Artículo publicado en La República, domingo 30 de diciembre de 2012
Llega nuevamente el momento de evaluar el 2012 y de especular sobre el año que empieza. Recordemos cómo veíamos al inicio el año que se va: el Consejo de Ministros presidido por Oscar Valdés se veía muy frágil, después de la rápida caída del de Salomón Lerner; se temía un giro “autoritario” del gobierno, y la implantación “a sangre y fuego” del proyecto minero Conga. A mediados de año se presentó una situación de polarización exacerbada e innecesaria, alimentada tanto por sectores de una izquierda que se radicalizaban y denunciaban la derechización y militarización del gobierno, y sectores del gobierno recelosos de los antiguos aliados de izquierda y que proponían precisamente un endurecimiento. Paradójicamente, estas visiones se complementaban y reforzaban entre sí, y llevaron a un callejón sin salida.
El gobierno empezó su segundo año con el Consejo de Ministros presidido por Juan Jiménez, que retomó el camino del diálogo, confirmándose la naturaleza esencialmente pragmática de aquél, y su apuesta por mantener la dinámica de crecimiento (para lo cual se ve como esencial la continuidad de la política económica), para así generar recursos que se puedan destinar a la política social. Se trata por lo tanto de un gobierno similar al de otros gobiernos progresistas de la región, pero con la gran diferencia de que no cuenta con un partido o una coalición política que lo sostenga; descansa sobre la gestión de técnicos independientes, que son al mismo tiempo su fortaleza (eficiencia, agenda sectorial), y debilidad (falta de orientación estratégica clara, de capacidades de operación política). Con todo, terminamos el año con la percepción de contar con un presidente y un gobierno que han logrado consolidar condiciones mínimas de operación política y de gestión, lo que se expresa en el aumento de la aprobación ciudadana a la actuación del presidente.
El presupuesto del 2013 trae algunas novedades que pueden ayudar a preveer el curso del próximo año. Este presupuesto es casi el triple del de hace diez años, el doble del de 2006, 13.5% más grande que el del 2012. Los programas de inclusión social tendrán un 67% más de recursos, 20% más en defensa e interior, se quintuplicará el presupuesto para atención de desastres, entre otros cambios importantes, y se calcula un crecimiento del 6%. En otras palabras, a finales de 2013, cuando lleguemos a la mitad de la gestión del presidente Humala, podríamos tener un gobierno con niveles de popularidad inéditos si los comparamos con las gestiones anteriores.
Por supuesto, todo esto debe ser puesto en condicional. Las debilidades en cuanto a capacidad de operación política siguen siendo las mismas, a pesar de los aprendizajes resultantes de los errores cometidos en el pasado. Con todo, el hecho de que 2013 se presente sin nubarrones significativos en el horizonte podría y debería hacer que el gobierno se plantee la posibilidad de implementar iniciativas y planteamientos de reformas más ambiciosas.
lunes, 31 de diciembre de 2012
lunes, 24 de diciembre de 2012
Gustavo Gutiérrez
Artículo publicado en La República, domingo 23 de diciembre de 2012
Si bien me considero agnóstico, he tenido una formación católica y siempre me ha conmovido el mensaje de su religiosidad. Este mensaje se simboliza por supuesto en dos grandes imágenes: primero, la de un dios que se hace hombre, que nace en una cuna humilde en medio de una historia de persecusión política; y segundo, la de un dios crucificado, un dios incomprendido que termina siendo víctima de aquellos a quienes pretende salvar, sacrificado, inmolándose por todos. Este dios, Jesús, predica un mensaje desde la humildad, desde una identificación con los marginados, con los que sufren.
Vistas las cosas desde este ángulo, la obra de Gustavo Gutiérrez siempre me pareció una de las maneras más cuerdas y razonables de entender el catolicismo, y de pensar en su vigencia en los tiempos actuales. Existe en el mundo un amplio debate sobre el sentido y el futuro de la religión, y hay quienes han defendido la necesidad de abandonarla, porque la consideran una fuente de consolación basada en ideas artificiosas, para adoptar una ética enteramente laica (Ronald Dworkin o Christopher Hitchens, por ejemplo). Hay otros que han buscado un nuevo sentido a la religiosidad, pero distanciándose de las religiones oficiales y encontrándoles un sentido secular y humanista (Richard Rorty, Gianni Vattimo, por ejemplo).
En este marco, destaca la obra del padre Gustavo Gutiérrez, quien recibió hace unos días merecidamente el Premio Nacional de Cultura, otorgado por el Ministerio de Cultura y Petroperú, en reconocimiento a su trayectoria. Me parece que cuando se habla de Gutiérrez se suele considerar a su libro Teología de la liberación. Perspectivas, de 1971, como el centro de su obra, cuando en realidad es apenas el inicio. Me parece que su hilo conductor está en considerar como lo esencial del mensaje cristiano la identificación de Jesús con los pobres, los humildes, los marginados, los que sufren; pero que esa identificación no debe llevar solamente a la caridad, sino a cuestionar las estructuras y contextos sociales opresivos e injustos, fuente de ese dolor.
En los años setenta la reflexión sobre estos temas asumía la forma de un examen sobre el papel de la iglesia latinoamericana y su compromiso social en un contexto de intenso cambio social y político. Más adelante, Gutiérrez extendió este razonamiento al sentido de la presencia de dios en medio del dolor y de la injusticia, en Hablar de dios desde el sufrimiento del inocente. Una reflexión sobre el libro de Job (1986). Más adelante, en En busca de los pobres de Jesucristo. El pensamiento de Bartolomé de las Casas (1992), Gutiérrez ilustra cómo el dominico dignifica a los indígenas americanos al considerarlos parte del mensaje salvador del dios hecho hombre también en ellos. Todo lo cual lleva a la necesidad de alguna forma de acción política.
Me parece que con los años, su línea argumental, lejos de envejecer, tiende a adquirir mayor relevancia. Bueno recordarlo en estas fiestas.
Si bien me considero agnóstico, he tenido una formación católica y siempre me ha conmovido el mensaje de su religiosidad. Este mensaje se simboliza por supuesto en dos grandes imágenes: primero, la de un dios que se hace hombre, que nace en una cuna humilde en medio de una historia de persecusión política; y segundo, la de un dios crucificado, un dios incomprendido que termina siendo víctima de aquellos a quienes pretende salvar, sacrificado, inmolándose por todos. Este dios, Jesús, predica un mensaje desde la humildad, desde una identificación con los marginados, con los que sufren.
Vistas las cosas desde este ángulo, la obra de Gustavo Gutiérrez siempre me pareció una de las maneras más cuerdas y razonables de entender el catolicismo, y de pensar en su vigencia en los tiempos actuales. Existe en el mundo un amplio debate sobre el sentido y el futuro de la religión, y hay quienes han defendido la necesidad de abandonarla, porque la consideran una fuente de consolación basada en ideas artificiosas, para adoptar una ética enteramente laica (Ronald Dworkin o Christopher Hitchens, por ejemplo). Hay otros que han buscado un nuevo sentido a la religiosidad, pero distanciándose de las religiones oficiales y encontrándoles un sentido secular y humanista (Richard Rorty, Gianni Vattimo, por ejemplo).
En este marco, destaca la obra del padre Gustavo Gutiérrez, quien recibió hace unos días merecidamente el Premio Nacional de Cultura, otorgado por el Ministerio de Cultura y Petroperú, en reconocimiento a su trayectoria. Me parece que cuando se habla de Gutiérrez se suele considerar a su libro Teología de la liberación. Perspectivas, de 1971, como el centro de su obra, cuando en realidad es apenas el inicio. Me parece que su hilo conductor está en considerar como lo esencial del mensaje cristiano la identificación de Jesús con los pobres, los humildes, los marginados, los que sufren; pero que esa identificación no debe llevar solamente a la caridad, sino a cuestionar las estructuras y contextos sociales opresivos e injustos, fuente de ese dolor.
En los años setenta la reflexión sobre estos temas asumía la forma de un examen sobre el papel de la iglesia latinoamericana y su compromiso social en un contexto de intenso cambio social y político. Más adelante, Gutiérrez extendió este razonamiento al sentido de la presencia de dios en medio del dolor y de la injusticia, en Hablar de dios desde el sufrimiento del inocente. Una reflexión sobre el libro de Job (1986). Más adelante, en En busca de los pobres de Jesucristo. El pensamiento de Bartolomé de las Casas (1992), Gutiérrez ilustra cómo el dominico dignifica a los indígenas americanos al considerarlos parte del mensaje salvador del dios hecho hombre también en ellos. Todo lo cual lleva a la necesidad de alguna forma de acción política.
Me parece que con los años, su línea argumental, lejos de envejecer, tiende a adquirir mayor relevancia. Bueno recordarlo en estas fiestas.
lunes, 17 de diciembre de 2012
El laberinto de la choledad
Artículo publicado en La República, domingo 16 de diciembre de 2012
Sigo con temas relacionados con la discriminación a propósito de la publicación de la segunda edición de El laberinto de la choledad: páginas para entender la desigualdad (Lima, UPC 2012), de Guillermo Nugent. La nueva edición cuenta con dos ensayos adicionales, un prólogo de Jorge Nieto, una introducción y un posfacio, en el que el autor reflexiona sobre la vigencia de su libro veinte años después de la primera edición.
Si bien el Perú de 2012 se muestra muy diferente al de 1992, la intención polémica del libro sigue siendo justificada por la sorprendente vigencia de las ideas que cuestiona. Esto hace que las tesis que defiende sigan sonando atrevidas, a pesar del tiempo transcurrido.
Nugent denunció en 1992 la persistencia de jerarquías discriminadoras en el Perú, expresadas en la imagen artificiosa de una “arcadia colonial”. Como respuesta a las migraciones y los cambios en las ciudades, las élites criollas buscaron recomponer un esquema de jerarquías y exclusiones en el que “cada uno tenía su sitio”, precisamente cuando lo que empezaba a hacerse más evidente era la mezcla y el encuentro entre mundos antes separados. En ese “laberinto” se forjó una jerarquización a través del “choleo”, en donde uno siempre es choleado por alguien y uno siempre cholea a otro, dependiendo de las circunstancias. En esta manera de denunciar la discriminación, Nugent reivindicaba implícitamente el espíritu democratizador proveniente desde abajo, y cuestionaba la idea según la cual ella era producto de una herencia de exclusión antigua, estática, mantenida a través de tiempo sin mayores cuestionamientos.
En la actualidad, para Nugent, el desafío de la lucha contra la discriminación sigue siendo vigente, pero en los último años se habría sustituido la tesis de la vigencia de una “tradición autoritaria de la herencia colonial” por la de considerar al racismo como la “patología central de la vida social peruana”. En esta lectura, la discriminación se fundamenta en la exclusión o subordinación de aquellos de origen indígena, perdiéndose de vista lo más importante, que es la “proliferación de formas particulares de inclusión para evitar formas generales de inclusión”. En este esquema, lo racial es un componente, pero no el más importante de la ecuación. Nugent caracteriza estas prácticas como fundadas en lo que antes se llamaría prácticas “gamonalistas” y que hoy califica como “encadenamiento jerárquico de argollas”.
Creo entender que Nugent sugiere que la denuncia del racismo como fuente de discriminación de alguna manera libera a todos de responsabilidad en la construcción de estas jerarquías excluyentes (nadie, o muy pocos, se consideran racistas, o lo son solo como “último recurso”): por el contrario, casi todos somos cotidianamente parte o víctimas de diferentes tipos de “argollas”. Otro de los puntos fuertes del libro, nos invita a una introspección, todos somos parte del problema, no es un problema de los “otros”.
Sigo con temas relacionados con la discriminación a propósito de la publicación de la segunda edición de El laberinto de la choledad: páginas para entender la desigualdad (Lima, UPC 2012), de Guillermo Nugent. La nueva edición cuenta con dos ensayos adicionales, un prólogo de Jorge Nieto, una introducción y un posfacio, en el que el autor reflexiona sobre la vigencia de su libro veinte años después de la primera edición.
Si bien el Perú de 2012 se muestra muy diferente al de 1992, la intención polémica del libro sigue siendo justificada por la sorprendente vigencia de las ideas que cuestiona. Esto hace que las tesis que defiende sigan sonando atrevidas, a pesar del tiempo transcurrido.
Nugent denunció en 1992 la persistencia de jerarquías discriminadoras en el Perú, expresadas en la imagen artificiosa de una “arcadia colonial”. Como respuesta a las migraciones y los cambios en las ciudades, las élites criollas buscaron recomponer un esquema de jerarquías y exclusiones en el que “cada uno tenía su sitio”, precisamente cuando lo que empezaba a hacerse más evidente era la mezcla y el encuentro entre mundos antes separados. En ese “laberinto” se forjó una jerarquización a través del “choleo”, en donde uno siempre es choleado por alguien y uno siempre cholea a otro, dependiendo de las circunstancias. En esta manera de denunciar la discriminación, Nugent reivindicaba implícitamente el espíritu democratizador proveniente desde abajo, y cuestionaba la idea según la cual ella era producto de una herencia de exclusión antigua, estática, mantenida a través de tiempo sin mayores cuestionamientos.
En la actualidad, para Nugent, el desafío de la lucha contra la discriminación sigue siendo vigente, pero en los último años se habría sustituido la tesis de la vigencia de una “tradición autoritaria de la herencia colonial” por la de considerar al racismo como la “patología central de la vida social peruana”. En esta lectura, la discriminación se fundamenta en la exclusión o subordinación de aquellos de origen indígena, perdiéndose de vista lo más importante, que es la “proliferación de formas particulares de inclusión para evitar formas generales de inclusión”. En este esquema, lo racial es un componente, pero no el más importante de la ecuación. Nugent caracteriza estas prácticas como fundadas en lo que antes se llamaría prácticas “gamonalistas” y que hoy califica como “encadenamiento jerárquico de argollas”.
Creo entender que Nugent sugiere que la denuncia del racismo como fuente de discriminación de alguna manera libera a todos de responsabilidad en la construcción de estas jerarquías excluyentes (nadie, o muy pocos, se consideran racistas, o lo son solo como “último recurso”): por el contrario, casi todos somos cotidianamente parte o víctimas de diferentes tipos de “argollas”. Otro de los puntos fuertes del libro, nos invita a una introspección, todos somos parte del problema, no es un problema de los “otros”.
lunes, 10 de diciembre de 2012
La discriminación en el Perú
Artículo publicado en La República, domingo 9 de diciembre de 2012
La semana pasada comentaba sobre la persistencia de actitudes discriminadoras en nuestro país. El análisis puede complementarse con la información del Latinobarómetro 2011, en donde Perú aparece como un país en el que la discriminación es importante y se ubica por encima del promedio latinoamericano, pero no como uno de los países percibidos como más discriminadores, que serían Guatemala, Brasil, Bolivia y México. Así, cuando se pregunta por cuántos nacionales son discriminados, las respuestas en Perú (47%) se ubican ligeramente por encima del promedio de la región (45%); estos porcentajes bajan en todas partes cuando se pregunta a los entrevistados si son parte de algún grupo discriminado: el promedio de la región baja a 20% pero en Perú llega a un 28%, solo por debajo de Brasil, Bolivia y Guatemala. Cuando se pregunta por la raza como fuente de discriminación, en Perú se considera que un 39% de nacionales son discriminados por esa razón, cuando el promedio de la región es 36%. Si bien es claro que la “raza” se percibe como fuente de discriminación, en el Perú su rechazo no pasa por la reivindicación de la etnicidad como seña de identidad; por el contrario, este ha ido principalmente por la reivindicación de alguna forma de identidad mestiza. Según el Latinobarómetro, en Guatemala un 45% de los entrevistados se define como indígena; en Bolivia, un 27%; en México, un 19%; en Perú, apenas un 7% (en Brasil, un 30% se define como mulato o negro).
