Artículo publicado en La República, domingo 8 de marzo de 2015
Hace unas semanas Alberto Vergara decía bien que nuestro país vivía una crispación sin crisis, es decir, “los peruanos (…) hemos inventado una situación peculiar donde nos odiamos políticamente sin que nada sustantivo se discuta en el país”. Este clima dificulta que nos detengamos un momento y veamos que algunas cosas están funcionando, mínimamente. Algunos ejemplos: UNICEF consideró el año pasado al Perú un modelo por sus logros en reducción de la mortalidad, así como en desnutrición crónica y anemia infantiles; la evaluación censal de estudiantes 2014 muestra mejoras importantes en comprensión lectora y matemáticas; hace poco, en la ceremonia de presentación del nuevo embajador peruano en Washington, el Presidente de los Estados Unidos dijo que Perú “es la envidia del mundo [por su] sobresaliente crecimiento económico en la última década, que ha permitido sacar de la pobreza a millones de peruanos”.
¿Qué tienen en común estos avances en salud, educación y política económica? En primer lugar, continuidad. Se trata de políticas iniciadas durante el gobierno del presidente Toledo, continuadas durante el de García, ampliadas durante el de Humala. En educación por ejemplo, con Toledo se instauró una política de mejora en las remuneraciones a los maestros, con García se aprobó la ley de Reforma Magisterial, que estableció concursos y evaluaciones para regir el ingreso y ascenso en la carrera docente, y se amplió la inversión en infraestructura educativa; esfuerzos que fueron redoblados durante el actual gobierno, y acompañados por capacitaciones y otras iniciativas. Las mejoras en salud y educación tienen además como importante complemento una política social, basada en transferencias condicionadas de dinero, que promueven controles preventivos y asistencia a las escuelas. Esto fue iniciado por Toledo bajo en nombre de “Juntos”, fue enmarcado con García bajo la estrategia “Crecer”, y con Humala potenciado dentro del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social. En cuanto a la política económica, la continuidad rompió el tradicional “péndulo peruano” del que hablaba Efraín Gonzales de Olarte; el modelo económico iniciado en la década de los años noventa no cambió con la “transición democrática” de 2000, a pesar de la crisis económica del periodo 1998-2002, a pesar de las diferentes orientaciones e inconsistencias de los tres últimos gobiernos.
Pero no es solo la continuidad. Ella debe ser resultado de lo que llamaría un cierto consenso pluralista. Es decir, la necesidad de implementar y persistir en ciertas políticas surge de cierto consenso entre expertos y especialistas, respaldados por pares internacionales y organismos multilaterales; consenso fruto de la deliberación entre posiciones diferentes, pero basadas en un mínimo de investigación y evidencia. Si el consenso es demasiado sesgado, se arriesga la continuidad; pero tampoco debe ser demasiado amplio, porque entoces las reformas corren el riesgo de ser intrascendentes. Seguiré con el tema.
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