Artículo publicado en La República, domingo 1 de marzo de 2015
La semana pasada comentaba que después de varias décadas nos hemos quedado sin referentes en América Latina. Para la izquierda, la experiencia cubana empezó a mostrar sus serios problemas políticos desde la década de los años setenta y económicos desde la de los noventa; la nicaragüense se perdió en un laberinto de corrupción y personalismo. Venezuela con Chávez devolvió la ilusión a muchos, una combinación de mayoritarismo e intensa movilización, basada en redistribución y un liderazgo carismático. Hoy parece una combinación de todos esos males con poco o nada de sus virtudes. Desde la derecha, el pinochetismo, el fujimorismo, el uribismo, en sus versiones “clásicas”, digámoslo así, resultan incompatibles con esquemas democráticos: requieren una reinvención, por decir lo menos, para que sus énfasis en el orden y la seguridad sean compatibles con un Estado de derecho. En los últimos años, experiencias de corte socialdemócrata parecían lograr una combinación virtuosa entre políticas económicas orientadas al mercado que lograban altas tasas de crecimiento, y políticas redistributivas con Estados activos en el terreno social. El socialismo chileno y el PT brasileño eran entonces los referentes. Desde la derecha se veían como la prueba de la sensatez de las políticas promercado, y desde la izquierda de la necesidad y viabilidad de Estados liderando políticas sociales ambiciosas.
En los últimos años, sin embargo, también estos referentes han perdido su calidad de tales. En Chile el lamento habitual es que la construcción de mayorías resulta tan precaria e implica tantas transacciones que han terminando deslegitimando y haciendo impotente al sistema político. Pero Brasil, acaso el modelo más admirado, ha caído más bajo aún: las concesiones necesarias para construir mayorías llevaron a la compra de votos en el Congreso, a la “repartija” de cargos públicos, a pura corrupción. Y las políticas de libre mercado por sí mismas no han logrado asegurar la sostenibilidad del crecimiento.
Por el momento parecemos estar en un lugar en el que las respuestas y propuestas ideológicas quedaron totalmente insuficientes frente a los nuevos desafíos que nos toca enfrentar. Octavio Paz decía en su discurso de aceptación del premio Nobel en 1990 que “el derrumbe de las utopías ha dejado un gran vacío (…) en aquellos [países] en los que muchos la abrazaron con entusiasmo y esperanza. Por primera vez en la historia los hombres viven en una suerte de intemperie espiritual y no, como antes, a la sombra de esos sistemas religiosos y políticos que, simultáneamente, nos oprimían y nos consolaban”. En este mundo, no tiene sentido la esperanza en “soluciones globales”, y lo que se impone es la búsqueda de “remedios limitados para resolver problemas concretos”.
Para un país con una historia de extrema ideologización como el nuestro, se trata de un desafío y de una oportunidad. Ahora más que antes se abre un espacio de centro, para que propuestas y soluciones se basen en “evidencia”.
¡A dormir sin postre!
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Estar al tanto de las implicaciones de lo actuado es una responsabilidad
individual. Contar con derechos exige que hagamos los deberes
Hace 1 hora.
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