sábado, 1 de enero de 2022

Sobre el “caviarismo”


La crítica al “caviarismo” circula en nuestro discurso político desde hace mucho, pero con el tiempo su uso se ha generalizado, y sus modos actuales revelan cambios signifcativos en nuestra política en los últimos años.

Es casi un lugar común universal la crítica a un sector de izquierda proveniente de sectores “acomodados”, que de alguna manera se comportaría de manera inconsecuente con su propia retórica, dados sus orígenes sociales. En Francia se habla de la gauche caviar, de donde se habría importado el término. En nuestro país, en el siglo pasado, se hablaba peyorativamente de una “izquierda miraflorina”, pero no era una categoría que fuera tomada muy en serio.

El término empezó a usarse de manera más general, me parece, durante los años del segundo gobierno de Alan García. En las elecciones de 2006, candidaturas más orgánicas de izquierda como las de Villarán, Diez Canseco y Moreno obtuvieron el 0.62, 0.49 y 0.27 % de los votos, respectivamente. Otro sector de la izquierda apoyó la candidatura de Humala, quien ganó en la primera vuelta pero perdió en la segunda ante García. Como sabemos, a diferencia de su primer gobierno, García condujo el segundo por un camino ortodoxo y bastante conservador, lo que le valió, naturalmente, críticas de la oposición de Unión por el Perú en el Congreso; el tema es que también recibió duras críticas desde sectores de los medios de comunicación y de la sociedad civil. En la lógica gubernamental, un grupo de izquierda que perdió las elecciones, desde algunas universidades, ONGs y otras organizaciones, y a través del manejo de ciertas competencias académicas, técnicas, intelectuales, que les permiten el acceso a redes de organismos y fuentes de financiamiento internacionales, habría conseguido un poder e influencia desmedida e injustificada. Estos sectores levantarían algunas banderas “de moda” en el extranjero, pero para las cuales el país supuestamente no estaría preparado, o no serían propias de nuestra “cultura”: la corrección política, la defensa de los derechos humanos, los derechos de las mujeres, minorías sexuales, de los pueblos indígenas, del medio ambiente, el combate a la exclusión social y la discriminación, el fortalecimiento de las instituciones, etc. Como puede verse, la crítica a la izquierda acomodada inconsecuente pasó a ser la crítica a una agenda progresista y liberal en general.

Durante el quinquenio de García, si bien solía haber una queja frente a las críticas de los “caviares”, finalmente, durante buena parte de su gobierno, imperó más bien un intento de conciliar y atender sus cuestionamientos. Durante el gobierno de Humala se consolidaría, a la luz de sus críticos a la derecha, la influencia “caviar”, según la cual las viejas banderas del “comunismo” se habrían aggiornado detrás de la agenda del párrafo anterior; y a la izquierda, se repetiría también la queja por la “traición” de un programa radical por la influencia de sectores “moderados”. Sin embargo, los críticos más ácidos aparecían como minoritarios y sin mayor influencia. Las cosas empezaron a cambiar en 2016. Los fujimoristas sintieron que “los caviares” llevaron a Kuczynski a enfrentarse a ellos, y esta vez una fuerza política con mayoría en el Congreso era la que levantaba con convicción y sin mayores reservas ese tipo de discurso. Los “caviares” habrían luego influenciado en Vizcarra y propiciado la disolución del Congreso, y vuelto al poder a través de Sagasti. En las últimas elecciones, el debilitamiento del centro y la radicalización de los extremos le dio más resonancia a este discurso; surge una derecha extrema que habla ahora abiertamente de los “caviares” como “fracasados” y “parásitos”, a la que se suma una izquierda radical para la cual sectores de izquierda más institucionalistas habrían “capturado” al presidente Castillo.

Así, el extendido uso del término resulta dando cuenta del grado de la polarización política, del pobre nivel de nuestro debate público, de la extensión de la descalificación como argumento, de cuán conservadora se ha vuelto nuestra élite política.

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