martes, 17 de noviembre de 2020

De las paradojas a la coherencia


Artículo publicado en El Comercio, martes 15 de septiembre de 2020 

En las últimas tres décadas, desde las ciencias sociales en general y desde la ciencia política en particular, hemos llamando la atención sobre diversas paradojas peruanas, que nos hacían singulares en el marco de la región. En la primera mitad de la década de los años noventa señalábamos que, mientras que en toda la región la implementación exitosa de políticas de ajuste estructural y de reformas orientadas al mercado legitimaron sus sistemas de partidos, en Perú condujeron a su colapso. Más adelante, veíamos cómo se separaba la dinámica de un relativamente buen desempeño económico de una institucionalidad estatal y política cada vez más precaria, con un régimen autoritario, con crecientes niveles de corrupción. Más adelante, ya en en el nuevo siglo, notábamos la coexistencia entre, de un lado, crecimiento económico y reducción de la pobreza y del otro, altos niveles de descontento e insatisfacción social. Así como la paradoja de la coexistencia entre crecimiento económico y reducción de la pobreza y la continuidad de instituciones públicas muy precarias y la inexistencia de un sistema de partidos propiamente dicho. Así logramos el periodo más largo e incluyente de continuidad democrática de nuestra historia, con muy bajos niveles de satisfacción con el funcionamiento de la misma y de apoyo al sistema político, sus instituciones y actores, así como muy bajos niveles de aprobación a la gestión de los presidentes, de entre los más bajos de América Latina.

Veíamos que, inesperadamente, el hecho de que los presidentes ejercieran el poder sin tener partidos políticos y cuadros propiamente dichos, permitió que áreas clave del sector público empezaran a ser manejadas por técnicos independientes. Esto empezó con el fujimorismo, y Alejandro Toledo consolidó ese camino. Alan García ganó como candidato del APRA y ciertamente el partido pasó a ocupar mayores espacios en el sector público; sin embargo, García gobernó personalista antes que partidariamente, y también descansó en la convocatoria a independientes. Ollanta Humala ganó la elección encabezando una alianza de diferentes sectores de izquierda, que rápidamente dejó de lado para optar por un manejo ortodoxo, que también descansó en cuadros independientes. La economía empezó a crecer sostenidamente desde 2002, estimulada por la subida de los precios de nuestros productos de exportación, por lo que ni García en 2006, ni Humala en 2011, tenían incentivos para poner en riesgo una dinámica que permitía aumentar los ingresos y gastos fiscales. Al inicio, esta tecnocracia se concentró en las áreas vinculadas al manejo macroeconómico; con los años esas élites pasaron a tener mayor influencia sobre áreas sociales del Estado. Pasamos así de la existencia de ciertas “islas de eficiencia” a la constitución de “archipiélagos” dentro del sector público. Criticamos durante muchos años, seguramente con razón, la soberbia de ese “saber” tecnocrático y sus sesgos, y deseábamos otro estilo de manejo económico. Pero cuidado con que a veces, los deseos se hacen realidad.

Hoy, pareciera que pasamos de las paradojas a la coherencia: políticos y organizaciones irresponsables, cortoplacistas, sin límites institucionales, toman decisiones catastróficas para el desempeño económico y el combate a la epidemia. Ahora todo parece encajar y corresponderse. Sin partidos, la política se llena de liderazgos precarios, donde proliferan entornos oportunistas, mediocres, inescrupulosos. Partidos sin orientaciones programáticas claras, resultan imprevisibles en sus decisiones, que se toman según soplen los vientos de la opinión pública. Políticos cortoplacistas desafían la voz de los técnicos y de los expertos, en nombre de los impostergables intereses populares. A esto habría que sumar la debilidad y escasa legitimidad ante la ciudadanía de las instituciones y gremios de la sociedad civil, el oportunismo de los medios de comunicación, el desinterés de la opinión pública en los asuntos públicos, su proclividad a dejarse llevar por medios sensacionalistas.

¿Qué hacer? Seguiré la próxima semana.

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