Artículo publicado en La República, domingo 6 de setiembre de 2009
El Congreso aprobó esta semana una reforma constitucional que permitirá a las provincias de Lima tener una circunscripción propia, que se sumará a las 25 existentes. Tiene sentido: ellas tienen un gobierno regional pero no representación en el Congreso, y es claro que sus ciudadanos no son representados propiamente por los elegidos en la circunscripción de Lima, dado el peso demográfico de la provincia de Lima. Crear un nuevo distrito electoral requería aumentar el tamaño del Congreso, para no restar representantes a los existentes y no distorsionar tanto el principio de la representación proporcional al tamaño de la población.
Si bien esta reforma merece ser respaldada, está todavía pendiente una reforma política más de fondo. Si no cambiamos las reglas de juego, el sistema político seguirá funcionando básicamente como hasta ahora. Hay recomendaciones de distinto tipo, y el presidente García ha propuesto la segunda vuelta en las elecciones regionales y un cambio en el calendario electoral que haga que una mitad del Congreso se elija junto con el presidente, y la otra mitad a la mitad del periodo de gobierno. Hay otras propuestas, como la creación de distritos uninominales. Ya he comentado antes sobre la inconveniencia de estas reformas. La segunda vuelta estimulará la fragmentación; el cambio en el calendario electoral podría tener efectos negativos sobre la gobernabilidad del país, y además, nada asegura que nuevos congresistas actúen diferente a los que tenemos; finalmente, cuando se dice que las circunscripciones actuales son muy grandes, eso solo vale para el caso de Lima, y con distritos uninominales podemos acentuar el personalismo y la indisciplina en los partidos.
¿Qué hacer? Acaso sea iluso a estas alturas plantearse reformas integrales ambiciosas. ¿Cuál sería entonces una agenda mínima? Aquella que combata el problema central, que a mi juicio es la debilidad de los partidos, que llevan al parlamento a personajes improvisados y oportunistas. Deberíamos apuntar a tener partidos que respondan a programas, y que sus representantes actúen en consecuencia con ellos. Desde este ángulo, sería urgente: cambiar la ley de partidos, para establecer mecanismos de control respecto a la existencia de afiliados y comités partidarios, así como al uso de mecanismos democráticos para la elección de sus autoridades y candidatos; sanciones fuertes (pérdida de registro) por incumplimiento; y para propiciar la articulación entre partidos nacionales y movimientos regionales. Cambiar la ley electoral, eliminando el voto preferencial. Y cambiar el reglamento del Congreso, buscando el trabajo sobre la base de grupos parlamentarios y de una agenda legislativa aprobada y debatida públicamente. También limitar la inmunidad parlamentaria y fortalecer la Comisión de ética, de modo que se pueda investigar y sancionar a quienes cometan delitos o incumplan con sus funciones.
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3 comentarios:
Perdonando las vulgaridades, está bonito su texto, pero no le encuentro razón de peso para eliminar el VOTO PREFERENCIAL. Si un partido presenta una lista de 120 puntas como candidatos al Perlamento lo más lógico es que yo pueda seleccionar a los dos que yo prefiera de ese menú de propuestas (o sea, a los que me dé la gana, merced a mi libre albedrío). Puede que sean elegidos algunos engendros pintorezcos o alguien que se pegue un 13 en el culo, pero eso es asunto del elector, quien obligadamente vota guiado por su conciencia, su deber cívico o por el simple hecho de jorobar. Por otra parte, el orden de las listas muchas veces se arma con los más recomendados o amigos del líder en los primeros lugares o, en su defecto, con los desconocidos que se “matriculan” con los montos de dinero más suculentos. ¿Hay elecciones internas democráticas (llamémosle primarias) dentro de los partidos que ahora existen? Pues no. ¿Las habrá? No creo. ¿Es necesaria una reforma de los partidos? Pues sí. ¿Permitirán los cambios? Ni cagando.
"perdonando la vulgaridad": el problema está precisamente en que votamos por personas, no por colectividades y programas. Si no te gustan los candidatos de un partido, pues votas por otro. Lo que me parece contraproducente es votar por personas, ese es mi punto. Gobernar requiere equipos y programas, no individuos aislados.
Y cómo hacemos con la educación de nuestros compatriotas, para que puedan ejercer su derecho responsable con conocimiento de los programas, si lamentablemente las grandes mayorías no saben leer ni comprenden la política nacional, sin embargo tienen derecho a votar. En un país con una educación mediocre, con hambre y pobreza, dudo mucho que se vote correctamente por colectividades y programas. En ese sentido muchos dicen que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen. Creo que la causa principal para elegir malos representantes que se pintan un trece en el trasero, es porque no sabemos elegir con conocimiento, responsabilidad y objetividad a nuestros gobernantes. Y la pregunta es ¿Qué hacemos frente a los electores irresponsables?.Creo que no debemos dejar de lado este punto en la reforma política
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