Artículo publicado en El Comercio, martes 20 de octubre de 2020
Hay que ser optimista: cuando todo te parezca mal, piensa en que todo puede ser siempre aún peor. Desde inicios de siglo decíamos que en Perú no existen partidos políticos propiamente dichos, ni un sistema de partidos entre ellos; que nuestra política estaba signada por el personalismo, la improvisación y el cortoplacismo; por la volatilidad extrema y escasa legitimidad.
Pero la elección que viene parece notoriamente peor que las anteriores. La postergación de una reforma política ha inflado el registro electoral, llegando a 24 partidos, de los que la mayoría no son sino un cascarón. Esta vez quienes no participen perderán la inscripción, así que tendremos la elección con más candidatos de nuestra historia reciente. La emergencia sanitaria limitó la aplicación de una a su vez limitada reforma política, con lo que no pudieron inscribirse organizaciones nuevas, no pudieron realizarse elecciones primarias (mecanismo democrático de selección de candidatos y filtro para sacar de la competencia y del registro a partidos sin respaldo), no pudo regir el requisito de al menos un año de militancia en algún partido para poder postular a algún cargo de elección. Por ello hemos asistido al espectáculo de inscripciones de última hora en diferentes partidos, que éstos acogen gustosos al no tener candidatos ni propuestas ni viabilidad propia.
Se dice, con razón, que los electores debemos meditar bien nuestro voto. La tarea se complica por el alto número de candidatos presidenciales, a los que se sumarán los candidatos al Congreso con voto preferencial; y se complica más porque no será posible hacer publicidad en medios masivos, y porque la epidemia limitará las actividades presenciales de campaña. Afortunadamente se amplió la franja electoral, pero igual habrá confusión. En otros contextos los partidos con más historia y trayectoria estructuran mínimamente la competencia, pero acá éstos se juegan la sobrevivencia, y la contienda parece definirse entre partidos nuevos o partidos más viejos pero “refundados” por completo con nuevos dirigentes y logos, es decir, son también partidos nuevos. Así, no basta apelar a la demanda política. Se tiene que mejorar la oferta. Pero en medio de los problemas de representación que vivimos, se hace difícil convencer a ciudadanos capaces y bien intencionados para participar en política. Además, con tantos partidos y candidaturas los cuadros más atractivos, que existen en muchas tiendas, aparecen dispersos y con oportunidades escasas. Y lamentablemente, para estas elecciones la mayoría de partidos ha optado por mecanismos poco democráticos para seleccionar candidatos (asambleas de delegados elegidos por listas únicas).
Y hay un gran problema de fondo, de carácter “sociológico” si se quiere, que es la gran distancia que existe en nuestro país entre la élite económica, cultural y social, y la ciudadanía en general, y la distancia entre ésta y la actividad política en general. Esta distancia solía ser reducida, precisamente, por la existencia de partidos, ideologías, apuestas políticas capaces de ser punto de encuentro entre identidades diversas en todo el territorio. En su momento, el APRA, la izquierda, el socialcristianismo, Acción Popular, fueron motores articuladores. Ahora estos y otros grupos políticos parecen reducidos a muy pequeños núcleos, y a la expresión de intereses muy segmentados y particulares, y muy lejanos a los procesos sociales que han dado lugar a la actual fisonomía del país. De allí la distancia que se percibe entre las preferencias de las elites y las de los ciudadanos en general. Y los peruanos que expresan mejor el país forjado en los últimos años no parecen tener capacidad ni interés en saltar de la esfera social a la política.
De estos problemas no se sale fácilmente, y requerirá de mucho esfuerzo sostenido a lo largo de mucho tiempo. En lo inmediato, habría que persistir en reformas como la vuelta a un sistema bicameral, con un rediseño de las circunscripciones electorales, y plantear a los candidatos de las próximas elecciones un compromiso para completar la reforma inconclusa.
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