martes, 8 de mayo de 2007

La nacionalidad y la patria, a propósito de Fernando Vallejo


Conocerán todos al escritor colombiano Fernando Vallejo, autor de La virgen de los sicarios (1994), entre otros. No me gustó ese libro, me pareció exageradamente renegón, demasiado monocorde. Hablo desde mi gusto personal, no como experto, que no lo soy, por supuesto. Pero mi punto es otro. El asunto es que Vallejo, recientemente, renunció a la nacionalidad colombiana, y se nacionalizó mexicano: a continuación, la carta pública de Vallejo, tomada de la revista Semana.

http://www.semana.com/wf_InfoArticulo.aspx?idArt=103098

"A México llegué el 25 de febrero de 1971, vale decir hace 36 años largos, más de la mitad de mi vida, a los que hay que sumarles un año que viví antes en Nueva York. ¿Y por qué no estaba en Colombia durante todo ese tiempo? Porque Colombia me cerró las puertas para que me ganara la vida de una forma decente que no fuera en el gobierno ni en la política a los que desprecio y me puso a dormir en la calle tapándome con periódicos y junto a los desarrapados de la Carrera Séptima y a los perros abandonados, que desde entonces considero mis hermanos. Me fui a Nueva York a tratar de hacer cine, que es lo que había estudiado, y de allá me vine a México y en pocos años conseguí que Conacite 2, una de las tres compañías cinematográficas del Estado mexicano, me financiara mi primera película, Crónica roja, de tema colombiano.

Entonces regresé a Bogotá a tratar de filmarla con el dinero mexicano. ¡Imposible! Ahí estaba el Incomex para impedirme importar el negativo y los equipos; la Dirección de Tránsito para no darme los permisos que necesitaba para filmar en las calles; el Ministerio de Relaciones Exteriores para no darme las visas de los técnicos que tenía que traer de México; la policía para no darme su protección durante el rodaje y el permiso de que mis actores usaran uniformes como los suyos y pistolas de utilería pues había policías en mi historia... Y así, un largo etcétera de cuando menos veinte dependencias burocráticas con que tuve que tratar y que lo más que me dieron fue un tinto después de ponerme a hacer antesalas durante horas.

Entonces resolví filmarla en México reconstruyendo a Colombia. En Jalapa, la capital del Estado de Veracruz, por ejemplo, encontré calles que se parecían a las de los barrios de Belén y de la Candelaria de Bogotá y allí filmé algunas secuencias. Con actores y técnicos mexicanos, con dinero mexicano e infinidad de tropiezos logré hacer en México mi película colombiana a la que Colombia se oponía, soñando que la iban a ver mis paisanos en los teatros colombianos. ¿Saben entonces qué pasó? Que mi mezquina patria la prohibió aduciendo que era una apología al delito. Una apología al delito que se basaba en hechos reales que en su momento la opinión pública conoció y que salió en todos los periódicos, la del final de los dos hermanos Barragán, unos muchachitos a los que la policía masacró en un barrio del sur de Bogotá. A cuantas instancias burocráticas apelé, empezando por la Junta de Censura y acabando en el Consejo de Estado, la prohibieron. Nadie en Colombia, ni una sola persona, levantó su voz para protestar por el atropello, que no era sólo a mí sino al sueño de todos los cineastas colombianos, quienes por lo demás, sea dicho de paso, también guardaron silencio.

Como yo soy muy terco volví a repetir el intento con mi segunda película colombiana, En la tormenta, sobre el enfrentamiento criminal entre conservadores y liberales en el campo cuando la época llamada de la Violencia con mayúscula, y con igual resultado: no me la dejaron filmar, la tuve que hacer en México y me la prohibieron, aduciendo que el momento era muy delicado para permitir una película así. Como yo sólo quería hacer cine colombiano y no mexicano, ni italiano, ni japonés, ni marciano, desistí del intento. En alguno de mis libros, aunque ya no me acuerdo en cuál, conté todo esto pero con más detalle: los camiones de escalera y los pueblitos colombianos que tuve que construir, los platanares y cafetales que tuve que sembrar en las afueras de la ciudad de México, los ríos quietos como el Papaloapan que tuve que mover para que arrastraran los cadáveres de los asesinados con la ira del río Cauca, la utilería que tuve que mandar a hacer o traer de Colombia a México, como las placas de los carros y las botellas de cerveza... Nunca acabaría de contarte cosas. Te lo resumo en una sola frase: Colombia, la mala patria que me cupo en suerte, acabó con mis sueños de cineasta.