¿Cuál es el peso de la “raza” como fuente de discriminación? El consenso dentro de las ciencias sociales peruanas podría resumirse (groseramente, por supuesto), diciendo que somos un país que tiene una tradición histórica fuertemente jerárquica y discriminadora, en la que la etnicidad ha sido muy importante, pero que ha ido cambiando a lo largo del tiempo. Así, en la actualidad las fuentes de discriminación serían variadas, y dentro de ellas lo “étnico” sería importante, pero tendería a ser subestimado y camuflado; respecto a cómo funciona la discriminación, se piensa que ella asume formas siempre cambiantes y fluidas, según el tipo de interacción social en el que las personas se encuentren, de allí que resulta tan difícil su comprensión. En este marco, resulta muy útil la lectura del libro La discriminación en el Perú. Balance y desafíos (Cynthia Sanborn, editora, Lima, Universidad del Pacífico, 2012); en general, los trabajos registran cómo interactúan en la discriminación la etnicidad, el entorno socio-económico general y el marco institucional. Así por ejemplo, Arlette Beltrán y Janice Seinfeld, y Juan Castro y Gustavo Yamada constatan la existencia de brechas étnicas en cuanto a los resultados que deja el acceso a la educación inicial, y a la culminación de estudios secundarios y matrícula en educación superior; pero esa brechas no tendrían necesariamente que ver con prácticas excluyentes y discriminatorias, sino con la escasa calidad de la oferta educativa.
VER TAMBIÉN:
Latinobarometro 2011
La semana pasada comentaba sobre la persistencia de actitudes discriminadoras en nuestro país. El análisis puede complementarse con la información del Latinobarómetro 2011, en donde Perú aparece como un país en el que la discriminación es importante y se ubica por encima del promedio latinoamericano, pero no como uno de los países percibidos como más discriminadores, que serían Guatemala, Brasil, Bolivia y México. Así, cuando se pregunta por cuántos nacionales son discriminados, las respuestas en Perú (47%) se ubican ligeramente por encima del promedio de la región (45%); estos porcentajes bajan en todas partes cuando se pregunta a los entrevistados si son parte de algún grupo discriminado: el promedio de la región baja a 20% pero en Perú llega a un 28%, solo por debajo de Brasil, Bolivia y Guatemala. Cuando se pregunta por la raza como fuente de discriminación, en Perú se considera que un 39% de nacionales son discriminados por esa razón, cuando el promedio de la región es 36%. Si bien es claro que la “raza” se percibe como fuente de discriminación, en el Perú su rechazo no pasa por la reivindicación de la etnicidad como seña de identidad; por el contrario, este ha ido principalmente por la reivindicación de alguna forma de identidad mestiza. Según el Latinobarómetro, en Guatemala un 45% de los entrevistados se define como indígena; en Bolivia, un 27%; en México, un 19%; en Perú, apenas un 7% (en Brasil, un 30% se define como mulato o negro).
¿Cuál es el peso de la “raza” como fuente de discriminación? El consenso dentro de las ciencias sociales peruanas podría resumirse (groseramente, por supuesto), diciendo que somos un país que tiene una tradición histórica fuertemente jerárquica y discriminadora, en la que la etnicidad ha sido muy importante, pero que ha ido cambiando a lo largo del tiempo. Así, en la actualidad las fuentes de discriminación serían variadas, y dentro de ellas lo “étnico” sería importante, pero tendería a ser subestimado y camuflado; respecto a cómo funciona la discriminación, se piensa que ella asume formas siempre cambiantes y fluidas, según el tipo de interacción social en el que las personas se encuentren, de allí que resulta tan difícil su comprensión. En este marco, resulta muy útil la lectura del libro La discriminación en el Perú. Balance y desafíos (Cynthia Sanborn, editora, Lima, Universidad del Pacífico, 2012); en general, los trabajos registran cómo interactúan en la discriminación la etnicidad, el entorno socio-económico general y el marco institucional. Así por ejemplo, Arlette Beltrán y Janice Seinfeld, y Juan Castro y Gustavo Yamada constatan la existencia de brechas étnicas en cuanto a los resultados que deja el acceso a la educación inicial, y a la culminación de estudios secundarios y matrícula en educación superior; pero esa brechas no tendrían necesariamente que ver con prácticas excluyentes y discriminatorias, sino con la escasa calidad de la oferta educativa.
VER TAMBIÉN:
Latinobarometro 2011
lunes, 3 de diciembre de 2012
Argumentos, año 6, n° 5, noviembre 2012
En este número...
COYUNTURA
COYUNTURA
Las elecciones en los Estados Unidos: actores, reglas y
estrategias,
John Polga-Hecimovich y Sofía Vera
La reivindicación de una Cataluña independiente de España,
Núria Sala i Vila
La
hegemonía se preserva: las elecciones presidenciales en Venezuela 2012,
Thais Maingon
La ley
de consulta previa y las paradojas de la indigeneidad en la sierr a del Perú,
Stéphanie
Rousseau
¿QUÉ ES SENDERO LUMINOSO HOY?
El genio y la botella: sobre Movadef y Sendero Luminoso en San Marcos,
Pablo
Sandoval
Cada época marca a sus jóvenes: la opción armada y las motivaciones de
los militantes de Sendero Luminoso,
Dynnik Asencios
Sendero en la prisión: apuntes etnográficos sobre los
senderistas del penal Miguel Castro Castro
Manuel Valenzuela
Movadef: radicalismo político y
relaciones intergeneracionales,
Jefrey Gamarra
CRÍTICA Y RESEÑAS
Entrevista a Elizabeth Jelin,
Pablo Sandoval
LAPOP 2012
Artículo publicado en La República, domingo 2 de diciembre de 2012
Acaban de aparecer los resultados de las últimas encuestas del Latin American Public Opinion Project (LAPOP), proyecto coordinado por la Universidad de Vanderbilt, que ya va en su quinta edición, que comprende 26 países de las américas y del caribe, siendo la mejor fuente de información disponible sobre la cultura política de nuestros países. La edición local aparece bajo el título Cultura política de la democracia en Perú, 2012: hacia la igualdad de oportunidades (Julio Carrión, Patricia Zárate y Mitchell Seligson, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 2012).
Informes anteriores de LAPOP, así como los del Latinobarómetro, resaltaron que Perú es uno de los países con los más bajos niveles de apoyo a la democracia, al sistema político, y de confianza en las instituciones políticas, así como de confianza interpersonal. La novedad del informe de 2012 es que esos indicadores, aunque todavía bajos, muestran signos de recuperación, que parecen consecuencia del crecimiento económico, de la reducción de la pobreza y de la desigualdad ocurridas en los últimos años.
Llama la atención que Perú tenga los más altos niveles de percepción de inseguridad y de victimización de toda la región, y que Lima en particular sea percibida, junto con México D.F., como la ciudad más insegura. A diferencia de otros países, nuestra victimización pasa más por hurtos que por asaltos armados, pero igual esto hace que la violencia e inseguridad aparezcan como el principal problema del país, por encima de problemas económicos. Tenemos también los más altos niveles de participación en protestas: pero atención que en 2010 compartimos la punta con Haití, Argentina y los Estados Unidos, y en 2012 con Bolivia, Haití, Paraguay y Chile. Esta mezcla de países sugiere que las protestas solo son un problema cuando desbordan cauces institucionales y adquieren formas violentas.
Llama también la atención la persistencia de actitudes discriminadoras. LAPOP registra que en todos los países el color de la piel marca diferencias en la educación de los entrevistados; en Perú, tener la piel más clara implica dos años más de escolaridad que aquellos con piel más oscura. Bolivia y Guatemala aparecen como los países más discriminadores, y Perú integra un grupo medio junto a Brasil, México, Colombia, Ecuador y República Dominicana. De otro lado, si bien un 66% piensa que la pobreza es consecuencia de que las personas han sido tratadas de manera injusta, registramos con Guatemala, República Dominicana y Trinidad y Tobago los porcentajes más altos de quienes piensan que la pobreza es consecuencia de la cultura. Un 49.5% de nuestros encuestados piensa que los receptores de asistencia pública son “perezosos”, uno de los porcentajes más grandes de las américas. Eso ayuda a entender el atraso del Perú en cuanto a la implementación de programas de transferencia condicionada de dinero, que cuenta con el menor número de beneficiarios de toda la región, después de Honduras.
VER TAMBIÉN:
Latin American Public Opinion Project (LAPOP)
(con acceso a todos los datos de todos los países)
ACTUALIZACIÓN, 8 de diciembre
Cultura política de la democracia en Perú, 2012: hacia la igualdad de oportunidades (Julio Carrión, Patricia Zárate y Mitchell Seligson, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 2012).
Acaban de aparecer los resultados de las últimas encuestas del Latin American Public Opinion Project (LAPOP), proyecto coordinado por la Universidad de Vanderbilt, que ya va en su quinta edición, que comprende 26 países de las américas y del caribe, siendo la mejor fuente de información disponible sobre la cultura política de nuestros países. La edición local aparece bajo el título Cultura política de la democracia en Perú, 2012: hacia la igualdad de oportunidades (Julio Carrión, Patricia Zárate y Mitchell Seligson, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 2012).
Informes anteriores de LAPOP, así como los del Latinobarómetro, resaltaron que Perú es uno de los países con los más bajos niveles de apoyo a la democracia, al sistema político, y de confianza en las instituciones políticas, así como de confianza interpersonal. La novedad del informe de 2012 es que esos indicadores, aunque todavía bajos, muestran signos de recuperación, que parecen consecuencia del crecimiento económico, de la reducción de la pobreza y de la desigualdad ocurridas en los últimos años.
Llama la atención que Perú tenga los más altos niveles de percepción de inseguridad y de victimización de toda la región, y que Lima en particular sea percibida, junto con México D.F., como la ciudad más insegura. A diferencia de otros países, nuestra victimización pasa más por hurtos que por asaltos armados, pero igual esto hace que la violencia e inseguridad aparezcan como el principal problema del país, por encima de problemas económicos. Tenemos también los más altos niveles de participación en protestas: pero atención que en 2010 compartimos la punta con Haití, Argentina y los Estados Unidos, y en 2012 con Bolivia, Haití, Paraguay y Chile. Esta mezcla de países sugiere que las protestas solo son un problema cuando desbordan cauces institucionales y adquieren formas violentas.
Llama también la atención la persistencia de actitudes discriminadoras. LAPOP registra que en todos los países el color de la piel marca diferencias en la educación de los entrevistados; en Perú, tener la piel más clara implica dos años más de escolaridad que aquellos con piel más oscura. Bolivia y Guatemala aparecen como los países más discriminadores, y Perú integra un grupo medio junto a Brasil, México, Colombia, Ecuador y República Dominicana. De otro lado, si bien un 66% piensa que la pobreza es consecuencia de que las personas han sido tratadas de manera injusta, registramos con Guatemala, República Dominicana y Trinidad y Tobago los porcentajes más altos de quienes piensan que la pobreza es consecuencia de la cultura. Un 49.5% de nuestros encuestados piensa que los receptores de asistencia pública son “perezosos”, uno de los porcentajes más grandes de las américas. Eso ayuda a entender el atraso del Perú en cuanto a la implementación de programas de transferencia condicionada de dinero, que cuenta con el menor número de beneficiarios de toda la región, después de Honduras.
VER TAMBIÉN:
Latin American Public Opinion Project (LAPOP)
(con acceso a todos los datos de todos los países)
ACTUALIZACIÓN, 8 de diciembre
Cultura política de la democracia en Perú, 2012: hacia la igualdad de oportunidades (Julio Carrión, Patricia Zárate y Mitchell Seligson, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 2012).
lunes, 26 de noviembre de 2012
La revocatoria de Villarán
Artículo publicado en La República, domingo 26 de noviembre de 2012
Impresiona recordar el recorrido de Villarán: de una candidata menor y desconocida a la alcaldía a ganadora, con una votación anclada preferentemente en los sectores populares, precisamente donde ahora la desaprobación es más alta; al mismo tiempo, quienes desconfiaban de ella, en los sectores más altos, son ahora quienes están mayoritariamente en contra de la revocatoria.
El encanto inicial de Villarán estuvo en ser percibida como una carismática “luchadora social” cercana al pueblo, no como una “política tradicional”. Sin embargo, desde su triunfo electoral se pudo percibir una tendencia a sobreestimar su respaldo, sus capacidades de gestión, a politizar y leer equivocadamente las expectativas de la ciudadanía, a privilegiar un enfoque “tecnocrático” y no político de los problemas, y a subestimar el poder de sus adversarios, de lo que se ha comentado extensamente. La rápida caída en la aprobación a la gestión se ha buscado enfrentar con un ambicioso programa de inversiones en infraestructura vial así como con la reforma del transporte público, cuestiones absolutamente necesarias, pero que terminaron alejando a la alcaldesa cada vez más de la imagen con la que ganó las elecciones. Los sucesos de la Parada han acentuado esa lectura.
Analizar estas iniciativas ayuda a terminar de entender el cambio en la demografía de su desaprobación y rechazo a la revocatoria. Los sectores altos, con horizontes temporales más largos entienden los beneficios a mediano plazo de las reformas y casi no son tocados por los costos en el corto plazo; por el contrario, los sectores más bajos asumen casi enteramente los costos de las reformas. En el caso del transporte, por ejemplo, los sectores altos, en los que prevalece el uso de automóviles, se percibe rápidamente el beneficio que dará la nueva infraestructura vial, el ordenamiento de las rutas y la modernización de las unidades de transporte público. Para los sectores bajos, lo que hay es confusión respecto a las nuevas rutas y sus conexiones, y temor frente a un posible aumento en el costo del transporte y en el tiempo total de traslado; esto porque, si bien el tiempo dentro de las unidades de transporte será menor, el tiempo total puede aumentar por el cambio en las conexiones y el establecimiento de paraderos rígidos. Ojo que la caótica implementación del TranSantiago en 2007 en Chile es un referente que debe estudiarse de cerca, que llevó incluso a una crisis de gabinete durante el gobierno de Bachelet.
De aquí en adelante la alcaldesa no solo debe comunicar mejor los beneficios de la reforma del transporte y del plan de inversiones en marcha. Debe demostrar a su base electoral original qué otras iniciativas está desarrollando que les dará a los vecinos beneficios tangibles inmediatos y significativos, y recuperar la percepción de “cercanía” que perdió; cómo así, reconociendo un “mal comienzo” ha hecho un aprendizaje por el que merece una “segunda oportunidad”.
Impresiona recordar el recorrido de Villarán: de una candidata menor y desconocida a la alcaldía a ganadora, con una votación anclada preferentemente en los sectores populares, precisamente donde ahora la desaprobación es más alta; al mismo tiempo, quienes desconfiaban de ella, en los sectores más altos, son ahora quienes están mayoritariamente en contra de la revocatoria.
El encanto inicial de Villarán estuvo en ser percibida como una carismática “luchadora social” cercana al pueblo, no como una “política tradicional”. Sin embargo, desde su triunfo electoral se pudo percibir una tendencia a sobreestimar su respaldo, sus capacidades de gestión, a politizar y leer equivocadamente las expectativas de la ciudadanía, a privilegiar un enfoque “tecnocrático” y no político de los problemas, y a subestimar el poder de sus adversarios, de lo que se ha comentado extensamente. La rápida caída en la aprobación a la gestión se ha buscado enfrentar con un ambicioso programa de inversiones en infraestructura vial así como con la reforma del transporte público, cuestiones absolutamente necesarias, pero que terminaron alejando a la alcaldesa cada vez más de la imagen con la que ganó las elecciones. Los sucesos de la Parada han acentuado esa lectura.
Analizar estas iniciativas ayuda a terminar de entender el cambio en la demografía de su desaprobación y rechazo a la revocatoria. Los sectores altos, con horizontes temporales más largos entienden los beneficios a mediano plazo de las reformas y casi no son tocados por los costos en el corto plazo; por el contrario, los sectores más bajos asumen casi enteramente los costos de las reformas. En el caso del transporte, por ejemplo, los sectores altos, en los que prevalece el uso de automóviles, se percibe rápidamente el beneficio que dará la nueva infraestructura vial, el ordenamiento de las rutas y la modernización de las unidades de transporte público. Para los sectores bajos, lo que hay es confusión respecto a las nuevas rutas y sus conexiones, y temor frente a un posible aumento en el costo del transporte y en el tiempo total de traslado; esto porque, si bien el tiempo dentro de las unidades de transporte será menor, el tiempo total puede aumentar por el cambio en las conexiones y el establecimiento de paraderos rígidos. Ojo que la caótica implementación del TranSantiago en 2007 en Chile es un referente que debe estudiarse de cerca, que llevó incluso a una crisis de gabinete durante el gobierno de Bachelet.
