viernes, 5 de diciembre de 2014

Perú, nación, Pedro y Gastón (2)

Artículo publicado en La República, domingo 30 de noviembre de 2014

La semana pasada comentaba dos artículos, uno de Pedro Suárez-Vértiz (PSV) y otro de Gastón Acurio (GA), referidos a las trabas y posibilidades de nuestro desarrollo, que me parecen expresivos de sentidos comunes que flotan en las cabezas de muchos peruanos.

Decía que PSV tiene una versión más pesimista: “somos una cultura truncada por otra”, consecuencia del “viejo colonialismo occidental”. Este no hizo sino “interrumpir nuestro trayecto”, por lo que desde el siglo XVI viviríamos ininterrumpidamente con una “herida abierta”. Por el contrario, los países noroccidentales “germinaron y evolucionaron por siglos entre semejantes”.

Creo que este pesimismo se funda en varias idealizaciones. De un lado, no es tan cierto aquello de que los países noroccidentales “evolucionaran entre semejantes”. Si bien no puede hablarse de conflictos entre “nativos” y “colonizadores”, la historia europea es una de graves conflictos entre diferentes comunidades, grupos étnicos y nacionalidades. Y los Estados construyeron comunidades nacionales sobre la base de esa diversidad, con más o menos éxito. Cometemos un error al pensar que el “Estado-nación homogéneo con tradición de siglos” es el único modelo de Estado; Francia sería el ejemplo de este ideal, que ciertamente más parece la excepción que la regla, y también es resultado de una voluntad política premeditada. Alemania o Italia tienen Estados nacionales construídos recién en el siglo XIX, y aún ahora muestran profundos clivajes o divisiones sociales. De otro lado, la diversidad nacional no impide Estados razonablemente fuertes, como en los casos de Estados Unidos, Canadá, Bélgica, España o Suiza, por ejemplo. La clave no es imponer la homegeneidad o lamentarse por su ausencia, sino construir sobre la diversidad, para lo cual la capacidad de negociación es clave. Y bien vistas las cosas, lo que caracterizó lo que podríamos llamar el “Perú antiguo” no fue la homogeneidad, sino la negociación constante entre diferentes poderes locales. El Tawantinsuyu no sería así la expresión máxima de un proceso de unificación, sino una compleja red de muchos y cambiantes núcleos.

GA parece más afín a esta visión de las cosas. Para este las diferencias del país (geográficas, históricas, culturales) serían fuente de nuestro ingenio y creatividad; un potencial que para ser activado contó con una “comunidad gastronómica a la altura de su tiempo”, capaz de unificarse detrás del proyecto de “compartir (no competir) para crecer todos juntos”. El problema con el diagnóstico de GA es que esa unidad parece más fácil de construir de lo que es: como que bastara la buena voluntad (“dejar atrás miedos, desconfianzas, vanidades, egoísmos y miradas pequeñas y cortoplacistas”). En realidad, de lo que se trata, más allá de la voluntad, es de negociar intereses diversos y contradictorios. Esa ha sido la clave de la estabilidad y el desarrollo político en contextos de países diversos como el nuestro, para lo cual la acción política resulta clave.

VER TAMBIÉN:

"The Rise of 'State-Nations' "
Alfred Stepan, Juan J. Linz y Yogendra Yadav
Journal of Democracy, vol. 21, n° 3, julio 2010

¿Qué es nación? y
¿Qué es nación? (2)

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