Entonces me puse a escribir y durante diez años investigué, día tras día tras día, en un país o en otro o en otro, en bibliotecas y hemerotecas de muchos lados, sobre la vida de Barba Jacob, mi paisano, el poeta de Antioquia, que durante tantos años vivió en México y que aquí murió, y acabada mi investigación de diez años en uno más la escribí y me puse a buscar quién la editara. Se acercaba el año 1983, el del centenario del nacimiento de Barba Jacob, y el Congreso colombiano se interesaba en ello. No creían lo que yo les contaba del poeta ni los años que llevaba siguiéndole sus huellas. Me pidieron que les mandara pruebas y les mandé entonces fotos e infinidad de documentos. Nada de eso me devolvieron, con todo se quedaron y el libro lo pensaban publicar en mimeógrafo. Les contesté que eso no sólo no era digno de Barba Jacob, un gran poeta, sino de ellos mismos, unos aprovechadores públicos que se designaban como el Honorable Congreso de la República. Que se respetaran. Entonces publiqué mi biografía Barba Jacob el mensajero en México con dinero de amigos mexicanos.

Cuantas veces me ha podido atropellar Colombia me ha atropellado. Hace un año me quería meter preso por un artículo que escribí en la revista SoHo señalando las contradicciones y las ridiculeces de los Evangelios. Eso dizque era un agravio a la religión y me demandaron. ¡Agravios a la religión en el país de la impunidad! En que los asesinos y genocidas andan libres por las calles, como es el caso de los paramilitares, con la bendición de su cómplice el sinvergüenza de Álvaro Uribe que han reelegido en la presidencia. Desde niño sabía que Colombia era un país asesino, el más asesino de la tierra, encabezando año tras año, imbatible, las estadísticas de la infamia. Después, por experiencia propia, fui entendiendo que además de asesino era atropellador y mezquino. Y cuando reeligieron a Uribe descubrí que era un país imbécil. Entonces solicité mi nacionalización en México, que me dieron la semana pasada. Así que quede claro: esa mala patria de Colombia ya no es la mía y no quiero volver a saber de ella. Lo que me reste de vida lo quiero vivir en México y aquí me pienso morir".

Fernando Vallejo
México, mayo 6 de 2007


La carta de Vallejo me hace recordar, manteniendo las distancias, al poeta peruano Elqui Burgos, quien en varias entrevistas contaba, si la memoria no me falla, lo mal que lo ha tratado "el Perú", en términos de que acá no podía hacer nada, y que en varias de las veces en que ha venido de visita, lo han maltratado, asaltado, en fin. Le va mejor en París, y no le interesa ser peruano.

Recuerdo también a finales de los años ochenta, una conferencia en el IEP, en la que Luis Pásara dijo algo así como que había llegado a la conclusión de que el país se iba al hoyo irremediablemente, y que por eso él se iba a vivir al extranjero. Javier Iguíñiz comentó señalando cómo en el Perú hay ciudadanos con pasaporte, otros con libreta electoral y otros con libreta militar (añadiría yo que la lista de privilegio deberían encabezarla quienes tienen más de una nacionalidad).

Países como Colombia y el Perú son maltratadores con su gente, qué duda cabe (México también, dicho sea de paso). En general, todos los países pobres. Faltan oportunidades, se genera fustración, hay talento desperdiciado que en otros contextos florecería, la escasez genera argollas, qué duda cabe. Frente a eso, algunos, como Vallejo, reniegan de su nacionalidad, de su patria, y adoptan otra.

