lunes, 18 de agosto de 2014

Henry Pease, 1944-2014

Artículo publicado en La República, domingo 17 de agosto de 2014

Desde muy temprano construyó los pilares que marcarían su vida. La política (fue presidente de la Federación de Estudiantes) y la academia: al poco tiempo de egresar de la PUCP empezó una ininterrumpida carrera docente, y se convirtió en director de DESCO, importante ONG de investigación y promoción del desarrollo. Desde entonces le tocó lidiar también con una enfermedad que marcaría la tenacidad con la que acometería todas sus tareas; y acaso también una visión de la vida capaz de situarse por encima de las contingencias del momento, y en la que las prioridades estaban bien puestas: la familia, la amistad, los afectos.

Esta combinación hizo que su trabajo académico estuviera politizado en el mejor sentido: orientado por la preocupación por los problemas del país. Como académico fue pionero en reivindicar la legitimidad de la democracia, algo extraño para la izquierda de la época, y tambien la autonomía de la política: por encima de los intereses de clase, la política era también negociación y acuerdo. Pionero también en alentar la reflexión sobre lo que hoy llamaríamos el desarrollo de políticas públicas (el área urbana de DESCO, p.e.), todo lo cual se expresaba en sus sesudas e imprescindibles editoriales en la revista QueHacer.

En 1983 Alfonso Barrantes ganó la alcaldía de Lima, y Pease se convirtió en teniente alcalde y motor de la gestión. Llevó a una izquierda marxista-leninista tradicionalista muchas cosas: la valoración de la democracia, el rechazo rotundo al senderismo, la apertura al mundo no partidarizado, a la “sociedad civil”, la importancia de una gestión pública eficiente, la relación con el mundo de la investigación, de la promoción del desarrollo, y de la cultura. Fue el gran impulsor de la propuesta de convertir Izquierda Unida en más que la suma de sus partidos; vino la ruptura que no pudo evitar, y por sus principios, sacrificó por un buen tiempo largas y cercanas amistades.
 

En la década de los años noventa entendió que la oposición al fujimorismo era la tarea central, y que debía darse en todos los espacios; no cayó en la tentación del abstencionismo (error de muchos, entre ellos de sus compañeros de izquierda), y participó en un Congreso hostil. Muy a contracorriente ejerció la oposición, con valentía denunció los crímenes de Barrios Altos y La Cantuta. Asumió que su tarea era articular un gran frente de oposición, y fue el gestor silencioso de los acuerdos que permitieron que Valentín Paniagua se convirtiera en Presidente del Congreso y en Presidente del gobierno de transición. Este nuevo perfil lo acercó a Toledo y lo llevó a la presidencia del Congreso, donde intentó implementar una reforma integral de la Constitución y una reforma política, lamentablemente fallidas.

En los últimos años, desde la Escuela de Gobierno de la PUCP, asumió que su servicio al país era formar profesionales competentes, pero con criterio y sensibilidad política. En la universidad nos veíamos con frecuencia. Lo voy a extrañar.

Gestión de intereses

Artículo publicado en La República, domingo 10 de agosto de 2014

En los últimos días fue “hackeado” ilegalmente el correo electrónico del expresidente del Consejo de Ministros René Cornejo, y hecho público un mensaje de Cecilia Blume dirigido al Ministro de Economía, escrito en tono amical, argumentando a favor de la prórroga de la temporada de pesca de anchoveta de este año, cosa que efectivamente ocurrió días después. Blume es consultora empresarial (y en esa actividad es socia de la hermana del ministro Castilla), miembro del directorio de una empresa pesquera, y columnista del diario Correo. Hace unos años, durante el gobierno de Alejandro Toledo, fue asesora de Pedro Pablo Kuczynski tanto en el Ministerio de Economía como en la Presidencia del Consejo de Ministros, y en su ejercicio profesional coincidió también con el ex primer ministro Cornejo. El caso Blume no es aislado, es más bien la expresión emblemática de una situación general.

En un mundo ideal, los profesionales se forman en un conjunto amplio de universidades competitivas, y optan por carreras en el sector público, en el sector no gubernamental sin fines de lucro, en el mundo de la investigación académica, o en el sector privado. Los campos están bien delimitados, todos son relativamente prestigiosos, y bien remunerados. Así puede darse lo que Peter Evans llamó “autonomía imbricada” en un libro clásico dedicado al papel del Estado en el desarrollo industrial en países emergentes. La idea es que estos espacios estén relacionados, que compartan visiones favorables al desarrollo, pero que estén también en trincheras diferentes. Esta situación permitiría diálogo y acuerdos, pero también haría difícil la “captura” del Estado por intereses particulares o conductas predatorias por parte de este.

