Este artículo es muy interesante porque no proviene de un autor que uno sabe de antemano que va a criticar cualquier cosa que haga Bush, sino de alguien que señala:
"Muchas veces, en estas páginas y en otros foros, he aconsejado que no hay que caer en el reflejo de criticar a Bush ni en el antiamericanismo automático. Estados Unidos no es el único culpable en este asunto, ni mucho menos. Conseguir que mejoren las cosas en Oriente Próximo es uno de los retos más difíciles que existen en la política mundial. Los habitantes de la región tienen gran responsabilidad por su situación. Y también la tenemos los europeos, por nuestros pecados de omisión pasados y nuestros pecados de comisión actuales".
Zorba 'el Bush'
El presidente de EE UU ha creado una sangrienta catástrofe en Oriente Próximo
T. Garton Ash 17/12/2006
El País
Qué maravilla de catástrofe y qué sangrienta. La política del Gobierno de Bush respecto a Oriente Próximo en los cinco años transcurridos desde el 11-S está culminando en un choque múltiple de trenes. En la historia de los conflictos humanos, nunca un país tan grande consiguió tan poco a costa de tanto. Prácticamente en todas las áreas importantes de Oriente Próximo, la política estadounidense de los últimos cinco años ha abordado una situación que estaba mal y la ha empeorado.
Si las consecuencias no fueran tan graves, daría risa un fracaso de proporciones tan épicas, digno de Zorba el Griego, que, al contemplar las ruinas de su gran proyecto, exclamó aquella memorable frase: "¿Habéis visto alguna vez un desastre más espléndido?". Pero la temeraria imprudencia de Zorba el Bush ha provocado la muerte, la mutilación, el desarraigo o el empobrecimiento de cientos de miles de hombres, mujeres y niños, sobre todo árabes musulmanes, pero también cristianos libaneses, israelíes y soldados estadounidenses y británicos. Al contribuir a alienar todavía más a los musulmanes ha ayudado a crear un mundo en el que, cuando caminamos por las calles de Londres, Madrid, Jerusalén, Nueva York o Sidney, todos y cada uno de nosotros estamos menos seguros. Ríanse si se atreven.
El comienzo fueron los atentados del 11-S. Es importante destacar que no es justo echarle la culpa de ellos a George W. Bush. La invasión de Afganistán fue una respuesta justificada a los atentados, que fueron impulsados por Al Qaeda desde sus bases en un Estado descontrolado y sometido a la tiranía de los talibanes. Pero si había que actuar en Afganistán, había que hacerlo debidamente. Y no fue así. Crear un orden medio civilizado en uno de los lugares más escarpados, inhóspitos y de tribalismo más recalcitrante del planeta no tenía más remedio que ser un reto inmenso. Si en los últimos cinco años se hubieran dedicado a la tarea los recursos de las democracias mundiales, incluidas las de una OTAN nueva y ampliada, tal vez podríamos hablar hoy, al menos, de un triunfo parcial.
En cambio, Bush, Cheney y Rumsfeld nos llevaron a Irak, con la ayuda y la complicidad de Tony Blair, y dejaron el trabajo en Afganistán a medio terminar. Hoy, Osama Bin Laden y sus esbirros siguen probablemente escondidos en las montañas de Waziristán, justo al otro lado de la frontera, en el norte de Pakistán, los talibanes han recobrado fuerza y todo el país es un caos de sangre. En vez de un triunfo parcial, tras una intervención legítima, nos encontramos con dos desastres que crecen sin cesar en Afganistán y en Irak.
Estados Unidos y Reino Unido invadieron Irak con falsas excusas, sin la debida autoridad legal ni legitimidad internacional. Si Sadam Husein, un peligroso tirano y demostrado agresor internacional, hubiera poseído verdaderamente reservas secretas de armas de destrucción masiva, la intervención podría haber estado justificada; como no las tenía, no lo estuvo. Luego, gracias a la impresionante incompetencia de los guerreros civiles de sillón en el Pentágono y en la Casa Blanca, hemos transformado un Estado totalitario en un país de anarquía. Decíamos que íbamos a hacer que Irak avanzara hacia la libertad de Locke, pero lo sumergimos en una naturaleza digna de Hobbes. Cada vez son más los iraquíes -los que no han muerto- que dicen que las cosas están peor que antes. ¿Quiénes somos nosotros para decirles que se equivocan?