De aquí en adelante la alcaldesa no solo debe comunicar mejor los beneficios de la reforma del transporte y del plan de inversiones en marcha. Debe demostrar a su base electoral original qué otras iniciativas está desarrollando que les dará a los vecinos beneficios tangibles inmediatos y significativos, y recuperar la percepción de “cercanía” que perdió; cómo así, reconociendo un “mal comienzo” ha hecho un aprendizaje por el que merece una “segunda oportunidad”.
lunes, 19 de noviembre de 2012
Lo andino no es lo peruano
Artículo publicado en La República, domingo 18 de noviembre de 2012
Recibí el libro hace más de un año, pero quedó debajo de una ruma de papeles, y recién lo acabo de recuperar. Un feliz y oportuno redescubrimiento en medio de los debates actuales sobre la multiculturalidad del país, los alcances que debería tener el ejercicio del derecho a consulta para los pueblos indígenas, cómo entender lo popular en el Perú, especialmente cuando en Lima la esperanza puesta en el “desborde popular” esbozado por José Matos Mar puede terminar también en sucesos como los vistos recientemente en el ex mercado mayorista de La Parada. Cuánta falta nos hace hoy la inteligencia y sensibilidad de Roberto Miró Quesada (RMQ), fallecido tempranamente en 1990. Ricardo Soto tuvo la feliz iniciativa de editar y publicar una antología de sus escritos bajo el título Lo andino no es lo peruano. Ensayos sobre la cultura peruana (Huancayo, Universidad del Centro del Perú, 2011).
Como muchos otros, rechazaba una propuesta de mestizaje conservador, basada en una jerarquía en la cual lo “occidental criollo” ocupa una posición superior a la andina y a otras tradiciones culturales, fundamento de diferentes formas de discriminación. Pero a diferencia de otros, no pensaba en una suerte de “vuelta de tortilla” como alternativa, haciendo de lo andino el centro de la peruanidad, que podría llevar a nuevas exclusiones de otras tradiciones, como la africana, amazónica, y las resultantes del incesante flujo de migrantes a nuestro país.
RMQ buscó evitar una visión condenatoria de lo occidental y laudatoria de lo andino. Llamó a ser crítico con las tradiciones andinas, que veía como fuertemente permeadas por herencias feudales españolas, de allí que tuvieran mucho de conservador y anacrónico; en eso se coincidía con el conservadurismo de nuestras elites supuestamente globalizadas, de allí que viera las bases de la discriminación en patrones autoritarios tradicionales compartidos tanto por los de arriba como por los de abajo.
La salida estaba en entender la identidad peruana afincada en el mundo popular, pero no entendiendo este como una concesión sin más a las preferencias mayoritarias, ni como aceptación de los patrones predominantes. RMQ entendía la cultura como un campo fundamentalmente político, expresión de hegemonías, proyectos, correlaciones de fuerza, imposiciones, resistencias y resultados inesperados; de allí que postulara entender lo peruano y popular entendido como una construcción política pendiente, orientada hacia el futuro, democrática, integradora, respetuosa de las diferencias, construida sobre la base de nuestras diversas tradiciones, pero al mismo tiempo distinta de cada una de ellas. Llamaba a reivindicar la modernidad occidental, base de la ciudadanía y de la democracia, a la cultura popular masiva cada vez más presente en nuestras urbes, y a nuestras “tradiciones” históricas, y veía en ese encuentro conflictivo, caótico y difícil el germen de la peruanidad.
VER TAMBIÉN:
Roberto Miró Quesada: "Innovaciones en políticas culturales y transformaciones en el campo cultural: el caso de Perú". En: José Joaquín Brunner et. al., ¿Hacia un nuevo orden estatal en América Latina? Innovación cultural y actores socio-culturales. Buenos Aires, CLACSO, 1989, p. 241-289.
Recibí el libro hace más de un año, pero quedó debajo de una ruma de papeles, y recién lo acabo de recuperar. Un feliz y oportuno redescubrimiento en medio de los debates actuales sobre la multiculturalidad del país, los alcances que debería tener el ejercicio del derecho a consulta para los pueblos indígenas, cómo entender lo popular en el Perú, especialmente cuando en Lima la esperanza puesta en el “desborde popular” esbozado por José Matos Mar puede terminar también en sucesos como los vistos recientemente en el ex mercado mayorista de La Parada. Cuánta falta nos hace hoy la inteligencia y sensibilidad de Roberto Miró Quesada (RMQ), fallecido tempranamente en 1990. Ricardo Soto tuvo la feliz iniciativa de editar y publicar una antología de sus escritos bajo el título Lo andino no es lo peruano. Ensayos sobre la cultura peruana (Huancayo, Universidad del Centro del Perú, 2011).
Como muchos otros, rechazaba una propuesta de mestizaje conservador, basada en una jerarquía en la cual lo “occidental criollo” ocupa una posición superior a la andina y a otras tradiciones culturales, fundamento de diferentes formas de discriminación. Pero a diferencia de otros, no pensaba en una suerte de “vuelta de tortilla” como alternativa, haciendo de lo andino el centro de la peruanidad, que podría llevar a nuevas exclusiones de otras tradiciones, como la africana, amazónica, y las resultantes del incesante flujo de migrantes a nuestro país.
RMQ buscó evitar una visión condenatoria de lo occidental y laudatoria de lo andino. Llamó a ser crítico con las tradiciones andinas, que veía como fuertemente permeadas por herencias feudales españolas, de allí que tuvieran mucho de conservador y anacrónico; en eso se coincidía con el conservadurismo de nuestras elites supuestamente globalizadas, de allí que viera las bases de la discriminación en patrones autoritarios tradicionales compartidos tanto por los de arriba como por los de abajo.
La salida estaba en entender la identidad peruana afincada en el mundo popular, pero no entendiendo este como una concesión sin más a las preferencias mayoritarias, ni como aceptación de los patrones predominantes. RMQ entendía la cultura como un campo fundamentalmente político, expresión de hegemonías, proyectos, correlaciones de fuerza, imposiciones, resistencias y resultados inesperados; de allí que postulara entender lo peruano y popular entendido como una construcción política pendiente, orientada hacia el futuro, democrática, integradora, respetuosa de las diferencias, construida sobre la base de nuestras diversas tradiciones, pero al mismo tiempo distinta de cada una de ellas. Llamaba a reivindicar la modernidad occidental, base de la ciudadanía y de la democracia, a la cultura popular masiva cada vez más presente en nuestras urbes, y a nuestras “tradiciones” históricas, y veía en ese encuentro conflictivo, caótico y difícil el germen de la peruanidad.
VER TAMBIÉN:
Roberto Miró Quesada: "Innovaciones en políticas culturales y transformaciones en el campo cultural: el caso de Perú". En: José Joaquín Brunner et. al., ¿Hacia un nuevo orden estatal en América Latina? Innovación cultural y actores socio-culturales. Buenos Aires, CLACSO, 1989, p. 241-289.
lunes, 12 de noviembre de 2012
La voz del soldado desconocido
Artículo publicado en La República, domingo 11 de noviembre de 2012
Trabajo en el Instituto de Estudios Peruanos, así que me he impuesto reseñar solo excepcionalmente alguna de las muchas y muy buenas publicaciones de nuestro sello editorial. Esta es una de esas ocasiones, dada la importancia del libro Memorias de un soldado desconocido. Autobiografía y antropología de la violencia, de Lurgio Gavilán, con prólogo de Carlos Iván Degregori y con la colaboración de Yerko Castro (Lima, IEP - Universidad Iberoamericana, 2012). En el libro el autor, de 39 años, cuenta parte de su alucinante biografía: es prácticamente un niño campesino analfabeto que se integra al senderismo, ascendió de militante miembro de la “fuerza principal” a “camarada”, casi muere en un enfrentamiento con el ejército, un teniente lo salva y lo integra al ejército. De adulto se convierte en instructor militar y participa en acciones contrasubversivas. Luego se vuelve aspirante, novicio y misionero para convertirse en sacerdote franciscano. No termina ese camino, luego estudia y se gradúa como antropólogo de la Universidad San Cristóbal de Huamanga. En la actualidad es estudiante de doctorado en la Universidad Iberoamericana en México, becado por la Fundación Ford.
Si bien podría decirse que nada de lo que el autor relata no ha sido analizado ya en alguna parte de los nueve volúmenes del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, el gran mérito del libro es que aborda esa temática en primera persona, dando cuenta de la cotidianeidad tanto de la vida senderista como de la vida del ejército en misiones contrasubversivas. Así, resulta estremecedora en la descripción de Gavilán entrever la humanidad de quienes perpetran crímenes espantosos. El autor es testigo y partícipe de acciones senderistas de gran crueldad que tienen como víctimas a miembros del ejército, de comunidades campesinas, y del propio senderismo (los mandos senderistas asesinan a adolescentes que se quedan dormidos haciendo guardias nocturnas, por ejemplo). Observa también cómo en medio del conflicto comuneros y comunidades se enfrentan y se matan entre sí. En el ejército observa asesinatos de detenidos, la detención de mujeres luego forzadas a prostituirse y luego asesinadas. En medio de esto, está la vida cotidiana de seres humanos con miedos, sueños, rencores, de personas que en el fondo no decidieron estar allí, en un mundo sin ley ni derechos, donde la vida prácticamente no vale nada, donde cayeron por no tener mejores oportunidades.
El relato de Gavilán sugiere que la militancia senderista en el campo fue una opción que buscaba alguna forma de integración, que responde a una búsqueda de sentido (que se politiza por una prédica que proviene de la escuela pública, que difunde una narrativa histórica de pura opresión, primero de españoles, luego de chilenos, al final de de todos los gobiernos). De allí que para el autor no haya sido tan extraño el pasaje del senderismo al ejército y a la iglesia.
VER TAMBIÉN:
Memorias de un soldado desconocido. Autobiografía y antropología de la violencia. Lurgio Gavilán, con prólogo de Carlos Iván Degregori y con la colaboración de Yerko Castro (Lima, IEP - Universidad Iberoamericana, 2012).
Trabajo en el Instituto de Estudios Peruanos, así que me he impuesto reseñar solo excepcionalmente alguna de las muchas y muy buenas publicaciones de nuestro sello editorial. Esta es una de esas ocasiones, dada la importancia del libro Memorias de un soldado desconocido. Autobiografía y antropología de la violencia, de Lurgio Gavilán, con prólogo de Carlos Iván Degregori y con la colaboración de Yerko Castro (Lima, IEP - Universidad Iberoamericana, 2012). En el libro el autor, de 39 años, cuenta parte de su alucinante biografía: es prácticamente un niño campesino analfabeto que se integra al senderismo, ascendió de militante miembro de la “fuerza principal” a “camarada”, casi muere en un enfrentamiento con el ejército, un teniente lo salva y lo integra al ejército. De adulto se convierte en instructor militar y participa en acciones contrasubversivas. Luego se vuelve aspirante, novicio y misionero para convertirse en sacerdote franciscano. No termina ese camino, luego estudia y se gradúa como antropólogo de la Universidad San Cristóbal de Huamanga. En la actualidad es estudiante de doctorado en la Universidad Iberoamericana en México, becado por la Fundación Ford.
Si bien podría decirse que nada de lo que el autor relata no ha sido analizado ya en alguna parte de los nueve volúmenes del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, el gran mérito del libro es que aborda esa temática en primera persona, dando cuenta de la cotidianeidad tanto de la vida senderista como de la vida del ejército en misiones contrasubversivas. Así, resulta estremecedora en la descripción de Gavilán entrever la humanidad de quienes perpetran crímenes espantosos. El autor es testigo y partícipe de acciones senderistas de gran crueldad que tienen como víctimas a miembros del ejército, de comunidades campesinas, y del propio senderismo (los mandos senderistas asesinan a adolescentes que se quedan dormidos haciendo guardias nocturnas, por ejemplo). Observa también cómo en medio del conflicto comuneros y comunidades se enfrentan y se matan entre sí. En el ejército observa asesinatos de detenidos, la detención de mujeres luego forzadas a prostituirse y luego asesinadas. En medio de esto, está la vida cotidiana de seres humanos con miedos, sueños, rencores, de personas que en el fondo no decidieron estar allí, en un mundo sin ley ni derechos, donde la vida prácticamente no vale nada, donde cayeron por no tener mejores oportunidades.
El relato de Gavilán sugiere que la militancia senderista en el campo fue una opción que buscaba alguna forma de integración, que responde a una búsqueda de sentido (que se politiza por una prédica que proviene de la escuela pública, que difunde una narrativa histórica de pura opresión, primero de españoles, luego de chilenos, al final de de todos los gobiernos). De allí que para el autor no haya sido tan extraño el pasaje del senderismo al ejército y a la iglesia.
VER TAMBIÉN:
Memorias de un soldado desconocido. Autobiografía y antropología de la violencia. Lurgio Gavilán, con prólogo de Carlos Iván Degregori y con la colaboración de Yerko Castro (Lima, IEP - Universidad Iberoamericana, 2012).
domingo, 4 de noviembre de 2012
Rousseau y Hobbes en Perú
Artículo publicado en La República, domingo 4 de noviembre de 2012
El 25 de octubre, mientras en La Parada se intentaba hacer cumplir la resolución municipal que declaró “zona rígida” a sus calles aledañas, se presentó el libro ¿Qué es república? de Hugo Neira (Lima, Universidad de San Martín de Porres, 2012), útil manual de teoría política que empieza por los clásicos griegos y romanos, pasa por el pensamiento medieval y moderno, llega a la revolución francesa y termina con la revolución estadounidense y latinoamericana. ¿Es una ilustración de la distancia que separa a las preocupaciones de la filosofía política de la realidad pedestre? Todo lo contrario. Lo que preocupa a Neira es la debilidad de los fundamentos que construyen la noción de república en nuestro país, que podrían resumirse en la búsqueda del bien común basada en el respeto a la ley, en la existencia de una comunidad política de ciudadanos, en un balance entre derechos y responsabilidades, en un equilibrio en el ejercicio del poder. Según Neira escasea la virtud republicana, que ponga por delante la razón de Estado, el bienestar colectivo, que vaya más allá de los intereses particularistas, del adormecido sentido común. Todo esto sonaba de una particular actualidad el 25 de octubre.
Ahora bien, me atrevo a sostener que se pueden distinguir dos grandes vertientes en la tradición de pensamiento republicana, representadas por pensadores como Rousseau y Hobbes. El libro de Neira podría leerse poniendo del lado de Rousseau a San Agustín y a los revolucionarios franceses, y del lado de Hobbes a Maquiavelo y los revolucionarios americanos que escribieron El Federalista. Los primeros tienden a considerar que los ciudadanos pueden definir una “voluntad general”, resultado de sus tendencias a la cooperación y de su igualdad básica. Los segundos ven la vida social como signada por la diferencia de intereses y por el conflicto, por lo que el interés general solo resulta de poner la ley por encima de los intereses particulares, y como un producto indirecto del equilibrio resultante de las búsquedas individualistas de todos. Vicios privados, virtudes públicas, como decía Bernard de Mandeville.
No hay manera de resolver esta controversia en el plano filosófico u ontológico, sí en el plano empírico: no se trata de debatir sobre la naturaleza humana, sino de evaluar qué supuestos nos permiten entender mejor la realidad concreta. En el Perú actual, marcado por la desconfianza interpersonal, el descrédito de las instituciones y de los proyectos colectivos, por la crisis de la representación, me inclino por el bando hobbesiano. El problema es que ni en la cultura política en general ni en el análisis político en particular estamos acostumbrados a pensar en esos términos. Neira cita a Ortega y Gasset y se refiere a “esa bobería del hombre santo para gobernar aunque sea nulo”… no pedía políticos intachables sino “capaces de gobernar con tino ante las circunstancias”. Nuevamente, el 25 de octubre sonaba de gran actualidad.
El 25 de octubre, mientras en La Parada se intentaba hacer cumplir la resolución municipal que declaró “zona rígida” a sus calles aledañas, se presentó el libro ¿Qué es república? de Hugo Neira (Lima, Universidad de San Martín de Porres, 2012), útil manual de teoría política que empieza por los clásicos griegos y romanos, pasa por el pensamiento medieval y moderno, llega a la revolución francesa y termina con la revolución estadounidense y latinoamericana. ¿Es una ilustración de la distancia que separa a las preocupaciones de la filosofía política de la realidad pedestre? Todo lo contrario. Lo que preocupa a Neira es la debilidad de los fundamentos que construyen la noción de república en nuestro país, que podrían resumirse en la búsqueda del bien común basada en el respeto a la ley, en la existencia de una comunidad política de ciudadanos, en un balance entre derechos y responsabilidades, en un equilibrio en el ejercicio del poder. Según Neira escasea la virtud republicana, que ponga por delante la razón de Estado, el bienestar colectivo, que vaya más allá de los intereses particularistas, del adormecido sentido común. Todo esto sonaba de una particular actualidad el 25 de octubre.
