Artículo publicado en La República, domingo 21 de setiembre de 2014
En la política, las imágenes de la racionalidad popular suelen variar en función de que coincidan o no con las opiniones de cada uno: si son las mismas, el pueblo es poseedor de una sabiduría natural y capaz de certeras intuiciones; si son contrarias, es ignorante y manipulable.
Gruesamente hablando, desde la izquierda y desde la derecha se ha oscilado entre ambos extremos. La tradición marxista-leninista llevó inevitablemente al “vanguardismo”: una elite esclarecida debía llevar “la verdad” a las masas “alienadas”, hacerles “tomar conciencia” de sus genuinos intereses, incapaces de hacerlo por sí mismos. En el otro extremo, siempre hubo una derecha aristocrática que despreció al pueblo, visto como inmerso en un mundo atrasado, premoderno, lleno de “malas costumbres” y “supersticiones”. Solo podría ser redimido mediante la educación, que implicaba erradicar sus hábitos, “civilizarlo” con la cultura occidental, racional, moderna.
Al mismo tiempo, hubo también tradiciones de cierta inspiración populista en ambos sectores políticos. Desde la izquierda se planteó también el rescate y valoración de la cultura popular, de modo que aquella solo tendría sentido si surgía de los anhelos de justicia del pueblo, y compartía sus valores y prácticas, precisamente rechazados por el aristocratismo de la derecha. Esto implicaba ir más allá de las consideraciones de clase y considerar el mundo de la cultura. Los planteamientos “nacional-populares” de socialistas italianos como Gramsci serían emblemáticos de esta postura. En la otra orilla, hubo también un populismo de derecha, que se asentaba precisamente en el hecho de que los valores populares tradicionales serían más bien conservadores: el respeto a la familia, a la autoridad, las demandas de estabilidad y seguridad, el rechazo a lo “foráneo”. El catolicismo conservador ha sido tradicionalmente una fuente de inspiración para estas posturas.
En las últimas décadas, el Senderismo fue el extremo delirante de las concepciones vanguardistas de izquierda. La conciencia debía ser “inculcada” mediante el terror y la violencia. El aristocratismo de derecha ha sido arrinconado por su incorrección política, no tiene expresiones partidarias, aunque subsiste en el sentido común de sectores altos. El populismo de izquierda encontró en Barrantes su mejor expresión (provinciana, empática); el de derecha tuvo acaso en el segundo belaundismo su último gran referente. En el medio se ubicó el populismo más convencional, menos ideológico, representado por el APRA, con más libertad para adaptarse en función de sus intereses electorales.
Lo nuevo en las elecciones de octubre próximo es que ha prosperado como no lo hacía desde hace mucho una derecha populista; que el viejo discurso de la derecha aristocrática parece haber sido asumido en parte por un sector reformista de izquierda, que sustituye sin resolver el viejo vanguardismo marxista-leninista. El populismo de izquierda está fuerte en algunas regiones, pero ausente en Lima.
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