El talento literario de García Márquez era tan grande que inventó una América Latina. No por nada entre las referencias del autor aparecen los cronistas de indias. Construyó un mundo primordial, del que podría decirse, como al inicio de Cien años de soledad, que “el mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”. Su narrativa empezó a nombrar las cosas con tal persuasión que construyó toda una imagen de América Latina. En su discurso de aceptación del premio Nobel, García Márquez señala que entiende su premiación como consecuencia de la atención de la Academia Sueca a la “realidad descomunal” de América Latina, “esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda”. Para García Márquez, “el nudo de nuestra soledad” ha sido “la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida”. Esa realidad inclasificable habría hecho inútiles “los talentos racionales”, que se habrían quedado “sin un método válido para interpretarnos”. América Latina tendría por ello que construir un camino original: así, sus tentativas de cambio social, se harían con “métodos distintos”, propios de “condiciones diferentes”.
En 2011, Jorge Volpi escribió que esa manera de entender América Latina tuvo su apogeo en 1982, con el nobel a García Márquez, y tuvo su réquiem en 2010, con el nobel a Mario Vargas Llosa. El brillo de García Márquez opacó otras visiones de América Latina, como las que proponían Octavio Paz o Vargas Llosa; o en medio de ambos extremos, Carlos Fuentes (o en otra dimensión, Jorge Luis Borges). Sin embargo, en medio de sus diferencias, muchas cosas los unían: el interés por América Latina como región, su papel como intelectuales públicos, su cercanía a la política, su capacidad para hablar como latinoamericanos, no solo como nacionales. Con el tiempo, lo latinoamericano se entiende cada vez menos como lo garcíamarquezco; lo incluye, pero va mucho más allá; implica también una dimensión más “normal”, más “occidental”, por así decirlo. Digamos que en los últimos años América Latina aparece definida más como un “extremo occidente”, siguiendo la idea de Alain Rouquié. Y los escritores son cada vez menos intelectuales públicos, y son desplazados por los especialistas. Por estas razones, Volpi declara provocadoramente la extinción de lo latinoamericano.
Podríamos estar de acuerdo con Volpi en que, con el funeral de García Márquez, termina una manera de entender lo latinoamericano. Sin embargo, parece exagerado decretar también los funerales de la idea de América Latina. Ocurre que ahora debemos entenderla como la región de la mayor diversidad, la otra cara de su mayor desigualdad. Occidental, sí, en su configuración general, pero con raíces propias, vivas y vigentes que la hacen particular. Pocos como García Márquez con el talento para dar cuenta de eso que nos hace únicos.
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