Artículo publicado en La República, domingo 23 de diciembre de 2012
Si bien me considero agnóstico, he tenido una formación católica y siempre me ha conmovido el mensaje de su religiosidad. Este mensaje se simboliza por supuesto en dos grandes imágenes: primero, la de un dios que se hace hombre, que nace en una cuna humilde en medio de una historia de persecusión política; y segundo, la de un dios crucificado, un dios incomprendido que termina siendo víctima de aquellos a quienes pretende salvar, sacrificado, inmolándose por todos. Este dios, Jesús, predica un mensaje desde la humildad, desde una identificación con los marginados, con los que sufren.
Vistas las cosas desde este ángulo, la obra de Gustavo Gutiérrez siempre me pareció una de las maneras más cuerdas y razonables de entender el catolicismo, y de pensar en su vigencia en los tiempos actuales. Existe en el mundo un amplio debate sobre el sentido y el futuro de la religión, y hay quienes han defendido la necesidad de abandonarla, porque la consideran una fuente de consolación basada en ideas artificiosas, para adoptar una ética enteramente laica (Ronald Dworkin o Christopher Hitchens, por ejemplo). Hay otros que han buscado un nuevo sentido a la religiosidad, pero distanciándose de las religiones oficiales y encontrándoles un sentido secular y humanista (Richard Rorty, Gianni Vattimo, por ejemplo).
En este marco, destaca la obra del padre Gustavo Gutiérrez, quien recibió hace unos días merecidamente el Premio Nacional de Cultura, otorgado por el Ministerio de Cultura y Petroperú, en reconocimiento a su trayectoria. Me parece que cuando se habla de Gutiérrez se suele considerar a su libro Teología de la liberación. Perspectivas, de 1971, como el centro de su obra, cuando en realidad es apenas el inicio. Me parece que su hilo conductor está en considerar como lo esencial del mensaje cristiano la identificación de Jesús con los pobres, los humildes, los marginados, los que sufren; pero que esa identificación no debe llevar solamente a la caridad, sino a cuestionar las estructuras y contextos sociales opresivos e injustos, fuente de ese dolor.
En los años setenta la reflexión sobre estos temas asumía la forma de un examen sobre el papel de la iglesia latinoamericana y su compromiso social en un contexto de intenso cambio social y político. Más adelante, Gutiérrez extendió este razonamiento al sentido de la presencia de dios en medio del dolor y de la injusticia, en Hablar de dios desde el sufrimiento del inocente. Una reflexión sobre el libro de Job (1986). Más adelante, en En busca de los pobres de Jesucristo. El pensamiento de Bartolomé de las Casas (1992), Gutiérrez ilustra cómo el dominico dignifica a los indígenas americanos al considerarlos parte del mensaje salvador del dios hecho hombre también en ellos. Todo lo cual lleva a la necesidad de alguna forma de acción política.
Me parece que con los años, su línea argumental, lejos de envejecer, tiende a adquirir mayor relevancia. Bueno recordarlo en estas fiestas.
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