En países como el nuestro, los centros de formación universitaria de alta calidad son muy pocos, y quienes tienen acceso a ellos muchas veces comparten otros espacios: viven en los mismos distritos, estudiaron en los mismos colegios, son socios de los mismos clubes, todo afincando en Lima. Esta cercanía genera relaciones amicales y hasta de parentesco. Al mismo tiempo, no hay en el Estado una carrera pública, las ONGs tienen problemas crónicos de financiamiento, las universidades pagan mal, y el mundo empresarial privado es siempre movedizo. Todo esto hace que sea muy frecuente que se pase de un espacio al otro y que las fronteras sean siempre borrosas. Esas mismas personas suelen usar los medios de comunicación para opinar sobre las decisiones que deben toman las autoridades públicas. Al final, la percepción general es que diferentes “argollas” controlan el Estado, desatendiendo el interés general.

La legislación actual sobre la gestión de intereses y las incompatibilidades y responsabilidades de los funcionarios públicos queda corta. En el corto plazo, cuando menos, se necesita más transparencia en quienes abogan por intereses específicos, quienes toman las decisiones en el Estado, como en quienes opinamos sobre estos temas en los medios de comunicación.

VER TAMBIÉN:

Conflictos de interés (LR, 14 de noviembre de 2009

lunes, 4 de agosto de 2014

Cuarto año

Artículo publicado en La República, domingo 3 de agosto de 2014

El presidente Humala inicia el cuarto año de gobierno sin ruta de navegación. Con Salomón Lerner, en los primeros cinco meses, de lo que se trató fue de establecer un equipo de orientación izquierdista que implementara la “hoja de ruta”; con Oscar Valdés, en los siete meses siguientes, se trató de combinar crecimiento, inclusión y orden; con Juan Jiménez, durante dieciseis meses (quien retrospectivamente aparece como un maestro en el arte de gobiernar), la combinación fue crecimiento, inclusión y diálogo. César Villanueva en cuatro meses nunca llegó a ejercer propiamente el cargo, y René Cornejo en cinco mostró que nunca dejó de ser una salida de emergencia ante la caída de su predecesor. Ana Jara es una excelente operadora política, pero su problema es que encabeza el Consejo de Ministros de un gobierno sin rumbo. Ahora el crecimiento está en cuestión, la inclusión prácticamente desapareció del discurso, y el gobierno no se decide entre el diálogo o la confrontación con la oposición, ambigüedad que hizo precisamente fracasar la opción de Villanueva. En este momento, todo parece quedar en manos de la iniciativa de los ministros individuales: en Educación, en Salud, en Producción, en Transportes, tenemos ministros con agendas de reformas importantes, y sus iniciativas particulares son las que marcan el rumbo del gobierno. Todo esto hace que la percepción del desempeño gubernamental hasta el momento aparezca como mediocre.

Sin embargo, ubicados en el escenario electoral 2014-2016, resulta que el humalismo sigue ubicándose en el espacio de centro izquierda con el que ganó las elecciones. Otra manera de decir lo mismo es que a la izquierda de Humala no existe nada (tanto así que Susana Villarán terminó siendo candidata de “Diálogo Vecinal”), salvo la apuesta de que Tierra y Dignidad, liderado por Marco Arana, se convierta en un referente político viable. De otro lado, si bien el desempeño gubernamental parece muy mediocre, y la aprobación a la gestión de Humala al inicio del cuarto año es similar a la de García en el mismo momento, García ya había pasado por el escándalo de los petroaudios y por los sucesos de Bagua, mientras que sobre Humala no pesan cargas equivalentes. Esto hace que, por ejemplo, en la votación para elegir la nueva mesa directiva del Congreso, la lista oficialista aparezca como “progresista” frente a la de pepecistas, fujimoristas y apristas.

Todo esto genera varias paradojas: visto desde la derecha, la gestión de Humala es ciertamente amigable, pero no lo es comparado con lo que serían las cosas con Keiko Fujimori, Pedro P. Kuczynski, o un tercer gobierno de Alan García. Desde la izquierda Humala despierta tirria por su “traición”, pero el humalismo resulta parte indispensable de cualquier intento de construir un frente progresista.

PS. Mi solidaridad con Farid Kahhat, notable colega de la PUCP, víctima de comentarios deleznables del embajador de Israel en nuestro país, totalmente impropios de quien ejerce ese cargo.