Artículo publicado en La República, domingo 24 de febrero de 2013
Hoy se realizará la ceremonia de entrega de los premios “Oscar”, y la película Lincoln dirigida por Steven Spielberg es una de las nominadas a mejor película del 2012. Comentar el retrato que la película bosqueja del que hacer político resulta pertinente para nosotros.
Se comenta mucho en la política peruana últimamente que habría actores “decentes” y “corruptos”, pero al mismo tiempo que habría “caídos del palto” que no saben hacer política, aunque guiados por nobles intenciones, y otros hábiles y eficaces, pero motivados por intereses subalternos. Puestas las cosas así, aparece un callejón sin salida: estaríamos entre un principismo ingenuo destinado al fracaso, y un cinismo eficaz, que nos lleva a una política en la que solo los inescrupulosos sobreviven.
El retrato que Spielberg propone de Lincoln presenta una interesante salida a este problema. Este es presentado como un político principista, guiado por el objetivo de mantener la unión de un país dividido y ensangrentado por la guerra civil, para lo cual la aprobación de la 13ª enmienda de la Constitución, que prohibe la esclavitud, es considerada imprescindible. Sin embargo, Lincoln sabe que esta iniciativa enfrentará la oposición del partido demócrata, e incluso la de sectores importantes de su propio partido, el republicano; y que para conseguir los votos necesarios en el Congreso deberá manipular a su propio partido y comprar votos y alentar el transfuguimo en el partido rival. Claro que dentro de ciertos límites, porque no puede existir una incongruencia tan grande entre medios y fines: se ofrecen cargos públicos como recompensa, pero no dinero en efectivo.
En su momento se enfrentan dilemas irresolubles: detener la guerra y salvar vidas, o persistir en el conflicto en nombre de los ideales. El líder evita un acuerdo y asume el peso de esa carga, arriesgando la vida de su propio hijo, que también participa en la guerra. Este líder entiende que, a pesar de que acaso los grandes fines que persigue pueden justificar las concesiones que se ve obligado a hacer, esas concesiones desvirtúan su acción política. Por ello el Lincoln interpretado por Daniel Day-Lewis transmite no satisfacción u orgullo, sino humildad, y asume su liderazgo como una pesada carga. Es más, su asesinato puede leerse tanto como una liberación de la misma como el pago por sus transgresiones.
Es fascinante también el retrato de Thaddeus Stevens, líder republicano radical interpretado por Tommy Lee Jones, encarnación del líder principista poco dispuesto a hacer concesiones. Cuando ambos líderes se encuentran, Stevens enfatiza la necesidad de no perder nunca la brújula moral; Lincoln le recuerda que el norte en ocasiones conduce a un pantano del que no se puede salir, por lo que se impone la necesidad de retrocesos o rodeos para poder seguir adelante. Más adelante, Stevens ilustra también el coraje del aprendizaje de la moderación y del realismo.
Cuán pertinente para pensar en nuestra política de hoy.
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