Artículo publicado en La Repúbica, domingo 14 de agosto de 2016
Keiko Fujimori habría llegado a la conclusión, correcta a mi entender, de que perdió la elección de 2011 porque “la mochila” de la imagen de su padre, si bien era la base de su sustento, era también su límite. Esa elección se perdió por declaraciones de excolaboradores de su padre, intentando justificar algunas de las tropelías ocurridas en la década de los años noventa.
Inició entonces la construcción de un nuevo partido, Fuerza Popular, con bases distintas al simple agrupamiento de las organizaciones anteriores, bajo su conducción personal, buscando liderazgos “emergentes”, no provenientes de los noventa. Se formó un nuevo núcleo dirigencial, muy cercano a la lideresa. Más adelante, esto se confirmó con un cambio discursivo: más moderno, más tolerante, más convocante, marcando distancia con los “errores” del pasado (y con la injerencia de Alberto en las decisiones políticas).
La perspectiva del éxito electoral era el cemento que mantenía unida esa estrategia. Ella le permitió a K. Fujimori incluso poner a un lado a líderes “históricos” del peso de Martha Chávez, abiertamente en contra del pedido expreso y público de su padre. En la primera vuelta de 2016 Fuerza Popular logró 39.87% de los votos (frente al 23.57 de Fuerza 2011), y colocó 73 parlamentarios, frente a los 37 de cinco años atrás. Los resultados parecían legitimar ampliamente la nueva apuesta.
Sin embargo, la elección se perdió nuevamente, a mi juicio como consecuencia de dudas, incongruencias y errores en la segunda vuelta. En esta campaña K. Fujimori regresionó a posiciones más duras y conservadoras, lo que avivó el antifujimorismo (involución que se mantiene hasta ahora, con una injustificable intransigencia y malos modales ante el nuevo gobierno). A pesar de ello, apenas días antes de la elección las encuestas todavía ponían por delante a Fuerza Popular; nuevamente, errores clamorosos en la recta final cambiaron el resultado. El asunto es que esos errores fueron ahora responsabilidad del “renovado” entorno cercano: Ramírez, Chlimper, Figari. Llegó entonces el momento de la revancha: la elección se habría perdido por pretender “desalbertizar” el fujimorismo, o por la soberbia de los recién llegados. En todo caso, aquellos relegados o silenciados por el intento de reconversión recobraron protagonismo. La histórica Luz Salgado es la presidenta del Congreso, Martha Chávez y Luisa María Cuculiza vuelven al parlamento como asesoras, y pese a que el vocero de la bancada de Fuerza Popular es el recién llegado Luis Galarreta, mucho más protagonismo terminan teniendo personajes como Cecilia Chacón, Carlos Tubino o Héctor Becerril. El desafío al liderazgo de Keiko llegó incluso a plantear una movilización y pedido de indulto para su padre, movida encaminada directamente a debilitar aún más su liderazgo.
¿Qué pasará con el fujimorismo? El liderazgo de Keiko se mantiene porque no existe ninguna alternativa creíble, y porque todavía está la perspectiva razonable dentro de sus filas tanto de un buen desempeño en las elecciones regionales y municipales de 2018, como de un triunfo en 2021. Sin embargo, su margen de maniobra está ahora bastante acotado por una constelación muy heterogénea de intereses. Y en cuanto a la estrategia, la nave parece ir al garete, siguiendo la inercia de la lógica de confrontación de segunda vuelta. Parece que se apostara solamente a esperar el desgaste del gobierno y a no dejarle el liderazgo de la oposición al Frente Amplio. Se refuerzan así las inclinaciones al populismo antisistema más ramplón. La lógica de la renovación parece ahora enterrada.
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