Artículo publicado en La República, domingo 11 de setiembre de 2016
Hasta hace muy poco, las izquierdas parecían estar a la ofensiva en el mundo. Después de la euforia neoliberal de las décadas de los años ochenta y noventa, la crisis del periodo 1997-2002 y luego la del 2007-2009 llamaron la atención sobre la vulnerabilidad de las economías a los excesos del capitalismo financiero, y sobre la necesidad de mayor regulación estatal.
En América Latina, desde la llegada al poder de Hugo Chávez en 1999, vivimos el llamado “giro a la izquierda”. En la mayoría de países de la región, organizaciones políticas de izquierda llegaron al poder o aumentaron significativamente sus votaciones. Así, tuvimos a Chávez y Maduro en Venezuela, a Morales en Bolivia, a Correa en Ecuador, a Ortega en Nicaragua, todos con retóricas bastante radicales; mientras que en Chile con los socialistas Lagos y Bachelet, en Argentina con los Kirchner, en Brasil con Lula y Rousseff, en Uruguay con Vásquez y Mujica, Paraguay con Lugo, El Salvador con Funes y Sánchez, Perú con Humala, tuvimos propuestas más moderadas. Y en México o Colombia las izquierdas no llegaron al poder, pero estuvieron cerca, o cuando menos aumentaron sus votaciones.
Dentro de esta “ola” hubo dos grandes tipos de izquierdas. La más radical cuestionó no solo al neoliberalismo, también al capitalismo: en Bolivia y Ecuador se habló del suma qamaña y del sumak kawsay (“buen vivir”), y en Venezuela de un modelo cooperativista como alternativas de desarrollo. También se cuestionó al régimen democrático-liberal: Correa por ejemplo dijo que la alternancia en el poder es una “tontería de la oligarquía”, y en general en Argentina, Bolivia y Venezuela se apeló a la noción de soberanía popular, encarnada en el líder, para pasar por encima de restricciones institucionales. Estas izquierdas mostraron rápidamente problemas: en lo económico se volvió en lo esencial al viejo modelo populista de control estatal de recursos naturales, y en lo político, las críticas a la democracia liberal encubrieron viejos caudillismo y hasta problemas de corrupción.
En la otra orilla izquierda, la izquierda revolucionaria había finalmente encontrado el camino de la socialdemocracia. Se asumieron plenamente las reglas del juego democrático, y no se trataba ya de acabar con el capitalismo, sino de controlar los excesos de los mercados. En Brasil, Uruguay y Chile, con gobiernos de izquierda, en democracia, hubo crecimiento económico, y reducción de la pobreza y de la desigualdad. Pero hoy vemos en Brasil que Rousseff acaba de ser destituída en medio de graves escándalos de corrupción que involucran directamente al PT, y en Chile, Bachelet tiene los niveles de aprobación ciudadana más bajos de los últimos quince años, pagando el precio de escándalos asociados a conflictos de interés y asociaciones indebidas entre poder político y financiamiento privado.
¿Qué hacer? Un sector hace una crítica a la izquierda desde la izquierda, denunciando la “traición” de Maduro, Correa o Morales (o Humala), planteando retomar el camino “original”, que ya tenía serias limitaciones. De otro lado, un camino interesante, pero todavía por construirse, es el apostar no solo por democracia y crecimiento con redistribución, sino también por incorporar una agenda de carácter “republicano”: revalorar el interés, el espacio y la ética pública, la transparencia y la participación, llamar la atención sobre el ejercicio de derechos, pero también en el cumplimiento de deberes. Se trata de una agenda cada vez más relevante para los ciudadanos, frente a la cual las izquierdas han tenido muy poco que decir, todavía.
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