Artículo publicado en La República, domingo 22 de febrero de 2015
En América Latina pasamos de la “década perdida” (la de los ochenta, el final del modelo de desarrollo impulsado por el Estado, originado en la de los años treinta) a la de la hegemonía neoliberal (la de los noventa, con “estrellas” como Salinas de Gortari en México, Fujimori en Perú, Menem en Argentina, Sánchez de Lozada en Bolivia). De allí tuvimos una “media década perdida” (1998-2002) en donde nos decepcionamos de las promesas neoliberales y se dio un “giro hacia la izquierda” con variada intensidad, configurándose desde entonces una suerte de disputa entre dos grandes “modelos”, expresados en la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA, con Venezuela, Cuba, Bolivia, Nicaragua, Ecuador y otros) y la Alianza del Pacífico (Chile, Colombia, México y Perú). Unos más orientados hacia la izquierda, otros hacia la derecha, por ponerlo en simple. En este marco, Brasil y Chile aparecían como una suerte de virtuoso punto intermedio: políticas económicas favorables al mercado, pero con Estados que hacían grandes esfuerzos para promover el desarrollo social.
Luego vino la “década dorada” (2003-2013), en la que a todos nos fue bien, favorecidos por los precios altos de nuestros productos de exportación. Los líderes en crecimiento y en reducción de la pobreza fueron Bolivia y Perú, muestra elocuente de que la locomotora externa fue capaz de arrastrarnos a todos, independientemente de la orientación ideológica, siempre y cuando se hicieran las cosas mínimamente bien. Los problemas vienen ahora, con el final de los precios internacionales altos; ahora resulta que dependemos más de nosotros mismos, y nuestras limitaciones se hacen más evidentes.
Se ha comentado mucho sobre los límites de ambos modelos de desarrollo económico: hacia la izquierda, el énfasis en la distribución termina limitando el crecimiento, lo que termina impidiendo la distribución; hacia la derecha, el énfasis en el crecimiento genera desigualdad y problemas de legitimidad política que terminan haciendo inviable el crecimiento (de allí que Brasil y Chile fueran vistos como referentes exitosos). Sin embargo, no se ha comentado tanto otro problema, ubicado en la dimensión política: el dilema entre lo que podríamos llamar “mayoritarismo” de un lado, y los problemas asociados a la construcción de consensos en contextos plurales. Venezuela en estos días ilustra dramáticamente los límites del mayoritarismo: en nombre de la mayoría expresada en el voto, se avasallan los derechos de la oposición, se copan y manipulan las instituciones, se establece una dinámica autoritaria. Pero del otro lado, Brasil ilustra los altos costos que implican las concesiones necesarias para construir consensos. Se termina deslizando uno por una pendiente en la que se termina legitimando la compra de votos en el Congreso, la “repartija” de cargos públicos, prácticas clientelísticas, la corrupción. Lo que antes era tolerable apenas en los socios, termina siendo parte de uno. Seguiré con el tema.
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