miércoles, 28 de enero de 2015

Cambio de rumbo

Artículo publicado en La República, domingo 18 de enero de 2015

Los últimos días están marcados por el protagonismo del Ministro del Interior Daniel Urresti como avanzada política del gobierno: no solo lanzando iniciativas impresionistas en materia de seguridad ciudadana, también como vocero político justificando decisiones, atacando opositores, definiendo los temas de agenda y discusión ante la opinión pública. Esto le ha valido ser por el momento el ministro mejor evaluado y potencial candidato presidencial oficialista con mayor intención de voto.

A mi juicio, entender la cultura política en el Perú implica reconocer que hay dos grandes clivajes o líneas de división que rayan la arena política: uno es ideológico-programático y va de la derecha a la izquierda; el otro separa a “los de arriba y los de abajo”, y más cultural y de sensibilidades. El estilo de Urresti resulta chocante para los estándares políticamente correctos, pero ha sido eficaz en ubicarse en el espacio ideal: en el centro ideológico (con sus críticas simultáneas a los activistas de izquierda, al fujimorismo y al APRA) y en representante de “los de abajo”, con sus modales desprolijos y estilo campechano, por decirlo de algún modo. A un gobierno que empieza el año arrinconado, aislado, desconcertado, Urresti le proporciona oxígeno e iniciativa. La apuesta por la tecnocracia reformista ha quedado arrinconada con las protestas de los jóvenes y la desaceleración económica (Ghezzi y Segura) y sus buenos modales y razones han sido desplazados por las “pechadas” de Urresti.

Pero el Presidente debe darse cuenta de que las ganancias de corto plazo pueden ser grandes pérdidas a mediano y largo plazo. Las mismas razones que explican la popularidad de Urresti llevan al declive en la aprobación del Presidente; el activismo y achoramiento antipolítico que hace popular a Urresti son los mismos que hacer ver al presidente débil y arrinconado. La apuesta por Urresti resultaría altamente beneficiosa para él, pero muy mala para el gobierno y el nacionalismo. Para el primero porque ha desdibujado el funcionamiento del Consejo de Ministros, y porque de él no saldrá ninguna inicitiva de política pública relevante y no se puede mantener la atención del público solo con fuegos artificiales; para el segundo porque no es posible que represente los variados intereses del humalismo. Urresti construye una carrera personal, no un proyecto partidario. Se parece más a Edwin Donayre que a Oscar Valdés, por decirlo de alguna manera. Seguir por este camino de confrontación inútil solo llevará a liquidar las posibilidades del nacionalismo en 2016.

Urge un cambio de rumbo, porque el actual lleva tarde o temprano a un callejón sin salida. Es difícil para el gobierno retroceder, pero todavía está a tiempo: para esto se necesita abrir espacios de diálogo, tender puentes, hacer gestos significativos: la salida de Urresti, la derogatoria de la ley de promoción del empleo juvenil, el fortalecimiento del papel de Ana Jara, fijar una nueva agenda, serían parte del camino a seguir.

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