[Ahora que las noticias nos cuentan de un Pinochet agonizante, me parece pertinente pegar esta entrevista... ]
Autor: Ascen Arriazu
[Tomado de Three Monkeys Online, http://www.threemonkeysonline.com/es/article_ariel_dorfman.htm]
“Muchas veces la democracia ha de ser bañada en sangre”. Sabias palabras si no vinieran de boca de uno de los mayores asesinos de la historia del siglo XX: Augusto Pinochet. El General Pinochet llegó al poder protagonizando escenas similares, aunque en menor escala, a las presenciadas casi en directo en todo el mundo por medio de nuestros televisores el fatídico 11 de septiembre del 2001. Organizó y dirigió magistralmente otro 11 de septiembre, el asalto y toma del edificio presidencial de La Moneda, en Santiago de Chile, en donde murió el entonces presidente en funciones Salvador Allende. “Huimos en un taxi y la policía nos dejó pasar porque mi hermana que estaba embarazada, fingió estar de parto”, cuenta una de las hijas de Allende en un documental para la BBC de Londres.
Desde entonces, miles de casos de asesinatos, desapariciones y torturas han sido y siguen siendo investigados por varias ONG pro derechos humanos de diversos países; siendo una de las más activas Amnistía Internacional, que llegó a publicar detallados informes sobre el tipo de torturas llevadas a cabo en las prisiones Pinochetistas. Entre aquellos preocupados por el triunfo de la justicia, uno de los mayores activistas en el caso Pinochet es sin duda el escritor y dramaturgo Ariel Dorfman, quien sin pelos en la lengua, se ha acercado peligrosamente a las puertas de la verdad, si es que alguna vez llega a descubrirse la existencia de alguna. El siempre activo y ocupadísimo autor, nos obsequia con su experiencia y su tiempo y obtenemos así sus respuestas a algunas de las dudas que tanto el tema como su obra nos plantean.
Dorfman en su trabajo, no deja de lado uno de los aspectos más vergonzosos del tema: la tortura; y a ella se dirige con una de sus obras más conocidas: La Muerte y la Doncella. Llevada a la gran pantalla en 1995, fue protagonizada por Sigourney Weaver y el polifacético Ben Kingsley, conocido por su interpretación de Ghandy; fue dirigida por el gran Roman Polanski y el guión fue directamente supervisado por Ariel Dorfman. La obra es uno más de los gritos de dolor y protesta de las víctimas. Heroína de historias menos reales como “Alien” o “Copicat”, Weaver interpreta en este caso la rabia de la mujer violada, desprendida de su propio orgullo y su propia identidad.
Dorfman sitúa la trama en lo que él llama “un país de Latinoamérica”, pero son más de una las coincidencias que llevan al espectador bien informado a relacionar la obra con la tragedia en Chile. Se cita por ejemplo una comisión de investigación que no puede ser otra que la llamada “Comisión Rettig”, establecida el 25 de abril de 1990 con la función de investigar los casos de abuso de los derechos humanos que terminaron en muerte tanto en el país como en el extranjero, si estas últimas están en relación con el Estado chileno o con la vida política nacional.
Algunos hemos llegado a calificarla de insuficiente, pero el autor le da su justa importancia: “En base a lo que dicha comisión hizo, se pudo más tarde llevar a juicio a muchos de los peores violadores de los derechos humanos del régimen”. Afirma que el problema no está en la comisión sino en nosotros mismos: “Si aceptamos ese trabajo como finalizado, entonces somos culpables por no empujar más a fondo, demandando más justicia. Ponte siempre en el lugar de los hombres y las mujeres que emergen de una dictadura. No juzgues a nadie demasiado severamente hasta que hayas vivido los terrores, tristezas y errores por los que ellos han pasado”, recomienda. “La verdad es que tras los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001, había esperado que La Muerte y la Doncella se llevara a escena con más frecuencia de la que se ha dado en el pasado”, confiesa con humildad, “después de todo trata del principal dilema de nuestros tiempos: ¿cómo estar seguros de que luego de que se nos haya hecho un grave daño, no nos convirtamos en el monstruo que nos ha causado tal dolor? ¿Cómo separar justicia de venganza? ¿Cómo asegurarnos de que nuestra rabia no nos ciegue? ¿Cómo evitar el sufrimiento del inocente mientras se busca cómo vengar la muerte?”
