Artículo publicado en La República, domingo 1 de abril de 2012
El pasado martes 20 se realizó en Lima el seminario “América Latina, retos y desafíos”, organizado por la Fundación Internacional para la Libertad, presidida por Mario Vargas Llosa. Participaron como ponentes los expresidentes Álvaro Uribe, Jorge Quiroga, Vicente Fox, Luis Alberto Lacalle y Alejandro Toledo. En el evento también se respaldó la candidatura panista a la presidencia de México de Josefina Vásquez. Si bien se trata de presidentes democráticos que no merecen una descalificación, el gobierno de Uribe tuvo un marcado personalismo y prácticas que pusieron al límite la continuidad institucional en Colombia, y enfrentó serios casos de corrupción, violación a los derechos humanos, influencia de intereses paramilitares; Quiroga fue un razonablemente buen presidente de transición, pero no logró controlar la crisis que terminó con la llegada al poder de Evo Morales; Fox encarna la desilusión posterior a la ansiada transición democrática en México; Lacalle un intento de reforma neoliberal no aceptada por los uruguayos, que terminaron optando por propuestas más bien socialdemócratas; y de las limitaciones de Toledo todos conocemos. En suma, los referentes políticos concretos de la propuesta liberal resultan poco seductoras.
En cuanto a aportes intelectuales, la figura a mi juicio más notable es la del mexicano Enrique Krauze, autor del reciente libro Redentores. Ideas y poder en América Latina (México D.F., Debate, 2011). Este consiste en los perfiles biográficos, políticos e intelectuales de doce figuras latinoamericanas, en la que Octavio Paz aparece como el gran eje articulador: antes de él, cuatro “profetas” (José Martí, José Enrique Rodó, José Vasconcelos y José Carlos Mariátegui), luego dos “iconos revolucionarios” (Eva Perón y el Che Guevara), dos novelistas (Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa), dos protagonistas de los sucesos de Chiapas (el sacerdote Samuel Ruiz y el “subcomandante” Marcos), y finalmente el “caudillo postmoderno” Hugo Chávez. Todos estos disímiles personajes tienen en común ser cada uno a su manera “redentores”, estar imbuídos de una cultura política que sería típicamente latinoamericana, de orígenes neoescolásticos, marcada por concepciones organicistas y caudillistas, motivados por una suerte de misión salvífica con raíces en el catolicismo. Paz y Vargas Llosa lograron convertirse al liberalismo democrático y evitar un horizonte utópico que deviene, casi inevitablemente para el autor, en alguna forma de violencia o autoritarismo.
Si bien la mayoría de personajes retratados por Krauze no son de sus simpatías políticas, este los retrata con cierto embeleso. Es que el discurso de la redención es seductor por naturaleza, y frente a él solo cabe oponer “la insípida, la fragmentaria, la gradualista pero necesaria democracia, que ha probado ser mucho más eficaz para enfrentar estos problemas [pobreza y desigualdad]” (p. 517). ¿Podrá el liberalismo en nuestros países construir una propuesta más atractiva? Una pista la sugiere Krauze cuando recuerda el señalamiento de Paz sobre la necesidad de “repensar nuestra tradición, renovarla y buscar la reconciliación de las dos grandes tradiciones políticas de la modernidad, el liberalismo y el socialismo” (p. 517).
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