Entiendo perfectamente que la gente opte por migrar y buscar oportunidades fuera si en su país no las encuentra. Millones de peruanos lo hacen, junto a millones de otras nacionalidades, tal como lo hicieron otros millones de otras nacionalidades en el pasado. Mis abuelos hicieron una migración tan lejana como ir de Fukuoka al Perú. Lo que no veo es por qué eso tiene que llevar a pelearte con tu país de origen. Por lo general, los migrantes extrañan su país, y si están fuera es porque tienen mejores oportunidades, porque evalúan que su país está pasando por un mal momento, o que es víctima de malos gobernantes o de infortunadas circunstancias, pero es más bien excepcional que el país aparezca como victimario. Supongo que una elemental experiencia humana es desarrollar un fuerte vínculo emocional con tu terruño, al igual que con tu familia. Comparto la desconfianza en el nacionalismo como ideología; en cambio, como la mayoría, me identifico irremediablemente con mi país.

Supongo que por eso me deja un pésimo sabor de boca esa actitud de despotricar contra tu país y tus compatriotas. Hablo de frases como "país asesino, atropellador, mezquino, imbécil", por ejemplo. Ser crítico con la realidad de tu país y del mundo es otra cosa. La crítica es necesaria, busca mejorar las cosas. El que despotrica solo busca romper palitos y terminar una relación. Si has tenido algunas malas experiencias, como todos las tenemos, no tenemos por qué atribuírselas al país: cada una de esas malas experiencias tiene una explicación y un responsable concreto, que evidentemente no es un país entero. No es que Colombia sea un país asesino, atropellador, mezquino, imbécil; es más bien que en Colombia hay asesinos, atropelladores, mezquinos, imbéciles. Y también hay mucha otra gente noble, altruista, respetuosa, generosa, virtuosa, talentosa. La pregunta es cómo nos ponemos del lado de los buenos y los ayudamos en su pelea con los malos. Despotricar por despotricar no ayuda, me parece.

Me molesta también el razonamiento colectivista, culpar a un país... es como culpar a una nacionalidad, a una raza, a una religión... hay un razonamiento medio fascista en el alegato de Vallejo. Se pierden de vista a los individuos. Algunos son culpables; muchos otros, la mayoría, inocentes, y víctimas también. En fin, ya me dirán que piensan.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buen post Martin. Y pienso como tú... Ni cuando salió caca de la ducha, alla por 1991 si no me equivoco (recuerdas?) se me ocurrió migrar (y podría, pertenezco al grupo que señalas como privilegiado, el de los que no necesitan visa casi para ninguna parte). Estoy justamente leyendo un par de libros que vienen al caso, uno de ellos sobre culpa colectiva, que ya te comentare.

Silvio Rendon dijo...

Ta buenazo tu post. Mi primera reacción es que no le creo. No he leído su obra, pero si he visto la peli sobre la Virgen de los sicarios y es recontracolombiana.

Como dice el valse "pero ten presente que bien de acuerdo a la xperiencia que tan sólo se odia lo querido....". Mira nomás a González Prada:

El Perú

¡Abyección y podredumbre!
Bajo el peso de la infamia,
Viene y va la muchedumbre.

¿Dónde aquí la noble idea?
En el fango de la charca
Todo se hunde o chapotea.

...
(verlo completo en Nacionalismo).

No se puede decir que González Prada despreciaba al Perú. Todo lo contrario: el amor al Perú se le chorreaba por todos lados. ¡Qué duda cabe!

Y esa es mi lectura de la emotiva y angustiada carta que has publicado. La leo entre líneas y es lo que descubro: un gran amor a Colombia.

Finalmente, es verdad que México está mejor que otros países latinoamericanos, pero no olvidemos que la gente de aquí (escribo desde el D.F.) emigra duro, con la misma frustración que uno descubre en Vallejo. Ahora mismo hay una guerra entre el gobierno y los narcotraficantes, con ejecuciones diarias, grupos de sicarios que decapitan gente y tiran las cabezas en las pistas de baile de las discotecas, como pasó en Michoacán. La cosa aquí también está pelona. Por eso EEUU está lleno de Vallejos mexicanos...

