Artículo publicado en La República, domingo 8 de febrero de 2015
Grandes y cada vez más reiteradas alteraciones del clima: niveles de calor y frío a los que no estábamos acostumbrados. Grandes lluvias e inundaciones, que obligan a grandes desplazamientos de la población, seguidas de largas sequías, que causan la muerte de animales, pérdida de cosechas, escasez de alimentos, racionamiento del agua, cortes de energía. Diferencias sociales que se ahondan: algunos pueden almacenar agua y alimentos, generar su propia energía, aislarse en barrios relativamente autosuficientes, otros enfrentan una vida cada vez más precaria. Todo lo cual deteriora la convivencia, desata el pillaje, así como las respuestas represivas del Estado.
¿Y los gobiernos? Cada vez más encerrados en negociaciones “en las alturas” y juegos políticos autoreferentes, con altos niveles de ineficiencia y corrupción, lejos de las preocupaciones de una ciudadanía que, si bien rechaza a los políticos, tampoco es capaz de generar alternativas viables para un manejo de lo público crecientemente complejo y especializado. Con lo cual lo que tiende a darse como respuesta no es tanto un cuestionamiento global al sistema, sino episodios de resistencia puntuales, esporádicos y violentos.
Parece el bosquejo de una “distopia” de ciencia ficción, de las muchas producidas en los últimos años. El asunto es que se trata de un escenario que se presenta alarmantemente cerca, y que nos afectará directamente. En Brasil, una sequía inédita afecta a gran parte del país, en particular a São Paulo, donde 20 millones de personas se enfrentan a la necesidad de un estricto plan de racionamiento: dos días de agua, cinco de corte a la semana, con planes de corte de energía concomitantes. Enfrentar de veras una situación como esta requiere de cambios muy profundos: cambiar los hábitos de consumo de la población, las formas de generación de energía, una revisión del impacto de la construcción de hidroeléctricas en la amazonía sobre las alteraciones del clima, un cambio en la lógica de producción para limitar las demandas de energía y sus efectos ambientales, es decir la lógica entera del desarrollo económico.
Sin embargo, el gobierno de Dilma Rousseff se encuentra acosado por graves y cada vez más escandalosas denuncias de corrupción: empresas públicas que reciben sistemáticamente sobornos de empresas contratistas con contratos millonarios, dineros sucios que financian campañas electorales cada vez más caras e inaccesibles, que también financian el uso de sobornos empleados para “construir” mayorías en un parlamento cada vez más mercantilizado y clientelizado. Como es obvio, no es el liderazgo que la población está dispuesta a seguir cuando pide sacrificios. Pero es el liderazgo que la propia población puso en el poder, temerosa de que quienes se proclaman como líderes alternativos no sean capaces de lidiar con la complejidad del sistema. El conocido dilema entre corruptos pero con experiencia frente a limpios pero incapaces. Suena inquietantemente conocido.
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