Artículo publicado en La República, domingo 22 de diciembre de 2013
Hace unos días se comentaba que Uruguay (“modesto pero audaz, liberal y amante de la diversión"), había sido elegido “país del año” por la revista The Economist. Se resaltó la implementación de “reformas pioneras”, como la legalización del matrimonio homosexual y de la producción, venta y consumo de marihuana, que podrían beneficiar al mundo entero en caso de ser emuladas, así como el liderazgo de su presidente. A propósito, cabe recordar que en ese país el 24 de diciembre no se celebra oficialmente la navidad, sino el “día de la familia”. Como Estado laico, la Semana Santa se asume como Semana de Turismo, la Inmaculada Concepción como Día de las Playas, por ejemplo. Si bien alrededor de la mitad de los uruguayos se define como católicos, el Estado tiene una fuerte definición como laico, y eso marca la personalidad del país.
En Perú la relación entre el Estado y la iglesia católica se define por la Constitución como una de “independencia y autonomía”, pero donde se reconoce la importancia de esta y se establece que aquel “le presta su colaboración”. En nuestro medio suele haber cierto consenso en que los símbolos religiosos deberían estar ausentes en ceremonias oficiales, pero no se ha cuestionado mayormente que la navidad sea el eje de las celebraciones de fin de año. Recordemos que durante la dictadura de Velasco, y bajo el influjo de una ambiciosa reforma educativa, el gobierno intentó censurar manifestaciones “foráneas” de la navidad (Santa Claus, renos, y demás simbología de Europa septentrional) y promover una celebración católica “peruanizada”, representada emblemáticamente en el nacimiento del “niño manuelito”. Al mismo tiempo, la imagen del niño en el pesebre iba mejor con la austeridad que se preconizaba en situaciones de crisis, relegando al nórdico Santa Claus, que calza mejor con el carácter comercial de la festividad, y también, curiosamente, con su dimensión más laica, a pasar de lo inadecuado de su atuendo para el hemisferio sur.
En los últimos años, vivimos un ambiente en el que la revalorización de “lo peruano” gana cada vez más audiencia. En estas fiestas, esto acaso queda representado con el arbol navideño con motivos andinos propuesto por la Municipalidad de Lima que se luce en la Plaza Mayor. Pero se extrañan más ideas y propuestas sobre cómo los peruanos hemos de celebrar la navidad. ¿Resaltamos lo laico o lo católico? ¿Lo familiar (y el rito de la entrega de regalos) o lo religioso? En medio del “boom” gastronómico” y del nuevo discurso identitario con el que suele ir acompañado, no hemos visto una discusión sobre cómo redefinir la “tradicional” cena navideña hacia un menú más acorde al inicio del verano y a los productos de estación. Tampoco la asociación, acaso más bien limeña, entre la celebración de la navidad y del año nuevo, y el peligroso y letal despliegue individualista de fuegos pirotécnicos. Tal vez esta afición debería ser asumida por los municipios distritales, prohibiéndosela a los particulares.
lunes, 23 de diciembre de 2013
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