martes, 23 de enero de 2007
Un comentario sobre la identidad peruana, partiendo de Kapuscinski
Leo que el escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski ha fallecido en Varsovia, a los 75 años. Veo que en el archivo de artículos que guardo por una u otra razón, tengo uno suyo, del 2002. Aprovecho para reproducir el texto, muy bueno, y para proponer partiendo de él algunas reflexiones que creo pertinentes sobre la identidad peruana.
En el artículo Kapuscinski contrapone las "sociedades históricas" y las sociedades "abiertas al futuro". Las primeras están orientadas hacia el pasado, a resolver disputas que vienen de atrás, mientras que las segundas, al no tener esos lastres, se orientan hacia adelante y progresan. Estados Unidos sería el ejemplo de esto. Dentro de las sociedades históricas, en los últimos años habría un proceso de "descolonización cultural", un rescate de las tradiciones frente al avance de occidente, como en Irán. Kapuscinski termina diciendo que "nada cambiará a no ser que las sociedades históricas aprendan a crear, a hacer una revolución de la mente, de la actitud, de la organización. Si no destruyen la historia, ésta les destruirá a ellos".
Me quedé pensando en qué implicancias tiene esto para nosotros. El Perú es un país de historia larga, de antiguos traumas irresueltos, puede ser considerada una "sociedad histórica", tal como la entiende Kapuscinski. Creo que también puede decirse que, en muchos sentidos, nuestra historia, o más bien, la manera de entender la historia presente en nuestra cultura política, tiene muchos elementos autodestructivos. La memoria del bien perdido. El país de las oportunidades perdidas. Un pasado grandioso y un presente miserable. Mendigo en un banco de oro. Todas estas imágenes nos tiran hacia abajo.
El problema a mi juicio es que, para avanzar, necesitamos partir de un punto 0, y luego, en el punto 1, alegrarnos por el avance, lo que permitirá pasar al punto 2, y luego al 3, y así sucesivamente. Valorar los avances parciales es lo que permite llegar a la meta. El problema con el peso excesivo o mal entendido de la historia es que, desde el punto 0, tenemos en la cabeza que alguna vez estuvimos en el 20 y que en realidad deberíamos estar en el 30, y entonces, al llegar al punto 2, no valoramos esos dos puntos, sino que nos fijamos en los 18 o 28 que nos faltan. El vaso siempre está medio vacío, no medio lleno. Así, las cosas se ven demasiado complicadas, inalcanzables, torpedeamos a los que algo hacen, y al final tiramos la toalla. Y nos quedamos en el atraso.
Nuestra rica historia es ciertamente un activo, no un pasivo: pero siempre y cuando nuestra cultua política resalte aspectos que nos permitan valorar los avances parciales, y fortalezcan nuestra perseverancia, no tanto la imagen de un país en constante decadencia desde un pasado mítico... siendo las cosas así, pucha, lo único que queda es irse a mudar a otra parte.
Creo que estas ideas sirven para pensar desde por qué estamos tan mal en el fútbol, hasta los desafíos del desarrollo. Lo dejo ahí.
Domingo, 24 de febrero de 2002
El País
Un mundo, dos civilizaciones RYSZARD KAPUSCINSKI
Ryszard Kapuscinski es periodista y escritor polaco. © New Perspectives Quarterly. Distribuido por Los Angeles Times Syndicate International.
En las sociedades históricas todo ha sido decidido en el pasado. Sus energías, sentimientos y pasiones están orientados al pasado, dedicados a la discusión de la historia, al significado de la historia. Viven en el reino de la leyenda y de los linajes fundadores. Son incapaces de hablar del futuro, porque el futuro no despierta en ellos la misma pasión que su historia. Es gente histórica, que nace y vive en la historia de las grandes luchas, divisiones y conflictos. Son como un viejo ex combatiente de guerra, que sólo quiere hablar de la gran experiencia que le proporcionó tan hondas emociones que nunca pudo olvidarlas. Las sociedades históricas viven con este peso que nubla sus mentes y su imaginación. Están obligadas a vivir profundamente en la historia; así se identifican. Si la pierden, pierden su identidad. Entonces no sólo serán anónimos, habrán dejado de existir. Olvidar la historia sería olvidarse de sí mismos, una imposibilidad biológica y psicológica. Es una cuestión de supervivencia.
Pero para crear nuevos valores, una sociedad tiene que tener una mente limpia que le permita concentrarse en algo orientado al futuro. Ésta es la tragedia en la que están atrapadas las sociedades históricas. Estados Unidos es, en cambio, una nación afortunada. No tiene problemas con la historia. Su mentalidad está abierta al futuro. Al ser una sociedad joven puede ser creativa sin que el peso de la historia tire de ella, sujetándola por la pierna, atando sus manos. El peligro para EE UU -y para el resto del mundo- es que su desarrollo sea tan dinámico y creativo que llegue a convertirse en un mundo completamente distinto en este mismo planeta. EE UU produce a diario elementos de una civilización totalmente nueva que se aleja cada vez más de la del resto del mundo. La diferencia no está sólo en la riqueza y la tecnología, sino en la mentalidad. La posición y el poder del dinámico EE UU y la parálisis de las sociedades históricas es el gran problema para el futuro de la humanidad. A diferencia de lo que creíamos hace 20 años, el mundo no converge, sino que se separa como las galaxias.
Cuando fui por primera vez a África, hace 30 años, encontré algo de agricultura, infraestructura y medicina modernas. Había un cierto paralelo con la Europa que había sido destruida por la guerra. Hoy, hasta lo que el colonialismo dejó en África se ha deteriorado. No se ha construido nada nuevo. Y mientras tanto, EE UU está entrando en el ciberespacio.