Félix Reátegui dijo...

Martín, muy interesante el texto de Vallejo. Igual que a ti, a mí no me interesó especialmente La Virgen de los Sicarios. He sabido que tiene novelas mejores, pero no las he leído. En cambio, sí conozco, y recomiendo mucho, su muy libre biografía del poeta Porfirio Barba Jacob, en quien supongo ve Vallejo un "alma gemela" incluyendo el exilio voluntario en México.

Por lo demás, y poniendo aparte la falacia colectivista que bien señalas, no me parecen tan mal estas catarsis destructivas teniendo en cuenta que lo que prima normalmente en nuestros países es un patriotismo acrítico; o sea, el patrioterismo. Recordarán los lectores de Vargas Llosa, por ejemplo, la polémica en la que él se vio envuelto cuando, con ocasión del centenario de la guerra del Pacífico, escribió en un comunicado conjunto que más grave que la derrota era el que hubiera niños hurgando entre la basura para comer, o algo así. Los "patriotas" -dicho sea de paso, "patriotas" es la identidad autoasumida por quienes hoy denostan de los "cívicos"-- lo acusaron de desprestigiar al Perú cuando la verdadera vergüenza debería ser esa realidad y no la denuncia de ella.

En plan de críticas destructivas de lo nacional hechas por escritores, es fundamental, en castellano, la trilogía de Juan Goytisolo: Señas de Identidad, Reivindicación del Conde Don Julián y Juan Sin Tierra. Cierto que a partir de la lectura de Goytisolo uno podría preguntarse si lo que se rechaza y repudia es una "esencia" nacional o, más bien, la forma en que ciertos poderes han secuestrado y moldeado esa "esencia" nacional: en el caso de Goytisolo --años 60 y 70-- esos poderes eran, en lo político, el franquismo, y, como correlato sociocultural, el "casticismo carpetovetónico". En el texto de Vallejo no es tan visible ese matiz y, así, queda la impresión de que su crítica está construida sobre un esencialismo un poco ingenuo; aunque, claro, este es un texto bastante breve. Habría que ver --tarea para los críticos de la cultura-- si se puede inferir de sus novelas y ensayos una "crítica de lo colombiano" más sofisticada.

Te copio en otro comentario el editorial de El Tiempo de hoy. Interesante, por ejemplo, que al señalar la "colombianidad" inevitable de Vallejo señalen "la pasión por la gramática". Ahí estaría un rasgo cultural que en efecto tiene bastante que ver con la identidad oficial colombiana y que podría tener nexos con la naturaleza del poder en Colombia. Me hace pensar en ese libro de Malcolm Deas sobre Colombia que tal vez conozcas, "Del Poder y la Gramática".

Anónimo dijo...

SUSANA! lo del agua con agregados fue el 88! Como te va a fallar la memoria de ese modo! O es que hubo otra y me la perdi? ja ja!

Martín Tanaka dijo...

Mayo 8 de 2007 - EDITORIAL
El Tiempo
El ex colombiano Vallejo


En su libro de memorias Años de indulgencia, el gran escritor Fernando Vallejo se pregunta: "¡Ay, Colombia! ¿Cuánto tarda un cristiano en curarse de vos? ¿Veinte años? ¿Treinta?". En su caso, tardó 65: los de su edad. Vallejo acaba de renunciar a la ciudadanía colombiana y adoptó la de México, donde vive desde 1971. Se fue dando un portazo: anuncia que no volverá nunca a "este país imbécil", se queja de que "cuantas veces me ha podido atropellar, Colombia me ha atropellado", y dice que "lo que me reste de vida lo quiero vivir en México".

