Artículo publicado en El Comercio, martes 27 de abril de 2021
Pedro Castillo o Keiko Fujimori será el próximo presidente o la próxima presidenta del país; y tanto Perú Libre como Fuerza Popular seguirán siendo actores fundamentales en el futuro inmediato, ya sea desde el gobierno como la oposición. El problema es que hasta ahora la lógica de la dinámica electoral no está alineada con la de armar gobierno y construir gobernabilidad.
La ventaja que tendría Castillo según las encuestas sugeriría que con el puro manejo de imagen e ideas efectistas, pero que calzan con los sentidos comunes de buena parte del electorado, le alcanza para ganar cómodamente. Lo ayuda mucho el rechazo y la desconfianza que despierta K. Fujimori, y la campaña de ésta, hasta el momento, parece diseñada para favorecer a Castillo. Levantar el fantasma del comunismo y la defensa del modelo económico consolida la imagen de ser la defensora del establishment; radicaliza a los que ya han decidido votar por ella, atrae a los sectores más conservadores y reaccionarios, encierra a la candidata de la cápsula de la que precisamente necesita salir.
La gran complicación para K. Fujimori es que ganar le impone un camino que va muy a contracorriente de todo lo que ha hecho en el último tiempo. De un lado, énfasis en propuestas, cuando afirmó en 2016 que desde el Congreso implementaría su plan de gobierno, para luego abandonar esa agenda. Y del otro, defender prácticas democráticas, políticas de Estado, y un respeto al pluralismo y a los competidores políticos, cuando no tuvo reparos en ponerse del lado del Contralor Alarcón para forzar la caída del ministro Thorne, o del lado de, paradojas de la vida, Pedro Castillo y del CONARE (y de los sectores de la sociedad más conservadores y reaccionarios) para forzar la caída de la ministra Martens. O del lado de los investigados del caso “cuellos blancos del puerto”, priorizando sus críticas a la Fiscalía y sus defensas judiciales.
Atención que esta “conversión” no solo le es necesaria para intentar ganar, también para hacer una oposición responsable y constructiva. Aquí nuevamente debe salir del ghetto que se insinúa en el Congreso; una alianza conservadora con Renovación Popular, Avanza País y los sectores más conservadores de Acción Popular y Alianza para el Progreso pueden asegurar votos en la plaza Bolívar, pero ahondar la brecha con la sociedad y perpetuar los problemas de representación.
Por su lado, Castillo tiene ante sí varias posibilidades, todas complicadas. Una es la huida radical hacia adelante: dados los límites que le impone la configuración del Congreso, podría caer en la tentación de seguir el camino de Hugo Chávez en Venezuela entre 1998 y 1999, o Rafael Correa entre 2006 y 2007. Imponer a través de los recursos que posibilita el poder ejecutivo y de la movilización en las calles, la elección de una Asamblea Constituyente, en la que se construya, sobre la base de una mayoría coyuntural, una herramienta para redefinir e intervenir el conjunto de los poderes del Estado. Este camino, de pura confrontación, no solo es inviable a mediano plazo dadas las circunstancias, está también lleno de riesgos para el propio Castillo; podría terminar destituido por el Congreso, o aislado y forzado a renunciar, y arrastrar al país en su caída. Pero en el otro extremo, el camino de una suerte de reedición del giro de Humala, resulta también inviable, dadas las expectativas que ha despertado y unas demandas de cambio mucho mayores que en 2011, que no deben desatenderse.
Castillo debe encontrar un camino de cambio sustantivo, pero viable en democracia. ¿No sería posible, en vez de perderse en debates ideológicos, propiciar por ejemplo un gran acuerdo nacional a favor de una ambiciosa propuesta de desarrollo de las regiones y del Perú rural e informal para los próximos cinco años? Pero para llevar adelante una agenda así, Castillo debe reinventarse también, abrirse a la posibilidad de acuerdos y diálogos que por ahora no asoman.
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