Artículo publicado en El Comercio, martes 5 de enero de 2021
Hace un par de semanas comentaba sobre cómo nuestra derecha pasó de
estar relativamente cohesionada en torno a la defensa del modelo económico
orientado al mercado y de la institucionalidad democrática frente a las amenazas
del populismo, a fragmentarse tanto en cuanto a qué hacer con la economía, cómo
situarse frente al legado del autoritarismo de la década de los años noventa, y
en torno qué valores defender, si seguir una orientación liberal promoviendo el
derecho a la identidad y a la autoexpresión individual, o uno más conservador,
defendiendo valores religiosos y familiares tradicionales. Creo que para
entender mejor estos dilemas ayuda el considerar algunas tradiciones
intelectuales y políticas de más larga duración que estarían en la base de esta
fragmentación.
El mundo de la derecha política tiene ciertamente varias tradiciones y vertientes. Desde que se usa esta taxonomía (derecha frente a la izquierda y el centro, de los que me ocuparé más adelante), la derecha solía definirse, frente a la izquierda, por su defensa del capitalismo en lo económico y de la democracia liberal en lo político. En cuanto a lo valorativo, podría decirse que había cierta diversidad; en un extremo podríamos ubicar a una derecha liberal, laica e identificada con valores que enfatizan la libertad individual, y una derecha más conservadora, católica, defensora de valores tradicionales.
Uno de los dramas de la política peruana es que nunca logramos tener una derecha política electoralmente competitiva, ni construir propiamente un sistema político sobre bases doctrinarias o programáticas. Esto hizo que a lo largo del siglo XX, cuando sectores de derecha se sintieron amenazados por el APRA, se recurriera al golpe militar y al establecimiento de dictaduras; es decir, privilegiar el statu quo y el mantenimiento del orden. En esta dirección, habría que reconocer que en la derecha, por debajo de las discusiones ideológicas o programáticas, existe un sustrato simplemente autoritario, excluyente, discriminador.
Podría decirse que en la década de los años ochenta, el liderazgo de la derecha ciertamente mostraba líneas programáticas relevantes: teníamos al socialcristianismo del PPC, un proyecto tecnocrático liberal dentro de AP, que llegó al poder a través de las elecciones. Más adelante, Hernando de Soto planteó una “revolución informal”, propuesta que buscó acercar el liberalismo a los sectores populares y disputar su representación con grupos de izquierda, y Mario Vargas Llosa intentó darle forma a un gran frente político sobre bases doctrinarias. Qué lejanos parecen ahora esos tiempos. En el camino el fujimorismo marcó una división alrededor del respeto al Estado de derecho y los derechos humanos, pero el temor al posible populismo de Alan García o al “chavismo” de Ollanta Humala los hizo nuevamente cerrar filas. En el tiempo reciente, la desaceleración económica llevó a un nuevo clivaje referido a cómo relanzar el modelo económico (para unos, renovar los esfuerzos por atraer la inversión privada, atacando trabas burocráticas y regulatorias; para otros, implementar reformas institucionales e intentar diversificar nuestro patrón de desarrollo). Finalmente, se abrió una importante fisura en cuanto a lo valorativo entre liberales y conservadores, viejo clivaje de la política del siglo XIX.
La crisis de las opciones políticas de derecha de los últimos años (lideradas por Lourdes Flores, Keiko Fujimori, Pedro Pablo Kuczynski), la creciente pérdida de referentes ideológicos y programáticos en la política, el pragmatismo y oportunismo desenfrenados, así como ciertos avances parciales de una agenda progresista (en temas de género, por ejemplo) parecen haber generado mayor espacio para propuestas más conservadoras y extremistas: que reivindican el mantenimiento del orden, con discursos sobre lo popular en los que prima la idea de la “manipulación ideológica” por parte de la izquierda (en realidad casi inexistente), una vuelta a tradiciones fuertemente excluyentes, para las cuales cualquier muestra de tolerancia o pluralismo parecen concesiones inaceptables o traiciones. Necesitamos una derecha democrática, con mayor sintonía con el mundo popular, más moderna en sus valores, con mayor vocación para lograr la inclusión social.
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