Artículo publicado en La República, domingo 22 de marzo de 2015
Las emociones en la política son muy importantes, mucho más en contextos tan personalistas y escasamente institucionalizados como el peruano. En algunas coyunturas, humores pasajeros en las alturas del poder pueden llevar a tomar decisiones con graves consecuencias para todos los ciudadanos. Los políticos deben ser, necesariamente, apasionados. Sin el ansia por el poder, ya sea por sí mismo, como para usarlo en nombre de ideales, principios o ideologías, un político no lograría sobrevivir. Pero al mismo tiempo, los políticos deben ser capaces de impedir que sus pasiones les impidan identificar sus intereses, cuándo emprender batallas y cuándo negociar y hacer concesiones. Como dice la famosa frase, coraje para emprender cambios, resignación para aceptar lo que no se puede cambiar, y sabiduría para distinguir la diferencia.
Acaso Susana Villarán cometió el error, en nombre de la limpieza y la transparencia en la política, de enfrentarse a Luis Castañeda, un alcalde saliente muy popular, cuando no contaba con evidencia suficiente que justificara una acusación penal por el caso Comunicore ni con un modelo alternativo de gestión bien definido. Su declive terminó reivindicando la figura de su adversario, facilitando su vuelta al poder con más del 50% de los votos, y que cuenta con más de 60% de aprobación al tercer mes de su gestión. Llama la atención por ello que al inicio de su gestión Castañeda pareciera guiado por la intención de deshacer todo aquello que privilegió la gestión de Villarán.
“Nunca odies a tus enemigos. El odio afecta tu buen juicio” decía Michael Corleone en El Padrino III. En vez de desarrollar y consolidar el perfil obrista a favor de la población más pobre de Lima, perfil que le permitió volver a la alcaldía, en esta primera etapa de su gestión Castañeda parece dispuesto a traicionar ese perfil en nombre de la destrucción de las iniciativas de Villarán. El caso más clamoroso es el inicio de la construcción de tres bypass en la avenida 28 de julio, a costa de suspender el proyecto Río Verde. Es decir, se privilegia una obra de muy inciertos resultados, en una zona que no es la más crítica de la ciudad, cuyos problemas de circulación pueden ser mejorados con opciones más económicas (entre muchos otros problemas adicionales), por encima de un proyecto de construcción de un espacio público verde en las riberas del río Rímac, que beneficiará a los vecinos de San Juan de Lurigancho, Cercado, Rímac, El Agustino y San Martín de Porres, urgidos de espacios de recreación y entretenimiento, recuperando para la ciudad zonas abandonadas e inseguras. Es decir, Castañeda parece traicionar el perfil que lo hace popular en nombre de deshacer una de las obras emblemáticas de Villarán. ¿No es mejor potenciar y mejorar esa iniciativa?
Parecía que Castañeda tenía la clave del éxito de la gestión municipal con un populismo de derecha. Pero el odio podría hacerlo perder la brújula. El problema es que su ruina es también la de todos los limeños.
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