Publicado en el diario La República, domingo 19 de enero de 2014
En las últimas semanas se habla de la existencia de un clima de “crispación política” que deberíamos dejar atrás, especialmente considerando la inminencia del fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya sobre la delimitación de la frontera marítima con Chile. Como que nos hemos estado peleando innecesariamente, exagerando la importancia de problemas menores, maximizando conflictos cotidianos, desarrollando razonamientos conspirativos en los que los adversarios están preparándose para perpetrar grandes atentados contra la libertad y la democracia. Termocélafos de derecha piensan que el presidente Humala revelará su escondida identidad chavista e iniciará el plan de imponer una dictadura reeleccionista, mientras que termocéfalos de izquierda piensan que la derecha, que supuestamente controla al gobierno, es tan rapaz y codiciosa que pretende eliminar el más mínimo asomo de pensamiento crítico, para lo cual emplea mecanismos de mercado para eliminar la libertad de prensa y de acceso a la información, y amenaza veladamente con un boicot empresarial. El paso de los días, me parece, ha abierto espacio, al menos momentáneamente para la sensatez, y el reconocimiento de que solemos preveer catástrofes con demasiada facilidad.
Decía Marx en el 18 Brumario de Luis Bonaparte que en ocasiones los actores creen ser libres y actuar sin prejuicios, pero en realidad “la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”. Así, cuando desde la derecha se mira a Humala emergen los fantasmas del 5 de abril de 1992, el intento de estatización de la banca de julio de 1987, el gobierno entero de Velasco Alvarado. Desde la izquierda se piensa en El Comercio y en la derecha de los tiempos de la más rancia oligarquía de mediados del siglo pasado, aparece la imagen de Haya de la Torre departiendo con Pedro Beltrán y el exdictador Odría, y todos se sienten partícipes de una cruzada en la que valores fundamentales están en juego.
De otro lado, el que razonamientos conspirativos extravagantes prosperen y sean auténticamente creíbles creo que nos dice algo sobre la escasa comunicación y los pocos vínculos que existen entre los diferentes sectores de nuestra elite social y política. Cada grupo vive relativamente encerrado en un círculo de conversación, lecturas, influencias, alimentando sus propias convicciones y prejuicios respecto a los otros. Así, cada grupo se percibe como depositario de la razón y le resulta incomprensible la actuación de los otros, que solo puede ser explicada asumiendo que los demás o son irracionales o se mueven sirviendo intereses particularistas. La derecha es bruta o achorada, y la izquierda es caviar o jurásica. El carácter excluyente en términos sociales que sufre el Perú afecta también su dinámica política. Hay pocos espacios de encuentro entre izquierda y derecha, empresarios y trabajadores, civiles y militares, periodistas y académicos, políticos y analistas, etc.
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