Es difícil objetar que alguien abandone una carta de naturaleza y adopte la que quiera o la que pueda. La nacionalidad original no se busca; llega por azar y hay quienes no se acomodan a ella. Sin embargo, es mucho más que un papel. Haciendo uso de una libertad que respetamos, Vallejo rompe su pasaporte colombiano, pero, para bien o para mal, lleva en sí nuestra cultura y nuestras tradiciones. No hay sino que leerlo. Su acento paisa, sus nostálgicas memorias de Antioquia, su pasión por la gramática son inevitablemente colombianos. Incluso, ciertas muestras de solidaridad, como la indignada carta de protesta que firmó hace seis años porque España exigía visa a sus compatriotas.

La mayor virtud de Vallejo como escritor es su temperamento contestatario, provocador, iconoclasta. Esa amargura rebelde sirve para escribir pequeñas obras maestras como El desbarrancadero, pero también para redactar cartas injustas y excesivas como la de su renuncia a la nacionalidad. Sabiendo cómo es él -que ha execrado al Papa, al rey de España y a Gabriel García Márquez, entre otros-, sería un error brindarle una respuesta patriotera, de bandera tricolor desgarrada y puño en alto. Nada le regocijaría más que ofender los sentimientos nacionalistas de los colombianos.

Su actitud es ingrata con quienes en este país han sido sus amigos y admiradores, y quienes se vanagloriaban de ser sus compatriotas. Pero en lo que más se equivoca es en repudiar a Colombia por violenta y corrupta, para acogerse al escudo mexicano. México es un país extraordinario, pero su historia y su presente son, lamentablemente, aún más violentos y corruptos que los nuestros. En cuanto a su amor por los animales, le espera una desvelada labor en su nueva patria, pues, aparte de profesar México pasión por las riñas de gallos y las corridas de toros, son tristemente célebres sus sangrientas peleas de perros.

Confiamos en que un día se olvidará este necio desaire y Vallejo seguirá apareciendo en la lista de escritores colombianos acogidos por México, al lado de Barba Jacob, Germán Pardo García, García Márquez y Álvaro Mutis.

juan carrillo dijo...

la reacción catártica de vallejo corresponde a uno de los polos de la relación “remota” con el grupo o país de origen. un polo es la idealización (todo lo mejor ocurre/ viene de tu país). el de vallejo es el denuesto. llevo 6 años y pico fuera del perú y, por lo que he podido percibir, aunque hay un poco de estos polos en cada uno de nosotros, los inmigrantes, estas reacciones tan claras y polares corresponden a personalidades que han pasado (en el país de origen) o que pasan (en el país receptor) por tremendas dificultades para desarrollar su vida tal como lo desean. más que ver con el fenómeno migratorio, tiene que ver con un fenómeno personal que no lo puedo llamar sino de “extrañeza”, que es la que caracteriza al protagonista de “la virgen de los sicarios”.

una expresión de este tipo, fundamentalmente personal, no puede ser llamada “fascista”! es un contrasentido. fascismo sería, en cambio, que la sociedad colombiana (o un grupo liderándola) promueva la desnacionalización de individuos que se manifiestan disidentes, porque perpetran los intereses de la nación y el estado...

Anónimo dijo...

Hola,

Creo que, como todos, el Sr. Vallejo es dueno de sus amores y sus odios. Y como varios en este blog intuyo que lo de Vallejo es una mezcla de ambos. Y si amas-odias, por que no despotricar? Al menos con eso suelta sus verdades, y que yo sepa no le hace mal a nadie. Que es preferible, un par de orgullos heridos o alguien que te diga lo que pocos se atreven a decir?

Por tanto, racionalizar su gesto, el portazo en la cara de Vallejo a su pais, no es lo mas importante que los Colombianos podrian sacar del asunto (o acaso podemos creer que Vallejo se pone de ejemplo?). Y tildarlo de fascista... algo exagerado no?

PD: disculpen la ausencia de tildes, enies, etc.: problemas tecnicos.

El Cantante dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Hola Martín:

Encontré la siguiente entrevista a Fernando Vallejo hecha en el 2003 por Jorge Caballero. En ésta podemos ver su desencanto no sólo con Colombia; pero también con el cine, la Internet y la religión.

Tengo entendido que el documental al que se refiere: La desazón suprema: retrato incesante de Fernando Vallejo es muy polémico.