Ahora bien, me atrevo a sostener que se pueden distinguir dos grandes vertientes en la tradición de pensamiento republicana, representadas por pensadores como Rousseau y Hobbes. El libro de Neira podría leerse poniendo del lado de Rousseau a San Agustín y a los revolucionarios franceses, y del lado de Hobbes a Maquiavelo y los revolucionarios americanos que escribieron El Federalista. Los primeros tienden a considerar que los ciudadanos pueden definir una “voluntad general”, resultado de sus tendencias a la cooperación y de su igualdad básica. Los segundos ven la vida social como signada por la diferencia de intereses y por el conflicto, por lo que el interés general solo resulta de poner la ley por encima de los intereses particulares, y como un producto indirecto del equilibrio resultante de las búsquedas individualistas de todos. Vicios privados, virtudes públicas, como decía Bernard de Mandeville.
No hay manera de resolver esta controversia en el plano filosófico u ontológico, sí en el plano empírico: no se trata de debatir sobre la naturaleza humana, sino de evaluar qué supuestos nos permiten entender mejor la realidad concreta. En el Perú actual, marcado por la desconfianza interpersonal, el descrédito de las instituciones y de los proyectos colectivos, por la crisis de la representación, me inclino por el bando hobbesiano. El problema es que ni en la cultura política en general ni en el análisis político en particular estamos acostumbrados a pensar en esos términos. Neira cita a Ortega y Gasset y se refiere a “esa bobería del hombre santo para gobernar aunque sea nulo”… no pedía políticos intachables sino “capaces de gobernar con tino ante las circunstancias”. Nuevamente, el 25 de octubre sonaba de gran actualidad.
domingo, 28 de octubre de 2012
Qué pasó en La Parada
Artículo publicado en La República, domingo 28 de octubre de 2012
Lo visto en Lima en estos días no es nada nuevo. Recordemos rápidamente algunos antecedentes que vienen al caso.
Marzo 2012, Madre de Dios: protestas de mineros informales en contra de iniciativas de formalización terminan con tres muertos y actos vandálicos. Mayo 2011, Juliaca y Puno: movilización en contra de diversos proyectos y actividades mineras termina en saqueos y vandalismo, acciones en las que operan intereses vinculados al contrabando (se atacan locales de SUNAT y aduanas). Marzo 2010, Piura: desalojo de comerciantes informales del mercado Modelo termina con cinco muertos, y saqueos en la ciudad. Enero 2009, Ferreñafe: desalojo de invasores del Boque de Pomac termina con dos policías asesinados y otros más heridos de bala. Junio 2008, Moquegua: empresas contratistas y sus trabajadores temen perder oportunidades de trabajo por la reducción de los altísimos montos recibidos por canon, bloquean la carretera panamericana, toman el puente Montalvo, se enfrentan a la policía, y secuestran al general a cargo del operativo de desalojo.
La lista podría seguir y completarse. Estamos ante la resistencia de actores ilegales o paralegales, o que obtienen beneficios desmedidos por diversas actividades, que recurren a formas de protesta extremadamente violentas (que implican la contratación de “expertos” en enfrentarse a la policía y en acciones vandálicas); que utilizan retóricas de otras acciones de contenidos más convencionales, pero igualmente disruptivas (defensa del trabajo o de actividades tradicionales, reivindicación de la dignidad popular, alusiones a que “correrá sangre” y a que “solo muertos saldremos de aquí”). Enfrentamientos con la policía en los que ésta es víctima y victimaria, con muertos y heridos de las fuerzas del orden, de quienes protestan, así como de inocentes que nada tenían que ver. Acciones represivas con serios problemas de diseño e implementación, que evidencian las limitaciones del trabajo de inteligencia, el mal equipamiento de nuestra policía. Iniciativas que traslucen también las escasas capacidades de operación política de los actores políticos.
Lo nuevo es que esto ocurre a unas cuadras de Palacio de Gobierno, y que la resistencia es contra un gobierno progresista, cuyos simpatizantes descubren que la ocurrencia de muertes en acciones de protesta no es consecuencia del carácter antipopular, neoliberal o reaccionario del gobierno, sino de razones mucho más de fondo: la precariedad de nuestros actores políticos y de nuestras instituciones; la fortaleza de los intereses asociados a actividades ilegales o paralegales; la instalación de una cultura política en la que “todo vale”; el escaso respeto a la autoridad y a la ley. Todo esto impacta porque percibimos de alguna manera que está en juego el propio contrato social, el fundamento que permite la vida civilizada: el respeto a reglas elementales de convivencia. En esto nuestra alcaldesa no puede retroceder ni fallar.
Lo visto en Lima en estos días no es nada nuevo. Recordemos rápidamente algunos antecedentes que vienen al caso.
Marzo 2012, Madre de Dios: protestas de mineros informales en contra de iniciativas de formalización terminan con tres muertos y actos vandálicos. Mayo 2011, Juliaca y Puno: movilización en contra de diversos proyectos y actividades mineras termina en saqueos y vandalismo, acciones en las que operan intereses vinculados al contrabando (se atacan locales de SUNAT y aduanas). Marzo 2010, Piura: desalojo de comerciantes informales del mercado Modelo termina con cinco muertos, y saqueos en la ciudad. Enero 2009, Ferreñafe: desalojo de invasores del Boque de Pomac termina con dos policías asesinados y otros más heridos de bala. Junio 2008, Moquegua: empresas contratistas y sus trabajadores temen perder oportunidades de trabajo por la reducción de los altísimos montos recibidos por canon, bloquean la carretera panamericana, toman el puente Montalvo, se enfrentan a la policía, y secuestran al general a cargo del operativo de desalojo.
La lista podría seguir y completarse. Estamos ante la resistencia de actores ilegales o paralegales, o que obtienen beneficios desmedidos por diversas actividades, que recurren a formas de protesta extremadamente violentas (que implican la contratación de “expertos” en enfrentarse a la policía y en acciones vandálicas); que utilizan retóricas de otras acciones de contenidos más convencionales, pero igualmente disruptivas (defensa del trabajo o de actividades tradicionales, reivindicación de la dignidad popular, alusiones a que “correrá sangre” y a que “solo muertos saldremos de aquí”). Enfrentamientos con la policía en los que ésta es víctima y victimaria, con muertos y heridos de las fuerzas del orden, de quienes protestan, así como de inocentes que nada tenían que ver. Acciones represivas con serios problemas de diseño e implementación, que evidencian las limitaciones del trabajo de inteligencia, el mal equipamiento de nuestra policía. Iniciativas que traslucen también las escasas capacidades de operación política de los actores políticos.
Lo nuevo es que esto ocurre a unas cuadras de Palacio de Gobierno, y que la resistencia es contra un gobierno progresista, cuyos simpatizantes descubren que la ocurrencia de muertes en acciones de protesta no es consecuencia del carácter antipopular, neoliberal o reaccionario del gobierno, sino de razones mucho más de fondo: la precariedad de nuestros actores políticos y de nuestras instituciones; la fortaleza de los intereses asociados a actividades ilegales o paralegales; la instalación de una cultura política en la que “todo vale”; el escaso respeto a la autoridad y a la ley. Todo esto impacta porque percibimos de alguna manera que está en juego el propio contrato social, el fundamento que permite la vida civilizada: el respeto a reglas elementales de convivencia. En esto nuestra alcaldesa no puede retroceder ni fallar.
lunes, 22 de octubre de 2012
Los legados autoritarios
Artículo publicado en La República, domingo 21 de octubre de 2012
La semana pasada comentaba sobre algunos escenarios probables para el futuro de Venezuela, parte de una preocupación más grande por los legados que dejan regímenes autoritarios. Decía que lo más probable es que, después de Chávez, el régimen imperante caiga y Venezuela se democratice en lo político, y que en el nuevo escenario el Partido Socialista Unido de Venezuela tienda a desaparecer, ambas cosas como consecuencia del personalismo extremo del presidente Chávez.
Ciertamente no es un destino inevitable. Algunos regímenes altamente personalistas han sido capaces de sobrevivir a su líder fundacional: ello ocurre cuando existe una buena “segunda línea”, con la calidad, experiencia, ascendencia dentro de la organización, control del Estado, y capacidad de ponerse de acuerdo en un mecanismo de convivencia y sucesión. Varios regímenes de partido único ilustran esto, como el cubano, por lo menos hasta el momento. Ahora bien, es mucho más difícil para estos regímenes sobrevivir al pluralismo político que a la muerte de sus líderes fundadores. El Partido Comunista Soviético, por ejemplo, se desplomó con la democratización; de allí que ni en China ni en Cuba el pluralismo esté en agenda. Desde este ángulo, es notable la continuidad del PRI mexicano, capaz de sobrellevar tanto los desafíos de la sucesión, de la democratización y de la alternancia en el poder. Es que el reto aquí es no solamente mantener el partido unido, también mantener el atractivo político y electoral para los ciudadanos en general. En ocasiones, ambos objetivos están relacionados, en tanto puede ocurrir que los dos dependan del mantenimiento de las redes clientelares y de patronazgo tradicionales.
De otro lado, ¿qué pasa con la democratización posterior a estos regímenes autoritarios? Sabemos que después de contextos dictatoriales, cuando los sistemas de partidos previos eran fuertes, los viejos actores partidarios previos reaparecen y retoman sus posiciones, como en Chile o Uruguay. Cuando no hay tradiciones partidarias fuertes, o las que había se debilitaron, pues de lo que se trata es de empezar de nuevo, como en Brasil o Ecuador, y como probablemente suceda en Venezuela.
Vistas las cosas desde este ángulo, el Perú aparece, para variar, como un caso enigmático. Caído el fujimorismo, envuelto en escándalos de corrupción, dividido el núcleo básico de poder que le dio sustento, parecía condenado a una lenta extinción. De otro lado, no teníamos partidos previos muy fuertes, de allí que el toledismo con Perú Posible haya aparecido como eje de la transición. Sin embargo, luego el APRA volvió al poder con García, después de haber estado minimizado, y después Keiko Fujimori revitalizó un fujimorismo en declive, y esos actores disputan el espacio con otros nuevos. Para variar, en Perú aparecen en simultáneo y coexistiendo caminos que en otros contextos aparecen como alternativos.
VER TAMBIÉN:
El futuro de Venezuela
La semana pasada comentaba sobre algunos escenarios probables para el futuro de Venezuela, parte de una preocupación más grande por los legados que dejan regímenes autoritarios. Decía que lo más probable es que, después de Chávez, el régimen imperante caiga y Venezuela se democratice en lo político, y que en el nuevo escenario el Partido Socialista Unido de Venezuela tienda a desaparecer, ambas cosas como consecuencia del personalismo extremo del presidente Chávez.
Ciertamente no es un destino inevitable. Algunos regímenes altamente personalistas han sido capaces de sobrevivir a su líder fundacional: ello ocurre cuando existe una buena “segunda línea”, con la calidad, experiencia, ascendencia dentro de la organización, control del Estado, y capacidad de ponerse de acuerdo en un mecanismo de convivencia y sucesión. Varios regímenes de partido único ilustran esto, como el cubano, por lo menos hasta el momento. Ahora bien, es mucho más difícil para estos regímenes sobrevivir al pluralismo político que a la muerte de sus líderes fundadores. El Partido Comunista Soviético, por ejemplo, se desplomó con la democratización; de allí que ni en China ni en Cuba el pluralismo esté en agenda. Desde este ángulo, es notable la continuidad del PRI mexicano, capaz de sobrellevar tanto los desafíos de la sucesión, de la democratización y de la alternancia en el poder. Es que el reto aquí es no solamente mantener el partido unido, también mantener el atractivo político y electoral para los ciudadanos en general. En ocasiones, ambos objetivos están relacionados, en tanto puede ocurrir que los dos dependan del mantenimiento de las redes clientelares y de patronazgo tradicionales.
De otro lado, ¿qué pasa con la democratización posterior a estos regímenes autoritarios? Sabemos que después de contextos dictatoriales, cuando los sistemas de partidos previos eran fuertes, los viejos actores partidarios previos reaparecen y retoman sus posiciones, como en Chile o Uruguay. Cuando no hay tradiciones partidarias fuertes, o las que había se debilitaron, pues de lo que se trata es de empezar de nuevo, como en Brasil o Ecuador, y como probablemente suceda en Venezuela.
Vistas las cosas desde este ángulo, el Perú aparece, para variar, como un caso enigmático. Caído el fujimorismo, envuelto en escándalos de corrupción, dividido el núcleo básico de poder que le dio sustento, parecía condenado a una lenta extinción. De otro lado, no teníamos partidos previos muy fuertes, de allí que el toledismo con Perú Posible haya aparecido como eje de la transición. Sin embargo, luego el APRA volvió al poder con García, después de haber estado minimizado, y después Keiko Fujimori revitalizó un fujimorismo en declive, y esos actores disputan el espacio con otros nuevos. Para variar, en Perú aparecen en simultáneo y coexistiendo caminos que en otros contextos aparecen como alternativos.
VER TAMBIÉN:
El futuro de Venezuela
domingo, 14 de octubre de 2012
El futuro de Venezuela
Artículo publicado en La República, domingo 14 de octubre de 2012
¿Qué pasará en Venezuela en el futuro? Dado que es imposible prever el futuro, los politólogos esbozamos escenarios posibles basados en la información disponible y así evitamos la pura especulación.
¿Qué desafíos enfrenta Chávez? El principal, a mi juicio, es la falta de una propuesta orientada al futuro: después de todas las reelecciones anteriores Chávez gobernó sobre la base de una agenda de reformas que implicaban “profundizar” la revolución: primero nueva Constitución y un amplio conjunto de reformas institucionales; luego reforma agraria, expropiaciones de tierras y política de hidrocarburos; luego política de nacionalizaciones (telefonía, electricidad) entre otros. A pesar de todas estas reformas, y a pesar de los altos precios del petróleo, el sector público enfrenta un alto déficit, un alto nivel de endeudamiento, la economía muestra un tipo de cambio notoriamente sobrevaluado y una alta inflación. Así, más que “profundizar la revolución” lo que parece estar en agenda es la necesidad de hacer ajustes y poner la casa en orden. De hecho, gran parte de la campaña de Chávez buscó plantear una suerte de plebiscito entre la continuidad y el supuesto riesgo de un reestablecimiento del “viejo orden”, pero sin muchas ideas nuevas para el futuro.
Esto en el escenario de que la salud de Chávez sea buena, y pueda gobernar hasta completar su periodo en 2019. Si tuviera impedimentos físicos hasta el cuarto año de mandato, en 2017, el recién designado vicepresidente, Nicolás Maduro, estaría obligado a convocar a elecciones. Ellas podrían ser ganadas por Capriles, si fuera nuevamente el candidato de la oposición, considerando que dentro del oficialismo no hay nadie capaz de acercarse al liderazgo de Chávez. Para evitar ese escenario, y asegurar que el vicepresidente complete el periodo de gobierno, habría que cambiar la Constitución, para lo cual podría proponerse una enmienda o reforma constitucional que luego debería ser sometida a referéndum. Esto implica una aprobación de la Asamblea Nacional (Congreso), que inició sus funciones en enero de 2011 y llegará hasta diciembre de 2016; en la actualidad, el chavismo tiene mayoría en la asamblea, aunque no mayoría calificada.
Otra pregunta que se abre es qué pasará en Venezuela después de Chávez. El gran desafío de los regímenes políticos construidos sobre la base de liderazgos personalistas es sobrevivir la sucesión: Cuba parece estarlo logrando con Raúl Castro, pero el nivel de institucionalización política en ese país es muchísimo mayor que en Venezuela. Por lo general, desaparecido el líder, el movimiento tiende a declinar y disgregarse; ¿es posible evitarlo? De otro lado, ¿qué pasaría con el actual campo opositor? Lo mejor sería que la Mesa de la Unidad Democrática se consolide; el gran problema sería que la desarticulación del campo chavista lleve también a la desarticulación del actual campo opositor, lo que le auguraría a Venezuela un futuro de fragmentación e inestabilidad.
¿Qué pasará en Venezuela en el futuro? Dado que es imposible prever el futuro, los politólogos esbozamos escenarios posibles basados en la información disponible y así evitamos la pura especulación.