Sus preguntas llegan profundas, hacen pensar, crean cierta incómoda inquietud. “Aunque continúa interpretándose abundantemente en todo el mundo, la obra no ha pasado por grandes reposiciones”, añade, “al menos en Estados Unidos y el Reino Unido, en los últimos cinco años”. Le planteo que si cambiaría el final de la obra considerando los acontecimientos acaecidos desde su estreno hasta hoy: “No”, asegura, “creo que ahora es más relevante que nunca: o ¿puede alguien negar que vivimos en un mundo en el que son demasiadas las víctimas que se ven obligadas a coexistir con los hombres que destruyeron sus vidas y destrozaron sus cuerpos?”
El personaje de Paulina, la protagonista de la obra, representa el valor, el dolor, la lucha del superviviente por recobrar la normalidad de la vida del día a día, arrastrando las cadenas de recuerdos dolorosos y las heridas sufridas, tanto físicas como mentales. “Me encanta Paulina”. Dice el autor. “Es uno de mis personajes favoritos, quizás el más rebelde de todas las mujeres insolentes que notoriamente he creado. Pero no diría que es toda coraje, valor y dolor”, discrepa conmigo, “es demasiado humana, imperfecta, difícil, complicada, enrevesada. Para mí esto la acerca más a todos nosotros”. Yo no puedo evitar pensar que así somos en realidad casi todas las mujeres y generalizo al dejarme llevar por el pensamiento de las muchas veces que se nos etiqueta con la imagen de difíciles e imperfectas. Pero, por más que lo intente, no puedo imaginar a cualquier simple mujer con la determinación y la frialdad que muestra Paulina. “Estoy seguro de que muchas mujeres (y muchos hombres, ¿por qué no?) la ven como representante de las féminas que sufren en el mundo y más específicamente las de Chile. Y ésta es una manera muy legítima de entender al personaje. Para mí”, añade, “por encima de todo, ella es una presencia humana completa, representada por la intensidad de su personalidad, la ferocidad de su devoción por rescatar a la mujer que fue una vez, antes del sótano, antes del doctor”.
Le planteo que Paulina es la voz del pueblo y me responde que se aleja de esa idea. “Cada persona tiene su propia voz”, dice. “Es simplemente que a menudo, por medio de los escritores y su 'médium', algunas voces resuenan tan fuertemente (como la de Paulina) que sentimos que esa voz habla por todos nosotros, menciona cosas que hemos estado echando en falta y no nos hemos atrevido a expresar”. Llegados a este punto, no puedo menos que reflexionar sobre la mano que mueve la voz de Paulina, la mano de Dorfman. Por lo tanto, y siempre de acuerdo a su propia teoría, debería cambiar mi planteamiento y agradecerle que en esta ocasión, como en muchos otros de sus trabajos, él haya dado su voz para que resuene tan fuertemente como para hacernos sentir que grita por el resto de nosotros.
La Muerte y la Doncella muestra el resultado de la tortura, los estragos causados no sólo física sino también psíquicamente en aquellos que la sobreviven. Desafortunadamente parece que vivamos en un mundo tristemente acostumbrado a las escenas de violencia que inundan nuestros salones indiscriminadamente desde la pequeña pantalla. Interminables alusiones a torturas en países lejanos al espectador occidental, nos están inmunizando sutilmente. Menciono el caso de la Bahía de Guantánamo, de donde nos han llegado recientemente las últimas acusaciones de violaciones de derechos humanos, y cómo, a mis ojos, el tema sigue tan vivo como siempre; cambian los torturadores, el lado que defienden, pero la crueldad sigue aplicándose de la misma manera.
Ariel Dorfman dice al respecto que lo verdaderamente preocupante sobre la violencia hoy en día es que está siendo justificada por muchos que aseguran su adherencia a los ideales democráticos y los derechos humanos, muchos que consideran la tortura como una consecuencia inevitable aunque molesta, de la llamada guerra contra el terrorismo. “Esta gente en el poder”, afirma,” no son los que aplican las descargas eléctricas a los genitales de los prisioneros, humillándoles, medio ahogándoles, pero son los que crean las condiciones favorables para que estas atrocidades tengan lugar. No está claro, si sería posible llevarlos ante un tribunal”, continua refiriéndose a los dirigentes, “pero lo menos que se podría hacer es avergonzarles en público tan frecuente y elocuentemente como fuera posible. Si no denunciamos la cultura que promueve la tortura, entonces en efecto, nos hacemos nosotros mismos culpables de esos abusos”.
