Artículo publicado en La República, domingo 21 de agosto de 2016
Durante las más de veintiuna horas que duró el debate para que el presidente del Consejo de Ministros obtenga la confianza del Congreso, asistimos a una escenificación bastante significativa. Todas las bancadas tuvieron ocasión para expresarse, mostrar preocupación, señalar vacíos en el discurso de Fernando Zavala. Tanto Fuerza Popular como el Frente Amplio, las bancadas más grandes, debían presentarse con un perfil opositor: el fujimorismo debía expresar molestia por la posible “continuidad” con un desprestigiado humalismo, y la izquierda por la continuidad del modelo neoliberal. Pero al mismo tiempo, ninguno de los dos podía mostrarse como “obstruccionista” frente a un gobierno que recién empieza. Los congresistas de los diferentes departamentos intervinieron para presentar la agenda de sus regiones, por ello intervinieron en el debate 118 parlamentarios. Del lado del gobierno, el desempeño fue prolijo: el presidente Kuczynski con el Fernando Zavala armaron un gabinete cuya mejor y única defensa descansa en sus competencias profesionales y técnicas, en ampararse en el predominio del sentido común de centro derecha que vive el país desde la década de los años noventa. Zavala encarna muy bien ese espíritu conciliador: saludó a todos, escuchó a todos, respondió a todos. Marcó la necesidad de mantener una continuidad en la que todos han colaborado (Fujimori, Paniagua, Toledo, García, Humala), y llamó a la cooperación. Al final el resultado fue muy bueno para todos: 121 votos a favor, práctica unanimidad, cuando hace unas semanas algunos especulaban con escenarios catastrofistas de censuras ministeriales y de amenazas de cierre del Congreso. El gobierno fortalecido, la oposición satisfecha, el ejecutivo respaldado, el Congreso ejerciendo sus labores de control.
Alguno podría replicar que todo esto no ha sido más que una pérdida de tiempo, porque que la confianza se iba a otorgar de todos modos. Este comentario pierde de vista la importancia de los ritos y de las formalidades en la política, y su función catárquica. En la última campaña electoral se le reclamó a Alfredo Barnechea no comer chicharrón a pesar de no querer hacerlo, como una falta política inexcusable; manteniendo las proporciones, podría decirse que acá no se trató de empujarse un chicharrón, si no de engullirse con elegancia algunos sapos. Y atención que errores coreográficos pueden acabar con el guión, la intervención de algún cabeza caliente podría haber llevado a una votación más ajustada o a poner riesgo la confianza. En esta línea, las disculpas del ministro Basombrío y la aceptación de las mismas por la congresista Alcorta por incidentes ocurridos durante la campaña electoral son un buen ejemplo.
Por supuesto, el partido de cinco años recién empieza, pero al menos ha empezado bien. Confiamos en que este espíritu de colaboración alcance para la aprobación de la ley de presupuesto y el otorgamiento de facultades legislativas delegadas por el parlamento al ejecutivo en las próximas semanas. Por el momento, el riesgo de una confrontación extrema entre ejecutivo y legislativo parece controlado. También, aunque esto no está siendo resaltado suficientemente, el de potenciales conflictos con los gobiernos regionales, mediante pacientes negociaciones de obras y asignaciones presupuestales. Por ahora, la impaciencia o enojo de la calle se insinúa como el desafío principal para este gobierno, de cabeza fría y pericia tecnocrática, pero sin cuerpo, presencia y operadores en el terreno, en todo el territorio. Allí podrían estarse incubando las crisis futuras.
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