¿Qué desafíos enfrenta Chávez? El principal, a mi juicio, es la falta de una propuesta orientada al futuro: después de todas las reelecciones anteriores Chávez gobernó sobre la base de una agenda de reformas que implicaban “profundizar” la revolución: primero nueva Constitución y un amplio conjunto de reformas institucionales; luego reforma agraria, expropiaciones de tierras y política de hidrocarburos; luego política de nacionalizaciones (telefonía, electricidad) entre otros. A pesar de todas estas reformas, y a pesar de los altos precios del petróleo, el sector público enfrenta un alto déficit, un alto nivel de endeudamiento, la economía muestra un tipo de cambio notoriamente sobrevaluado y una alta inflación. Así, más que “profundizar la revolución” lo que parece estar en agenda es la necesidad de hacer ajustes y poner la casa en orden. De hecho, gran parte de la campaña de Chávez buscó plantear una suerte de plebiscito entre la continuidad y el supuesto riesgo de un reestablecimiento del “viejo orden”, pero sin muchas ideas nuevas para el futuro.
Esto en el escenario de que la salud de Chávez sea buena, y pueda gobernar hasta completar su periodo en 2019. Si tuviera impedimentos físicos hasta el cuarto año de mandato, en 2017, el recién designado vicepresidente, Nicolás Maduro, estaría obligado a convocar a elecciones. Ellas podrían ser ganadas por Capriles, si fuera nuevamente el candidato de la oposición, considerando que dentro del oficialismo no hay nadie capaz de acercarse al liderazgo de Chávez. Para evitar ese escenario, y asegurar que el vicepresidente complete el periodo de gobierno, habría que cambiar la Constitución, para lo cual podría proponerse una enmienda o reforma constitucional que luego debería ser sometida a referéndum. Esto implica una aprobación de la Asamblea Nacional (Congreso), que inició sus funciones en enero de 2011 y llegará hasta diciembre de 2016; en la actualidad, el chavismo tiene mayoría en la asamblea, aunque no mayoría calificada.
Otra pregunta que se abre es qué pasará en Venezuela después de Chávez. El gran desafío de los regímenes políticos construidos sobre la base de liderazgos personalistas es sobrevivir la sucesión: Cuba parece estarlo logrando con Raúl Castro, pero el nivel de institucionalización política en ese país es muchísimo mayor que en Venezuela. Por lo general, desaparecido el líder, el movimiento tiende a declinar y disgregarse; ¿es posible evitarlo? De otro lado, ¿qué pasaría con el actual campo opositor? Lo mejor sería que la Mesa de la Unidad Democrática se consolide; el gran problema sería que la desarticulación del campo chavista lleve también a la desarticulación del actual campo opositor, lo que le auguraría a Venezuela un futuro de fragmentación e inestabilidad.
domingo, 7 de octubre de 2012
Debate
Artículo publicado en La República, el domingo 7 de octubre de 2012
La semana antepasada escribí un artículo con algunos “consejos” para la izquerda; los amigos Carlos Mejía, desde su blog “Bajada a bases” y Alberto Adrianzén desde su columna en La Primera tuvieron la generosidad de responderme de manera crítica e inteligente.
En mi artículo, tomando algunos ejemplos de la coyuntura reciente, decía que urgía cuestionar un esquema según el cual sectores de origen popular se identifican automáticamente con el “bien común”; en donde el “pueblo organizado” y sus dirigentes representan a quienes dicen representar; y en donde lo popular aparece como un mundo de intereses armónicos que se contrapone con el mundo de los “de arriba” también monocromáticamente excluyente. Tanto Mejía como Adrianzén sostienen que ese sentido común ya habría sido superado, y parecen reafirmarse en el camino de lograr la unidad o confluencia de los “hombres, mujeres, jóvenes, asalariados urbanos y rurales, independientes, estudiantes y demás ciudadanos que en colectivos, partidos y movimientos están trabajando por cambiar de verdad este país” (Mejía). Eso está muy bien, pero me pregunto si ese es el camino que llevará a representar el “mundo popular”. Recordemos que la simple sumatoria de los colectivos dispersos puede dar un resultado muy pequeño: quizá no tanto como la suma de los votos de Villarán, Diez Canseco y Moreno en 2006, pero nada sustancialmente diferente de ello.
Otro camino complementario es el de buscar la representación de las comunidades, sindicatos, organizaciones en conflicto, que expresarían los límites del “neoliberalismo”. Pero no veo porqué esa estrategia tendría éxito, cuando antes la intentaron Washington Román, Nelson Palomino, Alberto Pizango y otros. Ahora la “esperanza” estaría en Gregorio Santos o Marco Arana. Cabe preguntarse si la izquierda no tiene ninguna autocrítica que hacer a la manera en que esos líderes han conducido la protesta en Cajamarca, o la manera en que Patria Roja ha enfrentado la huelga del SUTEP, por ejemplo.
¿Por dónde lograr entonces la ansiada representación? Obviamente no pretendo tener la respuesta, pero una pista es cómo interpretar hoy el legado político de lo que José Matos llamó en 1984 el “desborde popular”. Carlos Iván Degregori, Nicolás Lynch y Cecilia Blondet, en Conquistadores de un nuevo mundo (1986) sugerían que ese “desborde” podría discurrir por cauces “democratizadores” e implícitamente sugerían que la izquierda debería intentar representar el mundo de organizaciones populares de barrio que describen en su libro. El tema es que por lo menos parte importante de ese mundo popular está siendo cada vez más de “clase media”, por lo menos en sus aspiraciones, y cada vez menos “ideológico” en sus concepciones del país; a ese mundo la izquierda tiene muy poco o nada que decirle, y para ese mundo la izquierda es vista como parte del “viejo orden”, no una alternativa novedosa y atractiva.
VER TAMBIÉN:
Lecciones para la izquierda
(23 de setiembre)
La semana antepasada escribí un artículo con algunos “consejos” para la izquerda; los amigos Carlos Mejía, desde su blog “Bajada a bases” y Alberto Adrianzén desde su columna en La Primera tuvieron la generosidad de responderme de manera crítica e inteligente.
En mi artículo, tomando algunos ejemplos de la coyuntura reciente, decía que urgía cuestionar un esquema según el cual sectores de origen popular se identifican automáticamente con el “bien común”; en donde el “pueblo organizado” y sus dirigentes representan a quienes dicen representar; y en donde lo popular aparece como un mundo de intereses armónicos que se contrapone con el mundo de los “de arriba” también monocromáticamente excluyente. Tanto Mejía como Adrianzén sostienen que ese sentido común ya habría sido superado, y parecen reafirmarse en el camino de lograr la unidad o confluencia de los “hombres, mujeres, jóvenes, asalariados urbanos y rurales, independientes, estudiantes y demás ciudadanos que en colectivos, partidos y movimientos están trabajando por cambiar de verdad este país” (Mejía). Eso está muy bien, pero me pregunto si ese es el camino que llevará a representar el “mundo popular”. Recordemos que la simple sumatoria de los colectivos dispersos puede dar un resultado muy pequeño: quizá no tanto como la suma de los votos de Villarán, Diez Canseco y Moreno en 2006, pero nada sustancialmente diferente de ello.
Otro camino complementario es el de buscar la representación de las comunidades, sindicatos, organizaciones en conflicto, que expresarían los límites del “neoliberalismo”. Pero no veo porqué esa estrategia tendría éxito, cuando antes la intentaron Washington Román, Nelson Palomino, Alberto Pizango y otros. Ahora la “esperanza” estaría en Gregorio Santos o Marco Arana. Cabe preguntarse si la izquierda no tiene ninguna autocrítica que hacer a la manera en que esos líderes han conducido la protesta en Cajamarca, o la manera en que Patria Roja ha enfrentado la huelga del SUTEP, por ejemplo.
¿Por dónde lograr entonces la ansiada representación? Obviamente no pretendo tener la respuesta, pero una pista es cómo interpretar hoy el legado político de lo que José Matos llamó en 1984 el “desborde popular”. Carlos Iván Degregori, Nicolás Lynch y Cecilia Blondet, en Conquistadores de un nuevo mundo (1986) sugerían que ese “desborde” podría discurrir por cauces “democratizadores” e implícitamente sugerían que la izquierda debería intentar representar el mundo de organizaciones populares de barrio que describen en su libro. El tema es que por lo menos parte importante de ese mundo popular está siendo cada vez más de “clase media”, por lo menos en sus aspiraciones, y cada vez menos “ideológico” en sus concepciones del país; a ese mundo la izquierda tiene muy poco o nada que decirle, y para ese mundo la izquierda es vista como parte del “viejo orden”, no una alternativa novedosa y atractiva.
VER TAMBIÉN:
Lecciones para la izquierda
(23 de setiembre)
lunes, 1 de octubre de 2012
Argumentos, año 6, n° 4, setiembre 2012
COYUNTURA
Veinte días de furia. Una crónica sobre la Ley de Reforma Magisterial,
Ricardo Cuenca p. 3 /
¿El retorno del “ogro filantrópico”? Elecciones y política en México,
Rolando Rojas p. 7 /
El vuelo de una crisis. Genealogía del desmantelamiento del Estado de bienestar en España,
Jorge Resina de la Fuente p. 14
DESIGUALDAD Y MOVILIDAD SOCIAL
Apuntes sobre y para la investigación de la movilidad social en el Perú , Jorge Aragón, Tania Vásquez y Carmen Yon p. 23 /
Rol del Estado y desigualdad: hallazgos desde la encuesta sobre movilidad social del IEP ,
Jorge Morel Salman p. 30 /
Un vistazo a la capacitación en TIC desde las experiencias de los docentes,
Paz Olivera y Rodrigo Niño p. 37
CRÍTICA Y RESEÑAS
La guerra senderista: el juicio de la historia,
José Luis Rénique p. 45
Número completo aquí.
Veinte días de furia. Una crónica sobre la Ley de Reforma Magisterial,
Ricardo Cuenca p. 3 /
¿El retorno del “ogro filantrópico”? Elecciones y política en México,
Rolando Rojas p. 7 /
El vuelo de una crisis. Genealogía del desmantelamiento del Estado de bienestar en España,
Jorge Resina de la Fuente p. 14
DESIGUALDAD Y MOVILIDAD SOCIAL
Apuntes sobre y para la investigación de la movilidad social en el Perú , Jorge Aragón, Tania Vásquez y Carmen Yon p. 23 /
Rol del Estado y desigualdad: hallazgos desde la encuesta sobre movilidad social del IEP ,
Jorge Morel Salman p. 30 /
Un vistazo a la capacitación en TIC desde las experiencias de los docentes,
Paz Olivera y Rodrigo Niño p. 37
CRÍTICA Y RESEÑAS
La guerra senderista: el juicio de la historia,
José Luis Rénique p. 45
Número completo aquí.
domingo, 30 de septiembre de 2012
Lecciones para la derecha
Artículo publicado en La República, domingo 30 de setiembre de 2012
A la luz de varios acontecimientos recientes, me atrevo a
sugerir algunas ideas que considero deseable que fueran asimiladas por la derecha.
La reciente resolución de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos, que pidió la anulación de la sentencia que redujo las penas
de Vladimiro Montesinos y de miembros del “Grupo Colina” por el caso Barrios
Altos, debería llevar a repensar la actitud de amplios sectores de derecha
respecto a estos asuntos. Ellos suelen simpatizar con un razonamiento que
implica reducir o minimizar la responsabilidad penal de quienes dirigieron e
implementaron políticas que llevaron a la violación sistemática de los derechos
humanos; y denostar del sistema interamericano de protección y defensa de los
mismos, supuestamente controlados por “caviares”.
Deberían entenderse que esta retórica y práctica política
conduce inevitablemente a un callejón sin salida en lo doméstico y a un papelón
en el ámbito externo. Así, está muy bien reivindicar la importancia del Centro
Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI),
institución del Banco Mundial con sede en Washington D.C., para asegurar la
estabilidad de los contratos y velar por la buena imagen del país como destino
de inversiones; pero no se puede vivir la esquizofrenia de negar al mismo
tiempo la importancia del respeto al Estado de derecho y a los derechos
humanos. Una derecha moderna debería por lo tanto marcar distancias con
sectores ultras marcados por la retórica más rancia y tradicionalista del
fujimorismo, que también tiene pendiente una reconversión democrática.
Otro asunto está relacionado con la suspensión de facto del
proyecto Conga y las buenas noticias en cuanto a las perspectivas de
crecimiento económico y ritmo de la inversión privada. En la práctica esto
significa que la derecha no tiene por qué asumir colectiva y corporativamente
los errores de manejo de una empresa particular. En los pasillos del Club
Empresarial se puede escuchar decir que la mala reputación de Yanacocha es
comprensible dados los muchos errores cometidos, pero que ellos no deberían
afectar otras empresas empeñadas en desarrollar buenas prácticas. Pero es un
discurso que debería ser público, y la derecha poner por delante una propuesta clara
de desarrollo inclusivo, y no la defensa a rajatabla del sector privado.
Finalmente, en las últimas semanas se comentó de un
incidente de racismo en las calles de San Isidro, protagonizadas por un grupo
de jóvenes en estado de ebriedad. Algunos comentaristas de derecha escribieron
columnas condenando el hecho específico y el racismo en general. Otro ejemplo
que debería ser seguido: la bandera de la lucha contra la discriminación no
tendría que ser ajena a una derecha liberal, así como tampoco la crítica a la
irresponsabilidad, frivolidad, indolencia, de la “élite limeña”. En esto
debería retomarse una larga tradición, por lo que caería bien releer Paisajes peruanos, de José de la Riva
Agüero, a cien años de su publicación.
A propósito de una "chiquita" de Correo...
El pasado 27 de septiembre, el diario Correo, se refiere indirectamente a un post de este blog publicado en marzo de 2007. Quisiera decir algo muy breve al respecto.
Veo con sorpresa que algo que escribí en marzo de 2007 concite ahora tanta atención; atención que solo se explica por la actual ofensiva tanto de la ultra izquierda como de la ultra derecha en contra de la defensa de los derechos humanos, en contra de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, que tienen como blanco común a los llamados sectores "caviares". Denostar a quienes se identifican con esas banderas es parte central de esa estrategia.
Respecto al post de marzo de 2007, solo tengo que reiterar lo que ya dije:
"No voy a mencionar los nombres de los protagonistas de esta historia, porque no se trata de juzgar a las personas. Tal vez este pata no sea el tipo de persona que esta historia sugiere, tal vez estuvo en un penoso cuarto de hora. No sé (...) He conocido gente magnífica, de primera, trabajando en ONGs o en la militancia de izquierda, con las que he tenido contacto. Ejemplos de compromiso, consecuencia, con las causas por las que trabaja, de gran calidad humana. También he conocido gente como la que les cuento, que prefiero no calificar. Vistas las cosas retrospectivamente, ese día descubrí que la izquierda no tiene el monopolio de la moralidad, de las buenas intenciones, de la conducta ética. Desde entonces, he conocido gente deplorable en todas las tiendas y posiciones políticas; también gente de primera en todas las tiendas y posiciones políticas. Para mí, ahora, eso es lo que verdaderamente importa".
Lamento especialmente que a algunos no les importe en absoluto pisotear honras, utilizar personas, manipular la información, con tal de hacer avanzar sus objetivos políticos antidemocráticos.
lunes, 24 de septiembre de 2012
Lecciones para la izquierda
Artículo publicado en La República, domingo 23 de setiembre de 2012
A la luz de varios acontecimientos recientes, me atrevo a sugerir algunas ideas que considero deseable que fueran asimiladas por la izquierda.
La reforma del transporte en Lima, el desalojo del mercado de La Parada y el traslado a Santa Anita y otros sugieren que operar bajo el supuesto de que sectores populares o de origen popular se identificarán con el “bien común” o el “interés general”; y de que el “pueblo organizado” y las “organizaciones de la sociedad civil”, y sus dirigentes en efecto representan a quienes dicen representar, constituye una gran ingenuidad política. Al mismo tiempo, desafíos como el de la revocatoria sugieren que la democracia directa no siempre es mejor que la representativa, y que la “iniciativa popular” puede ser “capturada”, por intereses particularistas. En otras palabras la noción de que “el mundo popular” es un mundo de intereses armónicos que se contrapone con el mundo de los “de arriba” también monocromáticamente excluyente, no parece ser una guía suficiente para la acción política en nuestro país. De este modo, nociones centrales en el discurso tradicional de la izquierda, que reivindican el protagonismo o “empoderamiento” popular, el trabajo con organizaciones sociales, con dirigentes populares, la promoción de la participación como alternativa o complemento a la democracia representativa está muy bien, pero resulta muy insuficiente a estas alturas.