El escritor expresa abiertamente su preocupación de que el tema haya terminado por corroer nuestro sentido de moralidad, destruyendo el material ético de nuestras sociedades. Me recomienda un ensayo publicado en su libro Other Septembers, Many Americas [Otros septiembres, muchas Américas] donde enfatiza que los torturadores no maltratan a los prisioneros por maldad, sino en nombre de la seguridad, del bien común, en nombre de lo que necesariamente se debe llevar a cabo para que todos podamos dormir tranquilos cada noche. “Depende de nosotros rechazar esos argumentos e insistir en que no queremos que nadie más sufra en nuestro nombre”.
El autor ha escrito unos 30 libros, tocando los diversos géneros literarios: ensayo, narrativa, teatro, poesía, artículos periodísticos e incluso guión cinematográfico, contando en su haber con cuatro películas basadas en su trabajo y directamente supervisadas por él. Sus obras dramáticas se siguen representando en todo el mundo y colabora con grandes cadenas de televisión como la BBC de Londres. Su literatura no deja indiferente al lector, la fuerza de sus personajes impacta, a veces incluso molesta al receptor. Su historia es intensa, llena de peligros, casualidades milagrosas y trabajo, siempre el duro trabajo de testimonio que lleva ya varios años realizando. Pero asegura que los riesgos que ha corrido han sido por medio de su literatura. Dice que no se atrevería a hacer algunas de las cosas que Paulina hace, que no ha sufrido, al menos en su cuerpo, como Paulina: “pero creo que Paulina y yo estamos unidos por la feroz necesidad de conocer la verdad, de no engañarnos a nosotros mismos, de mantener alguna parte de nosotros mismos intacta y decente.” Dice haber tenido una existencia “híbrida, mestiza, lingüísticamente adúltera”. Sólo alguien que haya vivido las dos vidas paralelas que ofrece la fusión de dos, o incluso más culturas, puede entender verdaderamente lo que quiere decir. Habla de los dos idiomas que rigen su vida como de las amantes que lo manejan, echándolo y llamándolo a su lado a su antojo.
Dorfman nació en Buenos Aires en 1942, creció en Estados Unidos, y se trasladó a Chile a tiempo de ser testigo de los más difíciles eventos de su historia. Cuando Dorfman habla de la política y la situación de ciertos países, de ciertas comunidades, lo hace con conocimiento de causa: en su libro Heading South, Looking North [Rumbo al sur, deseando el norte], narra cómo sólo una casualidad le salvó de la muerte o de la posible tortura el infame 11 de septiembre del 1973. En aquel momento trabajaba como asesor cultural del Gobierno en La Moneda, el edificio presidencial en Santiago. El día del golpe de estado, que una macabra broma del destino hizo que coincidiera con la misma fecha, el 11 del 9, del ataque a las Torres Gemelas en Nueva York, Ariel Dorfman no estaba trabajando, había cambiado su turno con un compañero y su nombre estaba originalmente en la lista de contactos de emergencia, pero nunca lo llamaron. Leyendo su trabajo es agradable pensar que su destino no era la muerte sino el testimonio.
Pero como muchos me pregunto si el ciudadano de a pie aún recuerda con la misma intensidad el dolor sufrido, si los jóvenes chilenos tienen aún presente la reciente historia de su país. “No es fácil vivir con la memoria del pasado, particularmente en sus aspectos mas traumáticos”. Explica Dorfman al respecto. “Tras la dictadura, diferentes grupos e individuos tanto a favor como en contra de Pinochet, quisieron dar la espalda al pasado. Algunos porque era demasiado doloroso; otros porque se avergonzaban de su complicidad; otros porque les era conveniente y creaba un tipo de falso consenso de paz. Pero el pasado encuentra el camino a la superficie”. Aquí me nombra su novela Viudas más tarde llevada al teatro y que denuncia la desaparición de cientos de personas contrarias al régimen militar.
