Artículo publicado en La República, domingo 14 de diciembre de 2014
Durante la década de los años ochenta y buena parte de la de los noventa, la crisis económica, la falta de empleo, aparecían como las preocupaciones principales en un país en el que la pobreza era mayoritaria. A finales de los años noventa surgió una importante preocupación por el problema de la corrupción (y el respeto a las libertades democráticas, aunque efímero). En 2006 fue explícita la preocupación por la exclusión social, una manera de frasear el problema de la persistencia de la pobreza en un contexto de crecimiento. En los últimos años, tanto como consecuencia del crecimiento económico como de la expansión y diversificación de actividades ilícitas en toda la región, la seguridad ciudadana ocupa un papel cade vez más importante. De hecho, fue un factor para que Ollanta Humala y Keiko Fujimori disputaran la segunda vuelta en 2011.
De aquí al 2016, ¿qué peso tendrá la preocupación por estos asuntos? En un contexto de desaceleración del crecimiento, la inquietud por lo económico seguirá, aunque quizá ya no tan asociada a la temática tradicional de la pobreza. Con certeza el reclamo ante la inseguridad ciudadana será un asunto central. Sin embargo, parece que la percepción de la corrupción como problema ha cambiado de manera imporante. En la elección municipal de 2010 en Lima Lourdes Flores lanzó el lema de que “la decencia derrotaría a la corrupción” en su enfrentamiento con Alex Kouri, discurso que también fue utilizado por la alcaldesa Villarán en el marco de la revocatoria de marzo de 2013, relativamente exitoso. Pero este tipo de retórica en la elección de octubre pasado fue infructuosa para cuestionar el voto por Luis Castañeda. Terminó ganando el candidato que “robará pero hará más obras” (aunque también era percibido como el más trabajador y el que trabajará por los más pobres, según la encuesta de DATUM de setiembre).
Esto se confirma mirando los resultados finales de las elecciones regionales. Santos electo estando en prisión tiene explicaciones más políticas, pero los casos de Otzuka en Madre de Dios, o Ríos en Ancash; Chui en Lima provincias, Cerrón en Junín, Rodríguez en Moquegua, Oscorima en Ayacucho, Moreno en Callao, Acuña en Lambayeque, por mencionar algunos; la participación en segundas vueltas de candidatos como Aduviri en Puno, ¿qué nos dicen? Más allá de hablar de una “crisis moral”, corresponde buscar explicaciones y explorar las implicancias de esto. En unos casos se expresaría la creciente importancia de actividades informales o ilegales en regiones del país; en otras, una mayor importancia de mecanismos clientelares de acción política; en otras, la extensión del sentido común del “roba pero hace obras”. A esto hay que sumar la reducción a la animadversión de marcar la estrella aprista así como los inéditos triunfos del fujimorismo en tres regiones. Parece perfilarse un reclamo por seguridad y eficacia, que podría confundirse con efectismo, en donde la percepción de la corrupción como problema parece relajarse.
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