Artículo publicado en La República, domingo 2 de febrero de 2014
La semana pasada proponía explorar algunas ideas que surgen de la comparación entre nuestros países.
Desde la llamada “tercera ola” democratizadora, Chile y Perú parecen seguir trayectorias divergentes. Chile tuvo una dictadura muy dura pero con un importante apoyo interno, lo que le permitió plantear una transición democrática larga y controlada. Las fuerzas antidictatoriales fracasaron en sus intentos iniciales de plantear estrategias de confrontación, y optaron por la negociación política. En el camino, enfrentaron también la necesidad de la unidad, con lo que surgieron dos grandes bloques alineados gruesamente en torno a la continuidad o ruptura frente a la herencia del gobierno militar. Con la democracia vinieron la reconstitución de las instituciones democráticas, con una dinámica de desmontaje gradual de los “enclaves autoritarios”, y la prosperidad económica. En esto, ciertamente, pesó la tradición histórica chilena de fortaleza estatal e institucional. Todo esto ocurría mientras que en nuestro país las décadas de los años ochenta y noventa fueron nefastas, la primera por la catástrofe económica y la violencia, la segunda por la destrucción de las instituciones democráticas, en medio de una dinámica de confrontación política.
Pero el gradualismo y la negociación entre las elites minaron la legitimidad política; según el Latinobarómetro de 2011, Chile era el país con menor satisfacción con las políticas educativas y de salud de la región, y con el funcionamiento del poder judicial, junto al Perú. Según el informe de 2013, Chile es el país, junto a Perú, donde hay menor interés en la política, y donde más se percibe que hay una injusta distribución de la riqueza (junto a Paraguay y Honduras). Además Chile es el país con la peor percepción de la política de privatizaciones (con El Salvador). Por estas razones, en las última elección presidencial, entraron en agenda temas como la necesidad de una profunda reforma política (Asamblea Constituyente o reforma constitucional, reforma del sistema electoral, renovación de los partidos políticos), y la implementación de reformas que enfrenten lo que se interpreta como el fracaso de políticas públicas en áreas fundamentales como educación, salud, o la política previsional.
Podría decirse que Chile converge con nuestro país en la crisis política y en el malestar con el funcionamiento de políticas fundamentales, aunque provenga de una historia de fortaleza institucional. Lo paradójico es que con esas debilidades, a Perú le ha ido mejor económicamente en la última década, basándose apenas en algunas islas de eficiencia dentro del Estado. El desafío para el Perú es construir las instituciones que ganan viable el desarrollo en el mediano plazo, el de Chile es romper con una dinámica política percibida como elitista y exluyente, que podría erosionar su fortaleza institucional. Esa es la verdadera agenda de nuestros países, no atender problemas de fronteras.
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