Según el autor, en los últimos años, particularmente tras el arresto de Pinochet en Londres, el pueblo chileno ha comenzado a mirar de frente y más a fondo las tristezas y el terror vividos. “La última gloriosa resurrección ha sido aquella del Presidente Salvador Allende, que ha sido devuelto a una cierta mítica presencia tras haber sido enterrado y re-enterrado por aquellos en el poder”, dice. Destaca que uno de los tristes resultados de una dictadura es la ruptura del contacto entre generaciones, el sentimiento que los jóvenes tienen de ser un poco huérfanos, de estar como a la deriva, incapaces de conectar con su historia tanto cercana como lejana: “Los jóvenes recuerdan algunas cosas pero a menudo, y esto quizás sea inevitable, recuerdan de manera que no tiene porqué ser enteramente fiel a lo verdaderamente ocurrido”.
Continúa diciendo: “La mayoría de la gente había olvidado NUESTRO 11 de septiembre hace mucho tiempo, y no creo que la tragedia de Nueva York haya hecho que muchos ciudadanos no chilenos, lo tengan presente ahora. Yo he hecho lo que he podido para yuxtaponer las dos fechas para ver si pueden iluminarse de alguna manera la una a la otra, pero no tengo mucha fe en conseguirlo”.
En 1990 Ariel Dorfman presenció el acto de homenaje a las víctimas de la Junta Militar en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, donde participaron mas de 70.000 personas: “Fue un momento maravilloso en el que intentamos conjurar el pasado y comulgar con nuestros muertos”, dice al respecto. En su libro Exorcising Terror encontramos una emotiva narración del evento y de los sentimientos experimentados por los presentes.
La mención de los muertos nos lleva inmediatamente de vuelta al General Pinochet, al “gran” gobernante que llevó a muchos a la gloria y a muchos más al infierno; el líder que en estos momentos espera su juicio. Más recientes acontecimientos en otros países igualmente castigados por tiranos dirigentes, han despistado la atención internacional hacia otros de su misma condición. De nuevo en su obra Exorcising Terror en la que encontramos una detallada descripcion de los acontecimientos y las circunstancias que rodean al tan esperado juicio, Dorfman dice: “Lo mejor que puede pasarle a un criminal es ser capturado, porque en su celda solitaria, sin las habituales defensas con las que ha ocultado su propio pasado de sí mismo, a veces el milagro de una ventana diminuta se abre en el corazón del prisionero, una ventana que podría llevar al conocimiento de uno mismo y la redención”.
Mi pregunta es: ¿Cree usted que gente como Pinochet, Milosevich, Sadam, Franco e incluso Bush no tienen el tipo de conciencia que deberíamos de tener todos? ¿No cree que estemos perdiendo nuestros valores morales? ¿Que no queda humanidad? “Las palabras claves son ‘podría’ y ‘milagro’. No hay garantía de que la redención surja en las entrañas de un delincuente. Lo que es relativamente cierto es que tenemos que crear las condiciones para que este delincuente pueda ser destituido de su poder y confrontado con sus propios crímenes. No podemos forzar a los hombres mencionados a tener el tipo de conciencia que esperaríamos encontrar en los dirigentes, pero podemos precaria y dolorosamente intentar examinarnos a nosotros mismos, poner a prueba nuestra propia moralidad y cambiar el mundo de manera que nadie llegue a encontrarse con tal grado de poder que sea capaz de crear pena y violencia sin ningún tipo de explicación para ello”. ¿Es ésto idealismo o es el modo más simple de comprender la democracia y los derechos del pueblo? Como él mismo indica los hombres capaces de llevar a cabo ciertas barbaridades no están solos. Un cortejo de interesados y beneficiarios los rodean cerrando los ojos a cualquier realidad que les pueda desfavorecer.
Respecto al arresto de Pinochet en Londres dice que a pesar de vivir en un mundo con tanta impunidad y tan poca responsabilidad, deberíamos celebrar cada paso hacia un mundo en el que las leyes internacionales y los tratados en contra de los abusos de los derechos humanos sean inviolables. “No minimicemos cada una de nuestras victorias porque sí, el juicio a Pinochet establece un precedente y éstos son importantes. De hecho los dictadores piensan que son más vulnerables por el fallo emitido por la Cámara de los Lores de que había causa para juzgar a Pinochet en un tribunal español por crímenes contra la humanidad cometidos en Chile. Añade que a pesar de los muchos arrestos llevados a cabo entre los consejeros y figuras militares defensores de Pinochet, aún queda el hacer público que sin la ayuda de muchos ciudadanos comunes que facilitaron su régimen, el General no hubiera sido capaz de cometer sus crímenes.
