Artículo publicado en La República, domingo 12 de febrero de 2017
Asistimos atónitos a las recientes revelaciones que dan cuenta de la magnitud de los problemas de corrupción de los últimos años. Y esto es apenas el season premiere de una serie que durará muchos meses, varios años. Son consecuencia de un ciclo de gran crecimiento económico, que nos proporcionó grandes recursos, pero que ocurrió en un contexto de instituciones débiles, y que tuvo como protagonistas a un elenco improvisado, surgido de los restos de una elite política colapsada en la década de los años noventa. Lo decepcionante es que este periodo estuvo marcado por la promesa de la reconstrucción institucional después del escándalo de los infames vladivideos. Y descubrimos todo esto gracias a circunstancias fortuitas: uno de los grandes protagonistas de esta historia, las constructoras brasileñas, supuestamente intocables por basar sus esquemas de enriquecimiento ilícito en una maraña de alianzas y compromisos políticos del más alto nivel, cae en medio de una crisis política sistémica; por ello, esta crisis es parte de una ola regional. Si sirve de consuelo, no estamos solos en esto.
Rebasados por la magnitud y velocidad de los acontecimientos, sabemos que estamos viviendo un momento político trascendental, aunque no sepamos aquilatar su naturaleza. Mirko Lauer dice que esta es la crisis triple del antifujimorismo, del liberalismo político, y del sistema institucional. Una forma resumida de decir algo parecido es que es la crisis del orden postfujimorista: ese momento en el que se intentó construir algo diferente al fujimorismo, pero lidiando con la continuidad de su herencia. Si bien la tarea era sacudirnos del trauma de los vladivideos y de la ignominiosa fuga de Alberto Fujimori al Japón, el horizonte estaba marcado por su legado: no solo por la subsistencia, avance y reconstitución del fujimorismo a través de Keiko como heredera, también por la continuidad del modelo económico orientado al mercado, la continuidad de ciertos sentidos comunes economicistas, propios de los noventa, por así decirlo, que al final hicieron que la promesa del fortalecimiento institucional, si bien avanzó en muchas áreas, nunca maduró. Y que la pretendida superación del fujimorismo deviniera en la supermayoría de Fuerza Popular en el Congreso.
¿Cómo se sale de esta? En este momento inicial, la reacción es un tanto infantil: cada quien pretende esconder sus responsabilidades, y echarle la culpa a los otros. Digamos, para una parte de la izquierda este es el fracaso del modelo económico neoliberal, y para una parte de la derecha, del foro de Sao Paulo. En realidad, la naturaleza del problema hace que esta vez las culpas no estén claramente de un lado, como en la coyuntura del año 2000, sino repartidas por todas partes. Esto está generando un fuego cruzado de todos contra todos que no hace sino ahondar la crisis. Más productivo es que asumamos que todos tenemos cosas que revisar, y que de esta solo saldremos si todos hacemos nuestra parte, incluida, por supuesto, la academia, las universidades, las ONGs, que no hemos sabido manejar bien del todo nuestra relación con la política, el Estado y las empresas privadas. Salir de esta implica el esfuerzo de los sectores sanos en todas las tiendas políticas, de la sociedad civil. Y parece claro que, para el gran público, estos escándalos no hacen sino llover sobre mojado, confirmar que “todos roban”, como señaló ayer Carlos Meléndez. El verdadero riesgo es que al final nadie gane, y todo el país sea arrastrado por un huaico de desánimo y cinismo. Sobre el tema de la tecnocracia, vuelvo la próxima semana.
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