La izquierda necesita no solamente un programa de gobierno, también un diagnóstico actualizado de la realidad social peruana. Acaso uno de los grandes problemas que explica las desventuras de la izquierda es que no entiende el país, a pesar de contar con un importante grupo de académicos e intelectuales: más precisamente, el problema es que la visión de ese grupo aparece cada vez más alejada de lo que sucede en el país. Más precisamente aún: en general, las ciencias sociales tienen, tenemos, el reto de repensar y entender mejor el país.
De otro lado, diversos grupos de izquierda inician nuevamente, conversaciones en función de crear nuevos partidos y constituir un nuevo frente político. ¿Cómo evitar repetir la historia que empieza con la declaración de buenos propósitos y la propuesta de construir la unidad sobre la base de un programa, sigue con debates y desacuerdos, desencadena una división en medio de acusaciones testempladas y termina con la postulación improvisada de diferentes grupos, algunos trepándose a carros ajenos, y otros presentando candidaturas sin ninguna opción? Acaso habría que partir por sincerar los proyectos y preferencias políticas, y no forzar la unidad de lo que no es unificable; pero ser concientes también de que las diferentes alternativas de izquierda no están como darse el lujo de ser excluyentes y celosamente principistas. Lo importante es que la izquierda “conecte” con una sensibilidad popular que le ha resultado esquiva, más cercana a la derecha y al populismo.
La próxima semana, lecciones para la derecha.
ACTUALIZACIÓN, 28 DE SETIEMBRE
Ver también:
27 de septiembre de 2012
Algunas preguntas sobre las "lecciones" de Tanaka a la izquierda
Por Carlos Mejia A.
26 de septiembre de 2012
DIEZ CONSEJOS PARA MIS AMIGOS DE IZQUIERDA
Jose Alejandro Godoy
ACTUALIZACIÓN, 28 DE SETIEMBRE
Domingo 30 de setiembre del 2012
¿Qué izquierda?
Alberto Adrianzén M.
A la luz de varios acontecimientos recientes, me atrevo a sugerir algunas ideas que considero deseable que fueran asimiladas por la izquierda.
La reforma del transporte en Lima, el desalojo del mercado de La Parada y el traslado a Santa Anita y otros sugieren que operar bajo el supuesto de que sectores populares o de origen popular se identificarán con el “bien común” o el “interés general”; y de que el “pueblo organizado” y las “organizaciones de la sociedad civil”, y sus dirigentes en efecto representan a quienes dicen representar, constituye una gran ingenuidad política. Al mismo tiempo, desafíos como el de la revocatoria sugieren que la democracia directa no siempre es mejor que la representativa, y que la “iniciativa popular” puede ser “capturada”, por intereses particularistas. En otras palabras la noción de que “el mundo popular” es un mundo de intereses armónicos que se contrapone con el mundo de los “de arriba” también monocromáticamente excluyente, no parece ser una guía suficiente para la acción política en nuestro país. De este modo, nociones centrales en el discurso tradicional de la izquierda, que reivindican el protagonismo o “empoderamiento” popular, el trabajo con organizaciones sociales, con dirigentes populares, la promoción de la participación como alternativa o complemento a la democracia representativa está muy bien, pero resulta muy insuficiente a estas alturas.
La izquierda necesita no solamente un programa de gobierno, también un diagnóstico actualizado de la realidad social peruana. Acaso uno de los grandes problemas que explica las desventuras de la izquierda es que no entiende el país, a pesar de contar con un importante grupo de académicos e intelectuales: más precisamente, el problema es que la visión de ese grupo aparece cada vez más alejada de lo que sucede en el país. Más precisamente aún: en general, las ciencias sociales tienen, tenemos, el reto de repensar y entender mejor el país.
De otro lado, diversos grupos de izquierda inician nuevamente, conversaciones en función de crear nuevos partidos y constituir un nuevo frente político. ¿Cómo evitar repetir la historia que empieza con la declaración de buenos propósitos y la propuesta de construir la unidad sobre la base de un programa, sigue con debates y desacuerdos, desencadena una división en medio de acusaciones testempladas y termina con la postulación improvisada de diferentes grupos, algunos trepándose a carros ajenos, y otros presentando candidaturas sin ninguna opción? Acaso habría que partir por sincerar los proyectos y preferencias políticas, y no forzar la unidad de lo que no es unificable; pero ser concientes también de que las diferentes alternativas de izquierda no están como darse el lujo de ser excluyentes y celosamente principistas. Lo importante es que la izquierda “conecte” con una sensibilidad popular que le ha resultado esquiva, más cercana a la derecha y al populismo.
La próxima semana, lecciones para la derecha.
ACTUALIZACIÓN, 28 DE SETIEMBRE
Ver también:
27 de septiembre de 2012
Algunas preguntas sobre las "lecciones" de Tanaka a la izquierda
Por Carlos Mejia A.
26 de septiembre de 2012
DIEZ CONSEJOS PARA MIS AMIGOS DE IZQUIERDA
Jose Alejandro Godoy
ACTUALIZACIÓN, 28 DE SETIEMBRE
Domingo 30 de setiembre del 2012
¿Qué izquierda?
Alberto Adrianzén M.
jueves, 20 de septiembre de 2012
¿Hay lugar para los pobres en el Perú?
Está disponible en línea el libro ¿Hay lugar para los pobres en el Perú? Las relaciones Estado-sociedad y el rol de la cooperación internacional (Patricia Zárate, ed., Lima, DFID, 2005), que cuenta con un par de capítulos escritos por este servidor. Pese a los años pasados desde su publicación, creo que sigue siendo una lectura útil para los interesados en el tema. Presento el índice y añado un párrafo que describe el contenido de los capítulos a mi cargo.
Contenido
Presentación
1. ¿En qué consiste el cambio a favor de los pobres?
Sue Unsworth
2. Las relaciones Estado-sociedad en el Perú: un examen biblográfico
Gonzalo Portocarrero
3. Las relaciones entre Estado y sociedad en el Perú: desestructuración sin reestructuración
Martín Tanaka
Este documento es, a la vez, un ensayo bibliográfico y una reflexión personal sobre las discusiones existentes en torno a las relaciones entre sociedad y Estado en el Perú. Aquí sostengo que en los últimos años se ha producido un cambio profundo en esas relaciones y que en la actualidad se observa una profunda brecha entre ambos, rotos los mecanismos de intermediación que brinda un sistema de partidos, debilitados y aislados los grupos de interés y movimientos sociales, todo esto en medio de una profunda crisis de legitimidad del Estado y del sistema político ante la ciudadanía. Esta situación es consecuencia inmediata de la herencia del fujimorismo, que desarticuló las instancias de mediación que estuvieron en gestación desde finales de los años setenta y en desarrollo a lo largo de los años ochenta. El fujimorismo se caracterizó por una práctica explícita en contra de los partidos políticos, las instituciones estatales autónomas, las formas de acción colectiva y organizada de los distintos grupos sociales, y por el control y la manipulación de los medios para vincularse con la opinión pública ciudadana. Destruidos los mecanismos “normales” de intermediación entre sociedad y Estado, el fujimorismo los sustituyó por prácticas neoclientelistas
dentro de un esquema que combinó neoliberalismo en lo económico, neopopulismo en cuanto a la relación con la sociedad y autoritarismo como estilo de gobierno.
4. Las élites en el Perú y su papel en las políticas “pro pobre”
Martín Tanaka
En este documento se sostiene que las élites en el Perú muestran una gran precariedad, como consecuencia de un largo proceso de debilitamiento, al haber sido golpeadas una y otra vez por el fracaso sucesivo de los diversos intentos de recomponer las relaciones entre sociedad y Estado una vez cancelado el orden oligárquico en los años sesenta. El velasquismo en este decenio, la democracia de los años ochenta y el fujimorismo en los noventa fueron intentos fallidos de dar forma a las energías sociales liberadas por
un profundo proceso de democratización social, que no ha logrado asumir formas institucionales estables. En este contexto, encontramos que las élites en el Perú se caracterizan por haber pasado por sucesivas rupturas, lo que ha impedido que se constituyan en actores fuertes con capacidad de perfilar proyectos o visiones de largo aliento que incluyan políticas a favor de los pobres. Todo lo dicho se expresa en lo político, en el colapso del sistema de partidos; en lo económico, en la existencia de grupos empresariales en constante asedio y recomposición, y casi siempre encerrados en la defensa de intereses inmediatistas; en lo social, en la debilidad de los actores, en problemas de legitimidad de los poderes de facto y en la escasa audiencia e influencia de núcleos intelectuales.
5. El sector informal y su relación con el Estado
Romeo Grompone
6. Hacia un cambio a favor de los pobres en el Perú: El rol de la comunidad internacional
Francisco Sagasti
martes, 18 de septiembre de 2012
Héroes y referentes morales
Artículo publicado en La República, domingo 18 de setiembre de 2012
Esta semana celebramos los veinte años de la admirable operación de inteligencia policial que permitió la captura de Abimael Guzmán. Se ha hablado, con razón, de la injusticia que implica el no haber reconocido como héroes nacionales a los miembros del Grupo Especial de Inteligencia, los artífices de la captura. No es el único caso, lamentablemente: los Comandos de la Operación Chavín de Huántar, los combatientes del Cenepa, por ejemplo, tampoco han tenido el trato que merecen; y cada cierto tiempo sabemos de situaciones penosas por las que pasan miembros de las fuerzas armadas o policiales protagonistas de acciones valerosas en defensa de la sociedad, para tener atención médica, o sus familiares para poder acceder a pensiones o beneficios. ¿Por qué?
En parte esto es consecuencia simplemente del mal funcionamiento del Estado, de la proverbial ineficiencia a la que nos tiene acostumbrados. Pero también, me parece, es consecuencia de lo difícil que es para un país como el nuestro tener figuras, referentes, que despierten unánimemente adhesión, admiración, identificación. En otras palabras, también es consecuencia de nuestra precariedad como sociedad.
Hay quienes llegan a ser héroes como consecuencia de algunas circunstancias; la persona normal que hace acciones extraordinarias en momentos extraordinarios, pero cuyo reconocimiento se ve mellado por su trayectoria previa, que no resulta tan admirable, por así decirlo. Eso se traduce posteriormente en disputas, rencillas o denuncias, resultado de celos, conflictos, agravios, equivocaciones o malas acciones que suelen tienen una historia larga. De otro lado, es muy excepcional que quienes resultan siendo héroes o personajes dignos de admiración o consideración especial, mantengan esa condición. Para que ello sea posible estos personajes deberían en efecto mantenerse en otra situación, que los saque de las vicisitudes cotidianas. En otros contextos esto implicaría una pensión vitalicia, un escenso significativo y la dedicación a asuntos menos controversiales. Así, algunos expresidentes se dedican a construir bibliotecas, grandes personajes se dedican a dar conferencias o integrar consejos consultivos de diversas instituciones o proyectos. En nuestro país, nuestros héroes o personajes dignos de admiración están o se sienten obligados a seguir en la lucha cotidiana: así, Ketín Vidal intenta infructuosamente hacer una carrera política, Marco Miyashiro aparece como asesor de Keiko Fujimori, Benedicto Jiménez como candidato del APRA a la alcaldía de Lima, por ejemplo. Mario Vargas Llosa, nuestro premio nobel, o Javier Pérez de Cuéllar, ex Secretario General de las Naciones Unidas, se sintieron obligados a protagonizar o participar activamente en campañas electorales o a intervenir más de una vez en asuntos políticos altamente controversiales.
Siendo así las cosas, nuestros héroes o referentes morales escasean, y suelen ser personalidades semiretiradas, de edad avanzada.
Esta semana celebramos los veinte años de la admirable operación de inteligencia policial que permitió la captura de Abimael Guzmán. Se ha hablado, con razón, de la injusticia que implica el no haber reconocido como héroes nacionales a los miembros del Grupo Especial de Inteligencia, los artífices de la captura. No es el único caso, lamentablemente: los Comandos de la Operación Chavín de Huántar, los combatientes del Cenepa, por ejemplo, tampoco han tenido el trato que merecen; y cada cierto tiempo sabemos de situaciones penosas por las que pasan miembros de las fuerzas armadas o policiales protagonistas de acciones valerosas en defensa de la sociedad, para tener atención médica, o sus familiares para poder acceder a pensiones o beneficios. ¿Por qué?
En parte esto es consecuencia simplemente del mal funcionamiento del Estado, de la proverbial ineficiencia a la que nos tiene acostumbrados. Pero también, me parece, es consecuencia de lo difícil que es para un país como el nuestro tener figuras, referentes, que despierten unánimemente adhesión, admiración, identificación. En otras palabras, también es consecuencia de nuestra precariedad como sociedad.
Hay quienes llegan a ser héroes como consecuencia de algunas circunstancias; la persona normal que hace acciones extraordinarias en momentos extraordinarios, pero cuyo reconocimiento se ve mellado por su trayectoria previa, que no resulta tan admirable, por así decirlo. Eso se traduce posteriormente en disputas, rencillas o denuncias, resultado de celos, conflictos, agravios, equivocaciones o malas acciones que suelen tienen una historia larga. De otro lado, es muy excepcional que quienes resultan siendo héroes o personajes dignos de admiración o consideración especial, mantengan esa condición. Para que ello sea posible estos personajes deberían en efecto mantenerse en otra situación, que los saque de las vicisitudes cotidianas. En otros contextos esto implicaría una pensión vitalicia, un escenso significativo y la dedicación a asuntos menos controversiales. Así, algunos expresidentes se dedican a construir bibliotecas, grandes personajes se dedican a dar conferencias o integrar consejos consultivos de diversas instituciones o proyectos. En nuestro país, nuestros héroes o personajes dignos de admiración están o se sienten obligados a seguir en la lucha cotidiana: así, Ketín Vidal intenta infructuosamente hacer una carrera política, Marco Miyashiro aparece como asesor de Keiko Fujimori, Benedicto Jiménez como candidato del APRA a la alcaldía de Lima, por ejemplo. Mario Vargas Llosa, nuestro premio nobel, o Javier Pérez de Cuéllar, ex Secretario General de las Naciones Unidas, se sintieron obligados a protagonizar o participar activamente en campañas electorales o a intervenir más de una vez en asuntos políticos altamente controversiales.
Siendo así las cosas, nuestros héroes o referentes morales escasean, y suelen ser personalidades semiretiradas, de edad avanzada.
lunes, 10 de septiembre de 2012
El PRI vuelve
Artículo publicado en La República, domingo 9 de setiembre de 2012
El 31 de agosto pasado, Enrique Peña, candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional (PRI) fue proclamado oficialmente ganador de las elecciones del pasado 1 de julio, con lo que este partido volverá al poder después de doce años de gobierno del Partido Acción Nacional (PAN). En 2000, México parecía querer terminar de manera definitiva con más de setenta años de predominio priísta, de allí el desconcierto que genera este resultado. El candidato perdedor, Andrés López, del Partido de la Revolución Democrática (PRD), alega la existencia de un fraude electoral, ha desconocido el resultado e incluso ha llamado a la desobediencia civil, tal como hizo después de las elecciones de 2006, que llevaron a Felipe Calderón a la presidencia. Por supuesto, López objeta el triunfo nacional del PRI, pero acepta como válidos los resultados en los que su partido ha resultado ganador, en el Congreso, en gubernaturas y municipios.
De un lado, estos acontecimientos nos dicen de lo difícil que es para algunos sectores de izquierda aceptar las reglas del juego democrático, y aceptar y entender que su visión del mundo no es la única que existe. Si se asume que el pueblo es “naturalmente” de izquierda, entonces el triunfo del supuesto enemigo y explotador de las masas, resulta moralmente inaceptable, y solo puede ser explicado mediante el fraude, la manipulación o la coacción. No se considera que la derrota sea simplemente consecuencia de no haber presentado una mejor propuesta a los electores. Esto no significa que la calidad de la democracia, y de las condiciones de la competencia electoral no deban mejorar; que no se deba limitar la influencia del dinero en las campañas electorales, y buscar el máximo de pluralismo, equidad y acceso de los candidatos a los medios de comunicación. Pero si se acepta que hay condiciones mínimas que permitan una elección competitiva, y se aceptan las reglas de juego, entonces se deberían respetar los resultados.