Saludos

http://www.nettime.org/Lists-Archives/nettime-lat-0310/msg00075.html,

“El cine, obsoleto; Internet, "gran basurero": Vallejo

La palabra supera a la imagen, dice; la vejez completa la vida humana

JORGE CABALLERO ENVIADO

http://www.jornada.unam.mx/040n1con.php?origen=index.html&fly=2

Morelia, Mich., 10 de octubre. El escritor Fernando Vallejo ya no va al cine, a pesar de que filmó varias cintas. "El cine es el gran embeleso, el gran engaño del siglo XX; es un arte que perteneció al siglo pasado y lo tenemos que dejar en paz; es un arte que en cien años dio todo lo que tenía que dar", afirma.

Vallejo tampoco sale de su casa, pero está en esta ciudad porque es invitado especial en el Festival Internacional de Cine, en el que se presenta el documental La desazón suprema: retrato incesante de Fernando Vallejo , que, por supuesto, no ha visto. "Vine porque soy amigo de la directora del festival, Daniela Michel, y me dijo que eso ayudaría al encuentro; no tengo un ego como para que, después de verme la gente en el documental, vaya a presentarme en vivo. ¡Yo qué voy hacer ahí!"

La Jornada entabló una charla con este colombiano radicado en México, que en lo general es encantador, en lo particular sorprendente y en momentos, sólo por momentos contradictorio, pero, como dicen los que saben, únicamente el que se contradice piensa.

Retomando su primera respuesta, Vallejo agrega: "El engaño del cine es pensar que es un arte maravilloso y que la imagen es superior a la palabra; eso no es cierto. La palabra es el ser humano. Los cineastas, así puedan filmar con camaritas chiquitas y con cintas que no cuestan nada, nunca tendrán la libertad de la palabra; es mucho más fácil tener papel y lápiz enfrente para expresarse que andar con una cámara molestando a la gente".

Al retomar la segunda respuesta, señala: "Estos viajes me sirven para ver la cantidad de cadáveres que caminan, porque los jóvenes están muy ocupados con su camarita y su computadora, pero eso no es lo que necesita el ser humano. El cine es el gran engaño y la Internet es un gran basurero, pero no se dan cuenta, porque la vejez es la que da claridad; sin la vejez la vida humana está incompleta".

Augura: "Ahora va a venir una plaga de cineastas que remplazará a la de los poetas; habrá miles y millones de cineastas; de pronto uno o dos harán algo que valga la pena. Si el cine es poca cosa, el documental es menos, es un género de limosneros; no he visto el documental de Luis Ospina, aunque a la gente le ha interesado; las personas se me acercan emocionadas, ¡nunca pensé que a la gente le pudiera interesar algo de mí!"

El documental La desazón suprema... , dirigido por Luis Ospina, empieza con un áspero discurso que Vallejo dio en un encuentro de escritores en Colombia hace unos años. El creador informa: "Todos los escritores teníamos que pronunciar un discurso de cuatro minutos de amor a Colombia y yo lo dediqué a los muchachos de mi país, para que no se reprodujeran más, porque ya no cabemos, no hay trabajo para nadie, el campo está arruinado, la industria también y además a los colombianos no nos quieren en ninguna parte, y con razón, porque cada país tiene demasiados problemas para cargar con los de otros. Por qué España o México o cualquier otra nación debe cargar con los problemas de los colombianos, ése fue el tema del discurso".

El documental registra el pensamiento iconoclasta de Fernando Vallejo, retrata su cotidianidad en su casa de la colonia Condesa, su etapa de cinerrealizador, músico y filólogo, además de incluir su opinión acerca de detractores, como cuando se llamó a boicotear la película La virgen de los sicarios , en su estreno en Colombia, por "considerarla una bajeza" y por ser Vallejo "un homosexual reprimido". Nada más lejos de la realidad: "Si supieran la cantidad de muchachitos con los que me acosté en Medellín", confiesa Vallejo en la cinta.

