Artículo publicado en La República, domingo 6 de enero de 2013
El pasado 10 de diciembre falleció el economista Albert Hirschman; nació en Alemania, estudió en Berlín, París, Londres y Trieste; fue voluntario republicano en la guerra civil española, luchó con los franceses frente a los nazis, y colaboró luego en la fuga a los Estados Unidos de intelectuales y artistas perseguidos por estos. En este país desarrolló su carrera académica, que combinó con importantes cargos en el sector público. Sus contribuciones académicas fueron muy variadas: Hirschman fue un economista muy heterodoxo, especialista en el arte de “traspasar fronteras” intelectuales, pasando de la economía a la política y a la filosofía. Acaso el centro de sus preocupaciones fue el tema del desarrollo; no concibió una teoría general para dar cuenta de este, pero su obra está llena de ideas, conceptos, de “alcance medio” tremendamente útiles, por lo que su relectura es necesaria. Llama la atención cómo en Hirschman la sencillez de sus razonamientos conduce a muy agudas constataciones, demostrando aquello de que el sentido común es el menos común de los sentidos. La lectura de Hirschman nos ayuda a liberarnos de los prejuicios adquiridos por la importación acrítica de teorías generales o por el peso de las ideologías, que nos impiden ver lo que muchas veces está simplemente a la vista.
El desarrollo de América Latina fue parte central de su reflexión. Hirschman analizó algunos de los problemas de las políticas públicas en nuestros países, y habló del problema de la “fracasomanía”: la noción de que todos los esfuerzos previos al de uno han sido inútiles, por lo que hay siempre que empezar desde cero; de que si no hay reformas completas, complejas, integrales, entonces cualquier esfuerzo es vano. Esta actitud lleva a la inacción, a desestimar la ocurrencia de cambios positivos, así como a soslayar la ocurrencia de fenómenos inesperados, que plentean nuevos retos y que también abren nuevas oportunidades; todo lo cual impide que ocurran aprendizajes y la acumulación de conocimiento.
En esta actitud, paradójicamente, coinciden los izquierdistas más radicales con los derechistas más recalcitrantes. Los primeros desdeñan las reformas porque quieren una revolución y desconfían de un Estado visto como “capturado” por la clase dominante; los segundos porque defienden el status quo, y porque quieren un “mercado libre” sin intervención estatal. Pensando en el Perú actual, las advertencias de Hirschman son de una gran pertinencia. La precariedad de nuestras instituciones y de nuestros actores políticos nos llevan a subestimar la ocurrencia de cambios que, aunque en pequeña escala, pueden llevar a la larga a nuevas situaciones, diferentes, en donde pueden aparecer oportunidades de transformación inesperadas. Detectarlas en un país en medio de muchos cambios es una tarea fundamental; un sentido crítico mal entendido, que se expresa en frases como “aquí no pasa nada” puede llevar a dejarlas pasar.
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