En lo que sí tiene mucha razón la crítica de izquierda es en denunciar que la vuelta del PRI es en gran medida consecuencia de una renovación cosmética, superficial, de imagen y de mercadotecnia, antes que de una renovación política profunda, resultado de un examen autocrítico de su desempeño en el pasado. Felizmente, para la democracia mexicana, la garantía de que no habrá una vuelta al pasado no está en la conversión democrática del PRI, sino en la fortaleza de la oposición y en la activación de la sociedad civil.
En nuestro país, ya se habla de las elecciones de 2016, y se anticipa una contienda entre viejos conocidos: Alan García, Keiko Fujimori, Alejandro Toledo, Lourdes Flores, Pedro Pablo Kuczynski. ¿Ofrecerán algo verdaderamente nuevo, o apostarán a que basta la cirujía estética para convencer a los electores? De otro lado, las fuerzas contentastarias y de izquierda, ¿podrán ofrecer algo mejor? ¿Qué lecciones se han aprendido de las gestiones de Susana Villarán y de Ollanta Humala?
VER TAMBIÉN:
La pugna poselectoral provoca la ruptura de la izquierda mexicana
El ala socialdemócrata del PRD y López Obrador planean sus propios partidos
Luis Prados 9 SEP 2012
El 31 de agosto pasado, Enrique Peña, candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional (PRI) fue proclamado oficialmente ganador de las elecciones del pasado 1 de julio, con lo que este partido volverá al poder después de doce años de gobierno del Partido Acción Nacional (PAN). En 2000, México parecía querer terminar de manera definitiva con más de setenta años de predominio priísta, de allí el desconcierto que genera este resultado. El candidato perdedor, Andrés López, del Partido de la Revolución Democrática (PRD), alega la existencia de un fraude electoral, ha desconocido el resultado e incluso ha llamado a la desobediencia civil, tal como hizo después de las elecciones de 2006, que llevaron a Felipe Calderón a la presidencia. Por supuesto, López objeta el triunfo nacional del PRI, pero acepta como válidos los resultados en los que su partido ha resultado ganador, en el Congreso, en gubernaturas y municipios.
De un lado, estos acontecimientos nos dicen de lo difícil que es para algunos sectores de izquierda aceptar las reglas del juego democrático, y aceptar y entender que su visión del mundo no es la única que existe. Si se asume que el pueblo es “naturalmente” de izquierda, entonces el triunfo del supuesto enemigo y explotador de las masas, resulta moralmente inaceptable, y solo puede ser explicado mediante el fraude, la manipulación o la coacción. No se considera que la derrota sea simplemente consecuencia de no haber presentado una mejor propuesta a los electores. Esto no significa que la calidad de la democracia, y de las condiciones de la competencia electoral no deban mejorar; que no se deba limitar la influencia del dinero en las campañas electorales, y buscar el máximo de pluralismo, equidad y acceso de los candidatos a los medios de comunicación. Pero si se acepta que hay condiciones mínimas que permitan una elección competitiva, y se aceptan las reglas de juego, entonces se deberían respetar los resultados.
En lo que sí tiene mucha razón la crítica de izquierda es en denunciar que la vuelta del PRI es en gran medida consecuencia de una renovación cosmética, superficial, de imagen y de mercadotecnia, antes que de una renovación política profunda, resultado de un examen autocrítico de su desempeño en el pasado. Felizmente, para la democracia mexicana, la garantía de que no habrá una vuelta al pasado no está en la conversión democrática del PRI, sino en la fortaleza de la oposición y en la activación de la sociedad civil.
En nuestro país, ya se habla de las elecciones de 2016, y se anticipa una contienda entre viejos conocidos: Alan García, Keiko Fujimori, Alejandro Toledo, Lourdes Flores, Pedro Pablo Kuczynski. ¿Ofrecerán algo verdaderamente nuevo, o apostarán a que basta la cirujía estética para convencer a los electores? De otro lado, las fuerzas contentastarias y de izquierda, ¿podrán ofrecer algo mejor? ¿Qué lecciones se han aprendido de las gestiones de Susana Villarán y de Ollanta Humala?
VER TAMBIÉN:
La pugna poselectoral provoca la ruptura de la izquierda mexicana
El ala socialdemócrata del PRD y López Obrador planean sus propios partidos
Luis Prados 9 SEP 2012
lunes, 3 de septiembre de 2012
Sobre la moderación política
Artículo publicado en La República, domingo 2 de setiembre de 2012
Al llegar a la alcaldía de Lima en enero del año pasado, Susana Villarán intentó resaltar el inicio de un nuevo estilo de gestión, transparente, participativo, dialogante, lo que la llevó a marcar diferencias con el alcalde Luis Castañeda; al mismo tiempo, lanzó críticas al presidente de entonces, Alan García, por su estilo autoritario y cercanía con grandes empresas transnacionales, a propósito de la construcción del “Cristo del Pacífico”; e intentó llevar adelante iniciativas en el campo simbólico, como la ordenanza de respeto a toda orientación sexual, por ejemplo. Es decir, quería marcar claramente diferencias con autoridades de orientaciones políticas de derecha. Sin embargo, le fue muy mal políticamente; ahora, la alcaldesa finalmente ha detenido la tendencia a la caída en la aprobación ciudadana, pero bajo banderas que en principio no eran parte central de su identidad: llamar la atención sobre la realización de grandes obras de infraestructura, y reorganizar el tránsito de la ciudad, levantando la bandera del orden y el perfil de una autoridad que no teme enfrentar las “papas calientes”, una suerte de mezcla de los estilos de gestión de Castañeda y Andrade.
A finales de 2010, al inicio de la campaña electoral, Ollanta Humala hablaba de la “gran transformación”, pero empezó a darse cuenta de que con ese dicurso no ganaría la presidencia. Desde entonces pasó por el “Compromiso con el pueblo peruano” de marzo de 2011, la “Hoja de ruta”, y el “Compromiso en defensa de la democracia y contra la dictadura” de mayo de ese mismo año, viraje al centro consolidado como presidente electo y luego como como presidente en ejercicio. Estos cambios le permitieron ganar la elección, y en su primer año como presidente mantener el crecimiento económico y contar con niveles de aprobación ciudadana superiores a los de sus dos predecesores.
Lo que esta evidencia sugiere es que, al menos para Lima y para el país en su conjunto (las cosas son diferentes en algunos espacios regionales), la clave del éxito político se encontraría en la moderación y en cierta continuidad básica con las prácticas políticas de los gobiernos anteriores. Sin embargo, también lo es que para cualquier fuerza política progresista que se respete, es imperativo encontrar la manera de demostrar que su práctica de alguna manera marca una diferencia sustantiva con las opciones conservadoras. Está muy bien que las fuerzas de izquierda aprendan que es muy importante gobernar mostrando eficiencia, asegurando la estabilidad y la continuidad de las iniciativas que funcionan y que son apreciadas por la ciudadanía; y que sean realistas respecto a las posibilidades de aplicar sus plataformas originales. Sin embargo, también deben encontrar la manera, dentro de esos márgenes, de marcar una diferencia. La izquierda peruana parece oscilar entre el radicalismo maximalista y la resignación desencantada, y urge encontrar algún camino intermedio que tenga sentido.
ACTUALIZACIÓN, 5 de setiembre
Ver también:
Moderaciones
Raúl Wiener
Tanaka y la moderación política
Alexandro Saco
Al llegar a la alcaldía de Lima en enero del año pasado, Susana Villarán intentó resaltar el inicio de un nuevo estilo de gestión, transparente, participativo, dialogante, lo que la llevó a marcar diferencias con el alcalde Luis Castañeda; al mismo tiempo, lanzó críticas al presidente de entonces, Alan García, por su estilo autoritario y cercanía con grandes empresas transnacionales, a propósito de la construcción del “Cristo del Pacífico”; e intentó llevar adelante iniciativas en el campo simbólico, como la ordenanza de respeto a toda orientación sexual, por ejemplo. Es decir, quería marcar claramente diferencias con autoridades de orientaciones políticas de derecha. Sin embargo, le fue muy mal políticamente; ahora, la alcaldesa finalmente ha detenido la tendencia a la caída en la aprobación ciudadana, pero bajo banderas que en principio no eran parte central de su identidad: llamar la atención sobre la realización de grandes obras de infraestructura, y reorganizar el tránsito de la ciudad, levantando la bandera del orden y el perfil de una autoridad que no teme enfrentar las “papas calientes”, una suerte de mezcla de los estilos de gestión de Castañeda y Andrade.
A finales de 2010, al inicio de la campaña electoral, Ollanta Humala hablaba de la “gran transformación”, pero empezó a darse cuenta de que con ese dicurso no ganaría la presidencia. Desde entonces pasó por el “Compromiso con el pueblo peruano” de marzo de 2011, la “Hoja de ruta”, y el “Compromiso en defensa de la democracia y contra la dictadura” de mayo de ese mismo año, viraje al centro consolidado como presidente electo y luego como como presidente en ejercicio. Estos cambios le permitieron ganar la elección, y en su primer año como presidente mantener el crecimiento económico y contar con niveles de aprobación ciudadana superiores a los de sus dos predecesores.
Lo que esta evidencia sugiere es que, al menos para Lima y para el país en su conjunto (las cosas son diferentes en algunos espacios regionales), la clave del éxito político se encontraría en la moderación y en cierta continuidad básica con las prácticas políticas de los gobiernos anteriores. Sin embargo, también lo es que para cualquier fuerza política progresista que se respete, es imperativo encontrar la manera de demostrar que su práctica de alguna manera marca una diferencia sustantiva con las opciones conservadoras. Está muy bien que las fuerzas de izquierda aprendan que es muy importante gobernar mostrando eficiencia, asegurando la estabilidad y la continuidad de las iniciativas que funcionan y que son apreciadas por la ciudadanía; y que sean realistas respecto a las posibilidades de aplicar sus plataformas originales. Sin embargo, también deben encontrar la manera, dentro de esos márgenes, de marcar una diferencia. La izquierda peruana parece oscilar entre el radicalismo maximalista y la resignación desencantada, y urge encontrar algún camino intermedio que tenga sentido.
ACTUALIZACIÓN, 5 de setiembre
Ver también:
Moderaciones
Raúl Wiener
Tanaka y la moderación política
Alexandro Saco
lunes, 27 de agosto de 2012
Sobre la oposición
Artículo publicado en La República, domingo 26 de agosto de 2012
Quienes escribimos sobre temas políticos solemos ocupamos del gobierno: es natural, porque allí se concentra el poder. Pero en democracia el poder cambia de manos, y más en el Perú, con una volatilidad electoral tan grande, por lo que es importante analizar también el desempeño de la oposición. A esta le corresponde fijar los límites al poder, y al hacerlo, debería establecer que haría si fuera gobierno, transmitir la idea de que con ellos en el poder las cosas serían diferentes y mejores, y que podrían serlo en las próximas elecciones.
Durante el primer año del gobierno, se comentaba que la oposición prácticamente no existía: o más bien, que ella estaba en las calles, en los movimientos de protesta, pero no en el parlamento. El giro hacia el centro del gobierno hizo que la derecha se sintiera a gusto, y las críticas más bien vinieron de disidentes del propio oficialismo. En los últimas semanas, sin embargo, con el desgaste que trajo el primer año de gobierno, y con el nuevo giro al centro con el Consejo de Ministros de Juan Jiménez, la movilización callejera ha amainado un poco y la oposición política parece haber despertado.
Sin embargo, si uno juzga su desempeño sobre la base de la interpelación a la ministra Salas, la presentación del Consejo de Ministros en el Congreso y otros debates recientes, se tiene la impresión de que oposición, al igual que el gobierno, responde de manera cortoplacista a las mareas de la opinión pública y a los “destapes” de los medios de comunicación; en otras palabras, ella reproduce a su manera las limitaciones del gobierno que critica. Es que no basta saber en contra de qué está la oposición, o las razones de su supuesta indignación: lo que realmente importaría saber es que haría ella de estar en el gobierno para solucionar los problemas que denuncian. Y muy poco hemos oído decir sobre propuestas de reforma de la educación, de combate a la corrupción, de políticas de defensa o seguridad ciudadana, de qué están haciendo como partidos “nacionales” para tener una presencia efectiva en todo el territorio, por mencionar algunos asuntos.
De otro lado, los grupos de oposición nos deben explicaciones sobre el rumbo en el que ellos mismos se encuentran: el APRA, ¿intentará consolidarse como un partido populista de derecha? ¿Cómo queda la relación entre García y el partido? El fujimorismo, que recientemente señaló que buscará perfilarse como una opción liberal, ¿buscará ir más allá de un liberalismo económico para incluir el político e institucional? El PPC, Pedro P. Kuczynski, y otros, ¿podrían construir una alianza? Si no, ¿qué propone cada uno? En cuanto a la oposición de izquierda, una vez conseguida la paralización del proyecto Conga, ¿cuál es la propuesta de desarrollo para Cajamarca y otros lugares? ¿Cuál es la agenda que reune a Ciudadanos por el Cambio, Fuerza Social, Patria Roja, el Partido Comunista, el Partido Socialista y Tierra y Libertad, más allá del registro electoral de este último?
Quienes escribimos sobre temas políticos solemos ocupamos del gobierno: es natural, porque allí se concentra el poder. Pero en democracia el poder cambia de manos, y más en el Perú, con una volatilidad electoral tan grande, por lo que es importante analizar también el desempeño de la oposición. A esta le corresponde fijar los límites al poder, y al hacerlo, debería establecer que haría si fuera gobierno, transmitir la idea de que con ellos en el poder las cosas serían diferentes y mejores, y que podrían serlo en las próximas elecciones.
Durante el primer año del gobierno, se comentaba que la oposición prácticamente no existía: o más bien, que ella estaba en las calles, en los movimientos de protesta, pero no en el parlamento. El giro hacia el centro del gobierno hizo que la derecha se sintiera a gusto, y las críticas más bien vinieron de disidentes del propio oficialismo. En los últimas semanas, sin embargo, con el desgaste que trajo el primer año de gobierno, y con el nuevo giro al centro con el Consejo de Ministros de Juan Jiménez, la movilización callejera ha amainado un poco y la oposición política parece haber despertado.
Sin embargo, si uno juzga su desempeño sobre la base de la interpelación a la ministra Salas, la presentación del Consejo de Ministros en el Congreso y otros debates recientes, se tiene la impresión de que oposición, al igual que el gobierno, responde de manera cortoplacista a las mareas de la opinión pública y a los “destapes” de los medios de comunicación; en otras palabras, ella reproduce a su manera las limitaciones del gobierno que critica. Es que no basta saber en contra de qué está la oposición, o las razones de su supuesta indignación: lo que realmente importaría saber es que haría ella de estar en el gobierno para solucionar los problemas que denuncian. Y muy poco hemos oído decir sobre propuestas de reforma de la educación, de combate a la corrupción, de políticas de defensa o seguridad ciudadana, de qué están haciendo como partidos “nacionales” para tener una presencia efectiva en todo el territorio, por mencionar algunos asuntos.
De otro lado, los grupos de oposición nos deben explicaciones sobre el rumbo en el que ellos mismos se encuentran: el APRA, ¿intentará consolidarse como un partido populista de derecha? ¿Cómo queda la relación entre García y el partido? El fujimorismo, que recientemente señaló que buscará perfilarse como una opción liberal, ¿buscará ir más allá de un liberalismo económico para incluir el político e institucional? El PPC, Pedro P. Kuczynski, y otros, ¿podrían construir una alianza? Si no, ¿qué propone cada uno? En cuanto a la oposición de izquierda, una vez conseguida la paralización del proyecto Conga, ¿cuál es la propuesta de desarrollo para Cajamarca y otros lugares? ¿Cuál es la agenda que reune a Ciudadanos por el Cambio, Fuerza Social, Patria Roja, el Partido Comunista, el Partido Socialista y Tierra y Libertad, más allá del registro electoral de este último?
lunes, 20 de agosto de 2012
En los márgenes de nuestra historia (2)
Artículo publicado en La República, domingo 19 de agosto de 2012
La semana pasada comentaba el libro En los márgenes de nuestra memoria histórica, de Max Hernández, en el que, desde el psicoanálisis y otras herramientas se pasa revista por momentos clave (¿episodios traumáticos?) de nuestra historia. Decía que en en libro se podía entrever una tensión entre la detección de la continuidad de grandes problemas históricos y el reconocimiento de esfuerzos reiterados, aunque infructuosos, tanto en las élites como a nivel popular, por romper con ellos. Hacia el final, el autor nos señala que “cuando se trata de experiencias traumáticas, el psicoanálisis busca la reconciliación de la persona consigo misma a través de la aceptación de una verdad particularmente difícil de asumir”; “el doloroso legado emocional de nuestra historia espera ser elaborado desde una nueva perspectiva (…) El momento es propicio pues la población mestiza, una anomalía dentro de la lógica del sistema colonial, es parte de la realidad que las nuevas corrientes de integración, transculturación y sincretismo van conformando”.