Ahora nos disponemos a retirarnos. Después de trabajar en Basora, en la Operación Simbad, un número reducido de tropas británicas se establecerá en su base en el aeródromo de la ciudad. Nos sentaremos en el desierto y a eso lo llamaremos paz. Si la Casa Blanca sigue el consejo de la Comisión Baker-Hamilton, las tropas estadounidenses harán algo parecido, y dejarán asesores incorporados a las fuerzas iraquíes. Hace 30 años, la retirada de Estados Unidos quedó tapada por la vietnamización; ahora quedará disimulada por la iraquización. Mientras tanto, los iraquíes podrán seguir matándose unos a otros hasta que, al final, acaben logrando firmar quizá unos pactos políticos de circunstancias; o quizá no.
Irán, la gran vencedora
La gran vencedora es la dictadura teocrática de Irán. Hace cinco años, la República Islámica tenía un presidente reformista, una oposición democrática importante y una economía en apuros debido a los bajos precios del petróleo. Tenía un aire de derrota. Ahora, las perspectivas de democratización son cada vez menores, el régimen vive la euforia de un petróleo a más de 60 dólares el barril y tiene una enorme influencia, a través de sus hermanos chiíes, en Irak y en Líbano. La probabilidad de que acabe teniendo armas nucleares aumenta de forma proporcional. Al derrocar al dictador iraquí, que no tenía armas de destrucción masiva, hemos conseguido que los dictadores iraníes tengan más posibilidades de adquirirlas. Y esta semana, el presidente de Irán, Ahmadineyad, hizo un nuevo llamamiento a la destrucción del Estado de Israel. Los neoconservadores estadounidenses que pretendían hacer que Oriente Próximo fuera más seguro para los israelíes han acabado por lograr que sea más peligroso para ellos.
No hacía falta que el Grupo de Estudios sobre Irak nos dijera que es fundamental resolver el conflicto árabe-israelí mediante una solución de dos Estados, Israel y Palestina. En los últimos meses de la Administración de Clinton, Estados Unidos estuvo a punto de cerrar el acuerdo. Sin embargo, con Bush hemos retrocedido. Incluso la solución de Ariel Sharon -y respaldada por Bush- de una separación a través de hechos consumados ha quedado en segundo plano, con la guerra de este verano en Líbano, la ascensión de Hamás en Palestina (en parte, también un efecto secundario de las prisas de Bush para que se convocaran elecciones) y una desilusión creciente de la población israelí.
La 'contrarrevolución del cedro'
Después de un aparente éxito con la revolución del cedro en Líbano y la posterior retirada de las tropas sirias, el Gobierno de Bush, con su apoyo tácito a la acción militar sostenida pero ineficaz de los israelíes el pasado verano, desautorizó al propio Gobierno libanés al que afirmaba respaldar. Ahora, Hezbolá está enfrentándose a los revolucionarios de terciopelo que apoya Occidente con sus mismas armas: tras la revolución del cedro llega la contrarrevolución del cedro. En Egipto, supuesto ejemplo del respaldo de Estados Unidos a la democratización pacífica en el segundo mandato de Bush, el triunfo electoral de los islamistas (como en Palestina y Líbano) parece haber asustado a Washington, que ha abandonado su nueva política casi antes de haberla empezado a llevar a la práctica. En el lado positivo, lo único que hay es la renuncia de Libia a las armas de destrucción masiva y unos cuantos intentos de reforma en algunos Estados árabes más pequeños.
He aquí, pues, la hoja de resultados de Afganistán, Irak, Irán, Israel, Palestina, Líbano y Egipto: peor, peor, peor, peor, peor, peor y peor. Y ahora, con James Baker, Estados Unidos puede pasar de los pecados del hijo a los pecados del padre. Al fin y al cabo, fueron Baker y George H. W. Bush quienes dejaron matar a los que se habían atrevido a alzarse contra Sadam al final de la primera guerra del Golfo, para no hablar del entusiasmo con el que Washington ha mantenido sus pactos faustianos con petroautocracias como Arabia Saudí. Me dicen que la propia Condoleezza Rice, nada menos, ha comentado irónicamente que la palabra democracia no aparece prácticamente en el Informe Baker-Hamilton.
Muchas veces, en estas páginas y en otros foros, he aconsejado que no hay que caer en el reflejo de criticar a Bush ni en el antiamericanismo automático. Estados Unidos no es el único culpable en este asunto, ni mucho menos. Conseguir que mejoren las cosas en Oriente Próximo es uno de los retos más difíciles que existen en la política mundial. Los habitantes de la región tienen gran responsabilidad por su situación. Y también la tenemos los europeos, por nuestros pecados de omisión pasados y nuestros pecados de comisión actuales. No obstante, la mayor parte de culpa le corresponde a Zorba el Bush. Hay pocos ejemplos en la historia reciente de un fracaso de tales dimensiones. Felicidades, señor presidente, ha creado un desastre estupendo.reciente de un fracaso de tales dimensiones como el de la zona del mundo árabe.
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