Artículo publicado en La República, domingo 14 de noviembre de 2010Al inicio de la campaña electoral presidencial, tenemos cinco candidatos principales: Luis Castañeda, Keiko Fujimori, Alejandro Toledo, Ollanta Humala y Mercedes Araoz. Todos ellos parecen tener un mínimo de votantes “duros”, por lo que, aparentemente, serán protagonistas de las próximas elecciones y tendrán posibilidades de llegar a la segunda vuelta: por supuesto, con lo volátiles que son nuestras preferencias electorales, no se puede descartar que algún otro candidato termine atropellando en las últimas semanas.
En esta temporada, analistas y estrategas de campaña se preguntan por cuáles serían las demandas y preocupaciones de los electores, para desarrollar una oferta acorde a la misma; en tanto cada candidato intenta acercarse al votante promedio, todos las ofertas y promesas terminan pareciéndose. Lo que distingue realmente a los candidatos entonces no es tanto su discurso, sino lo que los electores creen ver en ellos, lo que cada uno simboliza. La imagen personal termina siendo el elemento principal que los ciudadanos consideran para decidir su voto; es ella la que hace verosímiles o no sus propuestas.
A juzgar por las últimas elecciones en nuestro país, pesa mucho la ubicación de los candidatos en un eje izquierda – derecha: cuán asociados están a la demanda de distribución y protección del Estado, o a promoción del mercado y el desarrollo individual. Por supuesto, en nuestro país las cosas son más complejas que eso: el eje izquierda – derecha está estrechamente correlacionado con otros: niveles socio-económicos (pobres-ricos), etnicidad (indígenas-mestizos-blancos), y regionales (provincias-Lima, selva y sierra – costa). Sostengo que en nuestro país, desde la irrupción del fujimorismo, un segundo corte resulta fundamental: aquel que opone a candidatos asociados al establishment político “tradicional” (a pesar de que no tenemos tradiciones fuertes en realidad) con candidatos “incontaminados” y por lo tanto más cercanos al ciudadano común y corriente. El candidato ideal, ubicado en el centro, sería uno capaz de asegurar el crecimiento pero enfatizando la importancia de una mejor distribución, que pueda despertar confianza en la población pobre-chola-provinciana, que cuente con experiencia y capacidad suficiente, pero que al mismo tiempo no se perciba comprometido con las élites tradicionales, para que así pueda beneficiar al pueblo excluido.
Si las cosas son así, en las próximas semanas seguramente oiremos a candidatos a la derecha poniendo énfasis en el combate a la pobreza, y candidatos a la izquierda asegurando que no atentarán contra el crecimiento. De otro lado, candidatos del sistema político (a estas alturas los cinco son percibidos así) intentando resaltar su carácter independiente o renovador: si su imagen personal no hace creíble este discurso, la búsqueda de acompañantes como candidatos a la vicepresidencia tratará de compensar esas carencias.
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