Timidez contrastante

Cuando uno observa al autor de Los días azules, en las distintas sedes del festival, se ve tímido e inclusive endeble, contrastando con lo irascible/irreductible de su imagen en el documental dirigido por Ospina. Sobre esta capacidad de licantropía, en entrevista con La Jornada dice: "No sé por qué mis libros forman esa imagen; si hablo en contra de la reproducción, no es porque me sienta a gusto, es que me duele el desastre generalizado. Todo el mundo pretende dar una imagen de bondad cuando la maldad está más cerca del ser humano; los sanos son muy poquitos, más ahora que este Papa devaluó la santidad que la Iglesia había valorado durante 2 mil años. Comenzó a santificar como un demagogo irresponsable, como emitir papel moneda hasta devaluar el peso. La ventaja es que ha durado bastante, casi lo que falta para que acabe la Iglesia católica, que es la plaga de la humanidad".

-¿O sea que usted no se pone el play y comienza a hablar?

-Esa es la gran desgracia, que como se me considera escritor porque he hecho libros, pero como soy tantas cosas aparte de eso... termino diciendo cosas muy desagradables cuando hablo en público. Como nadie levanta la voz, me tocó hacer un papel de villano. Cuando me piden que hable lo hago, no ando buscando que me pongan los micrófonos enfrente.

Particularmente se le pregunta sobre los vínculos entre Colombia y México, mostrándole la fotografía de la página principal de La Jornada de una edición pasada, que en el titular dice: "Atentado en Colombia; 6 muertos".

Vallejo responde: "¡Es que fueron muy poquitos!, ¡es el pan cotidiano de Colombia! Esas son bombas inútiles, sin ton ni son, no conducen a nada ni provocan caos porque Colombia ya se acostumbró a él. Es la maldad humana, hacer daño innecesariamente; si la guerrilla la puso, nada más ha hecho que aumente el odio que la gente siente por ella, no puede pretender conquistar un país matando gente inocente".

La claridad la dan los años

El tiempo se agota y a Fernando lo apuran para ir a almorzar; antes de marcharse reflexiona: "Como ya viví mucho, tengo 60 años, estas cosas que vivo no las vi de muchacho; viví el desastre generalizado, el de mi país y el del mundo, pero no tenía palabras ni claridad para decirlo, ahora las tengo. Ahora que me acerco más a la muerte me siento muy lúcido, puedo ver con claridad el fenómeno biológico, el cine, la literatura y una cosa más vaga de encontrarle leyes, que es la moral. Me voy a morir sin entender tres cosas que son inescrutables e inexplicables, que la humanidad nunca las ha entendido ni nunca las entenderá: la gravedad, la luz y cómo el cerebro produce la mente o el alma o como se le quiera llamar".

La charla concluye: "Mi visión de la vida es que es un horror, un desastre y que imponerla es una infamia, más que quitarla. Toda la lucidez la adquirí aquí con los años, pero hay una cantidad de viejos que no tienen claridad".”

Paco Bardales dijo...

Martín:

A diferencia de algunos de ustedes, aprecio mucho el valor de "La virgen de los sicarios" que en lo estético me parece un libro interesantísimo y en lo personal me gustó bastante. Desde aquel entonces he leído todo lo que he podido de Vallejo (particularmente recomiendo "El desbarrancadero", "Melodrama" y -aunque en menor intensidaad - "La Puta de Babilonia") y siento en todo caso que aquel desplante, torero y salvaje, es uno más de sus celebres portazos.

Hombre, Vallejo es colombiano por los cuatro costados (en su modo tan violetno, apasionado e ilustrado de expresar sus amores y odios). Y en ese sentido, cobra sentido pensar que al final, con o sin pasaporte, uno escogerá siempre la nacionalidad de tu patria fundacional: la de tus amores, la de tus amigos, la de tu primera lealtad o la de tu primera decepción.

Saludos

Anónimo dijo...

El Perú es como la familia, se puede estar molesto con parte de ella pero no renegar, y como mal dicen por ahi: El Perú es un país de m....a, lo correcto es: El Perú es un país de m....as.