Artículo publicado en La República, domingo 1 de septiembre de 2013
Hace tres semanas dejé inconclusa una discusión sobre la reciente “reconsideración del ideal republicano como clave no solo para entender mejor (…) nuestros problemas históricos y actuales, también para pensar en sus soluciones”. En esta línea vale comentar la reciente aparición del libro de Alberto Vergara, Ciudadanos sin república. ¿Cómo sobrevivir en la jungla política peruana? (Lima, Planeta, 2013). Se trata de una recopilación de artículos publicados en los últimos cinco años, pero como señala el autor, animados por la pregunta de fondo de qué define la época actual.
Para Vergara, la respuesta está en la tensión entre las “promesas cumplidas” del neoliberalismo y la frustración por el fracaso de la “promesa republicana”. Mientras que el neoliberalismo dio lugar a un inédito crecimiento económico y una masiva reducción de la pobreza, la precariedad del republicanismo pone en riesgo lo avanzado. El republicanismo sería tan antiguo como el país, pero su tradición se habría perdido en el siglo XIX, entre el caudillismo y el autoritarismo, y luego en medio de la retórica de las clases sociales y de la revolución social, y luego del neoliberalismo. La promesa republicana, para Vergara, tiene tres grandes componentes: la igualdad de los ciudadanos; el imperio de la ley y de instituciones legítimas; y algún sentido de fraternidad y confianza entre los ciudadanos.
Si bien las promesas socialista y corporativista habrían perdido vigencia, la republicana, a pesar de sus límites, se mantendría, sostenida por la existencia, como nunca antes, tanto de una economía de mercado como de una extendida ciudadanía; ciudadanía cuya presencia justificaría caracterizar el Perú de hoy no como Alberto Flores Galindo, quien habló de una “república sin ciudadanos”; hoy mas bien tendríamos “ciudadanos sin república”. De lo que se trata es de “construir las instituciones que permitan dotar de vida política a esa construcción primaria y precaria de ciudadanos en el Perú contemporáneo” (p. 27). El desafío es construir instituciones, un “republicanismo popular”, que evite una frustración más en nuestra historia.
Intentos de rescate del republicanismo como los de Vergara y otros acaso sean la otra cara de nuestra profunda crisis de representación: ya que no creemos en los actores políticos y sus proyectos, apostamos por igualdad, instituciones y ciudadanos; al punto que “nos va a dar igual si la plataforma que lo encarne está, en términos económicos, un poquito más a la derecha o un poquito más a la izquierda”. Para Vergara, existiría cierta base político-electoral que podría hacer viable este republicanismo, cercano a un cuarto del país, a pesar de que desde la izquierda las instituciones solo contarían para atacar al fujimorismo o defender a Susana Villarán, y de que para la derecha hablar de instituciones es “caviar” y de derechos humanos, “terruco”. El asunto es que “alguien debe convertir esa necesidad [republicana] en posibilidad”.
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