Artículo publicado en El Comercio, martes 3 de noviembre de 2020
El sábado pasado los 24 partidos políticos con registro electoral presentaron sus listas de precandidatos a la Presidencia y al Congreso de la República. Es la primera vez que tendremos elecciones internas organizadas por los organismos electorales, lo que ayudará a tener procesos transparentes. Lamentablemente, las restricciones que impuso la emergencia sanitaria, cierta indecisión por parte del JNE y la reticencia del actual Congreso para implementar reformas más audaces, nos conducen hacia elecciones internas bastante mediatizadas, donde cada partido decide la modalidad de elección. Pero igual aparecen lecciones interesantes.
Respecto a las candidaturas presidenciales, solo Acción Popular, Partido Morado, Partido Aprista Peruano, Todos por el Perú y Renacimiento Unido tendrán elecciones con más de una “fórmula”. Muy bien por ellos, porque en los otros las elecciones internas podrían ser una burla para los militantes y electores. En los tres primeros casos, se trata de partidos con una mínima vida y estructura interna, que se expresa en tendencias, facciones, y está muy bien que las disputas se diriman mediante el voto directo de los afiliados. La competencia resulta saludable, siempre y cuando no se convierta en una disputa cainita. En los otros dos casos la competencia la definirá una asamblea de delegados; en Todos por el Perú la competencia parece expresar los conflictos por el control de la inscripción del partido, antes que la existencia de tendencias. Renacimiento Unido, de Ciro Gálvez, es una inscripción que busca la sobrevivencia, después de intentos de alianzas fallidas con Siempre Unidos de Felipe Castillo y con Antauro Humala. En medio de ese panorama, busca hacerse un espacio el recién llegado Richard Arce.
Los partidos que tienen lista única para definir la candidatura presidencial al menos deberían hacer el esfuerzo de tener elecciones competitivas para definir las candidaturas al Congreso. Si no hay más de una lista, se debe asegurar que sea el voto el que defina quiénes terminan siendo parte de la misma, y en qué orden. Lo mismo para quienes han optado por definir candidaturas en asambleas de delegados: si las listas de delegados son únicas, o no hay posibilidad de presentar candidaturas individuales, la democracia interna es una ficción.
Ahora, en medio de este panorama, cabe hacerse la pregunta, ¿qué implicancias tiene todo esto? Porque no es cierto que los partidos que actúen de manera más democrática tendrán mejores perspectivas electorales. Ellas dependen de muchos factores, de hecho, las preferencias electorales parecen seguir principalmente a la imagen o simpatía que despiertan los candidatos presidenciales. De allí que partidos en riesgo de perder la inscripción se apresuren en recibir candidatos percibidos con alguna viabilidad, como Restauración Nacional, Somos Perú o Avanza País, aunque no haya mayor coherencia en esas decisiones (otros como Solidaridad Nacional, partido personalista que perdió su razón de ser, fue “traspasado” a un nuevo “dueño” como Rafal López Aliaga, al mismo tiempo su principal financista).
La principal virtud de estos comicios internos es que desnudará la realidad de cada partido: veremos cuán realista es su padrón de afiliados, cuánto compromiso se tiene con la paridad y alternancia, con el ejercicio de la democracia, y cómo es que funciona de manera interna; y todo esto es información útil para los electores. Además, ayuda a hacer previsiones respecto a lo que sucederá con esos partidos en el futuro, su cohesión o posibilidades de consolidación a largo plazo. Un dilema que se debe enfrentar es la tentación de hacer jales “llamativos” que luego atenten contra la cohesión y disciplina interna; o encerrarse en los cuadros de siempre, pero que no son capaces de ganar votos en la arena electoral.
Lo bueno de la elección de 2021 es que será un momento de “reseteo” del sistema de partidos. Los que no pasen la barrera electoral perderán la inscripción, y los actores políticos deberán, o integrarse a los partidos existentes, o esforzarse en construir una organización con un mínimo de coherencia.
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