¿Qué contornos debería tener esa “nueva perspectiva”? Debería ser una que, sin dejar de ser crítica, mire también nuestra historia sin caer en anacronismos (exigir de los actores del pasado actuaciones basadas en los criterios que manejamos en el presente) o en expectativas infundadas (exigir desempeños que no se dieron en ningún país de características similares al nuestro). En el marco de esta discusión, es interesante leer el reciente libro En el nudo del imperio. Independencia y democracia en el Perú, editado por Carmen Mc Evoy, Maurio Novoa y Elías Palti (Lima, Instituto de Estudios Peruanos e Instituto Francés de Estudios Andinos, 2012).
En este libro, diversos autores analizan la independencia del Perú resaltando su importancia en nuestra historia; no es que nada hubiera cambiado después de la independencia por la continuidad de los legados coloniales, sino que ella “supuso no solo un giro político drástico, sino también un verdadero trastocamiento cultural”. Lo que ocurrió fue un “vuelco radical en cuanto a los principios sobre cuyas bases se fundará el sistema institucional”, dando paso a la democracia, al principio de soberanía popular, que “una vez proclamada, habrá de buscar modos de expresarse empíricamente, hacerse efectiva”. Desde esta perspectiva, no solo tendríamos la persistencia de herencias coloniales, también una tradición republicana y democrática sobre la cual construir, cuestión especialmente relevante de cara a nuestro bicentenario. En el libro, la colonia no se percibe como pura exclusión y violencia, y la independencia no se ve como una aventura liderada por fuerzas “extranjeras”; por el contrario, rescata algunas bases que dieron estabilidad al orden colonial, la participación tanto popular como de las elites locales en la independencia, proceso visto de manera continental, donde la contraposición entre lo “nacional” y “extranjero” no tiene sentido.
VER TAMBIÉN:
En los márgenes de nuestra historia (1)
La semana pasada comentaba el libro En los márgenes de nuestra memoria histórica, de Max Hernández, en el que, desde el psicoanálisis y otras herramientas se pasa revista por momentos clave (¿episodios traumáticos?) de nuestra historia. Decía que en en libro se podía entrever una tensión entre la detección de la continuidad de grandes problemas históricos y el reconocimiento de esfuerzos reiterados, aunque infructuosos, tanto en las élites como a nivel popular, por romper con ellos. Hacia el final, el autor nos señala que “cuando se trata de experiencias traumáticas, el psicoanálisis busca la reconciliación de la persona consigo misma a través de la aceptación de una verdad particularmente difícil de asumir”; “el doloroso legado emocional de nuestra historia espera ser elaborado desde una nueva perspectiva (…) El momento es propicio pues la población mestiza, una anomalía dentro de la lógica del sistema colonial, es parte de la realidad que las nuevas corrientes de integración, transculturación y sincretismo van conformando”.
¿Qué contornos debería tener esa “nueva perspectiva”? Debería ser una que, sin dejar de ser crítica, mire también nuestra historia sin caer en anacronismos (exigir de los actores del pasado actuaciones basadas en los criterios que manejamos en el presente) o en expectativas infundadas (exigir desempeños que no se dieron en ningún país de características similares al nuestro). En el marco de esta discusión, es interesante leer el reciente libro En el nudo del imperio. Independencia y democracia en el Perú, editado por Carmen Mc Evoy, Maurio Novoa y Elías Palti (Lima, Instituto de Estudios Peruanos e Instituto Francés de Estudios Andinos, 2012).
En este libro, diversos autores analizan la independencia del Perú resaltando su importancia en nuestra historia; no es que nada hubiera cambiado después de la independencia por la continuidad de los legados coloniales, sino que ella “supuso no solo un giro político drástico, sino también un verdadero trastocamiento cultural”. Lo que ocurrió fue un “vuelco radical en cuanto a los principios sobre cuyas bases se fundará el sistema institucional”, dando paso a la democracia, al principio de soberanía popular, que “una vez proclamada, habrá de buscar modos de expresarse empíricamente, hacerse efectiva”. Desde esta perspectiva, no solo tendríamos la persistencia de herencias coloniales, también una tradición republicana y democrática sobre la cual construir, cuestión especialmente relevante de cara a nuestro bicentenario. En el libro, la colonia no se percibe como pura exclusión y violencia, y la independencia no se ve como una aventura liderada por fuerzas “extranjeras”; por el contrario, rescata algunas bases que dieron estabilidad al orden colonial, la participación tanto popular como de las elites locales en la independencia, proceso visto de manera continental, donde la contraposición entre lo “nacional” y “extranjero” no tiene sentido.
VER TAMBIÉN:
En los márgenes de nuestra historia (1)
lunes, 13 de agosto de 2012
En los márgenes de nuestra historia
Artículo publicado en La República, domingo 12 de agosto de 2012
Se presentó recientemente En los márgenes de nuestra memoria histórica (Lima, Universidad de San Martín de Porres, 2012), de Max Hernández, excelente trabajo con el que esta casa de estudios inicia el “Proyecto cultural del bicentenario peruano”.
Se trata de una aproximación ensayística del conjunto de la historia del país, y si bien no tiene una metodología precisa (o más bien, es muy compleja y diversa), podría decirse que está enclada en el sicoanálisis, con la noción de “trauma histórico”, que funcionaría de manera equivalente a un “trauma síquico”.
Simplificando, para Hernández el origen remoto del país se halla en el “horizonte temprano” de la cultura Chavín, momento del surgimiento de sociedades más complejas, con clases sociales: esto llevaría a la imposición de un orden con bases jerárquicas y autoritarias; posteriormente el Tawantinsuyo sería la expresión más sofisticada de una lógica de control territorial basada tanto en la imposición y la violencia, como en la cooptación y negociación con grupos muy diversos. La precariedad de este orden se haría evidente durante la conquista, evento cataclísmico, que pondría desde entonces a los indígenas americanos como “los grandes perdedores del encuentro con occidente”, que impuso una cultura letrada que relegó y oscureció la memoria de tradiciones milenarias. Con todo, el orden colonial se erigió bajo una lógica de “resistencia y adaptación”, de “enfrentamientos y alianzas, negociación y resistencia pacífica, rechazo del nuevo orden y adecuación a las nuevas circunstancias” que logró una notable estabilidad, de allí que tendiera a continuar durante la república e incluso hasta nuestros días. Luego, el proceso de la independencia nos planteó desafíos que superaron las capacidades de nuestras precarias elites; el Perú nació con un “Estado empírico asentado sobre un abismo social”, citando a Basadre, y los esfuerzos de construcción republicana sucumbieron a esta realidad, que a la postre llevaría a la derrota en la Guerra del Pacífico. En las primeras décadas del siglo XX, Belaunde, Haya y Mariátegui coincidiráin, cada uno a su manera, en una mirada crítica con el desempeño republicano y en la necesidad de transformar las estructuras sociales. En la década de los años ochenta y noventa, la violencia política nuevamente habría sacado a relucir que “la sociedad se ubicaba a ambos lados de la línea que separa los estereotipos de lo blanco y de lo indio”, “la segregación social y cultural enquistada desde la conquista”.
Diría que en el libro de Hernández se puede entrever una tensión constante entre la detección de la continuidad de grandes problemas históricos y estructurales, y el reconocimiento de esfuerzos reiterados, tanto en las élites como a nivel popular, por romper con ellos. Al final, el autor parece mostrar un moderado optimismo respecto a los cambios que podrían venir con la migración y la “cholificación” del país. ¿Será eso posible? Seguiré la próxima semana.
Se presentó recientemente En los márgenes de nuestra memoria histórica (Lima, Universidad de San Martín de Porres, 2012), de Max Hernández, excelente trabajo con el que esta casa de estudios inicia el “Proyecto cultural del bicentenario peruano”.
Se trata de una aproximación ensayística del conjunto de la historia del país, y si bien no tiene una metodología precisa (o más bien, es muy compleja y diversa), podría decirse que está enclada en el sicoanálisis, con la noción de “trauma histórico”, que funcionaría de manera equivalente a un “trauma síquico”.
Simplificando, para Hernández el origen remoto del país se halla en el “horizonte temprano” de la cultura Chavín, momento del surgimiento de sociedades más complejas, con clases sociales: esto llevaría a la imposición de un orden con bases jerárquicas y autoritarias; posteriormente el Tawantinsuyo sería la expresión más sofisticada de una lógica de control territorial basada tanto en la imposición y la violencia, como en la cooptación y negociación con grupos muy diversos. La precariedad de este orden se haría evidente durante la conquista, evento cataclísmico, que pondría desde entonces a los indígenas americanos como “los grandes perdedores del encuentro con occidente”, que impuso una cultura letrada que relegó y oscureció la memoria de tradiciones milenarias. Con todo, el orden colonial se erigió bajo una lógica de “resistencia y adaptación”, de “enfrentamientos y alianzas, negociación y resistencia pacífica, rechazo del nuevo orden y adecuación a las nuevas circunstancias” que logró una notable estabilidad, de allí que tendiera a continuar durante la república e incluso hasta nuestros días. Luego, el proceso de la independencia nos planteó desafíos que superaron las capacidades de nuestras precarias elites; el Perú nació con un “Estado empírico asentado sobre un abismo social”, citando a Basadre, y los esfuerzos de construcción republicana sucumbieron a esta realidad, que a la postre llevaría a la derrota en la Guerra del Pacífico. En las primeras décadas del siglo XX, Belaunde, Haya y Mariátegui coincidiráin, cada uno a su manera, en una mirada crítica con el desempeño republicano y en la necesidad de transformar las estructuras sociales. En la década de los años ochenta y noventa, la violencia política nuevamente habría sacado a relucir que “la sociedad se ubicaba a ambos lados de la línea que separa los estereotipos de lo blanco y de lo indio”, “la segregación social y cultural enquistada desde la conquista”.
Diría que en el libro de Hernández se puede entrever una tensión constante entre la detección de la continuidad de grandes problemas históricos y estructurales, y el reconocimiento de esfuerzos reiterados, tanto en las élites como a nivel popular, por romper con ellos. Al final, el autor parece mostrar un moderado optimismo respecto a los cambios que podrían venir con la migración y la “cholificación” del país. ¿Será eso posible? Seguiré la próxima semana.
lunes, 6 de agosto de 2012
La nueva etapa del gobierno
Artículo publicado en La República, domingo 6 de agosto de 2012
Durante la gestión de Oscar Valdés como Presidente del Consejo de Ministros, diversos analistas señalaban que la derechización del gobierno de Ollanta Humala habría llegado al extremo de haber tomado la decisión de imponer la gran inversión “a toda costa”, para lo cual el endurecimiento y la represión a sangre y fuego de las protestas sociales marcaría un punto de no retorno. Por ello, el presidente habría colocado a personajes muy cercanos a él y a Valdés en los ministerios de defensa e interior.
A la luz de la conformación del nuevo consejo de ministros presidido por Juan Jiménez, esas lecturas han revelado que carecían de fundamento, y se confirma lo que otros habían señalado: que este es un gobierno pragmático, reactivo, corto placista, sin proyecto definido, que responde a las mareas de la opinión pública, sin cuadros políticos propios capaces de enfrentar los desafíos que se presentan. Si el consejo presidido por Lerner cayó por aparecer como desordenado y concesivo, el de Valés cayó por aparecer rígido e impermeable. El primero habría caído por creer ingenuamente que con el diálogo se solucionaban los problemas, el segundo por creer que la protesta se desactiva con la mano dura. De este modo, Humala ha actuado como el político que es, al igual que antes actuaron García y Toledo: promoverán la inversión, pero no cuando los costos políticos de hacerlo sean excesivos. Esto hasta Yanacocha parece haberlo entendido, y ya se cuenta con el proyecto Quellaveco para mostrar que sí habría casos de “minería responsable”. Y hoy en la PCM y en interior se habla nuevamente de diálogo, y en defensa hay un ministro que no es parte del entorno palaciego.
Ahora bien, también habría que reconocerle al gobierno que este pragmatismo podría haber llevado por otros rumbos, como cuando se especuló con la posibilidad de un acercamiento con Solidaridad Nacional. Tal vez este camino no se consumó porque, en realidad, el gobierno no enfrenta propiamente oposición en el parlamento. Ella está en la calle.
¿Cómo enfrentar el malhumor de la calle? Nuevamente, podría haberse intentado tener ministros más “políticos” que pongan énfasis en comunicación, gestos, golpes efectistas. Por el contrario, el gobierno, en la práctica, ha decidido reforzar una suerte de estilo tecnocrático-social para atenderlas, mediante una combinación de diálogo con los núcleos movilizados y de aplicación de políticas sociales eficientes focalizadas en los más necesitados, que permita justificar el discurso de la “gran transformación gradual y persistente”.
Queda por supuesto en el aire la pregunta de si esta apuesta permitirá oxigenar al gobierno más allá del corto plazo; la apuesta “tecnocrática-social” tiene sus límites, precisamente en la falta de manejo político. En lo inmediato, en los cuestionamientos a la ministra Patricia Salas, se juega la viabilidad de esta apuesta, y lo que ella necesita es responder más políticamente a los cuestionamientos que se le hacen.
Durante la gestión de Oscar Valdés como Presidente del Consejo de Ministros, diversos analistas señalaban que la derechización del gobierno de Ollanta Humala habría llegado al extremo de haber tomado la decisión de imponer la gran inversión “a toda costa”, para lo cual el endurecimiento y la represión a sangre y fuego de las protestas sociales marcaría un punto de no retorno. Por ello, el presidente habría colocado a personajes muy cercanos a él y a Valdés en los ministerios de defensa e interior.
A la luz de la conformación del nuevo consejo de ministros presidido por Juan Jiménez, esas lecturas han revelado que carecían de fundamento, y se confirma lo que otros habían señalado: que este es un gobierno pragmático, reactivo, corto placista, sin proyecto definido, que responde a las mareas de la opinión pública, sin cuadros políticos propios capaces de enfrentar los desafíos que se presentan. Si el consejo presidido por Lerner cayó por aparecer como desordenado y concesivo, el de Valés cayó por aparecer rígido e impermeable. El primero habría caído por creer ingenuamente que con el diálogo se solucionaban los problemas, el segundo por creer que la protesta se desactiva con la mano dura. De este modo, Humala ha actuado como el político que es, al igual que antes actuaron García y Toledo: promoverán la inversión, pero no cuando los costos políticos de hacerlo sean excesivos. Esto hasta Yanacocha parece haberlo entendido, y ya se cuenta con el proyecto Quellaveco para mostrar que sí habría casos de “minería responsable”. Y hoy en la PCM y en interior se habla nuevamente de diálogo, y en defensa hay un ministro que no es parte del entorno palaciego.
Ahora bien, también habría que reconocerle al gobierno que este pragmatismo podría haber llevado por otros rumbos, como cuando se especuló con la posibilidad de un acercamiento con Solidaridad Nacional. Tal vez este camino no se consumó porque, en realidad, el gobierno no enfrenta propiamente oposición en el parlamento. Ella está en la calle.
¿Cómo enfrentar el malhumor de la calle? Nuevamente, podría haberse intentado tener ministros más “políticos” que pongan énfasis en comunicación, gestos, golpes efectistas. Por el contrario, el gobierno, en la práctica, ha decidido reforzar una suerte de estilo tecnocrático-social para atenderlas, mediante una combinación de diálogo con los núcleos movilizados y de aplicación de políticas sociales eficientes focalizadas en los más necesitados, que permita justificar el discurso de la “gran transformación gradual y persistente”.
Queda por supuesto en el aire la pregunta de si esta apuesta permitirá oxigenar al gobierno más allá del corto plazo; la apuesta “tecnocrática-social” tiene sus límites, precisamente en la falta de manejo político. En lo inmediato, en los cuestionamientos a la ministra Patricia Salas, se juega la viabilidad de esta apuesta, y lo que ella necesita es responder más políticamente a los cuestionamientos que se le hacen.
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