Artículo publicado en El Comercio, martes 9 de febrero de 2021
Después de la llegada al Perú del primer lote de vacunas de Sinopharm desde Pekín el domingo pasado, parecemos entrar a una nueva etapa en la lucha contra el Covid-19. Parece ser una nueva y diferente etapa, porque algunos de los países que destacan en los avances en la vacunación fueron muy duramente golpeados en términos de contagios y fallecidos, como los Estados Unidos, el Reino Unido, España o Italia; mientras que quienes mejor manejaron la epidemia se están retrasando relativamente en la vacunación. En América Latina, Chile destaca como uno de los países que más vacunas aplica diariamente por cada 100,000 habitantes en el mundo, ubicándose claramente a la delantera de la región.
Ciertamente ha sido un gigantesco logro científico la producción de varias vacunas en tiempo record, pero detrás de ella hay fuertes intereses políticos, económicos y diplomáticos. En general, como humanidad hemos fracasado en lograr un reparto mundial basado en criterios humanitarios, privilegiar a las personas más vulnerables, independientemente de su nivel de ingreso y del país en el que vivan. La iniciativa Covax, idealmente, debería liderar el reparto de vacunas, pero se terminó imponiendo el interés de los laboratorios, y posturas “nacionalistas”, empezando por los países ricos.
Dentro de la región, no prosperaron iniciativas que buscaron la conformación de bloques para mejorar nuestra posición negociadora, muestra elocuente de la crisis y debilidad de los bloques regionales en boga hace algún tiempo. En la región primó también el “sálvese quien pueda y como pueda”. La rapidez en la compra de las vacunas se convirtió en un tema político, y la percepción de eficacia de los gobiernos empezó a medirse por la capacidad de anunciar el inicio de campañas de vacunación masivas. Las primeras vacunas disponibles fueron las del laboratorio Pfeizer, aunque imponía condiciones duras, y los países que iniciaron los procesos de vacunación fueron los que aceptaron esas condiciones: Chile, Costa Rica, Ecuador, México iniciaron ya la vacunación con ellas. Colombia también pensaba ser parte de ese grupo, pero es víctima de los retrasos en las entregas. Brasil apostó por la británica de AstraZeneca. Argentina rechazó explícitamente las condiciones de Pfeizer y optó por el laboratorio ruso Gamaleya; por ese camino seguirán Bolivia, Paraguay y Venezuela. Perú marcó, aunque más discretamente, distancias iniciales con Pfeizer al igual que Argentina, y optó por el laboratorio chino Sinopharm, relativamente en solitario en el marco de la región. Los retrasos de Pfeizer y las disputas dentro de la Unión Europea llevaron a todos a buscar más opciones, entrando Sinovac Biotech de la China a Chile y Brasil, p.e. Brasil empieza a mostrar cierto liderazgo a mediano plazo porque se convertirá en productor de algunas vacunas, como las de Sinovac o Gamaleya. Demás está decir que el panorama es muy cambiante, dada la enorme incertidumbre de este nuevo mercado. Perú no aparece mal en este panorama, optando por compras y negociaciones diversificadas.
Como puede verse, al final la compra y distribución de las vacunas sugiere un mapa en el que se mezclan la urgencia política de los Estados, los intereses de los laboratorios y una suerte de diplomacia a través de las vacunas, donde los Estados Unidos, el Reino Unido, Rusia y China aparecen como los jugadores más importantes. Este panorama parece reproducir la situación de pérdida de poder hegemónico de los Estados Unidos, la competencia de fuerzas emergentes, pero sin el liderazgo de ninguna.
En esta nueva etapa, de la implementación de los planes masivos de vacunación, la aparentemente mejor apuesta para la contención de la epidemia, el riesgo ahora es que la injusticia en la distribución mundial y la ineficacia en la implementación dentro de algunos Estados pueda llevar a un ciclo interminable de difusión del virus de unas regiones y países a otros. Nuevamente urge una respuesta global al problema. Pasado el frenesí nacionalista, ¿será posible esta vez?
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