En su libro Exorcising Terror encontramos esta frase: “nunca es demasiado tarde, General”. Le cuestiono sobre ella y la edad avanzada del General. “Dije entonces que nunca es demasiado tarde, cierto, pero se lo dije a él. Nunca es demasiado tarde para arrepentirse. En otro sentido, por supuesto, siempre es demasiado tarde. Una vez que el crimen ha sido cometido, en realidad no se puede dar marcha atrás. Y no deberíamos abandonar nunca la esperanza de justicia,” añade, “no porque haya ninguna certeza de que la obtendremos sino porque… bueno, pienso en lo que sería el mundo si renunciáramos a la esperanza y a la lucha. A menudo la única recompensa es la propia lucha”.
En su biografía Heading South, Looking North, también trata de dos temas muy intensos, compartidos por millones de latinos, por millones de inmigrantes, por millones de exiliados: el bilingualismo y el temor a la muerte. “El temor a la muerte ha entrado y salido de mi vida en maneras que aún no acabo de comprender, y que puede que sólo se entiendan cuando todo acabe”, dice. “La verdad es que nunca he tenido miedo al dolor, pero sí a la soledad. Mi lucha con la lengua, tanto si era el castellano como si era el inglés que me dio refugio, fue crucial en mi búsqueda por un camino para derrotar a la muerte”.
Me concede esta entrevista en inglés por ser la lengua que le ocupa en este preciso momento. De hecho está trabajando en los ensayos de una obra de teatro en dicho idioma, sobre Picasso bajo la ocupación Nazi de París, y en un guión para la BBC.
Sus respuestas me provocan más preguntas, podría cuestionar cada una de sus frases, me quedo con más curiosidad que la que tenía antes de acceder a su tiempo. Pero Ariel Dorfman es un hombre muy ocupado, quizá el lector se sienta tan motivado como yo y comience a buscar a su manera las respuestas, las raíces de esa verdad que lo mantiene tan activo, tan políticamente envuelto, saltando de un riesgo a otro, de obra en obra, incansable, como lo ha ido haciendo hasta ahora y deleitándonos con su comprometida complicidad, su activismo literario, su interminable ansia de explorar esa verdad que aún sigue tan oculta.
Su narración está llena de preguntas. Entre ellas, una constante: ¿por qué fue uno de los pocos que se salvó de la masacre? Seguramente seguirá buscando la respuesta. Mientras tanto, me pone al día en sus proyectos: “En los últimos años, he estado trabajando en una serie de obras de teatro. Dos de ellas, Purgatorio y El otro lado, se estrenaron el año pasado en el Seattle Rep y en el Manhattan Theatre Club en Nueva York, y estoy trabajando para su próximo estreno en Londres. Estoy de momento a punto de estrenar la tercera, El armario de Picasso, aquí en Washington DC, donde me encuentro ahora. Se trata de la vida y los dilemas de Pablo Picasso durante los cuatro años de ocupación nazi en París. Tengo previsto varios proyectos más: un musical contra la guerra, Dancing Shadows (mi libreto, música y letras de Eric Woolfson, de The Alan Parsons Project) una película para la BBC, escrita con mi hijo mayor, Rodrigo, y una nueva obra de teatro, En la oscuridad, comisionada por la royal Shakespeare Company y que trata de muchas de las preguntas tratadas en esta entrevista. Más tarde este mismo año, Peter Raymont (director de Shake Hands with the Devil) filmará con mi ayuda y supervisión una versión documental de Heading South, Looking North. Y… sí, respiro de vez en cuando, en medio de tanto trabajo”.
Su amado país vive, tras las duras décadas de los setenta y los ochenta, un renacimiento a la libertad, con una mujer encabezando el gobierno por primera vez en su historia. Dorfman en su artículo titulado “Michelle, our belle”, publicado en una columna en la que colabora periódicamente, (http://commentisfree.guardian.co.uk) habla de la nueva presidenta como alguien que mira hacia el futuro, con los pies en el suelo, determinada e impredecible. Sin duda alguien en quien el pueblo confía y que llega cargada de una nueva esperanza.
Con esa esperanza nos despedimos, con la impaciencia de conocer más sobre los asuntos tratados y con la confianza de que sin duda alguna, el trabajo de este polifacético escritor continuará trayéndonos noticias de verdades ocultas, inspiración y esa inquietud necesaria para hacernos continuar (o comenzar) a defender activamente, en la medida de nuestras humildes posibilidades, los derechos de los más débiles, los derechos de todos.
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