.Artículo publicado en La República, domingo 3 de octubre de 2010
El viernes pasado se celebró el día del periodista. La campaña electoral que termina con las elecciones de hoy ha puesto en debate el papel de los medios y de los periodistas en particular, en qué medida constituyen un grupo de poder, un actor político en sí mismo, incluso por encima de los partidos, en tanto defenderían intereses específicos, pero no sujetos a un control democrático.
No existe en nuestro país una tradición de prensa que distinga claramente la información de la opinión; por lo general, los medios periodísticos no solo defienden abiertamente una causa y atacan la contraria, sino que también resaltan y exageran, u ocultan o minimizan información según favorezca la línea propia y perjudique la ajena. No se impone el criterio de confirmar la veracidad de la información o de establecer claramente cuál es el interés público y las consecuencias de su difusión (más allá de consideraciones muy inmediatistas) antes de darla a conocer, o de dar cabida a descargos o visiones alternativas. En todo caso, los criterios que se manejan son muy laxos, y se justifican bajo la presión de la competencia y de ganar una primicia, salvo muy honrosas excepciones.
Y todo esto cuando es la política la que domina la coyuntura; cuando no, los medios se inundan de noticias policiales, en particular la televisión. Esto no tiene nada de malo en sí mismo, el problema es que la atención a lo delincuencial o social no viene acompañado de un esfuerzo por contextualizar la noticia, de tratar de entender las características, causas y posibles soluciones de los problemas, sino de explotar sus ángulos más truculentos.
La justificación de estas conductas pasa por la lógica de la competencia: si no lo hago yo, otro más lo hará, una suerte de problema de acción colectiva en la que todos terminan haciendo lo que supuestamente no quieren hacer. Pues a falta de una coordinación eficaz, debieran primar los principios. De otro lado, se suele invocar el derecho a la subjetividad, a la opinión, a la libertad individual. Lo que no se considera suficientemente es que se puede ser todo lo parcial y subjetivo que se quiera en términos de las preferencias de cada quien, pero hay también una obligación de seguir criterios de veracidad, rigurosidad, evitar sesgos, en suma, de intentar mantener niveles mínimos de objetividad. Esto implica, a mi juicio, reconocer que posiciones adversarias críticas pueden tener razones válidas; y que las posiciones propias tienen límites y puntos débiles. Viendo así las cosas, la búsqueda de objetividad debiera llevar a servir mejor las causas que cada quien defiende: solo reconociendo que se tienen limitaciones es que se pueden corregir, y reconocer los puntos válidos ajenos permite asumirlos para así fortalecerse. Pasada el tráfago electoral, esperemos que las autoridades electas, los candidatos derrotados y los medios y periodistas sepan sacar las lecciones que correspondan.
César Aira - Traducción
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A un traductor se le están planteando todo el tiempo los pequeños grandes
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