discurrir por cauces “democratizadores” e implícitamente sugerían que la izquierda debería intentar representar el mundo de organizaciones populares de barrio que describen en su libro. El tema es que por lo menos parte importante de ese mundo popular está siendo cada vez más de “clase media”, por lo menos en sus aspiraciones, y cada vez menos “ideológico” en sus concepciones del país; a ese mundo la izquierda tiene muy poco o nada que decirle, y para ese mundo la izquierda es vista como parte del “viejo orden”, no una alternativa novedosa y atractiva.
VER TAMBIÉN:
Lecciones para la izquierda
(23 de setiembre)
lunes, 1 de octubre de 2012
Argumentos, año 6, n° 4, setiembre 2012
COYUNTURA
Veinte días de furia. Una crónica sobre la Ley de Reforma Magisterial,
Ricardo Cuenca p. 3 /
¿El retorno del “ogro filantrópico”? Elecciones y política en México,
Rolando Rojas p. 7 /
El vuelo de una crisis. Genealogía del desmantelamiento del Estado de bienestar en España,
Jorge Resina de la Fuente p. 14
DESIGUALDAD Y MOVILIDAD SOCIAL
Apuntes sobre y para la investigación de la movilidad social en el Perú , Jorge Aragón, Tania Vásquez y Carmen Yon p. 23 /
Rol del Estado y desigualdad: hallazgos desde la encuesta sobre movilidad social del IEP ,
Jorge Morel Salman p. 30 /
Un vistazo a la capacitación en TIC desde las experiencias de los docentes,
Paz Olivera y Rodrigo Niño p. 37
CRÍTICA Y RESEÑAS
La guerra senderista: el juicio de la historia,
José Luis Rénique p. 45
Número completo aquí.
Veinte días de furia. Una crónica sobre la Ley de Reforma Magisterial,
Ricardo Cuenca p. 3 /
¿El retorno del “ogro filantrópico”? Elecciones y política en México,
Rolando Rojas p. 7 /
El vuelo de una crisis. Genealogía del desmantelamiento del Estado de bienestar en España,
Jorge Resina de la Fuente p. 14
DESIGUALDAD Y MOVILIDAD SOCIAL
Apuntes sobre y para la investigación de la movilidad social en el Perú , Jorge Aragón, Tania Vásquez y Carmen Yon p. 23 /
Rol del Estado y desigualdad: hallazgos desde la encuesta sobre movilidad social del IEP ,
Jorge Morel Salman p. 30 /
Un vistazo a la capacitación en TIC desde las experiencias de los docentes,
Paz Olivera y Rodrigo Niño p. 37
CRÍTICA Y RESEÑAS
La guerra senderista: el juicio de la historia,
José Luis Rénique p. 45
Número completo aquí.
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