Tras la II Guerra Mundial, hubo un gran despertar de las conciencias en el Tercer Mundo. La guerra demostró, especialmente para África y Asia, que los países amos, como Francia o Gran Bretaña, podían ser vencidos. Además, los centros de poder del mundo se desplazaron de los imperios alemán, japonés, francés y británico a EE UU y la URSS, países sin tradición de potencia colonial. Estos acontecimientos convencieron a los jóvenes nacionalistas del Tercer Mundo de que podían alcanzar la independencia.
La lucha por la independencia tuvo tres etapas. Primero llegaron los movimientos de liberación nacional, especialmente en los países asiáticos más grandes. La India obtuvo la independencia en 1947 y China en 1949. Este periodo concluyó con la Conferencia de Bandung en 1955, donde nació la primera filosofía política del Tercer Mundo: el no alineamiento. La promovieron las grandes y pintorescas figuras de los cincuenta: Nehru en la India, Nasser en Egipto y Sukarno en Indonesia. La segunda etapa, en la década de los sesenta, se caracterizó por un gran optimismo: la descolonización se extendió con rapidez junto a la filosofía de la no alineación como guía. En 1964, 14 países africanos consiguieron la independencia. En la tercera etapa, que comenzó en los años setenta, el gran optimismo que había acompañado al nacimiento de las naciones empezó a esfumarse. Se comprobó que pensar que independencia nacional significaría automáticamente independencia económica y cultural era utópico e irreal.
La cuarta etapa se abrió con la revolución iraní de 1979, que surgió como una reacción a las optimistas iniciativas de desarrollo. El carácter tecnocrático de los valores modernos y los planes industriales del periodo optimista pasaron por alto la dimensión crucial de las sociedades históricas: los valores éticos y religiosos de la tradición. Las sociedades histórico-tradicionales rechazaron esta nueva forma de vida porque sentían que amenazaban a la parte más elemental de su identidad.
La rápida importación de tecnología en Irán, por ejemplo, era también percibida por los iraníes como una humillación para un pueblo con una cultura tan antigua. Como no eran capaces de aprender la tecnología, se sentían avergonzados. Esa humillación provocó una reacción muy fuerte. Los iraníes casi destruyeron las fábricas de azúcar construidas por especialistas europeos debido a la enorme ira que sentían. Consideraban que, como extranjera, esa tecnología había sido incorporada para dominarles. El cambio fue tan rápido que no fueron capaces de aceptarlo. Las grandes masas iraníes que siguieron al ayatolá Jomeini pensaban que los grandes planes económicos del sha y sus consejeros occidentalizados no servían para conducirlos al paraíso. En consecuencia, se acentuaron aún más los valores antiguos. La gente se defendía escondiéndose en los viejos valores. Las viejas tradiciones y la antigua religión eran el único cobijo a su alcance.
Los movimientos emocionales y religiosos que contemplamos hoy día en todo el mundo islámico son sólo el comienzo. La revolución iraní abrió un nuevo periodo en los países del Tercer Mundo: el periodo de la descolonización cultural. Pero esta contrarrevolución no puede triunfar. No es creativa, sino defensiva. Sigue estando definida por aquello que niega. Conduce a la parálisis. Mientras tanto, EE UU sigue avanzando, en comparación, a la velocidad de la luz. Nada cambiará a no ser que las sociedades históricas aprendan a crear, a hacer una revolución de la mente, de la actitud, de la organización. Si no destruyen la historia, ésta les destruirá a ellos.
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2 comentarios:
No se donde leí o escuché el "cuento" del árbol del manzano que dibuja la idiosincracia del boliviano, del chileno y del peruano. Una forma de pensar que se muestra en la actitud.
Frente a un árbol de manzano, hay tres bolivianos. Uno de ellos está arriba, sobre una escalera, sacando las manzanas mientras sus compatriotas, allá abajo, se muestran indiferentes y no le echan una mano.
En esa misma situación, el chileno que está arriba cosechando las manzanas recibe la asistencia de sus amigos. Uno sostiene la escalera y el otro recibe la fruta.
En esa misma situación, el peruano que está sobre la escalera pugna para alcanzarlas manzanas mientras sus otros dos compatriotas tiran de sus piernas para que no suba...
Esa incapacidad de trabajar juntos y de cara al futuro sigue siendo el mayor lastre, y como muy bien afirmas, citando a Kapuscinski, el Peru está entre las llamadas "sociedades históricas" incapaces de cosechar los manzanos de su propio huerto.
Hola... Es la primera vez que comento un post de este blog, y quisiera aprovechar para decir cuán agradable y distinto es de muchos otros donde -junto con pretendidas disquisiciones académicas- se filtran la soberbia y la hipocresía.
Sobre lo de Kapuscinsky, me pregunto si bastará dejar de aferrarnos al pasado o a la nostalgía del Incario para lograr la justicia social. No tenemos como Irán-según el artículo- aversión a la tecnología occidental ni fundamentalismos ideológicos y aún políticos mayoritarios. Tenemos sí una economía centralista, una población urbana alimentada de suciedad, hacinamiento y delincuencia. Una fractura social que se nutre de la anomia de quienes tratan de atravesarla de un lado y de quienes ponen cercos del otro. Y tenemos, además, la ficción perversa que llamamos nuestro país. Como si la misma misería no se repitiera en toda latinoamérica: la misería de renunciar al juicio crítico, que es por donde empiezan todas las demás.
Te envío de paso este link, espero no lo consideres un atrevimiento.
www.nuevamayoria.com/ES/ANALISIS/
fraga/mundo/070118.html
Gracias.
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