lunes, 1 de marzo de 2021

¿Qué pasó con la izquierda?



Artículo publicado en El Comercio, martes 12 de enero de 2021 

La semana pasada intentaba mostrar cómo entender la trayectoria de la derecha en el Perú en los últimos años ayudaba a entender algunos problemas y desafíos del presente. Esta vez quiero hacer el mismo ejercicio con la izquierda.

Con el establecimiento de la democracia en toda la región en la década de los años ochenta, las izquierdas fueron abandonando a regañadientes el paradigma del asalto al poder y aceptando el modelo liberal representativo; y después de la desaparición de la URSS, la economía planificada dejó de ser opción. La momentánea hegemonía neoliberal dejó a la izquierda sin brújula, y encontró nuevamente un referente con el el “giro a la izquierda” de la primera década del siglo XXI, aunque más que una vuelta de la izquierda revolucionaria, se trató de una vuelta del viejo paradigma del nacionalismo revolucionario encabezado por líderes personalistas, más propio de los “populismos clásicos”. En nuestro país Ollanta Humala representó para la izquierda, por un tiempo, esa ilusión, después de la debacle de las elecciones de 2006. En esa ocasión confluyeron por un tiempo una tradición de izquierda con una lógica populista, por así decirlo.

La “subida al carro” del humalismo tiene una explicación de fondo. Nuestra izquierda no solo quedó descolocada en lo internacional por la caída del muro de Berlín y en lo local por el fujimorismo, también por profundos cambios estructurales que produjeron el debilitamiento extremo de sindicatos, gremios, asociaciones en general, por lo que la izquierda se quedó sin “sujeto”: ni la clase obrera, ni el campesinado, ni los “nuevos movimientos sociales” eran opción, porque o se empequeñecieron, o simplemente cambiaron de orientación política. Así, la izquierda, o más bien sectores de ella, encontraron una nueva posibilidad política detrás de los movimientos de protesta que empezaron a aflorar en el nuevo siglo, principalmente alrededor de los conflictos “socioambientales” y de otras demandas, alrededor del malestar que genera un crecimiento económico precario y desequilibrado. Pero la izquierda ha intentado seguir a la dinámica de las protestas, para nada las dirige ni causa (a diferencia de lo que se piensa en algunos círculos de derecha). De allí su carácter un tanto anárquico, que dificulta en extremo los procesos de negociación. Más adelante, han aparecido demandas identitarias (género, diversidad sexual), que también sectores de izquierda buscar perseguir.

El problema para la izquierda es que no cuenta todavía con un marco mental que le permita procesar todo esto: ¿cómo se ubica respecto a sus tradiciones y genealogía? ¿Cómo ubicarse respecto a los debates del pasado? Y una extensión de lo mismo, ¿cómo ubicarse frente al nacionalismo revolucionario, personalista, populista y bastante autoritario más reciente? ¿Cómo hacer compatibles el apoyo a las causas socioambientales y la implementación de un modelo de desarrollo que permita medidas redistributivas? (Chávez, Morales o  Correa no se hicieron problema y basaron la redistribución en la continuidad de actividades extractivas). ¿Cómo entran las demandas identitarias dentro de una tradición política que siempre las subestimó?

Frente a las próximas elecciones, en el conjunto de candidaturas de izquierda, la de Verónica Mendoza parece ser la única opción que podría resultar viable y competitiva en lo electoral. El problema es que ha aparecido un competidor ante ausente. Antes, el sentimiento antisistema parecía canalizarse a través de la izquierda; ahora, existe también un populismo antisistema, autoritario, que se expresó en las elecciones de enero del año pasado en UPP y otros grupos, y que podría canalizarse por muy diferentes vías en las próximas elecciones.

Necesitamos una izquierda viable y competitiva que canalice por cauces mínimamente democráticos y razonables las demandas populares, y no caigamos en la pura demagogia. Pero no se trata solo de tener un buen desempeño electoral, se trata además de ser una opción de gobierno mínimamente viable, para lo cual son necesarias muchas más definiciones. No se trata solo de ganar; ahí está la experiencia municipal de Susana Villarán para demostrarlo.

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