Artículo publicado en La República, domingo 14 de setiembre de 2014
No habíamos comentado en esta columna sobre el Consejo de Ministros presidido por Ana Jara. Su naturaleza resulta paradójica. De un lado, parece débil: apenas logró obtener el voto de confianza por parte del Congreso, y varios de sus ministros son fuertemente cuestionados, incluyendo al poderoso ministro de Economía, y al ministro más popular, el del Interior. En las próximas semanas, el ministro de Energía y Minas podría ser censurado por el Congreso. Sin embargo, al mismo tiempo, tenemos un gobierno que sube en los niveles de aprobación a su gestión por parte de la ciudadanía y una opinión pública concentrada en las elecciones regionales y municipales, al punto que lo que ocurre con el poder ejecutivo resulta de poco interés. El hemiciclo semi vacío al final de la sesión de interpelación al ministro Mayorga, suspendida por falta de quórum, es una muestra elocuente de ello. Todo esto a pesar la existencia de problemas serios en la conducta de este y otros ministros, que Ana Jara debe ser capaz de controlar.
Lo que ocurre es que los problemas que tiene el Consejo de Ministros de Ana Jara no son consecuencia de cuestionamientos realmente de fondo, por más aspavientosos que parezcan algunos. Se trata de objeciones precisas a personajes puntuales que no ponen en debate las orientaciones generales de las políticas: cuestionamientos por un mal manejo de situaciones que exponen conflictos de interés (Mayorga), molestia por estilos y falta de modales (Urresti) o la necesidad de encontrar alguien a quien culpar por la desaceleración del crecimiento económico (Castilla). La aprobación a la gestión del gobierno está subiendo en la opinión pública, pese a la desaceleración, el ministro Urresti sigue siendo popular, y en realidad Mayorga es una pieza menor dentro del gobierno, que podría perfectamente caer sin mayores consecuencias. Del lado del Congreso, la aparente beligerancia opositora reside en realidad en la deserción de algunos miembros de la bancada nacionalista resultado de problemas de coordinación, no de pedidos de cambio sustantivos. Así, las eventuales interpelaciones y censuras no afectan en el fondo a la estabilidad del gobierno.
En realidad, la pregunta que podría resultar interesante es si Ana Jara podría convertirse en una candidata mínimamente eficaz representando al Partido Nacionalista en 2016, que no repita la historia de Mercedes Araoz con el APRA en 2011 o de Jeannete Enmanuel y Rafael Belaunde con Perú Posible en 2006. Por el momento, ha optado por un conveniente perfil bajo en los ataques que reciben los ministros cuestionados en el Congreso y en la prensa, que también se esmeran en precisar que no están dirigidos contra ella. ¿El presidente y la primera dama le darán espacio aportando a tener una mínima representación parlamentaria en 2016? Tal vez sí, en tanto Nadine Heredia podría encabezar la lista parlamentaria nacionalista en Lima. Pero para ello se requiere más que dejarse llevar por la pequeña marea ascendente del momento.
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